Capítulo 2
Entré en pánico y, aunque también estaba empapada, insistí en apartar la mano de Antonio.

—Señor Morales, su esposa viene... su mano... —susurré alarmada.

Este, recordó entonces que me tenía agarrada una teta, así que retiró su mano de inmediato.

—Lo siento, la confundí con otra persona, ¡mejor váyase, señorita Blanco!

¡¿Este quiere que me vaya? ¿Qué salga frente a ella? ¡Ni loca! Me invadió el pánico. Le agarré la mano y angustiada le dije:

—Señor Morales, su esposa no debe verme salir de aquí ahora, no quiere a ninguna mujer cerca de usted, si salgo así, malinterpretará todo. ¡No quiero morir!

Antonio, se puso nervioso, la palabra morir pareció haberle traído dolorosos recuerdos. Miró a su alrededor buscando un escondite para mi agraciado cuerpito, pero un “Click” sonó y la puerta se abrió.

Era Isabella, quien al enterarse que Antonio estaba ebrio pensó que tendría una oportunidad, así que se había arreglado especialmente para la ocasión. Recién bañada, con su cabello ondulado cayendo seductoramente sobre su espalda y un camisón de tirantes que resaltaba sus curvas.

—Cariño, escuché que bebiste demasiado ¿estás bien? —le dijo zalamera.

Isabella frente a Antonio recostado de lado en la cama, sosteniendo su cabeza con el brazo y la parte inferior del cuerpo cubierta con una fina sábana, no me veía.

Es que apenas ella tomó la manilla de la puerta, salté a la cama y me metí detrás de Antonio, cubriéndome con la misma sábana que a él le cubría de la cintura para abajo. Arrinconada como estaba, mi cabeza quedó pegada a su sensible cintura, y mis labios rojizos rozándolo sutilmente con mi cálido aliento. Pero cuando sentí tanta zalamería y perfume en la habitación, quise estropearle el momento a Isabella y ver la cara que pondría. Con la uña del meñique, levanté un poquito la sábana donde estaba mi ojo izquierdo y por allí vi que la señora estaba recién bañadita, con su cabellera en cascada cayéndole seductoramente en la espalda. Ella no dejaba de moverse coqueta con un camisón de tirantes que le resaltaba sus curvas.

Sonreí ladeada y, como una gatita juguetona, lo fui provocando. Rocé, a través de las telas, sus nalgas con mis senos erguidos. Pude sentir claramente como su cuerpo se tensaba mientras, con voz ronca le decía:

—No es nada, ¡sal de aquí!

Al escucharlo, los ojos de Isabella se llenaron de lágrimas de frustración.

—Cariño, ¿por qué tienes que ser tan frío conmigo?

—Ya te di el título de señora Morales, ¿qué más quieres? —respondió Antonio impasible—. No seas codiciosa.

—¿Codiciosa yo? —Isabella alzó la voz repentinamente.

Hay un límite para soportar la indiferencia, y ella estaba llegando al suyo.

—Soy tu esposa, ¿qué hay de malo en querer el amor de mi marido? —su voz se quebró, suplicante—. Cariño, solo... solo quiero un hijo. Un hijo tuyo y mío... Así les demostraríamos a nuestros padres que somos una familia. ¡por favor, amor!

Mi mirada se volvió fría, el instinto asesino arremolinándose en mis ojos. Mi hijo estaba muerto. ¿Por qué su asesina podría vivir libremente y tener sus propios hijos? ¡No lo merecía! ¡Isabella simplemente no lo merecía!

Fingiendo nerviosismo y pánico, acerqué mi rostro. Suave y delicado, rozando apenas la parte posterior de Antonio a través de la tela delgada de su pantalón. Mi respiración lo acariciaba... ¿cómo podría resistirlo?

Su cuerpo se estremeció y dejó escapar un gemido involuntario.

—Mmm...

—Cariño... —Isabella se quedó paralizada.

Luego, como si hubiera comprendido algo, su cuerpo se tensó mientras sus ojos enrojecían. Me emocioné, aunque temí que no fuera suficiente provocación, así que me moví ligeramente, dejando que la silueta femenina se vislumbrara por un instante bajo la sábana. Isabella lo vio claramente. Furiosa, perdiendo toda compostura, se abalanzó para arrancar la sábana y destrozar a la zorra que se escondía debajo.
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