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—Lo siento, Mabel. Pero es la verdad, cariño —susurró sosteniendo su rostro con cuidado, encargándose de calmarla con amor y borra todo rastro de lágrimas en su cara —. Cuando naciste, fuiste esa segunda oportunidad que vi de hacer lo mejor por ti, Giselle te miraba con malos ojos, porque cada vez que te veía estaba mirando a ese hombre, pero yo solo miraba a mi pequeña nieta, a una niña que merecía la felicidad y no la calamidad por cuestiones del pasado y de los que ni siquiera tenías la culpa. Así que te amé y acepté el empleo de Nana, también la condición de nunca decirte que soy tu abuela era eso o Giselle no me permitiría estar cerca de ti, y me sentí entre la espada y la pared, porque en ee momento la casa en la que vivía la tenía hipotecada y luego de tanto el banco me la embargó. No sabes cuánto me alegro de decírtelo al fin, de contarte que no solo soy tu Lili, sino tu abuela.

—Oh Dios mío, y-yo... He pensado todo este tiempo que —la abrazó con fuerza, se tiró a sus brazos
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