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Capitulo tres

Llegué a casa de la escuela entré a mi habitación dispuesta a tirarme a la cama y no levantarme hasta año nuevo si era posible. Pero mis planes se vieron frustrados cuando vi a Lucas en la habitación. Rodé los ojos tiré la mochila y me tiré sobre el colchón atravesando a mi amigo. Cuando se lo proponía podía ser realmente molesto. Tenía cara de querer cargarme la tarde de nuevo, sonreía mostrando sus dientes. Cuando tenía esa expresión quería decir que iba a hacer muchas preguntas o que quería que le prestara atención. Siempre lograba convencerme con sus ojos de niño curioso, que le quedaban demasiado bien, si alguna chica aparte de mi lo hubiera visto habría caído rendida a sus pies.

Yo consideraba a Lucas como un buen amigo, a veces invasor de espacio personal, lo quería, pero no podía seguir viéndolo toda mi vida.

—Oye ten más respeto Em—sentenció levantándose.

—Para ti, es Emilia, no Em. Y estoy demasiado cansada como para respetarte—bostecé.

Rodó los ojos—Dime un día que no estés cansada, Emilia.

Hizo énfasis en mi nombre, eso me hizo sonreír con mis ojos cerrados. No dije nada, tenía tarea, quería descansar, pero lo segundo tendría que esperar, me levanté con los ojos cerrados, me quedé en la cama un momento, toqué el colchón, y me volví a acostar.

—Debes dejar esa táctica, no te funciona—lo escuché decir después de un rato.

—Ya, ¿por qué no lo intentas? —le cuestioné mientras abría mis ojos.

—Sabes que no puedo dormir, de lo contrario lo intentaría —Estaba de pie junto a un mueble, mirándome. 

—Claro, lo olvidé. Oye ¿y no te cansas? —Lo miré con la frente fruncida.

Sonrió —¿Para qué quieres saberlo? ¿Vas a darme una almohada? ¿Somníferos?

—Bueno, sólo decía. 

—Tú sólo dices Emilia.

—¿Qué quieres decir? —mirarlo directamente a los ojos podía ser potencialmente peligroso para mi sensibilidad, era salirse del mundo en el que estaba, todo se iba, el sueño, incluso la habitación misma, literal, aparecíamos en un lugar más tranquilo, cuando menos lo esperaba me encontraba entre paredes de cristal. Con cortinas hechas de piedras brillantes que caían desde el techo. 

—No lo sé, solo que deberías de aceptar que es tonto tener esta misma conversación cada año—hizo un gesto despreocupado, empezó a caminar por la Habitación de Cristal, el único lugar donde parecía que podía ser más palpable, lo veía tocar las cortinas y apartarlas para abrirse camino. 

Sentía que estaba volviéndome loca cuando volvía a ver aquella habitación. De pequeña me gustaba corretear por el lugar al que nos transportaba la conexión de nuestras miradas, luego se volvió algo demasiado alucinante para mí, irreal, prefería quedarme quieta, esperar a que me regresara a mi habitación normal y creer que solo lo había soñado.

Él se acercó a mí—Extraño a la niña que jugaba conmigo aquí.

Me miraba desde su altura, con sus ojitos de cachorro, yo seguía quieta, aferrándome a mi colchón, a lo único que me hacía darme cuenta de que seguía en el planeta tierra. Mi cama se había vuelto la única que me daba la seguridad de que algo en mi aún quedaba cuerdo en esos momentos, a veces cualquier otro mueble, que mientras yo tocara no desaparecía como todo lo demás.

Él me tendió la mano—Vamos, levántate, ¿no tendrás miedo? ¿verdad? —Arqueó su ceja.

Lo miré con mis labios fruncidos, ¿que si tenía miedo? Claro que lo tenía, cualquiera lo habría tenido, estaba viendo mi habitación convertida en una de cristal, solo con un chico que nadie además de mí podía ver. Tenía miedo. Ya no era una niña, ya no debía imaginar cosas. Le debía toda la hiperactividad de mi imaginación a mis padres, por sus cuentos y sus historias inventadas que me contaban de niña. El lugar era asombroso, era algo que definitivamente estaba fuera de mi imaginación, y si estaba dentro, estaba chiflada.

—No. Sólo déjame descansar—respondí, luego cerré mis ojos. 

—De acuerdo, estaré por ahí si me necesitas—avisó, abrí mis ojos, él se había ido, seguramente a la sala o cualquier otro lado no me importaba. 

Estaba de nuevo en mi habitación, vi mi mochila, me levanté para hacer mis deberes, odiaba el álgebra, y la clase de literatura no era lo mío, tenía que leer un libro, Hamlet, luego hacer un ensayo acerca del mismo, por eso prefería la pintura. 

Me tomé un descanso de mi tarea para buscar mis acuarelas y mi lienzo. Empecé a trazar la Habitación de Cristal, era difícil sin darle un vistazo, pero no quería volver allí, así que solo hice un bosquejo sencillo con mi lápiz. Me gustaba, y me hubiese guastado más si no solo yo la pudiera haber visto. Lucas no contaba, él era tan raro como esa habitación.

Mamá abrió la puerta—Hija saldré unos minutos, me necesitan en el trabajo, una de las cocineras se enfermó—vio que dibujaba algo.

Mi madre era dueña de un restaurante de comida china, decidió trabajar en ello después de que se divorciaran con papá, pocas veces había estado ahí.

—Está bien mamá, aquí me quedo. 

Como si hubiese podido irme del apartamento. Ella se quedó admirando mi bosquejo, a mi madre le emocionó mucho la evolución de mis pinturas, cada vez que terminaba una, ella estaba para decirme que le encantaba, le tomaba fotografía porque sabía que la mayoría de veces la maestra Liss las dejaba para exponerlas en la pared del salón y no volvían a casa. 

Ella hizo un gesto de sorpresa—Me encanta Emy, se verá hermosa cuando esté terminada.

Me sentía orgullosa cuando mamá aprobaba mis creaciones, ella era una persona crítica, significaba mucho para mí. Asentí admirando mi trabajo, pero aún seguía pensando que necesitaba algo más. 

—Bien, me tengo que ir, —me dio un abrazo, me besó la frente. —Mi pequeña artista, te quiero. —caminó hasta la puerta.

—Yo también mamá—le Sonreí.

Me tiró un beso al aire con su mano y se fue. Seguí con mi bosquejo, se me hacía fácil trazar líneas, había dominado bien aquello, claro que necesité de mucho esfuerzo para lograrlo, pero fue eso lo que hizo que amara más mis cuadros. 

—A mí también me gusta—Me sobre salté al escuchar su voz tan de repente. 

Lo miré, estaba sobre mi cama—¿Desde qué horas estás ahí?

Estaba apoyado en sus manos en la orilla del colchón—Hace unos minutos, cuando tu madre salió.

Ladee mis labios frunciéndolos—No aparezcas así, me espantaste.

Sonrió divertido—De acuerdo. —Se puso en pie. —¿Pero no crees que lo harías mejor si estuvieras viéndola?

Su mano estaba tendida frente a mí de nuevo, no perdía oportunidad para querer hacerme regresar, le gustaba que jugara con él ahí, a veces lograba convencerme, esa no era una de esas veces. Y sí, si hubiera quedado mejor estando en la habitación, era solo que no me gustaba que me llevara ahí, era linda, pero me hacía sentir extraña, no era algo que le expresara constantemente, él no lo entendía. Creía que solo era un miedo absurdo a algo desconocido y diferente. Y tal vez tenía razón. 

—No.—respondí cortante —te agradecería si me dejaras, vete a hacer lo que sea que hagas, es tarde, debo terminar la tarea y dormirme temprano.

Apartó su mano, con evidente decepción, sin embargo, no dijo nada al respecto, exhaló, luego se desvaneció. Fastidioso, eso era, aun así, había ocasiones que respetaba mi espacio y respuestas, también se había vuelto una gran compañía, yo casi siempre pasaba sola en casa. Una pequeña sensación buscó asentarse en mí pecho, me dispuse a hacer algo más para distraerme, no la dejé estar.

Dejé el bosquejo sin quedar completamente satisfecha, que más daba. Terminé toda mi tarea, bueno casi, estaba resolviendo un ejercicio de álgebra, no lograba descifrar como tenía que despejar a y c para determinar el valor de b en una ecuación. 

—Tal vez solo debas dividir "a" y multiplicarla por el valor de equis que te da el ejercicio—Lucas me miraba de pie, yo estaba boca abajo en el piso con mi cuaderno sobre la alfombra.

Rodé los ojos—Sí, claro ¿quién es la que estudia en casa? 

Se encogió de hombros—No lo sé, pero al parecer no tú, ¿ya lo intentaste de esa manera? 

Hice un gesto aniñado, hice el ejercicio de la forma que él me había indicado. Efectivamente, esa era la forma correcta, no podía creérmelo, como era posible aquello, que el supiera como resolverlo, que entendiera más que yo el álgebra. 

—¿Cómo lo supiste? —pregunté consternada. 

Él caminaba por la habitación repasando unas flores y líneas rojas que yo había dibujado en la pared con mis pinceles. No me respondió sino hasta que se quedó viendo algo sobre el mueble cerca de la ventana. 

—Me aburro solo estando en casa, a veces voy a tus clases, creí que ya lo sabías. —dijo tranquilo.

—Solo a ti se te ocurre ir a la clase de la maestra Harris, cualquiera quisiera escapar de esa clase, en cambio tú vas y te metes—ironicé.

Se volvió para verme, con las manos en sus bolsillos—Quiero aprender, no quiero ser un chico hueco, como muchos de los que hay en tu instituto.

—Lo que sea, —me puse en pie, recogí mis cuadernos y lápices—terminé, debo irme a dormir. —Metí los cuadernos a mi mochila, —voy a ponerme mi pijama, te agradecería que salieras. 

Su sonrisa formó una curva diferente esa vez—Tranquila, no voy a espiarte.

Arquee ambas cejas—Fuera.

Levantó las manos rindiéndose —Está bien, ya me voy.

Esperé que se desvaneciera y me dispuse a cambiarme. Mi pijama esa noche consistía en una pieza blanco y negro, camiseta y pantalón. Traté de hacerlo tan rápido como pude, conocía a Lucas desde hacía ocho años, pero qué se podía esperar de un adolescente. Al igual que yo, él había crecido, y con ello seguramente también tenía cambios hormonales. Aquellos días había estado con muchas curiosidades. No iba a bajar la guardia.


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