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Sabías palabras o cruel realidad

—¿Qué? ¿En mi oficina? —Alba palidece ante la situación y antes de responder, el hombre anticipa.

—Sí, se equivocó de puerta. ¿Iba al baño, no?

—¡Sí, sí! —contesta con voz trémula.

Al notar las intenciones de su padre de incomodar a la chica, Enrique trata de justificarse:

—Debí acompañarte, lo siento. Pero entonces, ya viste mi oficina, supongo.

—Sí, por eso me dejé llevar por la lujosa decoración. ¡Lo siento! —baja la mirada.

El hombre escucha atento a la nerviosa joven y esto provoca mucho más dudas sobre Mario, cuya suspicacia es superior a la de su hijo.

—Bien, debo salir a una reunión. Volveré al rato. —mira por tercera vez a Alba y luego dirige la mirada hacia su hijo— Deberías invitarla para este fin de semana. Iremos a Ibiza con algunos socios en mi yate.

El tono jactancioso de Mario, incómoda aún más a Enrique. Su padre realmente era un hombre poderoso, mas no perdía oportunidad para crecerse frente a otros, mucho más cuando los consideraba de bajo nivel.

—Sí, po
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