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Capítulo IV: Impulsos incontenibles

Carolina caminó a toda prisa, sentía la furia, había perdido noción del tiempo, sus pies dolían y no era nada cómodo caminar con ese vestido, vio un auto con luces cegadoras, que accionó su claxon, era el auto de Richard, pero no se detuvo, observó como él se bajó del auto y la siguió a toda prisa

—¡Carolina! Vuelve aquí, ahora mismo.

Ella no le hizo caso, seguía caminando de prisa, hasta que él la detuvo, tomándola del brazo

 —¿Acaso te has vuelto sorda?

Ella se desafanó de su agarre con severidad

—¿Qué quieres? Me dejas tirada, en miedo de la calle, solo para arrepentirte después, dime, ¿Qué clase de bipolar eres?

Él la miró atónito

—¡No soy ningún bipolar! Para que lo sepas, no tengo tanta maldad, incluso para dejarte sola aquí, en medio de la nada, ni siquiera aunque te odie con ganas.

Ella le miró severa, colocando sus manos en su cintura

—¿Tú me odias a mí? —ella rio divertida—. ¿Y por qué tanto odio? Te desgastas en vano, querido, yo a ti, ni en el mundo te hago, si me casé contigo, solo fue para conseguir dos cosas; mi fortuna y mi libertad, y no te odio, me acabas de arreglar la vida, fingir amor por ti, hubiese sido un verdadero calvario —dijo con ironía

Richard la miró con el rostro enrojecido de furia, ella podía notar su respiración irregular, como si hubiese tocado una herida que lo hacía reaccionar impulsivo

—¡Claro! Fingir es lo mejor que sabes hacer, Carolina, en realidad, debiste ser una actriz, hubieras sido la mejor, eso es lo que sabes hacer muy bien, sabes fingir amor y mentir con una naturalidad solo para conseguir lo que quieres.

Ella le miró ofendida

—Piensa lo que quieras —dijo ella dispuesta a irse, pero él la volvió a detener

—Vendrás conmigo, te llevaré a la mansión, ahí te quedarás.

Ella intentó alejarse, pero fue inútil

—¡He dicho que no! Iré a donde se me de la gana, ¡Suéltame!

—¡Eres mi esposa, ahora me obedecerás!

—Tú eres nada para mí.

Él la sostuvo de nuevo entre sus brazos, Richard estaba fuera de control, la rabia lo dominaba, no esperaba que Carolina resultara ser tan rebelde

—Soy tu esposo, te guste, o no —sentenció y de pronto el sentirla tan cerca  lo descontroló, pudo oler su perfume, sentir su aliento, era inútil que apelara a su fuerza de voluntad, cuando reaccionó,  tomó posesión de sus labios, besándolos con pasión y ardor, Carolina intentó negarse, manoteando para liberarse, pero encontró que su mismo cuerpo reaccionaba ante el sabor de ese beso, se rindió y se quedó quieta, disfrutándolo, correspondiendo.

Cuando algo de realidad llegó a sus mentes se separaron, sus rostros estaban cubiertos de rubor carmesí, Carolina escondió la mirada, pero terminó por limpiar sus labios, como si despreciara aquel beso, Richard le miró con ojos pequeños y severos

—Vuelve al auto.

—¡No lo haré! Adiós —sentenció, dando la vuelta, yéndose

Richard la miró incrédulo, no podía creer que siguiera siendo tan desobediente, sintió que podía enloquecer, simplemente caminó hacia ella, y de pronto la sostuvo entre sus brazos, cargándola, ella gritó y pataleó, fue inútil, él la depositó dentro del auto y luego entró para conducirlo, ella le miró severa, cruzando los brazos, y mirando a la ventana, mientras él manejaba rumbo a la mansión Steele.

Pronto llegaron a la mansión, Richard la llevó adentro, porque ella hubiese huido

—Mañana debemos ir con la abuela, así que no hagas tonterías, no admitiré ningún error.

Ella se soltó de su agarre

—¿Y cómo harás, Richard? Porque tú ya eres un error andante.

Él la miró con ojos pequeños, mientras observó su sonrisa que de pronto le pareció seductora

—Mañana estaré aquí muy temprano.

Ella le miró con sorpresa

—¿Vas con tu amante? —exclamó—. Salúdala de mi parte, dile que guardaré mi vestido de novia, para que algún día ella pueda usarlo.

—¿Estás celosa? —exclamó sorprendido de sus palabras

Carolina le miró atónita y luego su risa invadió la mansión

—¡No seas ridículo, Richard Steele! Tú a mí, me importas lo mismo que un centavo, ahora vete, cuida a esa mujer, porque será la única que pueda amarte, más que a su dignidad.

Richard la miró severo, luego dio la vuelta y se fue.

Fred recién llegaba y miró a su hermano irse

—¿Richard? Pero, ¿A dónde va? —Fred entró en la mansión, venía llegando de un viaje a Las Vegas, y creyó que Richard se fue con su esposa, sin embargo, cuando escuchó ruidos en el salón principal, entró de prisa y la miró ahí

—¿Carolina? —exclamó

Ella lo miró

—Hola, cuñado.

—¿Qué haces aquí? ¿A dónde fue Richard? ¿Por qué no está aquí?

—Fue a disfrutar de su noche de bodas —sentenció con sarcasmo

Fred la miró intrigado

—¿Estás bien, Carolina?

—¡Claro! Pero, olvidemos al amargado de tu hermano, divirtámonos, vamos a brindar —dijo ella, ambos fueron al bar, Fred estaba confundido con la actitud de la mujer, pero la siguió, después de todo, Carolina siempre fue una mujer divertida, segura y amable, querida por todos los que la conocían, no, ella no había cambiado en nada, él estuvo seguro de eso.

Ambos bebieron divertidos, por largo rato, mientras él le contaba infinidad de anécdotas divertidas que la hacían reír.

Richard llego a su apartamento de soltero, encontró a Maya con el rostro lleno de lágrimas, quien al verlo se abalanzó a sus brazos

—¡Mi amor! Juré que ya no vendrás, temí que esa mujer te hubiese convencido con su belleza, y ahora estarías durmiendo a su lado.

—No digas tonterías, jamás volvería a sentir nada por esa mujer.

—¿De verdad nunca volverías a amar a Carolina?

Esas palabras provocaron recuerdos en Richard, recuerdos que estrujaron su corazón, bajó la mirada para olvidarlos

—Escucha, Maya, debo ir con la abuela a un viaje, y Carolina vendrá conmigo.

Él notó el dolor en los ojos de Maya, tomó su mano

—¿Por qué? Me vas a dejar por ella, ¿Verdad?

—No digas eso, Maya, entiende, mi abuela me lo ha ordenado, sabes que ella ha estado enferma, sabes que pronto me entregará la herencia de mi padre, luego de que lo haga, voy a divorciarme de Carolina, y me casaré contigo, ya nada de lo que diga ni la abuela, ni nadie, me importará.

Ella sonrió y se abrazó al pecho de Richard

—¡Te creo, mi amor! Sé que lo harás —ella besó sus labios, pero sintió la frialdad de Richard, que de inmediato rompió aquel beso, eso le dio un temor a Maya, intentó acariciarlo, pero él frenó sus caricias

—Debo irme.

—¿A dónde? ¿Volverás a la mansión? —él asintió—. ¿Dormirás con ella?

—Claro que no, pero, debo volver, la abuela y mi madre volverán ahí, debo estar ahí, o sospecharán.

Maya asintió y lo vio irse, se asomó por la ventana despidiéndolo

—¡No conseguirás de nuevo el amor de Richard, Carolina! No lo permitiré, si te vuelves a meter en mi camino, como hace cinco años, ten por seguro que volveré a hacerte pagar caro tu atrevimiento, pero esta vez, acabaré contigo para siempre —sentenció con ojos severos.

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