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Capitulo seis: Miradas de Cristal

Sentí como mi corazón se hinchaba en mi pecho al verlo, era ese hinchamiento de no querer estar peleado con alguien que quieres, tener inmensas ganas de arreglar las cosas, pero en el fondo miedo de que no salga bien, aunque él era quien se había enojado conmigo, no entendía por qué. Me quedé callada un largo rato, analizando la situación, era tan repentino aquel cambio de actitud que no lo vi venir. No sabía por dónde empezar, era él quien me hacía reír, todo el tiempo, es más ni siquiera recordaba una sola vez que él se hubiera molestado de esa manera.

Suspiré para avisar que estaba allí ya que él parecía no darse cuenta. Ni siquiera me miro, me quedé de nuevo en silencio mirando la alfombra café que se extendía por delante de mi cama. Aclaré mi garganta dispuesta a hablar, pero me sorprendió el tono frio con el que me interrumpió.

—No te molestes en decir nada, Emilia—recalcó mi nombre como queriendo recordarme las veces que lo había corregido al respecto.

Quería hacerme sentir mal y lo estaba logrando, en ese momento un pequeño atisbo de tristeza me abrazo por un par de segundos.

Mi voz se había metido en un cajón, respondí suave— ¿Por qué no?

Siguió sin mirarme, soplando la pluma—Porque estoy un setenta por ciento seguro que lo empeoraras.

Su tono era de Lo sé, te conozco intentando arreglar las cosas. Quise decirle que no me conocía, pero él podía predecir qué sabor de helado iba a pedir sin que lo hubiera pedido antes, no podía negárselo, había tenido ocho años para dedicarse a la labor de descifrarme, y lo llevaba muy bien según mis criterios. Si mi madre lo hubiera oído hablar de mí, seguro se hubiera llevado una buena impresión, me habría hecho comprometerme con el muchacho, no como paso con Austin. Seis meses de novios y ese chico no sabía ni cual era mi primer nombre.

—Vale la pena intentar ¿No crees?

Me miró de soslayo, insistiendo en sostener el resto de su expresión dura. No era buena arreglando las cosas, tenía razón, no perdía nada intentando.

—¿Por qué te empeñas en hacer esto? —Volvió su mirada a la pluma. —Ni siquiera sabes por qué me he enfadado.

—¿Y no vas a decírmelo?

Negó—No, no es importante, tampoco te concierne.

—Pero quiero ayudarte. —arqueé mis cejas.

—No creo que puedas. —Me miró directamente. No supe lo que estaba haciendo hasta que la Luz me dio en la cara.

—Al menos deberías dejarme intentar ¿no crees? Y no hagas esto Lucas, sácame de aquí, te he dicho que no me gusta la Habitación de Cristal—sentencié algo enfadada.

—Yo no he hecho nada. Puedes irte de ella y lo sabes, solo debes dejar de mirarme. —frunció la frente levemente.

Las cortinas de cristales y piedras brillaban hermosamente por la luz del sol y si se lo permitías podían manipular tu estado de ánimo, hacerte creer que cualquier cosa era posible, hacerte sentir feliz sin querer estarlo.

—Sé que esto no funciona así, sé que tú lo controlas—acusé, sin apartar la mirada, era mi manera de tener los pies sobre la tierra, o lo que se acercara a ella, ya que no estaba sostenida a ningún mueble, al menos así sentía que volvería a mi casa de nuevo, la realidad era que él era como todo dentro de esa habitación, un desvarío, pero confiaba en que no me dejaría ahí botada, confiaba de cierto modo en él, ya que nunca me había abandonado o dejado perdida en ningún lugar, tenía mis razones.

Ver sus ojos podría haber hipnotizado a cualquiera, yo era la única que podía hacerlo, a veces sentía que él se las desquitaba conmigo, en ese momento me dio un sentimiento dulce y pegajoso, indiscutible e innegable. Como cuando comes un helado de yogurt congelado de frutas. Todo un atisbo de sabores en una sola cosa. Recordé como ese par de ojos miel me hicieron perder el miedo a hablar en público años atrás, me daban sensación de tranquilidad y seguridad. No iba a decirle que causaba ese efecto en mí, que de alguna manera me había hecho dependiente de él gracias a su mirada, en la que al encontrarse con la mía no dudaba en perderme. Era demasiado intensa, como nadar entre la miel, una vez dentro, me congelaba sin tener deseos de salir, me tenía que obligar a dejarlo.

—Te equivocas, esto pasa cada vez que nuestras miradas conectan, lo sabes, lo sé, tu como yo nos podemos ir o quedarnos, el problema es que tú te niegas a aceptarlo. No entiendo porque ahora temes tanto de esto, cuando de niña te gustaba ¿Qué ha cambiado?

Dejé de verlo dispuesta a no seguir la conversación, todo lo que era de cristal desapareció, y estábamos en mi habitación de nuevo, pero no me moví, solo me quedé mirando un punto fijo en la cama, mientras sentía que él todavía me observaba, para cuando decidí voltearme, ya se había ido.

No daba crédito a nada de lo que acababa de ocurrir, sus reacciones eran diferentes, sus expresiones, sus palabras, su sonrisa, su mirada, todo en él había sufrido un cambio repentino, me decía lo molesto que estaba, pero no la razón.

Quería saber qué le había pasado al amigo imaginario que me había hallado en mi habitación tropezando con todo, aquel pequeño niño con corte tierno de cabello y sus tenis y camiseta de superhéroes, me sentía extraña, confundida por lo que su mirada había provocado. Tal vez solo creció me dije Solo crecimos. Me cambie a mi pijama, apague la luz y me metí bajo las sabanas.

—¿Quién eres? —pregunté asustada.

El me miró igual de asustado con sus ojos redondos—Yo—se quedó pensativo, su rostro se volvió triste—no sé, ¿tú quién eres?

—Soy Emilia, ¿Qué haces en mi habitación?

—Yoescapé, creo—confesó algo inseguro.

—¿Escapaste? ¿De dónde? —me acerqué cuidadosamente.

—De la habitación de Cristal.

—¿Qué cosa?

—Una enorme habitación hecha de puro cristal, cerré mis ojos y aparecí aquí.

—Uhmm, ¿Puedes llevarme a esa habitación? —pregunté con curiosidad.

—¿Para qué? 

—Quiero ver si es cierto lo que dices.

—Está bien, si me dejas regresar contigo y quedarme—propuso.

Yo quería ver así que acepte—Lo prometo.

—Bueno, pero hay un problema—agachó la mirada.

—¿Cual?

—No sé cómo regresar ahí.

Lo observé por unos segundos, exhalé—Bueno, ya lo prometí, ¿Quieres jugar?

Eso lo alegró inmediatamente—¡Sí! 

—Te voy a llamar Lucas—le dije. 

Después de varias horas sin conseguir dormir, me incorporé. Necesitaba hablar con él, no dejar las cosas sin arreglar, ver en su rostro-o esa sonrisa burlona, que de alguna manera le hacía ver tierno, tal vez era por su ridículo corte hongo, o porque su rostro era el de un niño inocente a pesar de tener dieciséis, o simplemente era una de esas características que definen a las personas, no quería tener en mi mente su rostro molesto.

El problema en aquel momento es que no sabía dónde se iba cuando desaparecía de la nada. De repente me halle en la Habitación de Cristal, eso no era lo que había pedido, eso no era lo que quería ver, pero allí estaba, en aquella habitación que parecía no tener fin, que si gritabas se escucharía tu eco, pero que si solo susurrabas podría entenderse bien, era el perfecto lugar para susurrarse al oído. No era mi caso. ¿Pero cómo podía estar ahí si solamente se podía si lo veía a los ojos? A menos que ambos estuviésemos deseando vernos, ¿funcionaba así también?

No me moví por un par de segundos viendo las cortinas de diamantes extendiéndose a mi alrededor, rayos de luz filtrándose en las paredes y la inmensidad del cielo fuera de ellas, nubes tan blancas que su espesor podía haber sido calculable ante un experto. Fueron precisamente esas nubes las que me hicieron salir de mi colchón, caminé hasta la pared más cercana, apartando las cortinas que se ponían a mi paso, estas hacían un celestial sonido al ser tocadas y reacomodadas, era entre agua y el sonido de un instrumento que habría oído en algún lado pero que no me sabia el nombre, era hermoso.

Cuando llegué por fin a la pared de cristal pude ver las como las nubes formaban figuras, cada una diferente, había mariposas, ponis, flores, niños jugueteando, arpas, instrumentos hechos de nubes, intocables por supuesto, perfectamente formadas. Había olvidado por qué me gustaba aquel lugar, era bellísimo, celestial, las figuras de nubes casi parecían moverse. 

Sentí su respiración demasiado cerca de mi cuello, había aparecido de repente a mi lado.

—Me alegra que estés aquí Emilia. —Susurró como si hubiera estado oyendo mis pensamientos hacia unos minutos.

Me volví para verlo, su rostro me dijo que sentía igual que yo al estar peleados y sin motivo aparente.

— ¿Estoy loca, cierto? —nuestras narices casi estaban juntas.

Sonrió, su mirada estaba en un punto bajo de mi rostro, —No, no lo estás.

—Por Dios, estoy viendo una habitación hecha de cristal y diamantes, un chico que parece normal pero que solo yo puedo ver—caminé di dos pasos atrás, me vio a los ojos, —Llevo ocho años sin entenderlo, si fueras mi amigo imaginario ya deberías

Dejé las palabras en el aire, no le andaba diciendo que creía que era imaginario directamente, ya sabía que él lo sospechaba, pero ver su expresión al oírlo de mi boca me hizo pedazos, porque no lo supe que le había dolido lo que acababa de salir de mi boca, sino también lo que me falto por decir, lo siguiente que pasó me hizo sentirme chiquitita en una habitación que ya era grande al principio. Lucas tenía razón solo sabía empeorar las cosas.

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