[CAPÍTULO UNO]

                                                            Atractivo

                                                            Apuesto

                                                            Atento

                                                        Responsable

                                                    Sonrisa irresistible

                                                             Fiel

                                                         Cariñoso

                                                        Admirable

                                                      Respetuoso…

Exacto, todo y mucho más era Daniel Harris, mi jefe.

Le sustituí a Maya, su antigua secretaria, hacía casi un mes. Me llamo Ronnie, tengo 22 años y soy la secretaria de Daniel Harris, mi hombre ideal. Siempre pensé que eso no existía hasta que lo conocí a él, aunque para mi desgracia llegué demasiado tarde, estaba muy enamorado y casado, hasta tenía dos hermosos hijos, eran gemelos. Cuánto envidiaba a su esposa.

Todos en la compañía lo conocían como el hombre que una vez fue misógino o algo por el estilo, detestaba estar en el mismo espacio que una mujer hasta que se enamoró y todo cambió, seguía siendo distante con las mujeres, pero al menos ya no las odiaba. En otros tiempos no tendría una secretaria, en cambio ahora podía permitírselo. Siempre pensaba que su amor por su esposa debió de ser tan grande y especial como para cambiarlo todo. Ella había conseguido al hombre perfecto, aunque no me imaginaba por todo lo que tuvo que pasar por conseguirlo, debía merecerlo. Suspiré embobada sobre mi escritorio mientras escribía en mi blog todo lo que admiraba de Daniel, era tan imponente que deseaba algún día encontrar a un hombre así, que solo me viera a mí, que me amara con locura y que todas me envidiaran por haber conseguido algo que ellas deseaban. Su despacho era de cristal y eso me permitía admirarlo a distancia, era tan guapo, tan apuesto que me pasaba la mayor parte del tiempo observándolo, procurando al mismo tiempo que no me descubriera haciéndolo. A parte de su mujer, envidiaba a todo aquel que conseguía formar parte importante de su vida, algo casi imposible, y hasta ahora solo conocía a uno, Nicolás o su pulmón como le deciamos en la compañía, aunque no de frente. Era el único que podía tenerlo cerca todo el tiempo que quisiera sin que le molestara a mi jefe, y además el único que podía hacerlo reír y estar de buen humor por muy tedioso que hubiese sido el día. Gracias a él descubrí esa encantadora sonrisa suya. ¡No podía creer que estuviera enamorada de un hombre casado! Eso era inadmisible.

Nicolás era su hermano, totalmente diferente a él, quizás por eso se complementaban tan perfectamente. Era igual de atractivo y guapísimo que tenía a algunas de mis compañeras locas, pero no reunía todas las condiciones de su hermano, lo que yo espera de un hombre, quizás el cuarenta por cierto si tenía que tachar algunos detalles de mi lista, lo cual no era suficiente para mí. Necesitada a un Daniel Harris en mi vida.

Como secretaria suya que era, organizaba sus reuniones, ordenaba su agenda, ponía en orden su despacho antes de que llegara, lo que significaba que debía estar en la empresa mucho antes que él y de paso de muchos, por supuesto, porque él era muy puntual, odiaba los errores y que se hicieran las cosas a destiempo. Le preparaba su café cinco minutos antes de que entrara en su oficina y le ponía al día de todas sus reuniones y clientes. Esa era mi vida, siempre procurando no estar cerca de él más del tiempo necesario o en caso contrario me interrumpiría y me decía que continuaríamos en otro momento. Como sucedió aquella misma mañana, no pude darle toda la información.

De pronto Daniel me estaba mirando al otro lado, me asusté temiendo que me hubiera cachado observándolo, me despediría. Me indicó con el dedo que lo encontrara. Me levanté de mi asiento intentando mantener la calma para que no se diera cuenta de mi miedo. Cerré mi blog y lo escondí en mi cajón, nadie debía saber de su existencia o no viviría para contarlo. Tomé mi cuaderno de apuntes y caminé hacia el despacho de mi jefe.

Abrí la puerta con cuidado y entré. Me quedé de pie a unos pasos de su escritorio.

—¿Me necesitaba señor? — pregunté con mi libreta pegado al pecho.

—Necesito que siga leyéndome la agenda—ah, era eso. Sonreí aliviada mientras abría la libreta entre mis manos y seguí informándole.

—Mañana tiene que viajar, tiene una reunión con los señores Grant y Smith, es sobre el proyecto del nuevo bufete.

—¿Es mañana? —dijo mirando el reloj de su mano y volviéndose a mí.

—Sí señor— le dije—como recordará, su hermana ahora vive allí. ¿La llamo para decírselo o prefiere hacerlo usted?

—Mejor no hagas nada, le daré una sorpresa —me derretí por dentro, ojalá fuera su hermana— resérvame el vuelo de la mañana —regresé a la tierra y anoté aquello en la agenda. —¿hay otra cosa?

Le informé de todo lo que tenía anotado, aplazamos citas e incorporamos más datos.

—Eso es todo Ronnie, puede regresar a su puesto —dijo, me encantaba cuando me llamaba por mi nombre.

—Con su permiso.

Mientras salía de su despacho me topé con Nicolás que estaba entrando, tenía una sonrisa en los labios mostrando su perfecta dentadura, deseaba conocer su secreto para estar siempre feliz, era casi imposible verlo serio, eso era otro punto a su favor, pero no era su hermano. Lo saludé, creo que me respondió el saludo, aunque no me estaba viendo, tenía la mirada puesta en su hermano, ahora confirmaba que era invisible para él, pero me daba igual, tampoco es que quisiera que se fijara en mí. Regresé a mi mesa. Con la computadora me puse manos a la obra, iba a reservarle el vuelo antes de que se agotaran los billetes para el horario que necesitaba. Le envié los datos de la facturación por correo.

Retiré de nuevo mi blog del cajón y lo abrí. Con una mano contra la barbilla comencé a dibujar el nombre de Daniel con letras grandes dándole estilo.

Miré hacia el despacho donde seguían conversando los hermanos. Nicolás estaba balanceando una pelota con las manos mientras le decía algo a Daniel. Mientras los observaba me preguntaba cuál era el secreto para tener unos hijos tan bellos.

Regresé la vista a mi cuaderno y continué ilustrando mi obra de arte. Minutos después se abría la puerta del despacho de mi jefe y los hermanos estaban saliendo de él, con toda rapidez cerré mi cuaderno. Me latía fuerte el corazón con solo pensar que podían haberme descubierto. No sé si fueron imaginaciones mías, pero Nicolás me había sonreído mientras él y mi jefe se acercaban a mi escritorio. O si no me había sonreído ¿por qué había dejado de respirar de pronto?  Cuando llegaron hasta donde estaba tuve que recomponerme.

—Ronnie, haz todo lo que tengas que hacer y luego puedes marcharte, no regresaré. Ya nos vemos después del viaje.

—De acuerdo jefe…

—¿Ronnie? —desvié mi mirada hacia Nicolás que parecía confuso—no es nombre de hombre?

Lo miré molesta por su comentario.

—Viene de Ronika—me molesté en aclararle.

—No me digas—continuó—por un momento pensé que dirías que Ronnie viene de Verónica y lo habría entendido, ¿pero que viene de Ronika? ¿No es aún más raro?

Era la primera vez que me dirigía la palabra en todo el tiempo que llevaba trabajando allí, un mes para ser exactos y lo primero que se le ocurría era ofenderme y en frente de su hermano, el hombre perfecto.

—Bueno Ronnie—la voz de Daniel me ablandó en seguida el alma, lo miré dejando de lado a su inoportuno hermano— nos vamos y lamento si mi hermano te ha ofendido, suele pasarle a veces y ni cuenta se da.

—Un momento—le detuvo a su hermano y me miró interrogante—¿es que te he ofendido? — lo miré incrédula por el hecho de que no considerara una ofensa lo que me había dicho, pero no quería montar un lío en frente de mi jefe que aparte de todo también tenía más alma que su hermanito.

—No importa, —miré a mi jefe—pero gracias.

Le tomó del hombro a su hermano antes de que pudiera decir lo que fuera que estuviera a punto de decir, algo que probablemente habría estado fuera de lugar y juntos caminaron murmurando algo que yo no podía entender hasta que al fin desaparecieron.

—¡Has conseguido que hable contigo! —me sobresalté al recibir las visitas inesperadas de mis compañeras. Cerré los ojos y suspiré profundo, he de confesar que no las aguantaba para nada.

—Cuenta, ¿de qué habéis hablado? —preguntó Alba apoyándose contra mi escritorio.

Alba se encargaba de la zona de la fotocopiadora, mientras Nancy era la secretaria de Luis, otro socio del bufete, todo un don Juan.

Eran mis compañeras de trabajo y como podría notarse, estaban perdidamente locas por Nicolás, creo que ya lo mencioné antes. Él no trabajaba en el bufete, pero venía de vez en cuando a estar con su hermano. A Eduardo, su padre, no lo visitaba de igual forma. Escuché que acababa de sacar su grado en derecho razón por la que pronto abrirían su propio bufete, solo para los hermanos. Me preguntaba si se llevarían a Maya con ellos. A lo que iba, Nicolás era el alma gemela de mi jefe, por algo lo llamaban su pulmón, no podían vivir el uno sin el otro. Siempre que se presentaba por aquí, mis compañeras corrían a espiarlo de lejos sin que se diera cuenta mientras suspiraban, tenían la esperanza de hacerse con él ya que el hermano mayor estaba ya tomado y no existían ninguna remota posibilidad de que se fijara en otra que no fuera su esposa. Estaban definitivamente perdidas, aunque no tanto como yo que suspiraba por el casado aun sabiendo que nunca estaríamos juntos. Con Nicolás era distinto, no estaba casado, no era tan serio e inalcanzable como su hermano, aunque me había dado cuenta de que no se fijaba en ninguna que trabajara en nuestra compañía y no entendía el por qué, ni siquiera trabajaba allí, ¿tan poca cosa éramos para él?

—No hemos hablado, —hablé mientras me ponía en pie y recogía la mesa—mi jefe solo estaba despidiéndose.

—Intentas mentirnos—dijo Nancy—, vimos claramente cómo hablabais.

—¿Acaso te pidió salir y no quieres que lo sepamos?

—A menos que consideréis el hecho de que pregunte por si mi nombre no era de hombre sea pedirme salir, no, no hemos hablado y tampoco me ha pedido salir. ¿Satisfechas? —las dos se miraron y segundos después se echaron a reír, se estaban riendo de mí, como iba diciendo, no las aguantaba.

—¿De verdad dijo eso? —preguntó Nancy que no paraba de reírse. Puse todo en orden.

—Si habéis terminado ya de burlaros necesito continuar con mi trabajo.

—Claro, claro, Ronnie —dijo Alba haciendo énfasis en mi nombre. Se apartaron de mi escritorio y caminaron a sus puestos sin dejar de reír. Gracias a Nicolás estaba siendo el hazmerreír de mis insoportables compañeras. Gracias Nicolás Harris, ojalá pudiera compensártelo.

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