A media madrugada, dos distintos pares de ojos permanecían abiertos, perdidos en alguna parte del cielo de la habitación donde descansaban, sumidos en sus recuerdos, con un lazo común uniéndolos y a medio centenar de kilómetros de distancia el uno del otro.
Los ojos azules del rubio, brillaron en esa oscuridad parcial de esa habitación, después de haber rechazado a Emireth por esa noche…comenzó a cerrar sus ojos atreviéndose a considerar lo dicho por su primo…Leia, lo había llamado a el por su nombre…y el…no sabia que sentir o pensar al respecto.
Leia por su parte ladearía su cuerpo y acariciaría a Oreo, que recientemente había buscado el calor de sus mantas tras las noches frías.
¿Y si ya no valía la pena?
Ambos estaban ya con alguien más.
Leia suspiró y Caleb terminó por cerrar los ojos.
Sábado. Había pasado todo el día encerrado
—Luce hermoso — mencionó la joven al verlo.—Menos que tú— aseguró el pelinegro al rodearla por la cintura y tras ladearle el largo cabello, le besó los hombros que esa delgada blusa negra le dejaba expuestos.—Step…— lo nombró en voz baja al acariciarle los brazos —¿qué haces?— preguntó nerviosa.—Ya hablamos de esto, ¿recuerdas? — mencionó roncamente el joven en el oído de la chica…Leia y él eran casi novios, eran cada vez más íntimos, Leia no le había permitido ver o tocar de más, pero ya habían hablado que debían avanzar.—T-te dije que no e-estaba tan segura — le recordó la joven al girarse y verlo a los ojos.—Vamos, Leia— su
—¿Y me reclamas tú? — alzó la voz al verlo a centímetros de su rostro— ¿Tú que te has acostado con Emireth? Maldito idiota — le reclamó dolida al intentar soltarse y golpearle el pecho molesta para lograrlo después de que Caleb la abrazó por la cintura —¿Qué derecho tienes de reclamar? — preguntó y sus lágrimas hicieron brillar sus ojos cuando no pudo seguir pegándole porque Caleb se apoderó de sus manos —¡Suéltame! –—Contéstame, ¿Lo hiciste?— preguntó él roncamente molesto al tomarla de ambas manos e impedirle levantarse.El largo cabello de Leia se movió producto del forcejeo que mantenían.—Dímelo, Leia— ordenó el rubio al hablarle sobre los labios y verla a los ojos.
La claridad apenas visible de un nuevo y nublado día, encontró al cuerpo desnudo de Leia abrazado al de cierto rubio que se encontraba en iguales condiciones; ambos envueltos bajo el calor de las mantas, con respiraciones y corazones casi acompasados.Afuera, los autos corrían, esta vez con menor afluencia, era domingo y las actividades parecían postergarse, varias personas, entre la mayoría niños curiosos, caminaban o se apresuraban al parque ubicado frente a la torre departamental donde el ojiazul vivía; la primera nevada del año había cubierto más que jardines y árboles, pues lo que había iniciado como una suave nevada se había convertido en una tormenta invernal.Toda la noche había nevado, pero ni Leia o Caleb se percataron de ello, no cuando pasaron la mayor parte de la misma, rozando sus pieles, unidos, entre gemidos, jadeos y sudor, apre
Debía aprender a confiar en él… Caleb la amaba, ¿verdad? Sí, sí lo hacía, se lo demostró toda la noche, él volvió a hacerle el amor, él había dejado la pasión y la fuerza de la primera vez que lo hicieron la noche anterior, y se había dedicado a quererla, a acariciarla por dentro y por fuera, esa pasión calmada y suave, esas palabras y su manera de tocarla le confirmaron que ella había tomado la decisión correcta, estar con él, estaba bien.—Entonces sólo no dudes y no lo arruines, Leia — se suplicó sabiendo lo mal que él podía ponerla.Los minutos corrieron tanto como la espuma en el cuerpo de la cobriza, momentos antes de que Leia cortara la corriente de agua, Caleb había entrado dejándole un par de toallas limpias, la curvilínea joven había salido
Casi anocheciendo, fue que por fin Leia y Caleb regresaron a la casa de la cobriza.Habían pasado el día vagando, desayunaron en un restaurante, pasearon por los nevados jardines de las grandes plazas e incluso fueron al cine; de regreso a la ciudad de New Jersey, se detuvieron en la siempre abierta feria de la ciudad, pasaron un día completo como novios, entre los juegos y por los ríos que se unirían paulatinamente al mar en esa ciudad portuaria, hecho que lograría remover mucha de la inseguridad que en la mañana quiso arraigarse en el interior de la cobriza al dudar de Caleb.Una vez que Leia abrió la puerta, un sentimiento de culpabilidad la invadió, al ser consciente que la misma estaba sin seguro…ella había salido corriendo de ahí la noche anterior y había dejado a James en medio de algo, tendría que disculparse con él después
—¿Qué haces? — le preguntó cuando la sintió bajar su mano en medio de sus muslos y acariciarle su miembro.Leia perdió el aliento al verlo y se encogió de hombros —S-sólo demostrarte que… también te extrañé.Cuando Leia se apartó de él y le acarició suavemente el pecho, para terminar arrodillada entre sus piernas, entonces fue el turno de Caleb de perder el aliento.Ella, muriéndose de pena porque, aunque la luz de la habitación estaba apagada, la del pasillo alcanzaba a iluminarlos, coló sus dedos en el dobladillo elástico de ese pantalón deportivo, y luego de acariciar por encima de la ropa la hinchada y sensible masculinidad del rubio, deslizó el pantalón y el boxer del chico, sobresaliendo el firme miembro que casi rozó el propio abdomen masculino
Leia revisó una vez más sus libros.—Llegamos— informó el ojiazul al estacionarse en terrenos universitarios.Leia asintió de prisa y se alzó a besar sus labios, esta vez siendo un poco más efusiva, aunque no tanto como para permitirle al rubio profundizar el beso.—Debo correr, ya voy tarde— informó mientras abría la puerta del coche — ¿Verás a tu asesor en tesis? – le pregunto.Caleb asintió desanimado al apretarse el puente de su nariz, había olvidado su móvil en casa de Leia—Sí, lo buscaré, debe estar dando clase – respondió con fastidio.Ella sonrió, al menos entre la inmensa charla que los había mantenido despiertos hasta casi las tres de la mañana, había convencido a
Con las piernas cruzadas y con su dedo índice golpeado, despacio, una y otra vez sobre la reluciente mesa de cristal de esa sala de juntas, en el edificio de la empresa automotriz más importantes del país y una de las más importantes de ese lado del hemisferio, el sobrio pelinegro agotaba la paciencia que poseía.—Esto ya es una burla — su voz profunda rompió la tensión que el grupo de hombres ahí reunidos mantenían, al mismo tiempo que se ponía de pie.—Estoy seguro que no tarda en llegar— Stefano, que podía ser el único que aparentaba calma, fue quien habló.Connor Miller meneó la cabeza en desaprobación.—Creo que hay algo que no nos está entendiendo — habló fríamente al acercarse a él, ya con su portafolios en la mano — Uste