La pequeña llama azul regresó a su forma original y desapareció. Sin rastro ni huella, se fue. Albert miró a Norah con la ceja alzada y sonrió al verla sonrojarse hasta las orejas. Se veía tan cautivadora que apenas si podía resistirse a llevarla a la cama y tomarla con furia.
―Di… dijiste que esperarías a mi respuesta… me… me lo prometiste…
Albert sonrió, sabía que le reclamaría y sacaría la promesa que le hizo el día anterior. No quería espantarla, pero tampoco quería que ella pensara que solo porque no llegaría hasta el final, se abstendría de tocarla. En cambio, a cada momento con ella, la haría disfrutar de sus toquidos hasta hacerla suplicar. La llenaría de tentaciones y, entonces, ella serí
“¡No puede ser!”¿Qué podría salir mal en la reunión con los padres del supuesto prometido de Tamara Lira? Bueno, Tamara podría responder a esa pregunta con agrado. Es más, una pequeña sonrisa se puede ver en su boca cada vez que recuerda el momento.Primero, la mujer con aire educado y con tanta elegancia que parecía que se le escurría por los finos modales de sus manos al cortar la carne, incluso la manera delicada de tomar el vaso de vino y lo matizado de cada una de sus palabras. Esa mujer que hacía todo un pequeño show de mujer de alta sociedad, se reducía a basura cuando de sus finos y bellos labios pintados con el más exclusivo lápiz labial, lo único que podí
El primer lugar a donde Albert se dirigió sin dudar fue a la habitación de Norah, sus pies lo guiaron a través de los amplios pasillos. A pesar de la vista brumosa, él caminaba sin titubear como si no importaran sus ojos que apenas podían distinguir sus pisadas. Conocía la mansión, cada puerta, cada pasillo, cada cruce y cada escalera. Sus recuerdos del castillo eran de toda su vida, no era difícil para él seguir sus memorias.Por otra parte, Marcus apenas si podía continuar en pie, la extraña y fría bruma lo hacía toser y no podía ver nada, pero se hizo de fuerza para continuar. No siguió a Albert, pero continuó su camino, lento, hacia el estudio donde el libro del dragón estaba resguardado. Si la bruma tenía que ver con la magia de dragón, entonces el libro reaccionaría de alguna forma. Sería su oportunidad para encontrar una pis
Dejando claro su posición, la irritación en las palabras de Norah dejó un eco en la habitación. Albert se alejó dos pasos atrás de su esposa colérica, aún tenía su pierna en sus manos y ella a punto de caerse hacia atrás, tenía los codos contra la mesa, casi ofreciéndose a él.Norah notó la extraña posición en la que estaba, y trató de zafarse de su agarre, pero con todo el movimiento que hacía, solo lograba que el camisón la descubriera más y más. Albert no la soltaba, y sonreía con el pequeño juego de su esposa que no hacía más que tentarlo cada vez que veía un pedazo de su pálida piel.―¡Suélteme ahora!―No, ―la tomó de las dos piernas y la jaló hacia él. Un pequeño golpe resonó en la mesa cuando ella quedó pegada al es
―¿Milady, necesita que le traiga algo de comer?Nina había sido llamada para atender a Norah al medio día. La pobre y hermosa Duquesa no tenía energía para levantar un brazo o para hablar. Su voz era ronca y apenas un murmullo se escuchaba de ella.Desde la noche anterior, Nina había estado preocupada por Norah. Esa noche, el Duque estaba furioso y Nina temía por su señora. Solo esperaba que algo o alguien distrajera al Duque de su ira y el castigo no fuera tan pesado.Para su sorpresa, escuchó a las demás sirvientas y guardias decir que el Duque había encontrado a su esposa y la había llevado a su recámara. Nina tenía miedo y estaba a punto de correr hacia las alcobas principales cuando escuchó el ch
El par de ojos se vieron por algunos segundos hasta calmarse. Albert sabía que debía controlarse o la tomaría ahí y, entonces, la perdería para siempre.La volvió a besar, tímidamente, sobre los ojos, sobre la boca. Suave, para aliviar su llanto y calmar la tensión en su espalda. Después la levantó. Tenía el cabello frío, con pequeñas gotitas de agua helada escurriendo sobre su cara. Su frágil cuerpo, delgado pero hermoso, temblaba. Tal vez, no solo por el frío de la noche, pero por los delicados dedos de su esposo navegando su cara, su cuello. Norah no dijo nada, dejó que el hombre la tocara y se la llevara, ya no le importaba a dónde. Incluso si la encerraba en un calabozo le daba igual. Solo esperaría el momento adecuado para escapar y buscar a su madre. Después vería qué hacer. Cuando Albert abri&oac
La tina se llenó de agua, clara, templada, con una pequeña nube de vapor saliendo de ella y alcanzando el techo del cuarto de baño. Albert cargó a Norah con agilidad, al mismo tiempo que las sirvientas dejaban la habitación.Muchas de ellas no pudieron evitar dejar salir miradas de extrañeza, después de todo, nunca habían visto a su joven amo actuar de esa manera. Tan atento y gentil, si bien lo habían visto hablar con la Señorita Gina sin tanta frialdad, nunca había llegado al extremo de mirarla con semejante cariño.Ahora no había duda, el Duque estaba encantado con su bella esposa y pronto los rumores correrían por todo el territorio.―No tienes que quedarte aquí, yo puedo sola.
―Despídelas, a todas ellas, no les entregues ninguna carta de recomendación. Has que todos los demás sepan. Que entiendan las consecuencias de actuar en contra de la casa Bailler y de todos sus integrantes.El mayordomo asintió, un sudor frío corrió por su frente arrugada, ya sabía que había errado, y esperaba una severa reprimenda junto a sus empleados, pero nunca pensó que el castigo fuera tan duro.A aquellas jóvenes doncellas se les cerraría todo tipo de oportunidad; sin carta de recomendación, su futuro sería cortado sin piedad. Ninguna casa respetable les ofrecería trabajo jamás, no habría familia de nobles que les proporcionara una posición sin una carta de recomendación y de referencias.―Mi lord, esto es…Los ojos de Albert solo enviaron una fría advertencia. No soportaría más desaciertos hacia
Norah siguió caminando por la Mansión, los sirvientes la veían pasar y la señalaban, ni siquiera se mostraban cuidadosos con sus murmullos y sus miradas.―Milady, ―la voz de Madame Miria pronto se hizo paso a ella. El tono exigente, sin recato a su estatus era de poco disimulo. ―Por favor, se nos ha indicado que no debe abandonar sus aposentos.―¿Quién?―¿Perdone milady?―¿Quién le ha dado la orden? Yo jamás escuché semejante instrucción de los labios de mi esposo. Y si es así, debe una muestra de que dice la verdad.―Yo…―Yo puedo atestiguar de que