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No sé qué esperaba al proponerle a Dante viajar a Arizona conmigo. Nada de billetes de avión, nada de ir a casa de mi padre, nada de nada.

Viajamos en su avión privado y alquiló un todoterreno que condujo hasta un hotel súper lujoso. Teníamos una suite, una cama gigante para los dos, con una bañera que era jacuzzi y hasta una televisón gigante.

—¿Te gusta? —me preguntó.

Abrí la maleta en el suelo para guardar algo de ropa en el armario.

—Hablar contigo de intentar ahorrar en alojamientos me parece ridículo.

—Lo es.

Puse los ojos en blanco y colgué unos jerseys en las perchas. También unas sudaderas de Dante.

Giré el cuello para ver qué hacía, y no hacía nada. Estaba sentado en el borde de la cama mirándome el culo y lo dejé porque me gustaba que me mirara. Colgué su última camiseta y al dar un paso atrás me envolvió con sus brazos y nos tiró a la cama. Me reí. Dante me hacía feliz. Esperaba que mi padre lo entendiera.

Sorprendentemente me dejó conducir el todoterreno, era a
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