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Capitulo 03.| Mujer prohibida.

POV : BASTIAN

Aun soy capaz de recordar con absoluta precisión, esa claridad que eriza el vello de mis brazos por el comienzo de nuestra historia.

O por lo menos, como empezó todo para mí y cómo fué que llegué a convertirme en el guardian pque mí reina necesitaba.

Tamara Ford, era todo lo que una señorita nunca debía ser: Era enojona, hablaba a gritos, no tenía miedo de dar su opinión, nunca peinaba su cabello y usaba vestidos extremadamente holgados.

Algo que era sumamente chistoso, porque a pesar de que su madre intentaba disimular su salvajismo con vestidos caros, siempre acababan terriblemente sucios, pues su entretenimiento consistía en la práctica de juegos violentos y poco adecuados para una niña.

En cambio, yo por mí parte, siempre había sido un chico correcto, muy bien portado y uno que jamás dudaba en obedecerla. La razón fue porque quede hipnotizado por el bonito rostro y la sonrisa tierna de aquél bello ángel.

Mientras que otros padres se alegrarían por la felicidad de sus hijos, los nuestros odiaban esta situación. En ese momento yo no lo sabía pero mí presencia en la vida de Tara, representaba un problema para los planes a futuro que su padre Domenico Ford tenía para ella.

El tiempo avanzó y aunque me habían intentado separar por todos los medios de Tamara Ford, nada parecía funcionar, a la menor oportunidad o ante el menor despiste de nuestros padres, ambos solíamos escaparnos para estar juntos y pasar tiempo de amigos, pero ahora que se estaba convirtiendo en una mujer deslumbrante y perfecta era muy difícil que sus labios no llamaran mí atención.

Soñaba con probarlos, acariciarlos, saborearlos e incluso imaginaba el calor de ellos al ser presionado por los míos, su suavidad... Y...

Maldición sentí una erección como respuesta.

— ¿Bastián? ¿De nuevo estás fantaseando? —Sonreí con vergüenza al ser pillado por mí madre.

— ¡Por supuesto que no mamá!

¿Que decías?

— Decía, que tu padre tiene razón, ¿sabes? No te olvides nunca de lo que acaba de decir.

— ¿Qué acaba de decir? — Pregunté y rodó sus ojos hasta ponerlos en blanco.

— Ha dicho que existen personas que entran en tú vida por una razón, otras durante una temporada y otras se quedan para siempre...

"Tamara Ford" no es de esas que estará por siempre.

¿Lo entiendes?

— Lo entiendo, mamá. — Repetí para salir del paso. Pero no tenía intenciones de dejarla.

— Entonces, hijo, promete que esta noche mantendrás distancia y ya no te meterás en su vida.

— Lo prometo, mamá. — Juré en vano.

Hace menos de veinte minutos la había ayudado a escapar junto a su primo Midas.

Había estado esforzándome mucho, respetando las reglas.

«Bueno, más o menos»

Hice todo lo que se suponía que tenía que hacer. Pero no podía deshacer los años que había coqueteado con ella, había desobedecido a mí madre en todos los sentidos y lo había hecho por la chica que quería, la que amaba y también la única que no podía tener.

¿Pero por qué tenía que ser así?

Si el problema era el dinero, ya tenía un plan para eso, dentro de poco iría a una universidad de prestigio y así asegurar un futuro.

Papá había tirado de muchos hilos para que yo pudiese ser aceptado como un becario, no iba a defraudarlo.

Sus únicas palabras fueron «Conviértete en lo que realmente eres» y pensé en mí propia conclusión: «Voy a descubrir primero quién coño soy antes de empezar a convertirme en ello».

Salí de la cocina moviéndome entre los invitados hasta llegar al salón principal de la mansión Ford.

El gran Doménico Ford se encontraba en mitad de un discurso, que resultaba ser inspirador pero a todas luces totalmente innecesario.

Hablaba de que quería invertir dinero en el menú de las escuelas públicas, y también que quería que dichos niños tuviesen una buena educación, ideales justos y mucha disciplina.

Algo que causó simpatia en las personas, dando como resultado muchos aplausos y Vítores de aprobación en el lugar.

«¡Es cierto!»

«¡Cuánta razón tiene!»

«¡Es un hombre de gran corazón!»

Poco después escuché una voz altanera, incidiosa y desagradable al fondo del pasillo.

— ¡Es un traje de cinco mil dólares mocosa!. Y, tú lo has arruinado. — Gritaba aquel chico con opulencia.

Sus ojos eran azules y sus rasgos típicamente americanos, también se veía igual de codicioso que Domenico Ford.

Entonces pude reconocer de quién se trataba.

Ace Beringhelis, un tipo prepotente con el que Tara jamás sería feliz, eso es algo que sabía muy bien.

— ¿Que está sucediendo? — Me acerqué para indagar.

— Sucede que esta niñita tonta dejó caer su bebida sobre mí ropa. — Señaló a mí hermanita Iris que estaba con su vista pegada al suelo casi al borde del llanto.

— ¡Iris! ¿pero qué haces aquí? Te dije que te quedaras en casa. — Tomé su manita para sacarla de inmediato.

— Lo siento señor Beringhelis, me encargaré todo.

— Sí... Será mejor que te lleves a esa niña piojosa de aquí.— Escupió con desdén y sus palabras hicieron que mí sangre hirviera.

— Esta no es una niña piojosa, ella es mí hermanita  señor, le pido un poco de comprensión.

— ¡Ja! — Comenzó a reír.

— Cómo si eso a mí me importara si es o no tu hermana, pobretón ínsolente.

¡Solo lárguense de aquí, esta fiesta no es para marginales!. — Apreté uno de mis puños tratando de controlarme para no romperle la cara a este idiota.

También lo hacía por mi padre.

— Lo siento, pero usted no me da órdenes. Es el señor Domenico quién lo hace. — Repliqué enojado y el imbécil se acercó más.

— Para que lo sepas cuándo yo sea el amo y señor de este lugar tú y tu familia estarán de patitas en la calle...

Quizás viviendo debajo de un puente. — Di un paso al frente para encararlo pero él cobarde retrocedió rápidamente.

— ¡Atención todos! quisiera hacer la presentación de mí futuro yerno y marcar el compromiso que unificará FORD&BENS

¡Ace, hijo, ven. Sube hasta acá.! — La voz de Doménico desde el estrado corto la tensión entre ambos.

— No perderé más tiempo tratando con la chusma, ahora me voy a conocer a mí futura y hermosa prometida. — Se dió media vuelta y se marchó.

«Su prometida» Claro, si supiera que ella ya lo dejó plantado, sin siquiera conocerlo.

***

[Algún tiempo después...]

— ¿¿Que haga qué?? — Tommy, mí compañero de piso me veía de manera divertida.

— Que te vayas a dormir a otro lado. — Repetí mientras me colocaba ropa cómoda.

— ¿A otro lado? Es en serio... Sabes muy bien que no hay otro lado.

— Pues... Puedes ir a la cafetería del campus he visto que muchos duermen ahí, además te sirven un buen café.

— Mañana comienzan las pruebas en el futbol y tú... ¿Esperas que yo pase la noche en vela en una cafetería? — Lo ignore mientras él se quejaba para ordenar lo más que pudiera la habitación.

No me daba tiempo de ambientar el lugar y lamento no haberlo hecho, había pasado tiempo desde que no veía a Tara.

Se pilló un buen cabreo en cuánto se enteró que me iría a una universidad lejos de la suya, pero era esto o seguir siendo un don nadie.

— Tommy, Hermano, solo apóyame en esto. — Le pedí y es suspiró mientras negaba.

— Joder, sabes que lo haré hermano. — Esbocé una amplia sonrisa mientras chocaba puños con él.

— ¡Te debo una de las buenas!

— Ya lo creo que me la debes, con esta son varias. — Ladeo la cabeza hacía la ventana.

— Ella está ahí abajo. Hazla subir y Yo iré por las escaleras de incendios. Y por Dios, Bastián, no hagan tanto ruido.

Esta tarde después de tantos meses Tara me había llamado desde la estación del tren.

"He cogido el tren, Bastián"

"Todos piensan que estoy en casa de Aislyn"

Sus palabras sonaron rápidas y frenéticas cómo si tuviese que soltarlas antes de perder el valor.

"Pero no estoy con Aislyn, voy de camino a verte"

"Antes de que todo se descontrole y dejemos de ser nosotros, debo verte y me da igual que pienses que no deberíamos hacerlo"

Ella estaba de camino; de verdad iba a venir.

Y, desde luego yo no podía decirle que no.

Nunca podía hacerlo.

Atravesé las puertas que daban hacía la salida, en menos de tres minutos ya estaba detrás de ella.

Se dió la vuelta apenas sintió mis manos en su cintura y cuándo lo hizo sonrió haciendo que el mundo entero desapareciera.

— Bastián... — Susurró.

Yo había hecho una promesa, no debía tocarla, pero cómo siempre la necesidad me dominó, era un anhelo tan intenso, puro y potente que no entendía como es que algo tan hermoso podía estar mal.

— Tara, cariño... — La besé de forma salvaje, apasionada y más profunda que los tiernos besos que compartíamos en el pasado. Y, maldito fuera, me daba igual que para todos estuviera mal. Yo la deseaba.

— No deberías estar aquí señorita Ford.

— Lo sé. Pero... Tenía que verte. — Contuve el aliento para no ir sobre ella de nuevo.

— Lo sé.

Me alegra muchísimo que hayas venido. — Confesé y ella sonrió.

— Ahora... Es mejor que subamos, si alguien te reconoce, inmediatamente le informarán a tú padre.

Después de varias horas de charlar, cenar y ponernos al corriente ambos reposamos sobre mí cama, tenía su mano entrelazada con la mía odiaba que llegara el momento en que tuviese que marcharse.

— Vas a cumplir las órdenes de tu padre, ¿cierto?. ¿Te vas a casar con ese imbécil? — Me apresuré a decir.

— Es un asunto que no está decidido. — Respondió de manera cortante.

— Por cómo yo lo veo está más que decidido, no pienses que iré a tú boda. — Gire mí vista hacía la ventana para ocultar el enojo.

— No nací para ser la esposa de nadie, además te prohíbo hablar sobre ese tema.

— Muy bien, cómo la reina mande. — Dije de manera impertinente para hacerla enojar.

— ¡No soy una reina! Retira lo dicho, Sebastián Uriel Hudson .

— Me empujó hasta que quedé recostado completamente en la cama, su rostro enojado se tiñó de color carmin y traté de aguantar la risa.

— Lo haré... Su majestad.

— Cómo no retires ese estúpido apodó voy hacer que te tragues...

— Mi reina, mi Lady, princesita, mí Ama... — Comencé a repetir y se llenó de furia.

— ¡Te mataré por desobediente! — Brincó sobre mí quedando justo sobre mí pelvis, la respiración de ambos estaba acelerada, aunque estaba dejando muchos golpes sobre mi pecho no me incomodaba.

Solo detallaba que desde este ángulo sus fracciones ocultas eran hermosas.

Entonces, el calor de nuestros cuerpos junto con el roce de su entrepierna me produjo una enorme erección y ella se acaba de dar cuenta...

Lo sé porque dejo de golpearme.

Ambos éramos inexpertos pero fantasear se nos daba muy bien y en ese preciso momento mí mente ardía por su aroma, el tacto de su piel contra la mía...

«¡Joder! ¡Para!»

Me obligue a tomar aire y echar fuera todo pensamiento de índole sexual, cuándo fui apartar a Tara de mí cuerpo su mano me detuvo.

— No tienes que hacerlo Tara.

— No, no tengo.

Pero sí quiero hacerlo, por favor. — Se sacó el vestido por encima de su cabeza, sus pequeñas pero bien definidas tetas cayeron la aire, se veían tan dulce que se me hizo agua la boca.

Lo siguiente fue bajar el chandal por mi cadera hasta que me libre de ellos con una patada.

— Tócame. — Pidió ella. — Por favor...

Oh, sí. Eso podía hacerlo me ocupe de sus pantis y cuándo ví el nacimiento de su vello púbico gemí sin poder controlarlo.

Deseaba abrazarla y no soltarla nunca, ser su protector y su caballero.

— Te quiero. — Dije pensando que se enejoria. — Lo siento, Tara pero necesitaba decirlo.

— Yo también te quiero Bastián. — Se humedecido los labios. — Alguna vez tú has hecho...

— No. — Respondí de inmediato, nunca quise hacerlo con nadie más, solo con ella.

— ¿Y tú? — Pregunté intrigado.

— No, jamás. — De nuevo me derretí por ella.

Deslice mis dedos sobre ella cautivado por cómo se tensaban sus músculos al sentir mí toque, los dulces gemidos de ella me motivaban a continuar tocándola.

Y cuándo llegué a sus tetas, al lamer la parte más oscura de su pezón su cuerpo se contrajo con tanto placer que ya era imposible dar marcha atrás.

Estiré mí mano temblorosa para tomar un preservativo de la mesita de noche y se lo entregué.

Con delicadeza tomó mí polla y la cubrió, nuestras miradas no se apartaron ni un segundo, mientras ella se subía lentamente para cabalgarme, estaba húmeda y resbaladiza. Pero se notaba que no era un trabajo fácil.

— Deja que te ayude...

— No, deja que yo lo haga. — Rechazó mi ayuda y coloco la polla en la entrada de su coño.

Después de unos segundos soltó un jadeo cuándo comenzó a entrar lento, muy lentamente dentro de ella.

— ¿Estás bien? — Pregunté cuándo iba a mitad de camino.

— Sí y ¿tú?

— También. — Pero su rostro tenía una mueca de dolor...

— Me parece que te está doliendo mucho, lo siento. — Intenté sacarlo pero ella se negó.

— Sólo ve despacio si. — Apreté los labios, no podía ir despacio, estaba muy excitado, comencé a dar embestidas lentas y suaves pero al final no pude contenerme y comencé a aumentar el ritmo pasando de lento a desenfrenado.

— ¡Lo siento! — Jadeé apretándola de la cintura. Entonces, ella negó con su cabeza rodeando mi cuello aferrándose a mí, para cabalgarme con más destreza.

— Continúa por favor. ¡No pares!

Es maravilloso. — La palabra me envolvió justo cuándo sentí su coño apretárse en mí polla, mientras que esta se sacudía salvaje y violenta dentro de ella, parecía una eternidad pero no fue así.

— ¡Vaya! — Dije apenado, en todo momento fui muy torpe con ella. — ¿De verdad estás bien?. — La abrace con fuerza y ahora deseaba no tener que soltarla.

— De verdad.

Si dolía pero luego mejoró....

«Mejoro mucho» — Respondió acurrucándose en mí pecho para contar mis pecas con su dedo.

— No quiero volver hacerte daño nunca más.

— No podrías... — Bostezo y se quedó en silencio.

Minutos después acaricié su rostro.

— ¿Tara?

— ¿Si?

— ¿Te gustaría hacerlo otra vez? — Echo su cabeza hacía atrás y pude ver el deseo en sus ojos felinos.

— Sí, me gustaría.

La besé de nuevo y aunque seguramente nuestros años de amistad se desmoronaron, fui feliz dentro de ese infierno. Tal vez jamás estaríamos juntos de nuevos, o tal vez si.

Pero pase lo que pase, habíamos podido fundirnos es esta habitación y durante una maravillosa noche habíamos sido «LIBRES»

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