Kevin se acercó a ella y se colocaron juntos frente al fuego, mientras la leña crepitaba y el aroma de las flores se mezclaba con el del humo. Las palabras que pronunciaron fueron simples y ancestrales, y a pesar de la cantidad de bodas a las que había asistido, la señora Winters se secó las lágrimas de los ojos.« Juro amarte, honrarte y respetarte».«En la riqueza y en la pobreza».«Y prometo serte fiel».Kevin le colocó un anillo muy sencillo, una simple banda de oro que le quedaba demasiado grande, y al mirarlo Laurent sintió que algo crecía en su interior, algo lindo, dulce y tembloroso. Entrelazó los dedos con los suyos, y repitió las mismas palabras con una sinceridad que provenía directa del corazón.—Puede besar a la novia —dijo el juez.Kevin ni siquiera lo oyó. Ya estaba hecho, era irrevocable, y hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto significaba para él.Con la mano de Laurent aún en la suya, la besó y selló la promesa.—Felicidades —la señora Winters posó sus
No fue la ligera advertencia que mencionaban los libros, sino un dolor agudo y prolongado. Como la tomó desprevenida, no tuvo tiempo de emplear la técnica de respiración para soportarla, así que se tensó , luchando contra el dolor, y se desplomó contra los cojines cuando remitió.Su frente se cubrió de sudor mientras intentaba convencerse de que era imposible que estuviera de parto. Era demasiado pronto, un mes antes de lo previsto. Seguramente era una falsa alarma, causada por los nervios y por la emoción de aquel día.Pero el dolor de espalda…Luchando por mantener la calma, consiguió sentarse.¿Era posible que llevara toda la mañana con dolores de parto?No, tenía que ser una falsa alarma. Tenía que serlo. Pero cuando tuvo la segunda contracción, empezó a cronometrarlas.Cuando Kevin volvió, ella estaba en la cama, pero no pudo llamarlo porque estaba en medio de una dolorosa contracción; sin embargo, el miedo de la última hora se desvaneció un poco. Él estaba allí, y de alguna forma
Kevin creyó que ella se iría debilitando al estar tan castigada por la nueva vida que luchaba por nacer, pero conforme fueron pasando los minutos, Laurent pareció llenarse de determinación férrea. Con expresión fiera y valerosa, se echó hacia delante y se preparó para lo que estaba por llegar.—¿Has pensado en el nombre? —le preguntó, para intentar distraerla.—He hecho unas listas. Algunas noches, intentaba imaginarme su apariencia, y… oh, Dios.—Aguanta. Respira, ángel, respira.—No puedo, tengo que pujar.—Aún no, aún no. Dentro de poco —desde su posición a los pies de la cama, Kevin la acarició—. Laurent, respira.Ella intentó mantener la concentración, consciente de que si lo miraba a los ojos y sacaba fuerza de ellos, conseguiría salir adelante.—No puedo aguantar mucho más.—No hace falta, ya veo la cabeza —dijo él con voz maravillada, al volver a mirarla—. Puedo verla. Puja en la próxima contracción.Mareada, Laurent pujó con todas sus fuerzas, y al oír un largo y profundo gem
San Francisco:Aunque Laurent siempre había querido visitar aquella ciudad, jamás había pensado llegar allí con un hijo de dos semanas y un marido, ni ir a vivir a una elegante casa cerca de la bahía.La casa de Kevin… y también la suya, pensó mientras frotaba su alianza con el pulgar en un gesto nervioso. Sabía que era absurdo sentirse incómoda porque la casa fuera grande y preciosa, y que resultaba ridículo sentirse pequeña e insegura al notar la opulencia y el poder que se respiraban en el aire, pero no podía evitarlo.Al entrar en el vestíbulo, deseó con desesperación volver a la calidez hogareña de la pequeña cabaña.El día que se habían ido de Colorado había empezado a nevar otra vez, y aunque le encantaba la suave brisa primaveral y los pequeños brotes de las plantas en California, descubrió que echaba de menos el frío y la ferocidad de las montañas.—Es preciosa —consiguió decir, mientras seguía con la mirada la suave curva ascendente de las escaleras.—Era de mi abuela, la co
Entre ellos pareció estallar una pasión casi imposible de contener, un deseo voraz que no conseguían saciar. Laurent sintió que un anhelo largamente enterrado en su interior empezaba a crecer y a inundarla, y se apretó con fuerza contra Kevin, susurrando su nombre. Los labios de él empezaron a recorrerle el rostro y el cuello, marcándole a fuego la piel mientras sus manos la acariciaban y la exploraban con una nueva libertad. Era demasiado pronto. En algún rincón de su mente que aún conservaba la cordura, él sabía que era demasiado pronto para algo más que una caricia o un beso, pero cuanto más la saboreaba, más se acrecentaba su impaciencia. Finalmente, la tomó de los hombros y la apartó ligeramente mientras luchaba por recobrar el aliento. —Ángel, puede que no confíes en mí como antes, pero quiero que no dudes ni por un segundo que te deseo. Cediendo a la tentación, Laurent se aferró a él y apretó la cara contra su hombro. — Pero, ¿está mal desear que pudiéramos estar los tres
—Iría a buscar unas copas, pero no sé dónde están —dijo Laurent con voz insegura. Sin decir nada, Kevin se acercó a una vitrina y sacó cuatro copas altas de champán. Cliff tomó a Laura del brazo, y sugirió: —¿Por qué no te sientas?, supongo que estarás cansada después del viaje. —Ya veo que se parece a su hijo — sonrió ella, y se sentó en una silla. Cuando todo el mundo tuvo una copa, Amanda levantó la suya. —Brindaremos por… vaya, aún no me habéis dicho cómo se llama el niño. —Michael —dijo Lauralent. En los ojos de Amanda apareció un brillo de dolor, y los cerró por unos segundos. Cuando volvió a abrirlos, estaban húmedos y brillantes.—Por Michael —murmuró, y después de tomar un trago, bajó la cabeza y besó al pequeño en la mejilla. Entonces miró a Kevin con una sonrisa, y le dijo—: Tu padre y yo tenemos una cosa para el niño en el coche, ¿quieres ir a buscarlo? Aunque no se tocaron y la mirada duró sólo un instante, Lauralent notó que madre e hijo compartían algún tipo de
—Quiero que sepas que conozco a Lorraine Conningwood —al ver el instantáneo y aplastante miedo en los ojos de Laura, la mujer se echó atrás. No solía tener demasiado tacto, pero no era una persona cruel—. Ya hablaremos de ella en otra ocasión, en este momento creo que lo mejor será que me explique. Soy una mujer directa y firme, pero no me importa que me planten cara.—Eso no se me da demasiado bien.—Entonces tendrás que aprender, ¿no crees? Puede que lleguemos a ser amigas y puede que no, es demasiado pronto para que pueda decirlo, pero adoro a mi hijo.Cuando se fue hace meses, temí que no volvería a recuperarlo, pero por alguna razón tú has hecho que regrese, y te estoy agradecida.— Él habría vuelto a casa de todas maneras, cuando se hubiera sentido preparado.—Pero a lo mejor no habría regresado tan feliz como lo ha hecho. Bueno, dejemos el tema y vayamos al fondo de la cuestión: tu bebé. Kevin considera al niño como suyo, ¿y tú? ¿Le consideras el padre de tu hijo?—Sí.—Ya veo
Pasó la brocha con la lustrosa pintura blanca esmaltada, por la superficie de la base, mientras sujetaba un trozo de cartón en la otra mano para no manchar el amarillo de las paredes que ya había terminado. La radio que habían tenido en la cocina de la cabaña estaba en el suelo, en una de las esquinas, sintonizando una emisora que ponía animadas canciones de pop. Había dejado el volumen bastante bajo, para poder oír a Michael si se despertaba. No sabía lo que la entusiasmaba más, lo mucho que estaba avanzando la habitación del niño, o el hecho de poder doblarse y agacharse. Incluso había podido gastar parte de sus ahorros en comprarse dos pantalones con la talla de antes de su embarazo; le quedaban un poco ajustados en la cintura, pero era optimista. De repente, deseó que todos los aspectos de su vida recuperaran la normalidad con tanta facilidad. Kevin aún estaba enfadado con ella. Se encogió de hombros mientras volvía a meter la brocha en el cubo de pintura. Él era un hombre c