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Capítulo cinco. Esto ya es personal

«¡Lo estás besando, idiota!»

«¡Lo estás besando!»

«¡Idiota!»

El cerebro de Amber gritaba desesperado llamando a la razón de la joven, pero Amber estaba totalmente perdida en aquel beso. Su lengua buscó abrirse paso por la boca de Thiago y su cuerpo se pegó como lapa al cuerpo fuerte y muy muy masculino de su cuñado. «¡Su cuñado!». La muchacha no supo si fue ella quien se alejó primero o si fue Thiago, de lo único que pudo ser consciente fue de la mordida que se llevó en el labio al separarse de la boca de Thiago. Sintiendo en su lengua el sabor metálico de su propia sangre.

—¡Maldita seas, Amber! ¿Qué m****a crees que haces? —espetó Thiago furioso, alejándose de la muchacha para no asesinarla allí mismo.

Amber se negaba a mirarlo, pasó la punta de su lengua sobre la cortada de su labio. Tenía el impulso de salir corriendo, pero no le daría el gusto a Thiago de verla huir como una asustada gatita.

—Fue tu culpa —murmuró.

Amber no pudo pensar en una mejor respuesta. Había sido el olor embriagante de su aliento que la había llevado a cometer aquella estupidez sin medir sus consecuencias.

—¿¡Mi culpa!? ¡No tengo la culpa de tus malditos e insanos deseos, pero te advierto que no voy a caer en tu maldito juego, Amber! ¡Lárgate antes de que salgas herida! —le espetó furioso y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no saltarle encima y…, ¿qué? ¿Iba a golpearla? ¿O volvería a besarla?

Amber lo miró y Thiago no pudo descifrar lo que había en su mirada. Ella se giró y se marchó cerrando la puerta tan sutilmente que con seguridad todo el edificio habría escuchado y demostrando que le importaba una m****a que fuera así.

Thiago miró el café sobre su escritorio como si fuera una serpiente que le saltaría encima en cualquier momento. Caminó al minibar y se sirvió el whisky más fuerte que tenía en la oficina. Necesitaba aplacar el asesino que Amber Preston había despertado en él aquella tarde.

 Amber, por su parte, agradeció que Lucero no estuviera en su puesto de trabajo, corrió al baño y se encerró en el primer cubículo vacío que encontró. Tenía unas inmensas ganas de llorar y no sabía la razón. Podía ser la humillación que había sufrido al escuchar las palabras de Thiago. «¡No tengo la culpa de tus malditos e insanos deseos!», Amber negó, ella no lo deseaba, no podía ¿Verdad? ¡Thiago era el esposo de su hermana!

Amber movió la cabeza de un lado a otro y se limpió las lágrimas que le rodaban por las mejillas, respiró profundo y salió de su escondite. Ella no era un ratón y no se dejaría amedrentar por Thiago, ni por ningún otro hombre.

Con aquellos pensamientos caminó hasta el lavado. Se lavó las manos y luego se lavó el rostro. Miró la mordida de su labio y suspiró. «No debiste besarlo», pensó, pero ya era tarde para lamentaciones, había cometido un error que no se repetiría. ¡Jamás!

Amber volvió a su escritorio y se concentró en el trabajo, miró su reloj un par de veces contando los minutos que faltaban para largarse de allí y recomponerse en su casa, en la privacidad de su habitación.

—¡Dios, Amber! ¿Qué te ha pasado? —Amber maldijo al escuchar la pregunta de Lucero.

—He sido tonta y me he pegado con la puerta del baño. ¡Asqueroso! ¿No? —dijo impulsivamente al ver a Thiago salir de su oficina.

—Señor Montgomery —dijo la muchacha ligeramente espantada.

—Buenas noches, Lucero —respondió y se marchó sin dedicarle una sola mirada a Amber.

Thiago aún no creía tener el temple para verla y olvidar lo que Amber había hecho en su oficina. Inconscientemente, se pasó el dedo pulgar sobre los labios. No sabía si era para limpiarse el atrevimiento o para evocar aquel momento.

Amber lo vio marcharse y un nudo se formó en su garganta. ¿Qué sucedería ahora con su mudanza? ¿Se había extralimitado con su cuñado? La última pregunta le hizo temblar de pies a cabeza. ¿Cómo había podido olvidar que Thiago era el marido de su hermana?

«No se aman. Maggi se casó por un acuerdo que él aceptó. Te lo dijo, no hay pecado en esto», se consoló, aunque de poco le servía aquellos pensamientos. Simplemente, la había cagado en grande.

Thiago volvió a casa y por el aura oscura que llevaba encima, Maggi no se atrevió a decirle que el próximo fin de semana Amber vendría con su amiga para quedarse.

—Thiago ¿Hay algo que te molesta? —se atrevió a preguntar con cierta timidez.

—No, nada de lo que tengas que preocuparte Maggi —mintió.

Thiago jamás le diría a su esposa lo que había ocurrido con Amber aquella tarde noche en su oficina. Eso sería… ¿Incómodo?

«Innecesario», pensó.

—Siento que estás demasiado tenso, ¿te apetece un masaje? —se ofreció la mujer. No era la primera vez que iba a hacerlo; siempre que Thiago necesitaba de sus manos, ella acudía en su ayuda. ¡Eran amigos!

—No, me daré una ducha y me iré a dormir. Tuve un día difícil en la ensambladora y tengo que volver en dos días para tratar de convencer a Félix Remington de cerrar el acuerdo para la línea exclusiva de limusinas que necesito mejorar para nuestro servicio VIP. 

Maggi asintió y sus sospechas aumentaron al escuchar aquellas palabras. Thiago nunca hablaba de trabajo con ella, era un acuerdo entre ellos; la casa era únicamente para olvidarse de los problemas y el estrés que se generaba en la oficina. Esto era raro y ella temía que el asunto se debiera a que Thiago finalmente había encontrado una mujer que le moviera el tapete.

—Descansa, mañana por la mañana me ocuparé de que tengas un delicioso desayuno que te haga sentir mejor —dijo con una ligera sonrisa en los labios.

Thiago no le devolvió la sonrisa, pero le dejó un corto beso sobre la frente antes de subir a su habitación y tirarse a dormir y olvidarse de Amber por un maldito momento, pero sus sueños estuvieron invadidos por cierta rubia de mirada peligrosa.

Mientras tanto, Amber se escabulló por la puerta del servicio y subió a su habitación, no quería que su madre viera la herida de su labio. Le haría preguntas que ella no sabría responder sin pensar en Thiago, aunque eso le fue imposible.

Mientras se duchaba, Amber pudo recordar el sabor del café y la menta en sus labios. Un gemido doloroso abandonó sus labios, se sintió sucia y enferma, pero no pudo evitar que sus manos recorrieran su pecho y plano vientre, para colarse entre sus piernas y acariciar con la punta de sus dedos su húmedo coño. Moviendo su mano de arriba abajo sobre su duro clítoris, mientras el agua que caía sobre su cuerpo hizo su trabajo mucho más fácil y antes de que pudiera procesar lo que estaba haciendo, un rápido y fuerte orgasmo le atravesó el cuerpo, mojando sus dedos y manos con violencia. Con el placer y la vergüenza corriendo por sus venas en igual medida se bañó y salió dispuesta a olvidarse de ese hombre. No debía verlo más de lo necesario, ellos eran jefe y empleada y nada más.

—¿Se puede saber qué te ha pasado en el labio?

—¡Maldición Andy, vas a matarme de un puto susto! —gritó al ver a su amiga sentada sobre su cama y cruzada de piernas.

Andy era una mujer hermosa, la más bella que sus ojos habían visto jamás, incluso en más de una ocasión llegó a sentir deseos por ella. ¡Hasta llegó a creer que era bisexual! Pero con el paso de los días y meses, se dio cuenta de que solo era amor de hermanas lo que existía entre ellas. Eso las había convertido en mejores amigas y cómplices en algunas ocasiones. La amaba con toda el alma, pero en momentos como ese, quería estrangularla.

—Por lo que veo no soy la única con esa negra intención, ¿No vas a responderme? —le insistió.

—Me he golpeado con la puerta del baño en la oficina, no es nada —dijo moviendo la toalla sobre su cabello para secarlo y no mirar a Andy.

—¡Y una m****a! ¿¡Crees que no sé diferenciar entre el golpe de una puerta y la mordida de algún imbécil, que se ha atrevido a tocarte!? —gritó.

Andy se sentía ofuscada al ver el cardenal sobre la piel blanquecina de Amber, el deseo de matar a quien se había atrevido a tocarla corrió por su cuerpo con la fuerza de un volcán en plena erupción.

—Olvídalo no tiene importancia —dijo reacia a contarle lo que había hecho ese día.

—Ven, siéntate aquí —le pidió palmeando la cama a un lado de donde ella estaba sentada.

Amber dudó un segundo y luego, como una cachorrita en busca de consuelo, se sentó junto a ella.

—Escucha Amber, entre nosotras nunca han existido los secretos y eso hace que nuestra relación sea la mejor del mundo. No empecemos ahora, por favor —le pidió poniéndose de pie y arrebatándole la toalla a la muchacha para ocuparse ella de secarle el cabello.

—No hay secretos, Andy, en serio no te gustará saberlo —respondió la muchacha a punto de rendirse.

Andy tenía la capacidad de hacerle sentir amada, y en casa, no era un amor de pareja. Era lo más cercano a lo que se debía sentir el amor de un familiar.

—Solo dime quien fue el cretino que te ha hecho eso —insistió con dulzura.

—Fue mi culpa, Andy, te juro que no sé lo que estaba pensando, yo…, lo besé —terminó confesando.

Andy se tensó y sus manos se detuvieron por encima de la cabeza de Amber. No quería verla, porque podía imaginar quien había sido el jodido hombre que le había dado esa mordida.

—¿Montgomery? —susurró la muchacha en tono bajo y casi mortal.

—Sí —aceptó Amber con resignación.

—¡Es un cretino!

—Lo provoqué —dijo Amber bajando el rostro.

—¿Lo estás defendiendo? —preguntó ella indignada.

—¡No! Por supuesto que no, pero fui yo quien lo llevó al límite, le puse sal, muuuucha sal a su café y luego, él…

—Nada justifica lo que hizo, Amber, él pudo solamente alejarse de ti —dijo ella retomando su labor con el cabello de la chica.

—No importa, mañana no se notará y yo olvidaré lo que pasó —respondió encogiéndose de hombros.

Sin embargo, Andy no iba a dejar pasar el asunto con facilidad y mucho menos olvidarse de lo que Thiago había hecho.

A la mañana siguiente, Amber desayunó en su habitación tal como Andy se lo había pedido, en realidad ordenado y no le quedó más opciones que obedecer.

—Esto no es necesario Andy —dijo, pero la chica hizo caso omiso de sus palabras y continuó su labor.

—Si ese ogro no puede sentir culpa después de esto, es porque no tiene corazón —aseguró antes de incorporarse en toda su altura y gritar: —¡Listo! Mírate en el espejo y dime si no soy una puta genio —mencionó regocijándose de su labor.

—Te apuesto a que no tiene corazón, le dará completamente lo mismo —rebatió Amber viéndose al espejo.

—Espero por su bien que al menos tenga conciencia. Ahora ven, te ayudaré a bajar para que no te vean tus padres y empezaré a empacar para nuestra mudanza —aseguró con una sonrisa en los labios.

—Pensé que no deseabas vivir con mi hermana —dijo Amber asombrada.

—No deseaba hacerlo, pero tengo que enseñarle modales al troglodita de Thiago Montgomery —aseguró esbozando una sonrisa que le causó escalofríos a Amber—. Esto ya es personal —añadió.

Mientras tanto, Thiago se mesó el cabello con frustración, aquel maldito beso de Amber lo había perseguido incluso en sus sueños, no quería verla. Aunque, eso no solucionaría las cosas, por lo menos sería satisfactorio para él evitarla, hacer de cuenta que no existía, pensó antes de que ella entrara a su oficina con el labio ligeramente hinchado, partido y con un cardenal malditamente obsceno manchando su inmaculada piel.

El estómago de Thiago Montgomery se revolvió y la náusea subió por su garganta y nada tenía que ver con el beso entre ellos, si no era por la mordida que él le había hecho, nunca pensó que hubiese sido tan brusco. La culpa se abrió paso por su conciencia y corrió al baño para aferrarse al retrete.

Mientras en la oficina, Amber sonreía. “Buen trabajo, Andy”, pensó satisfecha.

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