La noche cayó como un manto sobre la mansión Varela, cubriendo las sombras de las paredes antiguas y llenando de silencio los pasillos. Isabella, después de un día interminable, se refugió en la terraza de su habitación, donde el viento fresco y la oscuridad le ofrecían una tregua de los pensamientos que la acosaban sin descanso. Había algo liberador en la inmensidad del cielo nocturno, en la distancia de las estrellas que parecían tan ajenas a su realidad.
El sonido de un golpe ligero en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Isabella se giró, y tras un momento de duda, se acercó a abrir. Al hacerlo, se encontró cara a cara con Clara, una de las pocas personas en la casa a las que podía considerar cercanas. Clara había sido la sirvienta de confianza de la familia Varela desde que Isabella era una niña, y ahora, aunque la relación entre ambas era distinta, la joven seguía apreciando la compañía de Clara más de lo que le gustaba admitir.
—Señorita Isabella —dijo Clara, en voz baja, como si temiera ser escuchada—. Hay alguien aquí que quiere verla. Es importante.
Isabella frunció el ceño, sorprendida. No esperaba visitas a esas horas, y menos alguien que necesitara un encuentro clandestino. Pero la expresión de Clara, seria y preocupada, la convenció de que debía escucharla.
—¿Quién es? —preguntó Isabella, dejando entrever un atisbo de curiosidad.
Clara miró a ambos lados del pasillo antes de susurrar:
—Es la señorita Luciana. Viene de parte de los Varela. Me ha pedido que le diga que es sobre el acuerdo.
El corazón de Isabella dio un vuelco. Luciana era la prima de su padre, alguien que siempre había estado involucrada en los negocios de la familia, pero que prefería mantener un perfil bajo. Si ella había venido personalmente, algo importante estaba ocurriendo. Isabella asintó lentamente y siguió a Clara por los pasillos oscuros hasta una sala apartada en el ala oeste de la mansión.
Allí, sentada junto a la ventana, estaba Luciana, con su figura delgada envuelta en un abrigo negro. Al verla entrar, Luciana se levantó y esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Isabella, querida —dijo, mientras la observaba detenidamente—. Siento tener que visitarte de esta manera, pero hay cosas que debemos discutir sin demora.
Isabella cerró la puerta tras ella y se acercó a Luciana, tomando asiento frente a ella. Sentía una mezcla de curiosidad y aprensión.
—¿De qué se trata, Luciana? —preguntó, intentando que su voz no delatara su preocupación.
Luciana suspiró y apoyó las manos en la mesa.
—La situación con los Arriaga es más delicada de lo que imaginábamos —empezó—. Este matrimonio no es suficiente para estabilizar la relación entre nuestras familias. Hay ciertas alianzas en juego, ciertos... compromisos que requieren más que simples promesas.
Isabella sintió cómo la tensión se instalaba en sus hombros. Aquello no era lo que quería escuchar, no después del día que había tenido. Había esperado que, al menos por esa noche, pudiera alejarse de los problemas familiares y encontrar un poco de paz. Pero, como siempre, la realidad tenía otros planes.
—¿Qué quieres decir? —respondió Isabella, con una voz más firme de lo habitual.
Luciana la miró con una mezcla de simpatía y determinación.
—Necesitamos que consigas algo, Isabella. Algo que los Arriaga no quieren compartir. Hay información clave en la empresa de Álvaro, documentos que podrían inclinar la balanza a nuestro favor. Si los conseguimos, podríamos renegociar los términos de este matrimonio y ganar una ventaja importante.
Isabella se quedó en silencio. La propuesta de Luciana era peligrosa, mucho más de lo que hubiera esperado. Espiar a su propio esposo, aunque fuera parte de un matrimonio arreglado, era algo que podía tener consecuencias catastróficas si la descubrían. Pero en el fondo, sabía que Luciana tenía razón. No podía quedarse de brazos cruzados mientras su vida era controlada por decisiones ajenas. Necesitaba recuperar algo de poder, y si eso significaba arriesgarse, lo haría.
—Lo haré —dijo finalmente, con una resolución que la sorprendió incluso a ella misma—. Pero necesitaré ayuda.
Luciana asintió con una mirada llena de aprobación.
—Tendremos todo preparado. Clara será tu enlace y te proporcionará lo que necesites. No te preocupes, querida, no estás sola en esto.
Isabella asintó lentamente, sintiendo cómo una nueva sensación se instalaba en su interior: una mezcla de miedo y poder. Aquella alianza secreta era peligrosa, pero también le daba algo que había estado buscando desde el día en que se vio forzada a aceptar este matrimonio: una oportunidad para luchar, para cambiar su destino.
Cuando Luciana se levantó para marcharse, Isabella la acompañó hasta la puerta. Se despidieron con una mirada cómplice, y luego, la joven regresó a la terraza, donde el viento seguía soplando suavemente. Cerró los ojos y respiró profundamente, dejando que el aire fresco despejara su mente. Tenía un plan, tenía un objetivo. Y, por primera vez en mucho tiempo, tenía una razón para actuar.
Miró hacia la oscuridad de la noche, hacia el horizonte lejano, y se prometió a sí misma que no dejaría que nadie más decidiera su destino. Podría haber cadenas que la ataban, pero estaba dispuesta a romperlas, una a una, hasta que finalmente pudiera ser libre.
Los primeros rayos del amanecer se filtraban a través de las cortinas pesadas de la habitación de Isabella, iluminando el espacio con un brillo suave y dorado. Había pasado una noche inquieta, dando vueltas en la cama mientras sus pensamientos se arremolinaban sobre la conversación que había tenido con Luciana. La idea de espiar a Álvaro y buscar información que pudiera ayudar a su familia no era algo que pudiera tomarse a la ligera, y el riesgo era demasiado alto. Pero cuanto más pensaba en la posibilidad de recuperar el control sobre su vida, más la convencía la idea de actuar.
Al escuchar un suave golpeteo en la puerta, Isabella se levantó lentamente, se puso una bata y cruzó la habitación para abrir la puerta. Clara estaba allí, con una expresión de determinación que reflejaba la gravedad de la situación.
—Buenos días, señorita —dijo Clara, entregándole una carpeta discreta—. Esto es todo lo que necesita para comenzar. Luciana me lo entregó anoche antes de marcharse.
Isabella tomó la carpeta y asintió. La abría con cuidado, dejando que sus ojos recorrieran los documentos que contenía. Había planos de la oficina de Álvaro, horarios de sus reuniones y una lista de los empleados que tenían acceso restringido. Cada detalle estaba pensado para que ella pudiera moverse con el menor riesgo posible.
—¿Estás segura de esto, Clara? —preguntó Isabella, sin levantar la mirada de los papeles—. Si algo sale mal, tú también estarás en peligro.
Clara sonrió suavemente, con una calidez que siempre había hecho sentir a Isabella un poco más tranquila.
—Siempre he estado a su lado, señorita. Nada de esto cambiará eso. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para ayudarla a salir adelante.
Isabella la miró y sintió un nudo en la garganta. Sabía que, aunque muchas personas en la mansión le eran indiferentes, Clara era distinta. Ella era su único apoyo real en aquel entorno de frialdad y calculada indiferencia. La joven asintió y cerró la carpeta, respirando hondo para calmar la ansiedad que amenazaba con consumirla.
—Gracias, Clara —dijo, con un leve temblor en la voz—. No podría hacerlo sin ti.
Clara asintió y se retiró en silencio, dejándola a solas con sus pensamientos y la carpeta que, de alguna manera, representaba tanto una esperanza como una condena. Isabella se acercó a la ventana y dejó que la brisa matutina la envolviera. La mansión Varela estaba tranquila, y el mundo parecía estar despertando con pereza. Los jardineros empezaban a trabajar, y el murmullo de las primeras conversaciones llenaba el aire.
Había algo inquietante en la idea de entrar en la oficina de Álvaro. No solo porque era arriesgado, sino porque también implicaba invadir su espacio personal de una manera que sentía, de algún modo, desleal. Por mucho que su relación estuviera lejos de ser real, había ciertos límites que nunca había considerado cruzar. Pero ahora, la situación era diferente. Isabella se recordó a sí misma que aquello no era una cuestión de lealtad o traición, sino de supervivencia.
Más tarde esa misma mañana, Isabella se preparó para salir hacia la empresa de los Arriaga. Su corazón latía con fuerza mientras se ponía el vestido cuidadosamente seleccionado para la ocasión, algo discreto pero elegante, lo suficientemente formal como para no levantar sospechas. Cuando bajó las escaleras, se encontró con Álvaro, quien también parecía estar listo para ir a la oficina. Isabella se obligó a sonreír, con la esperanza de que no notara nada fuera de lugar.
—Buenos días —dijo Álvaro, mirándola de arriba abajo con una ceja ligeramente arqueada—. Te ves... profesional hoy. ¿Vas a venir conmigo a la oficina?
Isabella asintió, intentando que su voz sonara lo más natural posible.
—Pensé que sería bueno acompañarte. Después de todo, debo empezar a entender cómo funcionan las cosas, ¿no crees?
Álvaro pareció sorprendido, pero asintió con una sonrisa que Isabella no pudo interpretar del todo.
—Claro, es una buena idea. Será interesante tenerte cerca. Veamos si puedes soportar un día en mi mundo sin aburrirte.
Isabella soltó una risa forzada y siguió a Álvaro hacia el coche que los llevaría a la empresa. El trayecto fue silencioso, con Álvaro centrado en revisar algunos documentos e Isabella mirando por la ventana, intentando controlar su respiración. Todo debía salir bien, cada paso había sido cuidadosamente planeado por Luciana y Clara. Pero a pesar de eso, el miedo no dejaba de estar presente.
Al llegar a la empresa, Isabella siguió a Álvaro a través del vestíbulo, saludando a los empleados y manteniendo su papel a la perfección. La tensión en sus hombros aumentaba con cada paso que daban hacia la oficina de Álvaro. Sabía que tendría que encontrar el momento adecuado para actuar, necesitaba sólo un instante donde estuviera sola y revisar los documentos que Luciana necesitaba.
Álvaro la guió hasta su oficina y se sentó en su escritorio, indicándole que se acomodara en uno de los sillones cercanos. Isabella sonrió y tomó asiento, observando con atención cómo Álvaro empezaba a trabajar. Ella esperó pacientemente, buscando una oportunidad, mientras se obligaba a mantener la calma y aparentar un interés genuino en los asuntos que Álvaro le explicaba.
Finalmente, una llamada telefónica interrumpió la concentración de Álvaro. Él se levantó, se disculpó brevemente y salió de la oficina, dejándola sola. Isabella contuvo la respiración y, con rapidez, se puso de pie. Sabía que tenía poco tiempo. Se acercó al escritorio de Álvaro y empezó a revisar los cajones, buscando cualquier documento que coincidiera con la descripción que Luciana le había dado.
El sonido de su corazón retumbaba en sus oídos mientras revisaba con manos temblorosas. Cada segundo parecía alargarse interminablemente, y el miedo de ser descubierta la hacía sentir como si el aire se hubiera vuelto denso y pesado. Finalmente, encontró un sobre sellado con el logotipo de la empresa y la marca "Confidencial" estampada en rojo. Isabella lo tomó y lo guardó rápidamente en su bolso, justo antes de que escuchara el ruido de pasos acercándose por el pasillo.
Se apresuró a regresar a su asiento y respiró profundamente, intentando calmar el temblor de sus manos. Álvaro regresó poco después, con una sonrisa despreocupada, sin notar nada fuera de lo normal. Isabella se obligó a sonreír también, aunque en su interior sentía una mezcla de alivio y temor.
Había dado el primer paso, ya no había vuelta atrás. Había cruzado una fina línea, y ahora, más que nunca, estaba decidida a luchar por su libertad.
Esa noche, de vuelta en la mansión Varela, Isabella sintió la tensión acumulada durante todo el día apoderarse de su cuerpo. Tan pronto como llegó a su habitación, cerró la puerta y se dejó caer sobre la cama, cerrando los ojos mientras el sonido de su respiración irregular llenaba la habitación. Había logrado el primer paso, había conseguido el sobre que Luciana necesitaba, pero el verdadero desafío apenas comenzaba. La sensación de haber cruzado un límite la atormentaba, y aunque sabía que no tenía otra opción, la culpa y el miedo a ser descubierta eran ineludibles.
Cuando por fin se incorporó, Isabella abrió el bolso y sacó el sobre "Confidencial". Su corazón volvió a latir con fuerza mientras lo sostenía entre sus manos. Durante un momento, pensó en destruirlo, en deshacerse de esa evidencia peligrosa que la incriminaba. Pero la determinación que había sentido esa mañana volvió, y se obligó a abrir el sobre.
Dentro había una serie de documentos, llenos de números, firmas y referencias a cuentas bancarias y proyectos. Isabella no entendía todo lo que leía, pero las palabras "fondo oculto" y "transferencia internacional" llamaron su atención. Esos eran los secretos que Luciana quería, las claves que podrían cambiar la balanza a favor de los Varela. Mientras pasaba las hojas con cuidado, una mezcla de miedo y esperanza se formó en su pecho. Quizás, después de todo, había algo que podía hacer para cambiar su destino.
Un golpe ligero en la puerta la sobresaltó, y rápidamente escondió los documentos bajo las almohadas antes de abrir. Clara estaba allí, con una expresión ansiosa en el rostro.
—¿Lo conseguiste, señorita? —susurró Clara, mirando alrededor para asegurarse de que nadie más estuviera cerca.
Isabella asintió, sacando el sobre de su escondite y se lo entregó a Clara. La sirvienta lo tomó con cuidado, con una mezcla de alivio y admiración en sus ojos.
—Hizo un buen trabajo, señorita —dijo Clara, esbozando una pequeña sonrisa—. Luciana estará complacida.
—Espero que valga la pena —respondía Isabella, bajando la voz y mirando hacia la puerta, como si temiera que alguien pudiera escucharlas—. No quiero ni imaginarme lo que pasaría si Álvaro descubre lo que estamos haciendo.
Clara asintió, compartiendo la preocupación de Isabella. Ambas sabían que las consecuencias podrían ser devastadoras, no solo para Isabella, sino también para todos aquellos que la ayudaban. Pero en medio de ese temor, también había una chispa de esperanza, una oportunidad de tomar el control sobre una vida que había sido decidida por otros.
—Luciana vendrá a buscar los documentos esta noche —explicó Clara—. Hasta entonces, los mantendremos seguros. Todo saldrá bien, señorita.
Isabella asintió y cerró los ojos un momento, tratando de calmar la agitación en su pecho. Necesitaba mantener la compostura, necesitaba ser fuerte. Había aceptado este riesgo y, aunque el miedo la consumía, no se permitiría dudar de las decisiones que ya había tomado.
Una vez que Clara se marchó, Isabella se sentó junto a la ventana, mirando la oscuridad de la noche. Pensó en Álvaro, en la frialdad que había sentido en su trato ese día. ¿Qué pensaría él si supiera lo que estaba haciendo? ¿Habría algo más allá de la traición que él podría entender? Isabella sacudió la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos. No podía permitirse pensar en lo que Álvaro sentiría, no cuando había tanto en juego.
Horas después, cuando la casa estaba en completo silencio, Isabella se escabulló hasta el salón principal, donde Clara la esperaba con Luciana. Luciana tomó los documentos con una sonrisa satisfecha, pero sus ojos reflejaban la seriedad del momento.
—Lo has hecho bien, Isabella —dijo Luciana—. Esto es solo el comienzo, pero has demostrado que podemos confiar en ti.
Isabella asintió, sintiendo una mezcla de alivio y temor. Sabía que este era solo el primer paso de algo mucho más grande, algo que podría tener repercusiones incalculables. Pero por ahora, había cumplido con su parte, y eso le daba una pequeña sensación de victoria.
Cuando finalmente regresó a su habitación, Isabella se dejó caer en la cama, exhausta. La tensión del día la había dejado agotada, pero también había una sensación de poder que nunca antes había experimentado. Había tomado una decisión peligrosa, y la había llevado a cabo con éxito. Por primera vez en un tiempo, sintió que tenía el control sobre su vida, aunque fuera solo un poco.
Antes de cerrar los ojos, Isabella se prometió a sí misma que no se detendría. Seguiría adelante, sin importar los riesgos. Porque la libertad, por esquiva que fuera, valía cada peligro, cada sacrificio.
A la mañana siguiente, Isabella despertó con el sonido de pasos apresurados resonando por el pasillo fuera de su habitación. Un mal presentimiento se formó en su pecho mientras se levantaba, poniéndose una bata y abriendo la puerta con cautela. Clara estaba al otro lado, su expresión reflejaba una mezcla de urgencia y preocupación.
—Señorita Isabella, debe bajar ahora mismo —dijo Clara, casi en un susurro—. Hay problemas... Álvaro quiere verla.
Isabella sintió cómo el nudo en su estómago se apretaba. ¿Problemas? Los pensamientos se arremolinaron en su mente mientras seguía a Clara por los pasillos de la mansión. Trataron de mantener la calma, pero Isabella podía sentir el miedo creciendo con cada paso que daban. Llegaron al vestíbulo principal, donde Álvaro la esperaba junto a dos de sus hombres de confianza. Su expresión era severa, su mirada fija en ella.
—Isabella —dijo, su voz era más fría de lo habitual—. Necesitamos hablar. Ahora.
Isabella asintió lentamente, intentando ocultar el temblor en sus manos. Sabía que, fuera lo que fuera, necesitaría mantener la calma y la compostura. Álvaro la guió hasta la sala de estar y cerró la puerta tras ellos, creando un ambiente tenso e intimidante.
—Esta mañana recibí noticias preocupantes —comenzó Álvaro, mirándola fijamente—. Alguien ha estado indagando en mis asuntos personales, en la empresa. Encontramos indicios de que hubo una brecha de seguridad, y sospecho que alguien dentro de la mansión está involucrado.
Isabella sintió que su corazón se detenía por un segundo. El miedo que había intentado mantener a raya ahora la golpeaba con toda su fuerza. Mantuvo su expresión lo más neutra posible, intentando no mostrar la agitación que sentía.
—¿Estás diciendo que alguien de la casa te traicionó? —preguntó, con la voz un poco temblorosa—. ¿Cómo podría pasar algo así?
Álvaro la observó detenidamente, como si buscara alguna pista en su expresión. Dio un paso más cerca de ella, sus ojos oscuros clavados en los de Isabella.
—No lo sé, Isabella. Pero quiero asegurarme de que entiendas lo que está en juego aquí. Si descubro quién está detrás de esto, no tendré piedad. Las consecuencias serán severas.
Isabella tragó saliva y asintió, sintiendo cómo la tensión en la habitación se volvía insoportable. Sabía que debía mantenerse firme, que no podía mostrar ninguna debilidad. Debía convencer a Álvaro de que no tenía nada que ver con lo que él estaba investigando.
—Lo entiendo, Álvaro —dijo, con un tono que esperaba fuera convincente—. Puedes confiar en mí. Yo no haría nada que pusiera en riesgo nuestra... situación. Estoy aquí para apoyar a la familia, no para traicionarla.
Álvaro se quedó en silencio por un momento, con la mirada fija en los ojos de Isabella, como si intentara leer su alma. Finalmente, asintió, aunque su expresión seguía siendo sombría.
—Espero que sea así, Isabella. Porque si descubro que alguien cercano a mí está involucrado, las consecuencias serán irreparables.
Isabella asintió nuevamente, sintiendo cómo una ola de alivio y terror se mezclaban en su interior. Álvaro finalmente se apartó, señalándole que podía irse. Isabella salió de la sala, intentando mantener el paso firme mientras su corazón latía con fuerza.
Clara la esperaba al final del pasillo, sus ojos reflejando la misma preocupación que Isabella sentía. Cuando finalmente estuvieron fuera del alcance de los demás, Clara se acercó a ella.
—¿Estás bien, señorita? —preguntó, con voz suave.
Isabella asintió, aunque sabía que nada estaba bien. Todo se estaba complicando mucho más de lo que había previsto, y el peligro de ser descubierta se sentía cada vez más cercano. Sabía que necesitaba ser más cuidadosa, que cada movimiento debía ser calculado al mínimo detalle si quería seguir adelante con su plan.
—No te preocupes, Clara —dijo, intentando sonar tranquila—. Vamos a seguir adelante. No podemos detenernos ahora.
Clara asintió, aunque la preocupación en su rostro no disminuyó. Ambas sabían que las cosas se estaban complicando, pero también sabían que no había vuelta atrás. Isabella había decidido luchar por su libertad, y aunque el precio fuera alto, estaba dispuesta a pagarlo.
Esa noche, Isabella se sentó frente al espejo de su habitación, observando su reflejo. Por primera vez, se dio cuenta de cuánto había cambiado. Ya no era la joven ingenua que aceptaba su destino sin cuestionarlo. Ahora era alguien dispuesta a arriesgarlo todo, alguien que había encontrado en el peligro una razón para luchar. Y aunque el miedo seguía presente, también lo estaba la determinación.
Isabella no pudo evitar sentir un escalofrío mientras caminaba por el pasillo largo y apenas iluminado del ala norte de la mansión Varela. La noche había caído hacía horas, y la atmósfera dentro de la casa era pesada, casi opresiva. Luciana le había enviado un mensaje críptico, citándola en un lugar que normalmente estaba vacío. Isabella sabía que no podía ignorar la llamada, no después de los eventos del día anterior, cuando Álvaro había expresado su creciente sospecha sobre una traición dentro de la mansión.Al llegar al final del pasillo, Isabella abrió una puerta de madera que daba a una pequeña sala que rara vez se usaba. Allí estaba Luciana, de pie junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad del jardín. La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando solo un lado de su rostro, lo que le daba un aire más sombrío del habitual.—Isabella —dijo Luciana, sin apartar la vista de la ventana—. Gracias por venir.Isabella cerró la puerta detrás de ella, su corazón latiendo con fu
Los días se habían vuelto un ciclo interminable de secretos y tensión. Isabella sentía que el aire en la mansión se volvía más denso con cada minuto que pasaba. Las sospechas de Álvaro estaban creciendo, y su presencia se había vuelto casi asfixiante. Parecía estar siempre cerca, observando, esperando cualquier señal que pudiera delatarla. Pero Isabella no podía darse el lujo de cometer errores; aún tenía una misión que cumplir, y cada día la empujaba más al límite.Una tarde, mientras Isabella estaba en el jardín, disfrutando de un momento de relativa calma, Álvaro apareció detrás de ella. Su sombra se proyectó sobre la hierba, haciéndola sobresaltar levemente. Él se acercó sin decir palabra, con una expresión que mezclaba seriedad y algo más, algo que Isabella no podía descifrar del todo.—Necesito hablar contigo —dijo Álvaro, con un tono que no daba lugar a evasivas.Isabella asintió, intentando que su corazón no se reflejara en su voz.—Claro, ¿de qué se trata? —respondió mientras
Los días que siguieron a la quema de la segunda nota fueron un verdadero ejercicio de autocontrol para Isabella. Cada momento compartido con Álvaro se sentía como una prueba constante, un intento de aferrarse a la calma mientras el peligro acechaba en las sombras. Los paseos por los jardines, las cenas que solían estar llenas de silencio cómodo y miradas robadas, ahora se habían vuelto más tensos. Isabella sabía que cada palabra debía ser cuidadosa, cada gesto medido, para evitar que las sospechas de Álvaro volvieran a surgir.Una noche, después de una cena especialmente silenciosa, Álvaro se retiró a su estudio, y Isabella se quedó en la biblioteca, tratando de encontrar algo que la distrajera de sus pensamientos. Pero nada podía aliviar la sensación de que algo estaba a punto de romperse. Sentía el peligro casi tangible, como si el enemigo estuviera esperando en el umbral, preparado para atacar en cualquier momento.Cuando Clara entró apresuradamente, Isabella supo que algo había su
Cualquier otra persona podría pensar que una boda en el jardín principal de la mansión Arriaga era la definición de un sueño hecho realidad. Pero para Isabella, ese lugar sólo representaba la culminación de todas sus pesadillas. La boda no sería más que una puesta en escena llena de falsas sonrisas y máscaras cuidadosamente colocadas, donde la verdad era un invitado inesperado y oculto entre los arbustos perfectamente podados.Isabella levantó la barbilla con aire de desprecio, observando las luces que colgaban del techo, parpadeando con una falsa inocencia. Las luces del montaje no podían ocultar la oscuridad del acuerdo en el que se había visto atrapada, arreglado sin su consentimiento por su propio padre. Todo era un teatro donde el amor, ese ideal que tanto había anhelado en sus años de adolescencia, se había escapado.Los Arriaga y los Varela habían sido rivales durante generaciones. La solución de unir a ambas familias bajo un mismo nombre no era fruto de la magia de un flechazo