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1. La Mujer que Construyó su Vida

Kali Ivánova nació en la ciudad de Krasnaya, una pequeña localidad al norte de Almazov, una ciudad industrial que era conocida por sus imponentes construcciones. Desde pequeña, Kali había tenido una relación especial con los edificios, con las estructuras que se levantaban, que parecían contar historias sin necesidad de palabras. Creció en una familia humilde, pero con una fuerte inclinación hacia el arte de la construcción. Su padre, un obrero de la construcción, la llevaba con él a las obras cuando no podía encontrar con quién dejarla. Desde entonces, se enamoró de ese mundo de bloques, planos y proyectos.

A diferencia de muchas otras mujeres, Kali nunca se conformó con ser solo la esposa de un arquitecto o ingeniera. Desde joven, se forjó su propio destino. Cuando terminó la secundaria, se trasladó a la capital, Almazov, donde comenzó a estudiar arquitectura en una de las universidades más prestigiosas de Rusia. Pero lo que realmente la hizo destacar no fue su inteligencia ni su habilidad para diseñar edificios, sino su capacidad para estar en el campo, con los obreros, dirigiendo las obras, dando órdenes y tomando decisiones rápidas. Kali no solo diseñaba planos; ella sabía cómo se levantaba un edificio desde sus cimientos. En muchas ocasiones, se la veía con los trabajadores, guiándolos en el proceso de construcción, ajustando las estructuras, asegurándose de que todo estuviera alineado y perfecto. No temía ensuciarse las manos, y eso fue lo que la hizo destacar en su campo. Tenía un talento único para ver lo que otros no veían, para entender los problemas antes de que se volvieran graves.

A los 26 años, después de un romance vertiginoso, Kali se casó con Alejandro Pomerov, un hombre encantador y ambicioso, proveniente de una familia adinerada. Alejandro era conocido por su brillantez en el mundo de la construcción, pero también por su astucia en los negocios. Pomerov dirigía Pomerov Group, una de las empresas constructivas más grandes y respetadas del país, con proyectos a nivel internacional. A pesar de que su matrimonio comenzó con una pasión desbordante, Kali cometió el error de dejar que su vida profesional pasara a segundo plano. En lugar de seguir al mando de su exitoso estudio de arquitectura, que había fundado con esfuerzo y dedicación, decidió entregar las riendas a dos de sus mejores amigos, Sofia Morozova y Dmitri Petrov, quienes también eran arquitectos talentosos. El estudio era completamente suyo, con un 65% de las acciones, mientras que los demás accionistas solo tenían un pequeño porcentaje. Sin embargo, cegada por su amor y el deseo de ser una buena esposa, dejó de tomar las decisiones importantes y delegó en ellos. Poco a poco, se fue distanciando del estudio, concentrándose más en Alejandro y en su vida con él.

Aunque el estudio Ivánova LAB seguía siendo de Kali, ella pasó de ser la arquitecta principal a una colaboradora que solo intervenía en proyectos pequeños, que muchas veces ni siquiera requerían su presencia. En lugar de tomar el control y liderar, simplemente aprobaba los planos que le enviaban, dejando que su negocio siguiera en manos de sus amigos. A pesar de haber alcanzado un éxito que muchas soñaban, Kali se dedicó a vivir para su esposo, con la esperanza de que su apoyo mutuo la haría feliz. Sin embargo, el sacrificio comenzó a costarle caro.

Alejandro Pomerov, por otro lado, aunque no era un buen esposo, era un excelente hombre de negocios. Dirigía Pomerov Group, una constructora multinacional de gran renombre, que se destacaba en el mercado. Él era brillante en la negociación, el cierre de tratos, y su éxito económico lo colocaba como uno de los arquitectos más respetados por la alta sociedad. Sin embargo, su vida personal estaba llena de desdén hacia Kali. Aunque su habilidad para hacer negocios no tenía igual, su trato hacia ella era completamente diferente. Mientras que en el ámbito laboral era admirado y estimado, en su hogar era despectivo y frío. Los días se convertían en semanas sin una palabra amable de su parte.

Kali, por su parte, vivía una lucha interna. Su amor por él seguía siendo fuerte, pero la indiferencia de su esposo se convertía en una carga cada vez más pesada. Y fue en medio de esa carga cuando la llamada misteriosa ocurrió, una conversación que le cambiaría la vida.

La llamada misteriosa:

Era una tarde lluviosa cuando Kali llegó a su casa. Había tenido un día largo supervisando un nuevo proyecto, y como siempre, su mente seguía centrada en los detalles de las construcciones, los planos, los plazos. Pero al abrir la puerta, algo en el aire le pareció diferente. Alejandro estaba sentado en el sofá, con el teléfono móvil en la mano, hablando en voz baja, algo que rara vez ocurría. No era la primera vez que lo veía hablar por teléfono, pero aquella noche algo en su tono de voz la hizo detenerse.

Al principio, Kali no prestó mucha atención, pues pensó que él estaba en medio de alguna conversación de negocios. Sin embargo, a medida que se acercaba a la sala, pudo escuchar algunas palabras que despertaron su curiosidad. Decidió quedarse quieta, a medio paso, sin hacer ruido, para escuchar mejor.

-No te preocupes, ya está todo bajo control -la voz de Alejandro sonaba tensa, pero calmada. Sus palabras eran claras, pero había un dejo de incomodidad en su tono.

Kali esperó, aguantando la respiración. Sintió que algo no encajaba.

-Sí, la vitamina está haciendo efecto... Aunque los efectos secundarios deberían ser más intensos en este ciclo. Estoy monitoreando todo -continuó Alejandro, y una sensación extraña recorrió a Kali al escuchar aquello. ¿Vitamina? pensó, confundida.

Guardó silencio, pero Kali pudo escuchar cómo respiraba más despacio, como si estuviera procesando algo importante, como si intentara calmar al interlocutor de la otra línea. Se quedó quieta en el umbral de la puerta, sin querer interrumpir.

-No, no está mal. Como te dije, es un proceso largo. Necesitamos ser pacientes. Ya veremos cómo va reaccionando en las próximas semanas -dijo él, con tono de resolución.

Kali frunció el ceño. Algo no encajaba. ¿Vitamina? Nunca había escuchado de ninguna que causara efectos secundarios tan intensos, sobre todo no de una tan "común" como para que él estuviera tan pendiente. En ese instante, sintió una punzada en su vientre, como una molestia que no se había ido en los últimos días. Ya no era solo el dolor recurrente que sentía, sino una sensación que aumentaba de intensidad a medida que pasaban los meses.

"Tal vez sea solo el estrés", se dijo a sí misma, pero la incomodidad que sentía no parecía algo tan sencillo. De repente, las palabras de Alejandro volvieron a su mente.

-¿Efectos secundarios? -pensó Kali, asustada. ¿Qué estaba pasando con ella?

-¿Qué vitamina? -se atrevió finalmente a preguntar, aunque su voz sonó más baja de lo que había planeado. Alejandro no respondió inmediatamente, como si necesitara un segundo para decidir qué decir.

-¿Qué te pasa ahora, Kali? -dijo Alejandro, molesto. -¿Te quejas porque no me preocupo por ti? Intento hacer todo lo que puedo, y en lugar de agradecerme, sales con estas estupideces. ¿Quién te entiende, mujer?

Kali se quedó callada, sintiendo cómo sus palabras la golpeaban como una ola. Alejandro continuó, ya claramente enfadado.

-¡Eres una idiota! -exclamó, levantándose de golpe del sofá, dejando caer el teléfono con brusquedad. -Me esfuerzo por hacer todo bien y lo arruinas con tus paranoias. Estoy intentando ser el buen esposo que quieres, pero parece que nunca es suficiente para ti. Ya me tienes harto, Kali.

Kali intentó detenerlo, acercándose rápido hacia él, pero Alejandro la empujó un poco, de manera brusca, para salir de la sala. Ella tropezó y se quedó mirando mientras él se dirigía hacia la puerta.

-No, espera, Alejandro, por favor... -dijo, con una voz quebrada, pero él no le prestó atención. Abrió la puerta con fuerza.

-¡Me voy! -le gritó alzando la voz, antes de dar un portazo.

Kali se quedó allí, mirando la puerta cerrada, mientras sentía el peso de la soledad en su pecho. Otra noche sola, pensó. La casa estaba vacía, y el eco de las palabras de Alejandro retumbaba en su mente.

Se quedó parada, sin saber qué hacer, mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Se sentó lentamente en el suelo, abrazándose las rodillas, como si pudiera evitar el dolor. ¿Qué estaba fallando? pensó, entre sollozos. ¿Por qué nunca era suficiente?

El tiempo pasó, y Kali no pudo evitar sumirse en un mar de pensamientos confusos. Lo había intentado todo: ser la esposa perfecta, apoyar su carrera, seguir sus consejos, pero nada parecía calmar su alma rota. ¿Qué había hecho mal? Se preguntaba una y otra vez. Justo cuando sintió que la desesperación la consumía, una sensación extraña le recorrió la espalda. Como si algo, no tan visible, estuviera acechando en las sombras de su vida, algo que aún no entendía, pero que ya comenzaba a sentir. El frío de la casa se hacía más penetrante, y ella no pudo evitar pensar que quizás estaba pasando por alto algo importante. Pero no lograba identificar qué era. Al final, se abrazó a sí misma, sintiendo la soledad apoderarse de su ser, mientras sus pensamientos continuaban girando sin descanso.

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