ARIAEstaba nerviosa. El gran día se acercaba. Mañana es mi boda. Todavía me resultaba difícil de aceptar. Todo estaba casi listo. Melia, con su entusiasmo inagotable, se encargaba de los últimos detalles. Decía que organizar bodas le emocionaba, aunque para mí era agotador. Las ceremonias de unión entre compañeros no tenían que ser ostentosas, pero tratándose del hijo del Alfa, la lista de invitados parecía interminable, y había demasiadas decisiones que tomar.Melia apareció con un grupo de hembras veteranas. Se reunieron conmigo para discutir sobre la comida y bebida que se serviría después de la ceremonia. No tenía ningún interés en esas cosas pero para ellas parecía un asunto de vida o muerte. Hablaban con una seriedad pasmosa, debatiendo entre opciones de vinos, sabores de pasteles y hasta la textura de los aperitivos.—El vino tiene que ser dulce, no fuerte. A los jóvenes les encanta algo más ligero. —dijo una.—Sí, pero que no falte el tinto, los machos siempre lo toman.—replic
ARIAPor la noche se llevaría a cabo una reunión formal con todas las hembras de la manada, una tradición que ocurre siempre antes de una ceremonia de emparejamiento. No solo el Comandante y yo nos unimos ese día; también se habían programado otras uniones, convirtiendo el evento en una celebración colectiva para toda la manada.La reunión de esta noche no solo tenía un propósito social, sino también práctico: las mujeres más veteranas compartían consejos sobre la vida marital, cómo adaptarse a los cambios y otros aspectos importantes de la vida en pareja. Era una oportunidad para aprender de la experiencia de quienes ya habían recorrido ese camino. Este tipo de reuniones me parecen molestas, la verdad. Además…sé que a muchas hembras no les parece bien que yo me case con el Comandante.Entré al salón donde todas las hembras estaban reunidas y me dirigí hacia Melia, quien conversaba animadamente con Sali, la modista que había diseñado mi vestido. Sin embargo, en cuanto me acerqué lo su
SEIKRoberto insistió en que tomáramos unas copas con los guerreros, así que nos dirigimos al comedor de la manada, ya que la sala principal estaba ocupada por las hembras. Estas se reunían antes de la ceremonia de unión, una tradición que las más veteranas no querían romper, mientras que las jóvenes se limitaban a participar con resignación.Los novatos se encargaron de ir al almacén a por comida y alcohol. Mi hermano Kael se fue con ellos, no podía perderlos de vista.Roberto y algunos guerreros juntaron un par de mesas y nos sentamos. Necesitamos una copa más que nunca, habíamos patrullado los alrededores del clan Kalo, pendientes de cualquier movimiento o señal extraña. Vigilar a los vampiros era complicado, ya que podían olernos fácilmente en nuestra forma de lobo, por lo que lo más prudente era desplazarnos en forma humana. Aunque existían formas de disimular nuestro olor, siempre era mejor tomar todas las precauciones necesarias cuando se trataba de vampiros.A la reunión tambié
SEIKNoté como mi beta y algunos guerreros se pusieron incómodos. —Eso es cierto —interrumpió de repente una voz femenina desde el otro lado de la sala. Todos voltearon a ver a la madre de Elisabeth, Nala, quien sonreía con suficiencia mientras se acercaba a nosotros—. Esa joven no es adecuada para ser nuestra Luna. Es solo la hija ilegítima del beta de una manada pequeña…Lo más sensato sería unir a mi hija Elisabeth con el comandante.—Es un matrimonio político—dije.—No entiendo en qué nos beneficia una alianza con Luna Menguante, es una manada que no puede ofrecernos nada de valor—dijo Nala con sorna—. Y si fuera necesaria una alianza, podríamos casarla con cualquier otro hijo del Alfa Axel; no tiene que ser el heredero.La tensión en la sala se hacía cada vez más densa, y mientras los murmullos aumentaban, la figura de Aria apareció en la entrada. Sus ojos estaban apagados, y una sombra de tristeza se reflejaba en su rostro. Algunos la miraron con curiosidad, otros con una mezcl
ARIA Unos murmullos y risas me despertaron. Entreabrí los ojos y vi a Meliá y Marcus mirándome desde una esquina del dormitorio. Sus sonrisas traviesas delataban que planeaban algo. Cuando me incorporé, Melia cambió su expresión y anunció: —Hoy es el día. Vamos a desayunar con Marcus y después empezaremos a arreglarnos. Marcus la miró confundido. —¿Qué? Pero si apenas son las nueve de la mañana y la ceremonia es a las siete de la tarde. —Aria, tenemos muchas cosas que hacer —replicó Melia con un tono que no admitía réplica. —¿No estás siendo un poco dramática? —le respondí incrédula. Bufó, cruzándose de brazos, y dio una palmada para apresurarnos. —¡Manos a la obra! No había forma de contradecirla, así que me dejé llevar. Fuimos a una peluquería donde una mujer loba extrovertida llamada Eva nos atendió. Me sorprendió que me tratara con amabilidad, algo poco habitual en las hembras fuera del círculo cercano al Alfa. Era evidente que a ella no le importaban las políticas de
SEIKEstaba esperando en el gran salón de festejos. A pesar de intentar mantener una postura firme, mis manos evidenciaban mi nerviosismo al apretar y soltar el borde de mi fajín. Mi padre, de pie frente a mí, me observaba con una expresión burlesca, disfrutando de mi incomodidad.El salón era imponente. Las altas paredes de piedra, adornadas con tapices que contaban la historia de nuestra manada, reflejaban la luz de los candelabros colgantes. Las velas, colocadas en grandes apliques de hierro forjado, proyectaban sombras danzantes que llenaban el espacio con un aire solemne, casi místico. Las mesas, aún vacías pero perfectamente dispuestas, estaban cubiertas con manteles blancos y decoradas con centros de ramas verdes y flores silvestres que evocaban la conexión de nuestra manada con la naturaleza.El suave murmullo de los invitados llegando a lo lejos me hacía sentir cada vez más ansioso. Respiré hondo, intentando calmar los latidos de mi corazón. Mi padre, que no dejaba pasar la
ARIAEl ambiente cambió, adoptando una atmósfera aún más solemne. Los miembros de la manada se movieron con un propósito renovado, y el Alfa hizo un gesto hacia el centro del salón, donde se había dispuesto un altar más grande, adornado con símbolos de nuestra especie. —Ahora, procederemos con la ceremonia de unión de Aria y el pequeño Marcus a nuestra manada.—La voz del Alfa resonó y todos los ojos se volvieron hacia él.Fue en ese momento cuando el pequeño Marcus, que había permanecido en silencio a un lado, se acercó. Con paso firme y decidido, se dirigió hacia el altar, llevando en sus manos una pequeña daga ceremonial.El murmullo entre los miembros de la manada se detuvo cuando lo vieron avanzar. Marcus se detuvo frente al altar, sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y respeto. Sin vacilar, le hizo una reverencia al Alfa y después al comandante. De pronto sentí el peso real de lo que Marcus y yo íbamos a hacer. Cuando la ceremonia termine ya no seremos miembros de la m
SEIKDesde mi lugar, podía ver a los jóvenes de la manada riendo y bromeando entre ellos, llenos de energía y despreocupación. Los más pequeños corrían alrededor de las mesas, jugando a atrapar sombras bajo la luz de las velas y soltando risas contagiosas que llenaban el aire. En una esquina, Melia y Aria estaban sentadas juntas, compartiendo una bandeja de dulces.Yo estaba junto a los guerreros, compartiendo una jarra de vino tinto, cuando mi padre, el Alfa, se acercó. Su presencia era imponente, pero sus ojos llevaban un brillo travieso, algo común en él. Mientras los demás hablaban de las últimas patrullas y estrategias, yo apenas podía concentrarme. Mis ojos volvían, una y otra vez, hacia Aria. Ella estaba al otro lado del salón, riendo con Melia mientras compartían dulces.Mi padre no tardó en notarlo. Se inclinó ligeramente hacia mí, con una sonrisa que mezclaba burla y picardía.—No paras de mirarla, hijo. Al menos disimula un poco, o van a pensar que no puedes esperar a term