ARTEMIA:
Me desperté sobresaltada al escuchar el primer rugido de Kaesar, potente como el trueno de una tormenta. Era un sonido que helaba la sangre y en mi garganta se apretó el miedo. Me vestí apresuradamente, pero apenas había sujetado el último broche cuando otro rugido aún más aterrador atravesó los muros del palacio. Sin pensarlo dos veces, me convertí en loba, sintiendo el calor de mi séquito detrás de mí mientras corríamos en dirección al caos.
Mi corazón latía con fuerza mientras mis patas se impulsaban hacia los aposentos de Kaesar, donde el estruendo había comenzado. Los pasos pesados de los guardias retumbaban junto al mío, todos alertas, preparados para cualquier amenaza. La escena que encontramos, sin embargo, no fue un ataque externo, sino una batalla interna que nadie esperaba. Kaesar, coKAESAR: La orden era clara. No respondería nada delante de ellas. Lo vi ajustar su postura, preparándose para seguirme, mientras yo inclinaba ligeramente la cabeza en dirección a uno de los corredores que se extendía hacia las profundidades del palacio. Sabía que los Arteones estaban tramando algo contra la manada, desde antes incluso de la muerte de mi padre. Una muerte que todavía no entendía cómo había sucedido, pero lo averiguaré. Lo extraño fue que justo en su funeral apareció su hermano, mi tío Rudof. No había sido visto desde que mi abuelo lo desterró por intentar reclamar el puesto de alfa. Mi tío tenía un hambre insaciable de poder, y eso lo convirtió en un peligro para la manada. Su regreso, inesperado y lleno de un aura distinta a la que había tenido en el pasado, me despertó una sospecha inmediata. &nb
KAELA:Vi cómo el alfa se retiraba con su beta, cerrando la puerta detrás de él. Su presencia fuerte y dominante dejó el aire cargado de silencio. Me dirigí con Nina hacia la pequeña habitación que compartíamos. La acosté en la cama, que crujió bajo su débil peso. Sus sollozos desgarraban el ambiente; cada queja era como un eco de sufrimiento que me perforaba el alma. Su pequeño cuerpo de omega parecía demasiado frágil, demasiado marcado por los golpes de una vida que no había sido justa. No sé por qué tenía la sensación de que escondía algo, pero su semblante roto me convenció de que, fuese lo que fuese, no era el momento de preguntar. Me dediqué a curar sus heridas, un proceso lento y doloroso. Su piel, marcada por heridas viejas y otras nuevas, contaba una historia que no necesita
KAELA:Kaesar no dijo ni una palabra, simplemente profundizó el gesto con una dominancia que me hizo gruñir. Su boca se cerró sobre la mía con violencia contenida, demandante y salvaje, y en ningún momento me dio espacio para resistirme, aunque mi mente gritaba que debía hacerlo. En un movimiento brusco, me levantó del suelo como si fuera su presa, cargándome con una fuerza que me recordaba por qué debería temerle, mientras avanzaba con determinación depredadora hacia la habitación. No me opuse, y esa sumisión involuntaria me carcomía por dentro. Cada fibra de mi ser gritaba en conflicto: mi loba aullaba de deseo mientras mi mente humana se retorcía de asco ante mi propia debilidad. ¿Cómo podía mi cuerpo traicionarme así, anhelando el toque de quien podría ser el asesino de mi padre? La rabia y el deseo se mezclaban en mi sangre como un veneno dulce. —Fui a tu manada hoy. Hablé con tu Beta, le dije que te encontré. Pero también dejé claro que necesitas tiempo. —Hizo una pausa ant
KAELA: Mis garras se hundieron en su espalda, desgarrándola en un intento desesperado por aferrarme a lo poco que quedaba de mi autocontrol, ese frágil vestigio de humanidad que luchaba por no ceder ante el caos desenfrenado que él despertaba en mí. Pero Kaesar no me lo permitiría. Se aseguraba de romper cada una de mis defensas con una precisión despiadada, redibujando los límites de mi resistencia cada vez que su boca se movía sobre mi piel, dejando rastros de calor abrasador que se mezclaban con el leve rastro metálico del sudor y nuestras heridas. Sus roces eran deliberados, calculados, diseñados para llevarme al borde y consumir por completo lo que quedaba de mi voluntad. Mis jadeos eran cada vez más descontrolados, llenos de rabia y deseo. Gruñía roncamente, resonando en mi interior como un eco primitivo. Mi cuerpo, ese traidor que no atendía a la razón, respondía instintivamente a esas vibraciones, temblando incontrolablemente bajo su toque. —¡Eres mía, solamente mía, Kaela
KAESAR:Estaba furioso, pero sobre todo, frustrado. Estaba entrando en celo debido a que mi Luna había aparecido, pero no me aceptaba, lo cual intensificaba mi furia. Sabía que mi madre había convencido a todos en el consejo para aceptar un matrimonio arreglado con una miembro de la manada, casi tan poderosa como la mía: “Los Arteones”, de la cual ella era parte. Desde niño, había elegido a quien sería mi Luna, aun cuando no sabía que lo sería de verdad: Kaela, la hija del alfa Ridel de la manada "Colmillos Reales", y el mejor amigo de mi padre.Su manada era tan poderosa y temida como la mía, pero después de que asesinaron a su Luna y a mi padre, había mantenido un bajo perfil. Kaela se encontraba conmigo a escondidas y me enseñó todo lo que un Alfa Real podía hacer; él también lo era. Por eso, cuando intentaron usurpar mi trono, no pudieron. Dejé que toda la fuerza de los Alfas Reales se desarrollara, y el ejército de mi padre, convencido de que yo no había heredado su poder, se pus
KAELA:Miré a Kaesar furiosa, con un odio que nacía no solo de mis sospechas, sino de su forma de dirigirse a mí. A lo lejos, observé a todos los que habían abandonado el salón: al frente, la Luna Artemia, con Artemí a su lado y el consejo detrás, todos con sus ojos clavados en nosotros. Bajé la cabeza en señal de sumisión y seguí al alfa, reproduciendo el mismo temor que todos le profesaban. Mi mente, sin embargo, no dejaba de dar vueltas sobre lo que realmente deseaba hacer. Era consciente de que si lo acompañaba, tarde o temprano cedería, permitiendo que me hiciera suya y me marcara. No podía permitir que eso sucediera.Cuando nos alejamos lo suficiente de las miradas ajenas, contemplé cómo se transformaba en su lobo Kian, abandonándome mientras yo luchaba contra la nieve que me llegaba hasta las rodillas. El maldito collar de plata q
KAELA:Los vi alejarse y salí de detrás del árbol donde me había refugiado. Sentía mis manos y pies congelados. Si pudiera quitarme el collar, me convertiría en Laila y no pasaría frío. Caminaba distraída rumbo a mi manada. No sabía qué estaba planeando Kaesar al dejarme atrás, pero no iba a pasar el celo con él en ese refugio. De pronto, vi a un enorme lobo gris saltar frente a mí: era mi hermanastro Arteón, acompañado de mi madrastra Artea, que sonreía ampliamente.—¿Pensaste que podrías evadirnos, lobita? —preguntó con una expresión seria—. Regresarás con nosotros a la manada, anunciarás tu matrimonio con mi hijo y le otorgarás el puesto de alfa. ¿De acuerdo?—¡Nunca! —respondí con determinación—. ¡No voy a renunciar al lugar que
KAESAR:Me había alejado de Kaela para no poseerla allí mismo en medio del bosque, sin recordar que ella estaba en su forma humana y que la nieve era demasiado profunda, hasta que Kian me hizo detener. —¿Te volviste loco, Kaesar? ¿Se te olvidó que nuestra Luna no puede convertirse en loba y la dejaste muy atrás? Vamos a regresar. Aunque estemos en nuestra manada, sabes muy bien que alguien la raptó y la trajo —dijo, girando para regresar. —Kian, debes prometerme que no la vamos a poseer hasta que ella lo quiera. ¿Qué sucede? ¿Por qué corremos? —pregunté al sentir que me quitaba el control de nuestro cuerpo y corría a toda velocidad hasta que me di cuenta de que alguien gritaba. —¡Es nuestra Luna, alguien la está atacando! —y era verdad, pude sentir sin haberla marcado un terrible dolor y nos cegamos. Llegamos justo a tiempo para ver cómo mi primo Arteón hería su brazo con sus garras. Dejé que Kian tomara el control, rugiendo con todas nuestras fuerzas, interceptando a Arteón.