Kevin creyó que ella se iría debilitando al estar tan castigada por la nueva vida que luchaba por nacer, pero conforme fueron pasando los minutos, Laurent pareció llenarse de determinación férrea. Con expresión fiera y valerosa, se echó hacia delante y se preparó para lo que estaba por llegar.—¿Has pensado en el nombre? —le preguntó, para intentar distraerla.—He hecho unas listas. Algunas noches, intentaba imaginarme su apariencia, y… oh, Dios.—Aguanta. Respira, ángel, respira.—No puedo, tengo que pujar.—Aún no, aún no. Dentro de poco —desde su posición a los pies de la cama, Kevin la acarició—. Laurent, respira.Ella intentó mantener la concentración, consciente de que si lo miraba a los ojos y sacaba fuerza de ellos, conseguiría salir adelante.—No puedo aguantar mucho más.—No hace falta, ya veo la cabeza —dijo él con voz maravillada, al volver a mirarla—. Puedo verla. Puja en la próxima contracción.Mareada, Laurent pujó con todas sus fuerzas, y al oír un largo y profundo gem
San Francisco:Aunque Laurent siempre había querido visitar aquella ciudad, jamás había pensado llegar allí con un hijo de dos semanas y un marido, ni ir a vivir a una elegante casa cerca de la bahía.La casa de Kevin… y también la suya, pensó mientras frotaba su alianza con el pulgar en un gesto nervioso. Sabía que era absurdo sentirse incómoda porque la casa fuera grande y preciosa, y que resultaba ridículo sentirse pequeña e insegura al notar la opulencia y el poder que se respiraban en el aire, pero no podía evitarlo.Al entrar en el vestíbulo, deseó con desesperación volver a la calidez hogareña de la pequeña cabaña.El día que se habían ido de Colorado había empezado a nevar otra vez, y aunque le encantaba la suave brisa primaveral y los pequeños brotes de las plantas en California, descubrió que echaba de menos el frío y la ferocidad de las montañas.—Es preciosa —consiguió decir, mientras seguía con la mirada la suave curva ascendente de las escaleras.—Era de mi abuela, la co
Entre ellos pareció estallar una pasión casi imposible de contener, un deseo voraz que no conseguían saciar. Laurent sintió que un anhelo largamente enterrado en su interior empezaba a crecer y a inundarla, y se apretó con fuerza contra Kevin, susurrando su nombre. Los labios de él empezaron a recorrerle el rostro y el cuello, marcándole a fuego la piel mientras sus manos la acariciaban y la exploraban con una nueva libertad. Era demasiado pronto. En algún rincón de su mente que aún conservaba la cordura, él sabía que era demasiado pronto para algo más que una caricia o un beso, pero cuanto más la saboreaba, más se acrecentaba su impaciencia. Finalmente, la tomó de los hombros y la apartó ligeramente mientras luchaba por recobrar el aliento. —Ángel, puede que no confíes en mí como antes, pero quiero que no dudes ni por un segundo que te deseo. Cediendo a la tentación, Laurent se aferró a él y apretó la cara contra su hombro. — Pero, ¿está mal desear que pudiéramos estar los tres
—Iría a buscar unas copas, pero no sé dónde están —dijo Laurent con voz insegura. Sin decir nada, Kevin se acercó a una vitrina y sacó cuatro copas altas de champán. Cliff tomó a Laura del brazo, y sugirió: —¿Por qué no te sientas?, supongo que estarás cansada después del viaje. —Ya veo que se parece a su hijo — sonrió ella, y se sentó en una silla. Cuando todo el mundo tuvo una copa, Amanda levantó la suya. —Brindaremos por… vaya, aún no me habéis dicho cómo se llama el niño. —Michael —dijo Lauralent. En los ojos de Amanda apareció un brillo de dolor, y los cerró por unos segundos. Cuando volvió a abrirlos, estaban húmedos y brillantes.—Por Michael —murmuró, y después de tomar un trago, bajó la cabeza y besó al pequeño en la mejilla. Entonces miró a Kevin con una sonrisa, y le dijo—: Tu padre y yo tenemos una cosa para el niño en el coche, ¿quieres ir a buscarlo? Aunque no se tocaron y la mirada duró sólo un instante, Lauralent notó que madre e hijo compartían algún tipo de
—Quiero que sepas que conozco a Lorraine Conningwood —al ver el instantáneo y aplastante miedo en los ojos de Laura, la mujer se echó atrás. No solía tener demasiado tacto, pero no era una persona cruel—. Ya hablaremos de ella en otra ocasión, en este momento creo que lo mejor será que me explique. Soy una mujer directa y firme, pero no me importa que me planten cara.—Eso no se me da demasiado bien.—Entonces tendrás que aprender, ¿no crees? Puede que lleguemos a ser amigas y puede que no, es demasiado pronto para que pueda decirlo, pero adoro a mi hijo.Cuando se fue hace meses, temí que no volvería a recuperarlo, pero por alguna razón tú has hecho que regrese, y te estoy agradecida.— Él habría vuelto a casa de todas maneras, cuando se hubiera sentido preparado.—Pero a lo mejor no habría regresado tan feliz como lo ha hecho. Bueno, dejemos el tema y vayamos al fondo de la cuestión: tu bebé. Kevin considera al niño como suyo, ¿y tú? ¿Le consideras el padre de tu hijo?—Sí.—Ya veo
Pasó la brocha con la lustrosa pintura blanca esmaltada, por la superficie de la base, mientras sujetaba un trozo de cartón en la otra mano para no manchar el amarillo de las paredes que ya había terminado. La radio que habían tenido en la cocina de la cabaña estaba en el suelo, en una de las esquinas, sintonizando una emisora que ponía animadas canciones de pop. Había dejado el volumen bastante bajo, para poder oír a Michael si se despertaba. No sabía lo que la entusiasmaba más, lo mucho que estaba avanzando la habitación del niño, o el hecho de poder doblarse y agacharse. Incluso había podido gastar parte de sus ahorros en comprarse dos pantalones con la talla de antes de su embarazo; le quedaban un poco ajustados en la cintura, pero era optimista. De repente, deseó que todos los aspectos de su vida recuperaran la normalidad con tanta facilidad. Kevin aún estaba enfadado con ella. Se encogió de hombros mientras volvía a meter la brocha en el cubo de pintura. Él era un hombre c
Pasó la brocha con la lustrosa pintura blanca esmaltada, por la superficie de la base, mientras sujetaba un trozo de cartón en la otra mano para no manchar el amarillo de las paredes que ya había terminado. La radio que habían tenido en la cocina de la cabaña estaba en el suelo, en una de las esquinas, sintonizando una emisora que ponía animadas canciones de pop. Había dejado el volumen bastante bajo, para poder oír a Michael si se despertaba. No sabía lo que la entusiasmaba más, lo mucho que estaba avanzando la habitación del niño, o el hecho de poder doblarse y agacharse. Incluso había podido gastar parte de sus ahorros en comprarse dos pantalones con la talla de antes de su embarazo; le quedaban un poco ajustados en la cintura, pero era optimista. De repente, deseó que todos los aspectos de su vida recuperaran la normalidad con tanta facilidad. Kevin aún estaba enfadado con ella. Se encogió de hombros mientras volvía a meter la brocha en el cubo de pintura. Él era un hombre c
Era algo que lo enfurecía, y cuanto más controlaba su genio, más se incrementaba su enfado. No le había levantado la voz ni una sola vez desde el día que habían llegado a la casa, pero ella parecía estar esperando un arrebato de violencia por su parte. Le había dado todo el espacio que le había sido humanamente posible, y eso le estaba matando. Dormir con ella, sentir que se volvía hacia él en medio de la noche y que sólo los separaba el fino algodón de su camisón, había dado un nuevo significado al insomnio. Había empezado a trabajar en medio de la noche, y a pasar el tiempo libre en su estudio o en la galería de arte, con tal de resistir la tentación de reclamar lo que ya le pertenecía legalmente. Ella aún seguía muy delicada, tanto física como emocionalmente, y por eso no se atrevía a pedirle nada. Sin importar lo egoísta que pudiera haber sido en el pasado, no podía justificar de ninguna manera satisfacerse a expensas de ella…o asustarla dejando que viera con cuánta desesperaci