Aunque no hacía frío, Oliver sí que sentía que los huesos se le helaban. Por primera vez en su vida no supo cómo reaccionar a algo, y ya había pasado por muchas cosas en su vida como para que algo así lo afectase tanto.
Cerró los ojos, no quería que el abogado fuera testigo de su pérdida de control.
Quentin Spyrou sí que sabía hacer un gran final, incluso desde la muerte le hacía la vida imposible. Respiro lentamente para tratar de calmar sus pensamientos. El abogado de la familia le había dado una noticia que jamás en su vida se hubiera imaginado. No de la persona tan recta que siempre le recordaba de mantener las apariencias. Que siempre juzgó su actuar tan impulsivo. No de quien le calzó y le vistió.
Hipócrita. Eso es lo que era, ¡Un maldito hipócrita!
Su padre, Quentin Spyrou, tenía otra familia. Una familia secreta a la que mantuvo al margen durante poco más de veinte años, engañando a su madre, a él mismo y a sus hermanos. Engañó a todo el mundo y nadie se dió cuenta hasta que murió, nunca pago por sus pecados.
¿Estaba enojado? ¡Sí! ¿Estaba decepcionado? ¡Mil veces sí! ¿Estaba destrozado? ¡Por un demonio que sí! Le quemaba el alma, sentía que le corroía un odio irreconocible. Respiró agitadamente, y golpeó el escritorio con el puño.
La madera crujió bajo sus nudillos, o quizás fueron sus mismos nudillos, le daba igual. No sabía cómo expresar el coraje que tenía por dentro.
Quería gritar, quería romper cosas, pegarle a algo y que sintiera lo mismo que él. Pero no lo hizo. Porque la misma persona que le creaba tremenda perdida de control de sus acciones era la misma persona que toda su jodida vida le educó para no hacerlo.
Su padre, el cruel mentiroso que tenía otra familia secreta, le educó para no perder el control y permanecer impávido ante las tormentas. Incluso si fuera el mismo quien las provocara.
Cuadro los hombros, y giro lentamente. Miró a su abogado con una fría determinación.
—Cuéntamelo todo. No escatimes detalles —pidió, más firme.
Entonces el abogado comenzó, sin parar, a contarle la historia de su padre.
—Quentin ya estaba enamorado de ésta mujer desde antes de casarse con tu madre, Úrsula. En ese entonces el tenía veinticinco años y era un hombre que acababa de heredar la empresa Spyrou casi en bancarrota. Y como Sam Jenkins era inglesa y encima humilde, no aceptaron la relación por tus abuelos. Quentin tuvo que casarse con Úrsula para asegurar el financiamiento de su padre, y fue así como salieron del suicidio financiero. Úrsula y él no se amaban, y ella le dejo muy en claro que no quería tener hijos. Pero ya ves que no resultó, naciste tú contra todo pronóstico —le sonrió—. Llegaste al mundo y fuiste la luz de tus padres. Por un tiempo. Pero Úrsula no era una esposa amorosa, ni una madre precisamente dedicada, estaba constantemente deprimida y aunque tú padre lo intentaba, Úrsula ya sabía que no la amaba. Quentin se reencontró con Sam y tuvieron un romance secreto, del cual tuvieron como resultado a Alexei Spyrou, tu medio hermano.
Oliver juró una maldición.
—Le dió el apellido —afirmó.
Ícaro asintió.
—Así que con el tiempo tu padre se ausentaba más, y Úrsula no quería que se fuera de su lado. Por lo cuál dejo de cuidarse y se embarazó de Stephen y Kary. Quentin se alejo de su otra familia para dedicarles más tiempo a ti y a los gemelos, rompió la aventura con Sam aunque seguía mandando apoyo económico a ella y al niño. Lo mandó a las mejores escuelas, tuvo una infancia feliz y sin preocuparse por el dinero. Se graduó de Harvard y se montó su propia empresa del ramo gráfico. Es una buena persona, Oliver —finalizó Ícaro, con ojos suplicantes.
Él negó con la cabeza.
—Pero es el bastardo de mi padre. No sé si podré asimilarlo. Así que no me digas más de sus cualidades y dime qué dice ese testamento.
—Tu padre quería que déjases de tener una vida impulsiva, que pusieras los pies sobre la tierra, y sobre todo, que dejarás de estar de "flor en flor". Así que agregó una cláusula, una muy importante e inteligente, si me preguntas —hizo una pausa, preparándole para decirle lo siguiente—: Vas a heredar el sesenta por cuento de Spyrou Corp, además del setenta por ciento de las casas que tu padre tenía y el ochenta de sus organizaciones benéficas.
Oliver formó una mueca con los labios.
—Dímelo.
—Tendrás que casarte y tener un hijo en quince meses, o de lo contrario serás tú el que herede el porcentaje de Alexei. Un diez, treinta, veinte. Eso es lo que Quentin quería, como último deseo para su hijo mayor —finalizó Ícaro con una mirada de disculpa.
Él le dió unas palmadas en la espalda, después de todo no era su culpa. ¿Pero ahora, qué iba a hacer? No sabía todavía cómo procesar la información de que tenía un medio hermano, y menos hacerse a la idea de que es un potencial enemigo. Oliver había luchado tanto por la empresa familiar y le era tan conocida como respirar que jamás se le ocurrió ni en sus más locos sueños, que él no fuera a heredarla.
Vió como su abogado se iba, y sacó un brandy del minibar que tenía en su despacho, se sirvió una copa la cual bebió de un sorbo limpio. Apoyó una mano en el escritorio, y pensó.
Oliver definitivamente no iba a casarse. Y no quería tener hijos. Le encantaba disfrutar de la compañía femenina al por mayor y sin ataduras, sin responsabilidades. Uno que otro regalito y adiós, hola nueva conquista. Imaginarse tan solo con una esposa e hijo esperándole en casa y teniendo que quedarse por siempre con la misma rutina de la casa-al trabajo, le daba escalofríos.
Pero una cláusula era hacer un exámen de ADN, por lo que tampoco podía contratar a alguien que fingiera tener a su hijo; no, tenía que convertirse en padre en serio.
No juzgaba a hombres quienes tenían una familia e hijos, era muy válido el tipo de vida que los demás querían, de hecho, su amigo Alistaír estaba ya asentado y respetaba totalmente aquello, se veía muy feliz. Pero aquello no era para Oliver, prefería no tener que decepcionar a nadie. Muchas veces su madre le preguntaba porqué era así. Y el nunca respondía, porque sería hablar sobre su fundación, una en la que los hombres le habían hecho mucho daño a las mujeres y sus hijos. A Oliver le entraba un pánico terrible, la posibilidad de hacer algo así lo enfermaba, por eso prefería tener aventuras: no deseaba convertirse en un monstruo que daña a su familia. Su mismo padre, tan intachable como parecía, fue capaz de hacerles daño aún si esa no era su intención. Él no iba a cometer el mismo error de sus padres, no se quedaría para destruir vidas con el pensamiento de "por los hijos..."
Así que solamente le quedaba la opción de montarse una farsa…
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—No te preocupes, Olivercito, estoy bien como puedes ver. No estoy tan vieja —aseguró su madre, que tenía ya cincuenta y tres años recién cumplidos—. Además, no me tiene tan sorprendida, en vida tu padre y yo jamás congeniamos. Sabes que le tenía mucho aprecio, pero ya sabía que su corazón le pertenecía a alguien más cuando nos casamos, y que nunca pudo olvidarla... Así que me jugó en contra alejarlo. De todas formas, consiguió su final feliz con aquella mujer, a mis espaldas.
Su madre Úrsula podía decirlo cuántas veces sean, pero no le creía. La mujer fuerte y de roble que conocía tenía la mirada perdida y una sonrisa temblorosa. Era claro que no estaba del todo bien, pero Oliver no tuvo el corazón para contrariarla, después de todo, ella es quien más debía estar sufriendo de todo ese engaño.
Oliver abrazo a su madre y reposó la cabeza en el hombro de ella.
—Lo peor es el testamento —murmuró, reacio a darle más de qué pensar. Pero le contó todo lo que había platicado con el abogado ese día. Ella escuchó atenta desde la historia del otro hijo de su padre, hasta las cláusulas que su padre había puesto. también mencionó que Stephen y Kary recibirían otras herencias, pero no tenían las mismas condiciones que él. Aquello al menos la tranquilizó un poco, pero inmediatamente empezó a hablar de nuevo sobre lo que Quentin quería de él, ella se puso rígida.
Su madre se quedó estática, con los ojos vidriosos.
—Tu padre era así, siempre se tenía que hacer lo que quería. Porque de lo contrario, otra cosa mucho peor llegaba. Oliver, no tienes que hacerlo. ¿Cómo vas a casarte? —negó con la cabeza—. Tu felicidad es muchísimo más importante que una condenada empresa, bah; no vas a aceptar esas cláusulas. No debes de pasar por lo que yo, está condenado al fracaso.
Pero Oliver la miró con firmeza.
—Iré a México, al bautizo de Zarek, y al volver, a la lectura oficial del testamento, buscaré alguien que pueda ayudarnos. Alguien dispuesta a fingir —le apretó la mano.
Ella se tapó la boca con las manos, horrorizada.
—Pero, cariño… ¿Quién aceptaría semejante cosa? Un matrimonio, un hijo… ¡Un hijo, por theos! —se notaba afectada.
Oliver agarró sus manos con fuerza, y asintió.
—La hay. En algún lugar de este mundo, alguna mujer aceptará este trato; además, no es como si tuviéramos más opciones. Y tú misma tuviste que hacer sacrificios en el pasado, al casarte con un hombre que no te amaba. Al menos ahora estamos en una época distinta, no tendremos que permanecer mucho tiempo casados. En cuanto todo esté asegurado, nos separamos y compartimos la custodia del niño. O me lo quedo —finalizó, tratando de infundir confianza.
Ella asintió con los ojos cerrados, llorando. Oliver la rodeó con sus brazos, sabía que su madre no quería aceptarlo, pero mucho estaba en juego, no solamente era el dinero o la posición, era el fruto de años de trabajo de toda su familia, de sus abuelos, de sus padres y de él mismo. Aquello les pertenecía.
Estaba hecho, era algo horrible, pero lo haría. Encontraría una mujer que se casara con él y le diese un hijo. ¿Dónde estaría? ¿Quién podría aceptar algo así?
Y además no tenía secretaria en ese momento, la que tenía la había despedido porque mintió en su currículum. Mientras calmaba a su madre con caricias en la espalda y ella sollozaba, Oliver estaba frustrado. Necesitaba dos mujeres: una esposa y una secretaria. ¿Cómo iba a encontrar a las dos mujeres perfectas para sus problemas?
El vestido que llevaba puesto no le gustaba en lo más mínimo, denotaba que era muy delgada, y sí, que aunque tenía unas ligeras curvas poco le faltaba para ser una tabla con piernas. Además, ese día en especial se sentía pésimo, la resaca no ayudaba en lo absoluto, dudaba verse como una rosa fresca y llena de rocío; simplemente tenía apariencia de la pesadilla andante de cualquier persona.Elissa tenía un particular gusto, cuando estaba tan deprimida solía beber mientras leía El Castillo Ambulante para volver a romperse por dentro. En ese libro encontraba emociones disparejas, y precisamente por eso es que se lo leía, para echarle más leña al fuego. En otras ocasiones podía leer Sing me to sleep, El dador de recuerdos, Anillo del hechicero, pero en aquél fin de semana deseó algo más ligero.Esa mañana se había encontrado con sus amigas para arreglarse juntas: Melinda ya estaba en México, al igual que Erica, Irina y Narin. Habían platicado, reído y pasado momentos agradables. Pero Elis
Llegaron muy rápido en el avión privado de Oliver. Literalmente nada más durmió, comió, vio televisión y volvió a dormirse para descubrir que ya estaban en Atenas, el lugar donde él vivía. Debía admitir que todo fue bastante más tranquilo de lo que se imaginaba que sería, porque para empezar despedirse de México no se le hizo tan complicado. Luego del bautizo se despidió de sus amigas, todas ellas felices porque Elissa había encontrado trabajo y deseándole suerte. Excepto Erica, que la llevo a un lado para advertirle: —Sé que ya estás grande y tomas tus propias decisiones, solamente te pido que tengas cuidado. Oliver Spyrou es un conocido mujeriego, no permanece mucho tiempo con la misma mujer, te pido que lo pienses dos veces antes de entregarlo tu corazón —ella la había abrazado con fuerza—. Sabes que eres como una hermana para mí, y me mataría que alguien te hiciera daño. Pero Elissa le había dado una sonrisa tranquilizadora (que no sentía, pero tenía que hacerlo) y le había aseg
Oliver estaba empezando a encontrar incómodo sentir que de alguna manera podía herir a Elissa, quizás no eran amigos o pareja, pero esa vez que compartieron juntos la cama, fue demasiado... intensa, de alguna manera se sentía especial. Él usualmente no catalogaba sus relaciones sexuales por "especiales", pero lo cierto es que así es como lo había sentido con Elissa. Lo cierto es que con ella todo eran tan distinto que sería un ciego si no fuese capaz de notarlo a la primera. Existía una química potente cada vez que estaban cerca, su cuerpo clamaba por ella, y sin embargo, no podía darle rienda suelta a todo lo que quería hacer con ella. En primer lugar, el trabajo que tenían. En segundo lugar, Erica lo mataría si llegaba a hacerle daño. En tercer lugar, Oliver solía huir de ese tipo de emociones. Cerró sus ojos, y negó con la cabeza, tratando de alejar aquellos pensamientos innecesarios para poder concentrarse en su cita, la chica fue al baño, estaban a punto de irse al motel al que s
Los siguientes días Elissa y Oliver estuvieron poniéndose de acuerdo para todo, él le contó sus funciones y de qué iba el negocio tan importante que tenía que cerrar, también le explicó cómo le gustaba que se hicieran las cosas: rápido, eficiente y productivo. También pasaron mucho tiempo juntos, cosa que era agradable para Elissa, no era difícil sentirse bien a su lado, él era divertido y amable. Pero, por otro lado... Le era difícil concentrarse a su lado. Era una perfecta distracción, en medio de un lugar hermoso, un hombre hermoso y poderosamente sensual, ella que no tenía a otro hombre cerca con el cual satisfacer sus deseos. También estaba esa noche que no podía olvidar. ¿Era difícil porque sabía el tremendo placer del que era capaz de darle, o porque simplemente lo deseaba y punto? Se hacía esa pregunta, pero ya estaba segura de la respuesta. Se le complicaba no sentir nada porque lo deseaba como el infierno, sabía de lo que era capaz y por eso lo deseaba, pero era mucho más. O
Al día siguiente, estaban almorzando en un silencio casi aterrador. Ella no había tenido ganas de hablar, y él parecía que tampoco, así que seguían comiendo la ensalada de pollo que la cocinera les había preparado. El desayuno había sido similar, solamente se habían concentrado en el trabajo. Elissa estaba tratando obsesivamente de no pensar ni por un segundo en el día anterior, pero ¿adivinen qué? Le resultaba una misión imposible. Cerraba los ojos, y veía la espalda de Oliver. Respiraba, y veía su cosa en esa mujer. Tomaba agua, y lo oía gruñir. Ya había contado hasta mil, pensaba en el final de un libro ir jamás pudo terminar de entender ni leyendo veinte reseñas distintas.Hiciese lo que hiciese, pensaba en ese momento justo.Estaba probando un gran bocado de pan dulce cuando Oliver por fin dijo algo.—Nos viste —anunció, como una afirmación.Elissa se atragantó con el pan en la garganta, tosió fuertemente y bebió agua rápidamente. Sus ojos escocieron por el pequeño dolor que le p
De repente se encontró imaginando a la chica del día anterior haciendo lo mismo y ella casi sentía que se desinflaba como un globo con aquel triste pensamiento. Cada que pensamientos así en los momentos menos indicados le llegaban, tenía muchísimas ganas de pegarse un cabezazo contra la pared. «Es solo sexo, es solo sexo. ¿Qué más da si tiene otras? No es como si con los del club que me he acostado yo hubiera sido la única... Es pura pasión, no haya nada serio sucediendo aquí... ¿cierto?», se repetía mentalmente una y otra vez, tratando de convencerse a sí misma. Elissa era abierta de mente, no creía mucho en eso de "amigos con derecho exclusivos". Algo contrario a lo que leía en aquellos libros románticos, contrario al tipo de relación que esperaba tener algún día; lo cierto es que ya tenía una mente totalmente abierta a cualquier posibilidad, poco a poco iba aprendiendo más y más lo que debía o no esperar. ¿Una relación de verdad con aquél sexy, poderoso y caliente griego? Eso tend
Elissa sintió que el corazón se le detenía, literalmente. Alzó las cejas, sorprendida, y abrió la boca para decir algo, aunque no sabía qué decir. Oliver acababa de decirle que se casaran y tuvieran un hijo, eso no podía ser cierto, ¿Verdad? Al menos no en el universo en que estaban en ese momento, trató de calmar a su atolondrado corazón que no entendía de lógica y seguía latiéndole como loco en el pecho. —Sé lo que parece, Elissa, pero tienes que escucharme. —Él la miró con cautela, temiendo su reacción. —Tiene que ser una broma, ¿Cierto? Digo, ja, ja, no fue divertido en mi absoluto, Spyrou —espetó y le dirigió una mirada iracunda, no quería bromas de ese tipo, y lo peor, que, aunque fueran una broma le causaran tremendo revoltijo de emociones. Oliver acarició su pierna con el dedo índice, Elissa sabía que no debería, pero sintió un exquisito placer recorrerle las venas. Tuvo que cerras los ojos y respirar profundo para no caer en sus encantos, y levantarse de la cama. Dejó que
Una semana después... ──✦── Hacía un día precioso, cuando por fin los declararon oficialmente marido y mujer. Oliver había sonreído a su mujer, y la había besado con intensidad a los ojos de todos los invitados. Ella se quedó completamente recta y con la mirada fija en él, pero luego se relajo y se dejó besar con un pequeño gemido de gozo, ambos no supieron si fue el calor del momento, o si fueron impulsados por una fuerza invisible que los llevó a besarse como si no hubiera un mañana. Con tremendo beso, la gente quedó muy convencida de que ese era un matrimonio por amor, que nació en un solo día. Oliver consiguió retrasar un par de días la lectura del testamento con su abogado, quien obviamente ya sabía para qué, todo estaba fríamente calculado. Al terminar la boda, bajaron corriendo como dos jóvenes locamente enamorados, con los invitados tirando arroz detrás de ellos, sonaban vítores a sus espaldas. La pequeña recepción albergó a la familia y amigos de ambos, quienes les desear