Capítulo 36
En un descuido, Isabella me agarró del cuello con fuerza.

—Suel... suéltame... —las manos de Isabella tenían una fuerza increíble. Aunque le clavé las uñas hasta hacerle sangre, no logré que me soltara.

No podía respirar y mi rostro palidecía. Una oleada de mareos me invadió incontrolablemente.

Con gran esfuerzo, intenté pedir ayuda:

—¡Ayu... ayuda! ¡Socorro!

Isabella, sin miedo alguno y con expresión enloquecida, dijo:

—María, aunque te desgarres la garganta gritando, nadie vendrá a salvarte. Mandé lejos a todos los sirvientes.

—No gastes energía, ¡acepta tu muerte tranquilamente!

Me invadió la desesperación porque sabía que Isabella decía la verdad. Pero... no podía resignarme a morir así.

Apretando los dientes, reuní todas mis fuerzas y pisé con violencia el pie de Isabella.

—¡AHHH! —el dolor hizo que aflojara su agarre.

Aprovechando la oportunidad, la empujé y salí corriendo.

Isabella me persiguió hasta la azotea. Ya no había escape. Me quedé tambaleando al borde, pálida, viendo có
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