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3 | Tentación y control

Zayn

No debería estar aquí.

No debería haber entrado a la casa de Jared tan temprano en la mañana, pero la invitación a desayunar era una excusa válida. No debería haberme encontrado con Mayhem en la cocina, vestida de esa manera, descalza, con el cabello húmedo y esa sonrisa que me está jodiendo la cabeza.

Maldición.

Me paso una mano por el rostro, intentando sacudirme el efecto que ha dejado en mí, pero sigue ahí. Ese vestido suelto, esos shorts que apenas cubrían lo necesario. Y lo peor de todo: la forma en que me miró.

Como si supiera exactamente qué está haciendo. Como si estuviera probándome.

Aún puedo oler su perfume en el aire. Algo dulce y fresco, algo que se me quedó impregnado en la piel.

Tengo que largarme de aquí.

Pero justo cuando estoy por salir al jardín, Jared aparece por la puerta trasera con dos tazas de café en la mano. Me extiende una y se sienta en una de las sillas de la terraza.

—¿Ya desayunaste? —pregunta con tono casual, como si mi mundo no estuviera desmoronándose por culpa de su hija.

Me obligo a asentir.

—Sí, solo pasé a saludarte antes de irme.

—Bien. Aunque te perdiste de ver a Mayhem antes de que saliera. Seguramente aún estaba en pijama. No sé qué haré con ella, sigue siendo la misma niña desordenada de siempre.

Trago saliva. Si supiera.

—¿Salió? —pregunto, más para distraerme que por interés real.

—Sí, tiene clases en la universidad. Ya sabes cómo es, nunca se queda quieta. Está metida en mil cosas. A veces siento que no tengo idea de qué hacer con ella.

Jared suspira, removiendo el café con la cuchara antes de mirarme.

—Es raro verte aquí otra vez. Pero se siente bien.

Intento sonreír, aunque la sensación de incomodidad no me abandona.

—Sí, bueno, necesitaba un cambio de aire. Nueva York se estaba volviendo… monótona.

—¿Monótona? Vamos, Zayn, no me jodas. Tu vida allá era puro lujo y excesos. Seguro que no te aburrías.

Me encojo de hombros. Claro que tenía todo lo que un hombre podría desear. Dinero, mujeres, poder. Pero en algún punto dejó de significar algo.

—Digamos que necesitaba volver a mis raíces —digo finalmente.

Jared asiente y bebe de su café.

—Bueno, sabes que esta casa siempre será tuya también. No dudes en venir cuando quieras. Mayhem estará feliz de tenerte por aquí. Se le veía emocionada anoche.

M****a.

Me obligo a mantenerme impasible, a ignorar el peso de sus palabras.

—Sí, parece que ha crecido bastante.

—Oh, créeme. Lo ha hecho. No sé en qué momento mi niña se convirtió en esa fuerza de la naturaleza. A veces siento que no la reconozco. Es independiente, demasiado decidida. A veces me preocupa que se meta en problemas por su forma de ser.

Demasiado tarde, amigo.

Jared no tiene ni la más mínima idea de lo que está pasando en la cabeza de su hija. Ni en la mía.

Termino mi café rápido y me levanto.

—Tengo que irme, hermano. Nos vemos después.

Jared me da una palmada en la espalda y asiente.

—Nos vemos, cabrón. No desaparezcas otra vez.

Me largo de ahí antes de que mi mente me traicione. Antes de que mi cuerpo reaccione a la sola idea de Mayhem en esa casa, en su habitación, en mi cabeza.

Debería estar en mi oficina. Debería estar en reuniones, planeando estrategias para la inversión que vine a hacer en Los Ángeles. En cambio, estoy conduciendo sin rumbo fijo, intentando sacarme de la cabeza el sonido de su voz, la imagen de su sonrisa, el calor que dejó en el ambiente cuando salió de la cocina moviendo esas malditas caderas.

Esto no está bien. Nada de esto está bien.

Aparco en un bar de la zona alta de Beverly Hills, pidiendo un whisky solo para calmar mis nervios. No he bebido antes del mediodía en años, pero hoy se siente necesario.

—Mala mañana, ¿eh? —comenta el bartender cuando me sirve.

—Más de lo que me gustaría admitir.

El alcohol baja caliente por mi garganta y cierro los ojos por un segundo, tratando de alejar de mi mente la imagen de Mayhem con esa expresión de desafío, con esa sonrisa de superioridad, con esos labios que me han estado torturando desde anoche.

No es una niña. No es la hija de Jared. No es un problema.

Me repito esas mentiras mientras termino mi trago y pido otro. Pero en el fondo sé la verdad.

Lo es.

Es todo eso y más.

Es la tentación que no puedo permitirme. Es el incendio que va a consumirnos a los dos.

Y lo peor de todo es que una parte de mí ya está esperando el momento en que me queme.

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