Pequeños grandes problemas

Una sonrisa curvó los labios sensuales de esa altiva y fría pelinegra.

La lluvia caía otra vez en el exterior de ese solitario departamento que habitaba, su larga cabellera lacia y negra parecía brillar por el agua que había recorrido su cuerpo luego de esa ducha nocturna.

Estiró su mano y tomó ese sobre blanco, que había recibido en esa clínica por la mañana y que bien podría representar su boleto a la felicidad y comodidad eterna…

—Tienes que ser muy inteligente, Emireth— se dijo y mordió su labio mientras jugaba con él en su mano.

Lo sentía por Leia.

La mañana los había encontrado desnudos y enredados en una cálida manta, Leia se abrazaba ligeramente a la almohada sobre la cuál descansaba y el joven de cabello rubio se abrazaba a ella

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