La mañana que Helena despertó, con el sonido de la alarma resonando como un martillo en sus oídos, supo que no había vuelta atrás. La huida había sido apresurada, sí, pero cada segundo desde que había abandonado la casa la había llenado de una sensación de urgencia, un hambre insaciable por obtener lo que sentía que le pertenecía. El dinero. Siempre había sido lo único que realmente importaba, lo único que la mantenía en pie, lo único que le daba poder. Y ahora, finalmente, tenía una oportunidad de conseguirlo. Una oportunidad que no iba a dejar escapar. La huida había sido limpia, pero no sin consecuencias. Helena sabía que había dejado un rastro, una huella. Las autoridades ya la buscaban, y ella era consciente de que debía moverse rápidamente para salir de su alcance. Pero no le preocupaba. Sabía cómo eludir la captura, cómo desaparecer, cómo hacer que todos los rastros que la pudieran delatar se disolvieran en el aire. Su habilidad para desaparecer era casi mítica, y siempre había
Helena salió del hospital con paso firme, con su mente ya puesta en el siguiente movimiento. Había cerrado el capítulo de Sofía con frialdad, asegurándose de que no quedase rastro alguno que la vinculara a aquel incidente. Mientras caminaba hacia la calle, su teléfono vibró nuevamente, recordándole que el tiempo apremiaba. Había acordado un encuentro con un hombre de negocios en un café discreto de la ciudad: Aidan, el padre de Ava. Un desconocido hasta ese momento, pero clave para su plan maestro. El café se encontraba en una de esas callejuelas de adoquines que resistían el paso del tiempo, con una pequeña terraza en la que apenas se veían tres mesas. Helena entró sin prisa, recorriendo el lugar con la mirada. Vestía un abrigo largo de tono oscuro que ocultaba por completo su figura, y sus tacones resonaban contra el mosaico del suelo con un ritmo pausado y decidido. En una mesa, un hombre alto y algo encorvado, de cabello entrecano y gesto adusto, la observaba desde detrás de sus g
Parte I: El Golpe en Plena Luz La brisa vespertina colaba su aliento húmedo entre los rosales del vasto jardín de la mansión. Eran las 3:30 p.m. del 23 de abril; el sol comenzaba a deslizarse hacia el horizonte, proyectando sombras alargadas que se estiraban por el césped como dedos ansiosos. Las columnas de mármol lucían un brillo dorado, y el canto lejano de un ruiseñor rompía el silencio con notas melancólicas. Dentro, en el salón de doble altura, el aire se sentía espeso. Ava estaba de pie junto a la mesa central, revisando informes y facturas. El eco de sus propios pasos sobre el mármol la hacía consciente de la soledad que reinaba en cada esquina. Un zumbido estridente la interrumpió: su teléfono vibró con violencia en el bolsillo del pantalón. Su nombre apareció en la pantalla: Aidan. El corazón le dio un vuelco frío. Cada llamada de su padre llevaba consigo el presagio de una crisis. —¿Qué quieres, papá? —su voz, cortante como un bisturí, no permitía asomo de esperanza.
Parte II: La Sombra de HelenaEl sol apenas filtraba sus últimos rayos entre los árboles cuando Ethan giró violentamente el volante y entró por la curva de acceso. El chirrido de las llantas levantó una nube de polvo que se disolvió en el aire como una advertencia. No esperó a que el motor se apagara por completo antes de abrir la puerta de golpe y correr hacia la entrada.Sabía que algo estaba mal. Desde esa llamada del hospital, desde que pronunció el nombre de Sofía y le dijeron que había muerto… su intuición le dijo que Helena estaba detrás. No la había visto en horas, pero la conocía demasiado bien. Y cuando Ava lo llamó, con su voz rota, temblorosa y desesperada… lo confirmó todo.Entró a la casa sin anunciarse. La puerta aún estaba entreabierta. Su cuerpo atravesó el salón como una ráfaga y entonces la vio.Ava estaba en su habitación, de espaldas al espejo, amarrándose el cabello en una coleta alta con furia. Su blusa blanca tenía manchas de sangre en el dobladillo, y sus pant
—¿Qué demonios está pasando aquí? Ethan sintió que la sangre le hervía, como si su cuerpo estuviera a punto de explotar. Su voz salió quebrada, contenida por la incredulidad y el dolor que le retorcían las entrañas. Jamás pensó que algo así pudiera llegar a su vida y menos de la mujer que más a amado en su vida. Helena se apartó del hombre con rapidez, como si su contacto fuera una llamarada que la quemaba. El desconocido se levantó torpemente de la cama, tambaleándose, sin saber qué hacer ni adónde ir. Ethan los miró, con su pecho subiendo y bajando. Era como un animal a punto de lanzarse al ataque. —Ethan… —Helena murmuró, sin poder sostenerle la mirada, se sentía avergonzada de haber sido descubierta—. No esperaba que volvieras tan pronto. Las palabras se colaron en sus oídos. La rabia comenzó a desbordarse en su pecho, oscureciendo sus pensamientos. Se acercó a ella con una velocidad inesperada. Todo en el era un reflejo de la ira que sentía en su interior. —¿No esperabas que
Ava nunca imaginó que su vida pudiera cambiar tan rápido. Hasta hace poco, sus preocupaciones eran mínimas: qué ropa ponerse, si salir al cine el fin de semana o quedarse en casa viendo series. No tenía lujos, pero sí estabilidad. Su padre dirigía un próspero negocio de importación de maquinaria, su madre manejaba la tienda con la que siempre había soñado, y ella se encargaba del cuidado de su hermano menor cuando sus padres no estaban en casa, lo cual ocurría con frecuencia. Debido al trabajo de su padre, a veces debían salir del país y solían dejarle la responsabilidad del pequeño Donkan. Para él, su hermana mayor era como una madre, siempre atenta a sus necesidades. Los momentos a su lado estaban llenos de aventuras, y lo que más amaba eran las tardes en las que pasaban horas leyendo un cuento o viendo una película animada mientras disfrutaban de un enorme tazón de palomitas. Todo en la familia era armonioso. Hasta que dejó de serlo. Primero fueron las llamadas que su padre cont
—¿A dónde debo acudir mañana? Ethan tomó una tarjeta del escritorio y se la extendió. —Aquí está la dirección. Mañana a las siete en punto. Ava la tomó y se puso de pie. —De acuerdo. Nos vemos mañana señor... —Ava dirigió su vista al pequeño —Nos vemos pronto tesoro. Adrian levantó la vista paulatinamente y después se concentró en seguir rayando en las hojas. Ethan no respondió. Simplemente volvió su atención a los documentos frente a él. Mientras miraba al pequeño Adrián de reojo. Ava salió de la oficina con la sensación de haber firmado algo más que un simple contrato. Caminó hasta la estación de autobús con la vista fija en el pavimento, repasando en su mente cada palabra de Ethan. "Es rebelde, testarudo… sabe cómo manipular a las personas." Algo en su instinto le decía que Adrián no era simplemente un niño problemático. Era un niño falto de amor. Lo pudo sentir mientras lo atrapaba mientras corría en momentos antes, para ella el solo estaba queriendo llamar la atenció
Ava exhaló con paciencia, observando a Adrián sentado en la mesa con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Sus pequeñas cejas permanecían arqueadas y la forma en que evitaba mirarla con sus ojos oscuros delataban su enojo. Si intentaba razonar con él en ese estado, solo conseguiría que se encerrara aún más en su mundo. En lugar de discutir, se dirigió a la cocina y comenzó a preparar panqueques. Batió la mezcla con cuidado, vertiéndola en la sartén caliente hasta que cada porción tomara un tono dorado y esponjoso. Luego untó mermelada de frutas en el centro y los colocó en un plato. Sabía que Adrián no era de los que cedían fácilmente, pero también sabía algo más: los panqueques eran su debilidad. Cuando puso el plato frente a él, el niño alzó la mirada con sorpresa y nostalgia. Sus labios temblaron levemente, como si luchara por mantener su enojo intacto.—Panqueques… mamá solia..—murmuró con voz apagada, se miraba triste pero Ava decidió interferir antes de que él se pusiera m