Capítulo 3
—¡Alto! ——Antonio alzó la voz enojado—. Isabella, no hagas que te desprecie más.

Esas palabras, paralizaron a Isabella. Una mezcla de indignación, humillación y resentimientos enrojecieron sus ojos y, aunque se dio por vencida, antes de salir de la habitación declaró:

—En esta vida, la única señora Morales seré yo, Isabella. ¡Ninguna otra mujer puede siquiera soñarlo!

Dicho esto, dio media vuelta intentando mantener la compostura y se alejó tambaleándose.

Cuando confirmé que Isabella realmente se había ido, no pude evitar sentir cierta decepción. Pero no había prisa, el tiempo estaba de mi lado y le esperaban sorpresas aún más interesantes.

Antonio se levantó inmediatamente de la cama, poniendo distancia entre nosotros. Yo también me puse de pie junto a la cama.

De espaldas a mí, su voz sonaba algo molesta:

—¡Sal de aquí! Tu posición es solo...

Pero no pudo terminar la frase porque yo salí huyendo en carreras.

Antonio se quedó perplejo. Al voltear y verme correr como una conejita, sus labios se torcieron con ironía.

A la mañana siguiente, al salir del edificio donde tengo rentado un apartamento, dos hombres de negro me tomaron por los brazos y me obligaron a entrar en una camioneta aparcada al frente.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué me están secuestrando? —exclamé aterrada.

Uno de ellos se rio con desprecio:

—¡Ja! Hay muchas mujeres que intentan seducir a nuestro señor. ¿Creíste que tus pequeños trucos pasarían desapercibidos ante los ojos de la señora?

¿La señora? ¿Isabella?

Ayer, fui yo quien llevó a Antonio a su casa y, con solo averiguar un poco, ya Isabella logró descubrirlo… ¡Maldición, fui descuidada!

Para mi sorpresa, los hombres de negro me llevaron a una cafetería.

—Siéntate —ordenó Isabella con las piernas cruzadas, mirándome como un cisne orgulloso.

Fruncí el ceño, dudando por un momento. El hombre detrás de mí me empujó. ¡Pum! Caí torpemente en la silla frente a Isabella.

—¡Ja! —soltó una risita despectiva mientras levantaba su taza de café. Dio un elegante sorbo antes de volver a mirarme.

—Aléjate del señor Morales. Di tu precio —su tono era arrogante.

Mi corazón se tensó, aunque mantuve una expresión neutral.

—Señora Morales, está malinterpretando todo. Solo soy la secretaria del señor Morales, no hay ningún tipo de sentimientos románticos entre nosotros...

No estaba mintiendo. Aunque estaba provocando a Antonio y él respondía con instintos masculinos, aún no había caído completamente.

—Así que...

¡Plaf! Antes de que pudiera terminar, una tarjeta voló hacia mí, golpeándome en la cara. El borde afilado raspó mi delicada mejilla, causándome un dolor punzante. No esperaba que Isabella me humillara así tan repentinamente. Me quedé atónita.

—¡Ja!, mujeres como tú son solo caza fortunas que, valiéndose de su belleza, se lanzan sobre hombres ricos y poderosos — dijo despectiva, y entrelazó sus manos agregando—. Esa tarjeta tiene diez millones que ni en años, acostándote con millonarios, conseguirías tanto. ¡Tómala y lárgate!

Isabella, deliberadamente, alzó su voz, provocando que otros clientes me señalaran burlándose de mí sin disimularlo.
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