POV HERNÁNDesde que llegamos a la manada Sombra de Luna, todo ha sido un torbellino de emociones, descubrimientos y sorpresas, pero entre toda la intensidad de conocer a los padres de Clara, el embarazo y la revelación de su magia, me doy cuenta de algo: Augusto y Marina han estado más callados de lo normal.Eso no es algo fácil de ignorar, sobre todo viniendo de Augusto. Mi hermano siempre tiene algo que decir, una broma que hacer, una sonrisa burlona en el rostro, pero ahora… está más serio, más analítico, como si estuviera observando todo con detenimiento. Marina, en cambio, ha estado más retraída, con la mirada perdida en sus propios pensamientos.Decido que es hora de averiguar qué pasa.—Voy a salir un rato —le digo a Clara con tono tranquilo mientras la observo cómodamente instalada en la sala junto a su madre. Parece que se acomodó bien a ella.—¿A dónde vas? —pregunta con el ceño fruncido, lanzándome una mirada curiosa.—Voy a buscar a Augusto y Marina —respondo con segurida
POV HERNÁNNo me gusta la idea de esta conversación. No porque no valore la información, sino porque la idea de sentarme con el padre de Clara, con su mirada severa y su presencia imponente, me incomoda más de lo que me gustaría admitir, pero no puedo postergarlo más.Las noticias de los ataques a otras manadas no son una coincidencia, y todos lo sabemos. Están buscando algo… o mejor dicho, a alguien. Y no soy idiota; sé que ese alguien es Clara.Con pasos firmes, camino hasta la casa principal. El interior es cálido y acogedor, pero la tensión en el aire es imposible de ignorar. Encuentro a Sebastián, el padre de Clara, en su estudio. Está de pie junto a una estantería, hojeando un viejo libro con expresión pensativa. Cuando me ve, cierra el libro y lo deja sobre la mesa con calma, como si hubiera estado esperando esta conversación.—Hernán —dice, sin rastro de sorpresa en su voz.—Sebastián —respondo, más por cortesía que por comodidad.Él me hace un gesto para que tome asiento fren
POV CLARAEl aire del atardecer está cargado de una energía distinta. Desde donde estoy, semioculta entre los árboles del borde del claro, puedo ver a la manada reunida. Hombres y mujeres se acomodan en círculo, algunos de pie, otros sentados sobre troncos o la hierba húmeda. Los murmullos son bajos, expectantes, como si todos supieran que lo que está por decirse no es una simple reunión.Mi madre permanece a mi lado, firme, silenciosa. Marina me sostiene la mano con calidez, y, por un instante, esa pequeña conexión es lo único que mantiene a raya el nudo en mi estómago.En el centro del claro, sobre una piedra gris gastada por el tiempo —una que seguramente ha sostenido generaciones de líderes—, se encuentra Sebastián. Mi padre.No hace falta que hable para que se haga el silencio. Su presencia sola impone respeto. Es alto, de hombros anchos, con el cabello revuelto por el viento y los ojos como brasas encendidas. Un Alfa de verdad, uno que no necesita gritar para que todos lo escuch
POV CLARALa reunión fue como una tormenta suave: llegó con fuerza, sacudió todo… y luego se disipó, dejando una quietud cargada de energía nueva.Ya no queda casi nadie en el claro. Solo unos cuantos… los más cercanos. Marina y Augusto, sentados juntos sobre un tronco. Mis padres conversando con Elian, que parece no poder estar quieto ni un segundo. Adriel se despidió hace un rato. El resto se ha ido a sus casas con una mezcla de emoción y nerviosismo por el entrenamiento que comenzará al amanecer.Y yo… estoy en paz. Bueno, casi. Porque de pronto, sin previo aviso, mi cuerpo decide que necesita algo muy específico.—Quiero duraznos —digo en voz alta, mirando al frente, seria.Todos se quedan en silencio.—¿Perdón? —dice Marina, frunciendo el ceño como si no hubiera escuchado bien.—Duraznos. Con crema. Miel. Y almendras —repito, con más urgencia—. Pero no cualquiera… duraznos bien maduros. Dulces. Jugosos.—¿Ahora? —pregunta Augusto.—¡Ahora! —exclamo—. Lo necesito.Silencio otra ve
POV HERNÁNEl aire en la cocina cambia de golpe.Donde antes había risas, cucharas tintineando y el murmullo cálido de una familia improvisada, ahora hay un silencio espeso. Uno de esos que presagian tormentas.Todos se quedan quietos. Incluso Elian, quien siempre parecer tener una broma lista.Mis ojos no se apartan de Clara. Está pálida, demasiado. Sus labios tienen un leve temblor que intenta controlar, y sus dedos… sus dedos tiemblan cuando rozan el colgante que apareció con el forastero.Me acerco con cuidado, como si cualquier movimiento brusco pudiera deshacerla.—Clara… —mi voz es baja, pero firme—. ¿Estás bien?Parpadea. Una vez. Dos. Como si regresara de muy lejos. Me mira, pero sus ojos parecen atravesarme. Finalmente, niega con la cabeza, apenas.—Me siento... mareada —susurra, llevándose una mano al vientre. La forma en que lo hace me estruja el pecho. Es instintivo, protector, casi animal.—Siéntate —le digo de inmediato, guiándola hacia la silla más cercana.Elian ya es
POV CLARADespierto con una calma extraña. No es que me sienta bien, pero al menos mi cabeza ya no da vueltas y el mareo ha pasado. Aun así, sé que algo cambió. Lo siento en los huesos, en la piel, como si una capa invisible me envolviera, más ligera y, al mismo tiempo, más intensa.Respiro hondo. El aire huele a madera tibia, a infusión de hierbas… y a lavanda. Una parte de mí reconoce ese aroma como algo reconfortante, seguro. La otra parte, la nueva, esa que se despertó tras la visión, percibe mucho más: las notas de magia sutil flotando en el ambiente, el crujido del fuego en la sala contigua, y el latido suave, constante, de una presencia que me acompaña.—¿Estás despierta? —La voz de Hernán llega baja, como si supiera que mi mundo aún no se ha acomodado del todo.Abro los ojos. Él está sentado junto a la cama, apoyado en el respaldo de la silla, con las manos entrelazadas y los codos en las rodillas. Pero sus ojos están clavados en mí. Intensos. Atentos. Cálidos.—Hola —susurro.
POV HERNÁNSus zapatos hacen eco en la oficina ni bien entra. Sus labios, pintados de un rojo intenso bastante llamativo, tiemblan un poco en cuanto me ve. Su cabello oscuro, largo hasta la cintura, hace contraste con su tez pálida y sus ojos, de color pardo, me miran con una mezcla de interés y temor.Le hago un gesto con la mano para que tome asiento frente a mí y alisa su camisa color verde agua antes de sentarse.Me aclaro la voz antes de hablar.—Bien, soy Hernán Selton, dueño de la compañía Wolf y asociados —me presento. Ella asiente con la cabeza—. Usted es Clara Rojas, ¿verdad?—Así es —responde en un murmullo apenas audible.Estiro mi mano para estrechársela y, en cuanto tengo contacto con su piel, una corriente eléctrica me invade de pies a cabeza, provocando que retire mi brazo con rapidez y brusquedad. Trago saliva con fuerza.—¿Está bien, señor? —me pregunta, notando que quedé paralizado.—Sí, perdón, voy a buscar algo de agua… —respondo levantándome con torpeza.Me dirij
POV CLARA—“Ricirsis himinis li istiri llimindi piri ivisirli si quidi in il pisti” —digo con tono burlón, cerrando la puerta del refrigerador con fuerza—. Todo el mundo sabe que eso significa que no te van a contratar.Marina suelta una carcajada y toma la cerveza que acaba de abrir, y me siento a su lado en el sillón.—Brindemos por tu no trabajo —expresa, chocando nuestras pequeñas botellas de vidrio. Esbozo una sonrisa.Marina es mi prima y mi mejor amiga. Literalmente, la única vida social que tengo, ya que mi familia falleció en el accidente de auto que tuvimos y por el cual casi no sobrevivo. A causa de eso, me quedó una enorme cicatriz en mi baja espalda, la cual tapé con un tatuaje de un gran ramo de flores, para recordarme que los momentos difíciles son los que más nos hacen florecer.—Me hubiera gustado trabajar ahí, de todos modos —respondo con tono derrotado.—Eso es solo porque el jefe es un bombonazo —comenta guiñándome un ojo.Suelto una risa por lo bajo y asiento con