Los días que siguieron a la quema de la segunda nota fueron un verdadero ejercicio de autocontrol para Isabella. Cada momento compartido con Álvaro se sentía como una prueba constante, un intento de aferrarse a la calma mientras el peligro acechaba en las sombras. Los paseos por los jardines, las cenas que solían estar llenas de silencio cómodo y miradas robadas, ahora se habían vuelto más tensos. Isabella sabía que cada palabra debía ser cuidadosa, cada gesto medido, para evitar que las sospechas de Álvaro volvieran a surgir.
Una noche, después de una cena especialmente silenciosa, Álvaro se retiró a su estudio, y Isabella se quedó en la biblioteca, tratando de encontrar algo que la distrajera de sus pensamientos. Pero nada podía aliviar la sensación de que algo estaba a punto de romperse. Sentía el peligro casi tangible, como si el enemigo estuviera esperando en el umbral, preparado para atacar en cualquier momento.
Cuando Clara entró apresuradamente, Isabella supo que algo había sucedido. Su amiga la miró con ojos cargados de urgencia y temor.
—Señorita Isabella, Ignacio quiere verla. Dice que es urgente —dijo Clara, susurrando casi como si temiera ser escuchada por las paredes.
El corazón de Isabella se detuvo por un segundo antes de comenzar a latir rápidamente. Ignacio Villarreal era el último nombre que quería escuchar en ese momento, pero sabía que no podía ignorar la llamada. Si Ignacio estaba allí, significaba que algo grave había sucedido, algo que requería su atención inmediata.
Siguiendo a Clara por los pasillos oscuros de la mansión, Isabella se preparó mentalmente para lo que fuera que la esperara. La tensión se sentía más densa con cada paso, y cuando finalmente llegaron a la pequeña sala donde Ignacio la esperaba, la atmósfera casi la asfixiaba.
Ignacio estaba allí, de pie junto a la ventana, su silueta oscura recortada contra la luz de la luna que se filtraba desde afuera. Al verla entrar, se giró, y la expresión en su rostro no presagiaba nada bueno.
—Isabella —dijo él, con un tono serio y directo—. Tenemos un problema. Alguien está filtrando información, y parece que estamos siendo observados más de cerca de lo que pensábamos.
Isabella se quedó inmóvil, las palabras de Ignacio resonando en su mente. ¿Alguien los estaba traicionando? ¿Quién podría estarlo haciendo, y por qué? La duda se instaló en su pecho, pero también una creciente sensación de pánico. Si alguien más estaba filtrando información, sus planes y su seguridad estaban en riesgo.
—¿Qué quieres decir con que estamos siendo observados? —preguntó finalmente, tratando de mantener su voz firme.
Ignacio se acercó a ella, sus ojos fijos en los de Isabella.
—Recibí una advertencia, y no fue la primera. Hay alguien que sabe más de lo que debería sobre nosotros. Necesitamos encontrar al traidor antes de que sea demasiado tarde. Si Álvaro descubre lo que está pasando, todo terminará.
Isabella sintió un nudo en la garganta. Las amenazas, los mensajes anónimos, y ahora esto. Todo estaba desmoronándose, y el control que creía tener se escapaba de sus manos. Sabía que si no actuaba rápido, no solo su vida correría peligro, sino también la de Álvaro y de todos los que estaban involucrados.
—¿Tienes alguna pista? —preguntó Isabella, tratando de recuperar la compostura.
Ignacio asintió, aunque su expresión era sombría.
—Hay algunas sospechas, pero nada concreto. Necesito que estés atenta, que vigiles cada movimiento dentro de la mansión. Cualquiera podría ser el responsable, incluso alguien cercano a ti.
Isabella asintió, sintiendo el peso de las palabras de Ignacio. La incertidumbre era lo más peligroso de todo; no saber en quién confiar, no saber quién estaba dispuesto a traicionarlos. Pero sabía que no tenía otra opción. Debía seguir adelante, debía proteger lo que había empezado a construir, y debía hacerlo sin dejar que Álvaro sospechara de lo que realmente estaba sucediendo.
Cuando Ignacio se marchó, dejándola sola en la sala, Isabella se quedó mirando la ventana, la mente llena de pensamientos oscuros. Sabía que el juego al que estaba jugando era peligroso, y que cada movimiento que hacía la acercaba más al borde del abismo. Pero no podía detenerse, no cuando ya había llegado tan lejos.
Más tarde esa noche, cuando se encontró con Álvaro en su habitación, Isabella notó cómo él la observaba, buscando algo en su rostro. Quizá sospechaba que algo no estaba bien, pero no dijo nada. En cambio, se limitó a acercarse y tomar su mano, un gesto silencioso de apoyo.
—Todo estará bien, Isabella —dijo Álvaro, su voz baja y suave.
Isabella lo miró, intentando sonreír, aunque el peso de la incertidumbre seguía presente. Sabía que Álvaro quería creer que podían tener un futuro juntos, pero la realidad era mucho más compleja de lo que él podía imaginar. Mientras las amenazas siguieran acechándolos y mientras los enemigos se escondieran en las sombras, la paz que ambos anhelaban sería solo un espejismo.
Isabella apretó la mano de Álvaro, jurándose a sí misma que no permitiría que nadie destruyera lo que estaban construyendo, sin importar el precio. Sabía que las jugadas que tendrían que hacer serían peligrosas, pero también sabía que era la única forma de luchar por la libertad y la redención que tanto deseaba.
Al día siguiente, la tensión se intensificó. Isabella intentó mantener la calma mientras continuaba con sus responsabilidades en la mansión, pero sentía la presión de las palabras de Ignacio, la posibilidad de un traidor acechando en cada rincón. Mientras caminaba por los pasillos, su mente estaba en constante alerta, intentando captar cualquier señal, cualquier detalle que pudiera delatar al responsable.
Esa tarde, mientras Isabella revisaba algunos documentos en el despacho de Álvaro, escuchó un golpe en la puerta. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y apareció Luciana, una de las pocas personas en quienes Isabella creía poder confiar. Luciana entró con una expresión preocupada, cerrando la puerta tras de sí.
—Isabella, necesitamos hablar. Hay algo que deberías saber —dijo Luciana, su voz apenas un susurro.
Isabella frunció el ceño y dejó los documentos a un lado, invitándola a continuar.
—Han comenzado a circular rumores sobre ti y Álvaro —continuó Luciana—. Hay personas en la familia que no están contentas con la forma en que las cosas están cambiando, y parece que alguien podría estar buscando una forma de separar a Álvaro de ti.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que no todos en la familia Arriaga la aceptaban, que había quienes veían su presencia como una amenaza. Pero escuchar que alguien estaba intentando activamente desestabilizar su relación con Álvaro era algo mucho más peligroso.
—¿Tienes idea de quién podría estar detrás de esto? —preguntó Isabella, tratando de mantener la voz firme.
Luciana negó con la cabeza, pero su expresión mostraba preocupación genuina.
—No estoy segura, pero sé que debes tener cuidado. Hay muchos intereses en juego aquí, y no todos quieren que tengas éxito. Lo mejor sería que trataras de no llamar la atención mientras intentas averiguar quién podría estar detrás de todo esto.
Isabella asintió, el peso de la situación haciéndose más evidente con cada palabra de Luciana. No solo tenía que preocuparse por las amenazas anónimas y los espías potenciales, ahora también había alguien cercano a la familia que estaba tratando de romper lo que ella y Álvaro estaban construyendo.
—Gracias, Luciana. Estaré atenta —dijo finalmente, intentando mostrar una valentía que no sentía del todo.
Luciana le dio una sonrisa breve y salió del despacho, dejando a Isabella sola con sus pensamientos. Las amenazas parecían venir de todos los ángulos, y cada vez era más difícil saber en quién confiar.
Esa noche, Isabella decidió hablar con Álvaro. Sabía que no podía decirle todo, pero también sabía que él tenía derecho a saber que estaban siendo vigilados. Después de la cena, lo invitó a dar un paseo por el jardín, buscando un lugar apartado donde pudieran hablar sin ser escuchados.
—Álvaro, hay algo que necesito decirte —comenzó, su voz llena de preocupación mientras caminaban entre los rosales.
Él la miró, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su rostro.
—¿Qué sucede, Isabella? —preguntó, deteniéndose y tomando sus manos.
Isabella respiró hondo antes de continuar.
—Alguien está intentando separarnos. Luciana me advirtió que hay rumores en la familia, y creo que debemos ser cuidadosos. No sé quién está detrás de esto, pero siento que nos están observando más de lo que pensábamos.
Álvaro frunció el ceño, su expresión oscureciéndose mientras procesaba sus palabras.
—¿Rumores? ¿Quién podría querer hacernos daño? —preguntó, su voz llena de una mezcla de incredulidad y enfado.
Isabella negó con la cabeza, sintiendo la frustración y el miedo arremolinarse en su interior.
—No lo sé, Álvaro. Pero necesitamos estar alerta. No quiero que todo lo que hemos intentado construir se derrumbe por culpa de alguien más.
Álvaro asintió lentamente, su mirada intensa sobre Isabella.
—No dejaré que nadie nos haga daño, Isabella. Prometo que voy a protegernos, sin importar lo que cueste. Pero necesito que confíes en mí, que no ocultes nada. Si estamos juntos en esto, lo enfrentaremos juntos.
Isabella sintió cómo una lágrima amenazaba con caer, pero la contuvo. Apretó las manos de Álvaro y asintió, sintiendo una mezcla de miedo y esperanza.
—Confío en ti, Álvaro. Pero debemos ser cuidadosos. Hay demasiado en juego.
Álvaro la atrajo hacia él y la abrazó, un gesto cálido que le dio algo de consuelo. Aunque las amenazas seguían presentes y la oscuridad se cernía sobre ellos, Isabella supo en ese momento que no estaba sola. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podían luchar juntos, que quizá, solo quizá, había una salida para ambos.
El jardín, envuelto en la penumbra de la noche, se convirtió en su refugio momentáneo, un lugar donde las promesas y las esperanzas podían florecer a pesar del peligro. Sabían que los desafíos eran muchos, que las jugadas que tendrían que hacer serían cada vez más arriesgadas, pero también sabían que no se darían por vencidos. La lucha apenas comenzaba, y juntos, estaban decididos a enfrentar lo que viniera.
Los días que siguieron al paseo por el jardín con Álvaro fueron aún más tensos. Isabella trataba de actuar con normalidad, pero la sensación de que cada paso que daba era observado no la abandonaba. Los rumores sobre su relación con Álvaro parecían intensificarse, y aunque no sabía de dónde provenían, cada mirada recelosa que recibía por parte de algunos miembros de la familia Arriaga se convertía en un recordatorio constante de que el enemigo podía estar más cerca de lo que pensaba.
Una tarde, mientras Isabella se encontraba en la biblioteca intentando concentrarse en la lectura de un viejo libro, Clara entró apresuradamente, su rostro pálido y los ojos reflejando preocupación.
—Señorita Isabella, necesita venir conmigo. Rápido —dijo Clara, su voz apenas un susurro.
Isabella cerró el libro, dejando a un lado la tranquilidad forzada que había intentado alcanzar, y siguió a Clara por los pasillos de la mansión. La llevaron hasta el ala menos transitada de la casa, hacia una pequeña habitación que había sido usada como almacén en tiempos recientes. Al entrar, Isabella se quedó helada.
Ignacio estaba allí, y junto a él, un hombre que Isabella no conocía. Ignacio la miró, su rostro serio y sin rastro de la familiaridad que solía mostrarle. El hombre junto a él tenía una expresión sombría y amenazadora.
—Isabella —dijo Ignacio, señalándola para que cerrara la puerta tras ella—, tenemos un problema aún más grande del que sospechábamos.
Isabella tragó saliva, el miedo trepando por su pecho mientras obedecía y cerraba la puerta. Había algo en el ambiente que la hacía sentir como si estuviera a punto de ser juzgada.
—Este es Mateo, alguien en quien confío para cuestiones delicadas —continuó Ignacio, señalando al hombre a su lado—. Él ha estado investigando los rumores y la fuente de la información que parece filtrarse sobre nosotros.
Mateo la miró fijamente, y su presencia la intimidó de inmediato. Había algo en él que parecía conocer secretos oscuros, y su voz, cuando habló, fue fría y directa.
—Isabella, hemos descubierto que alguien dentro de la mansión tiene contacto con la familia rival. Alguien está jugando para ambos lados, y creemos que la información que han obtenido está muy cerca de comprometer todo lo que hemos construido. Necesitamos saber si tienes alguna idea de quién podría estar detrás.
Isabella sintió el peso de la acusación, aunque sus palabras no la señalaban directamente. Sabía que era una prueba, un intento de ponerla entre la espada y la pared para observar sus reacciones. Se obligó a mantener la calma, a evitar cualquier señal de pánico que pudiera delatarla.
—No tengo idea de quién podría ser —respondió finalmente, su voz firme aunque su corazón latía con fuerza—. Pero haré lo que sea necesario para ayudarles a encontrar al traidor. No quiero que todo se derrumbe por culpa de alguien más.
Ignacio la miró en silencio por un momento, como si estuviera evaluando cada palabra que acababa de decir. Luego asintió lentamente y se volvió hacia Mateo.
—Confío en ella —dijo Ignacio, aunque su tono dejaba entrever que la confianza era precaria, una cuerda floja sobre un abismo—. Pero debemos ser cautelosos. Mateo, quiero que mantengas los ojos abiertos. Nadie debe escapar de nuestra vigilancia.
Mateo asintió, sin apartar la mirada de Isabella, lo cual solo añadió a la sensación de incomodidad y peligro que ella sentía. Sabía que ahora estaba bajo un escrutinio más riguroso, y cualquier paso en falso podría ser fatal.
Cuando Ignacio y Mateo se marcharon, dejándola sola en la habitación, Isabella sintió cómo su cuerpo se relajaba, casi contra su voluntad. La tensión de estar frente a aquellos hombres la había dejado exhausta, y se apoyó contra la pared, tratando de recuperar la compostura.
Clara entró de nuevo, mirándola con preocupación.
—¿Estás bien, señorita? —preguntó en voz baja, acercándose a ella.
Isabella asintió lentamente, aunque el miedo seguía presente.
—Tenemos que ser más cuidadosas que nunca, Clara —susurró Isabella—. No sé quién nos está traicionando, pero no podemos bajar la guardia. Ignacio y Mateo están vigilando, y cualquier error podría ser nuestro final.
Clara asintió, sus ojos reflejando la misma preocupación que sentía Isabella. Ambas sabían que la situación era crítica, que cualquier movimiento en falso podría hacer que todo se desmoronara. Isabella había estado caminando por un sendero peligroso durante demasiado tiempo, pero ahora, más que nunca, estaba decidida a seguir adelante, a luchar por su libertad y proteger a Álvaro.
Esa noche, cuando volvió a encontrarse con Álvaro en la habitación, él notó la tensión en su expresión y la tomó de la mano, llevándola hacia él.
—¿Estás segura de que todo está bien? —preguntó, sus ojos buscando los de ella, llenos de preocupación.
Isabella intentó sonreír, aunque sabía que su sonrisa no podía ocultar el miedo que la carcomía.
—Solo estoy cansada, Álvaro. Ha sido un día largo —respondió, sin dar más explicaciones.
Álvaro la observó durante un momento más antes de asentir lentamente. La atrajo hacia su pecho y la abrazó, un gesto cálido que intentaba transmitirle la seguridad que tanto necesitaba. Isabella cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, aunque sabía que el peligro estaba más cerca de lo que él podía imaginar.
Mientras estaba en sus brazos, juró que no se rendiría. No importaba cuán complicada y peligrosa se volviera la situación. Ella estaba decidida a protegerlo, a protegerse a sí misma y a encontrar la forma de salir victoriosa. Las sombras seguían acechando, pero Isabella estaba lista para enfrentarlas, sin importar cuán oscuro fuera el camino que debía recorrer.
Los días siguientes fueron una prueba constante para Isabella. Cada vez que se cruzaba con Ignacio o con Mateo, sentía cómo los ojos de este último la analizaban, buscando cualquier señal que pudiera incriminarla. La presión era insoportable, pero Isabella sabía que debía mantener la calma, debía seguir adelante y no cometer errores. Cada decisión que tomaba podía ser crucial para su supervivencia y para la seguridad de Álvaro.
Una tarde, cuando la mansión parecía más tranquila de lo habitual, Isabella se dirigió al pequeño estudio en el ala oeste, el único lugar donde podía pensar sin interrupciones. Clara ya la estaba esperando allí, su rostro reflejando la preocupación que ambas compartían.
—Señorita, tenemos que hablar sobre lo que está pasando —dijo Clara, cerrando la puerta tras ellas y acercándose rápidamente—. No podemos seguir así, es demasiado peligroso.
Isabella asintió, sintiendo cómo el peso de todo lo que había sucedido en las últimas semanas la presionaba. Sabía que Clara tenía razón. La situación estaba alcanzando un punto crítico, y cada vez era más evidente que necesitaban tomar medidas drásticas.
—He estado pensando en eso, Clara —respondió Isabella, bajando la voz—. Ignacio y Mateo no se detendrán hasta encontrar al traidor, y no sé cuánto tiempo más podré mantenerme en este juego sin que Álvaro se vea afectado. Necesitamos un plan, algo que nos permita salir de esta situación antes de que todo se derrumbe.
Clara frunció el ceño, y por un momento, el silencio llenó el pequeño estudio. Luego, con un suspiro, miró a Isabella con determinación.
—Podríamos irnos. Escapar antes de que Ignacio actúe. Yo conozco algunas rutas que podríamos usar, y tengo contactos que podrían ayudarnos a salir sin levantar sospechas —sugirió Clara, su voz firme.
Isabella se quedó en silencio, procesando las palabras de Clara. Escapar. Era una opción que había considerado en sus momentos más desesperados, pero siempre había parecido imposible. Sin embargo, ahora, con las amenazas creciendo a su alrededor, empezaba a parecer la única opción viable. Si se quedaban, el peligro solo aumentaría, y la posibilidad de perder a Álvaro era algo que no estaba dispuesta a aceptar.
—No puedo irme sin Álvaro —dijo finalmente, su voz llena de convicción—. Si escapamos, él debe venir con nosotras. No voy a dejarlo aquí, no cuando estamos tan cerca de encontrar una salida juntos.
Clara la miró, dudando por un momento antes de asentir lentamente.
—Si esa es tu decisión, señorita, haré todo lo posible para ayudar. Pero necesitamos ser cuidadosas. Álvaro no puede saber nada hasta que todo esté listo. No podemos arriesgarnos a que nos delaten, ni siquiera involuntariamente.
Isabella sabía que Clara tenía razón. Álvaro era su compañero, pero también estaba demasiado expuesto. Si llegaba a sospechar algo, podía actuar precipitadamente y ponerlos a todos en peligro. Tenían que ser discretas, planear cada detalle y asegurarse de que, cuando llegara el momento, tuvieran una ruta clara para escapar sin dejar rastros.
—Empecemos a organizar todo —dijo Isabella, sintiendo cómo la determinación crecía en su interior—. Necesitamos documentos falsos, contactos confiables, y una ruta segura. Y lo más importante, necesitamos el momento adecuado para actuar. No podemos fallar, Clara. Esta es nuestra única oportunidad.
Clara asintió, una chispa de esperanza reflejándose en sus ojos.
—Haré los arreglos necesarios. Confíe en mí, señorita, encontraremos la forma de salir de aquí.
Isabella asintió, respirando profundamente mientras intentaba contener el miedo que amenazaba con apoderarse de ella. Sabía que el plan que estaban ideando era peligroso, pero también sabía que era su única oportunidad para liberarse de las cadenas que la mantenían atrapada. La mansión, que alguna vez había sido su prisión dorada, ahora se sentía como una trampa, y debía encontrar la forma de salir antes de que la atraparan por completo.
Esa noche, cuando Álvaro la abrazó antes de dormir, Isabella sintió una mezcla de culpa y determinación. Sabía que le estaba ocultando cosas, que estaba planeando algo que él aún no conocía. Pero también sabía que lo hacía por ellos, por la posibilidad de tener una vida juntos lejos de las amenazas, lejos de las intrigas y las mentiras que los rodeaban.
Mientras cerraba los ojos, Isabella se prometió a sí misma que encontraría la forma de protegerlo, que lo sacaría de aquel lugar y que, algún día, podrían ser libres. La oscuridad seguía acechando, pero ahora tenía un plan, una oportunidad. Y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para asegurarse de que, al final, ambos lograran escapar.
Cualquier otra persona podría pensar que una boda en el jardín principal de la mansión Arriaga era la definición de un sueño hecho realidad. Pero para Isabella, ese lugar sólo representaba la culminación de todas sus pesadillas. La boda no sería más que una puesta en escena llena de falsas sonrisas y máscaras cuidadosamente colocadas, donde la verdad era un invitado inesperado y oculto entre los arbustos perfectamente podados.Isabella levantó la barbilla con aire de desprecio, observando las luces que colgaban del techo, parpadeando con una falsa inocencia. Las luces del montaje no podían ocultar la oscuridad del acuerdo en el que se había visto atrapada, arreglado sin su consentimiento por su propio padre. Todo era un teatro donde el amor, ese ideal que tanto había anhelado en sus años de adolescencia, se había escapado.Los Arriaga y los Varela habían sido rivales durante generaciones. La solución de unir a ambas familias bajo un mismo nombre no era fruto de la magia de un flechazo
La noche cayó como un manto sobre la mansión Varela, cubriendo las sombras de las paredes antiguas y llenando de silencio los pasillos. Isabella, después de un día interminable, se refugió en la terraza de su habitación, donde el viento fresco y la oscuridad le ofrecían una tregua de los pensamientos que la acosaban sin descanso. Había algo liberador en la inmensidad del cielo nocturno, en la distancia de las estrellas que parecían tan ajenas a su realidad.El sonido de un golpe ligero en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Isabella se giró, y tras un momento de duda, se acercó a abrir. Al hacerlo, se encontró cara a cara con Clara, una de las pocas personas en la casa a las que podía considerar cercanas. Clara había sido la sirvienta de confianza de la familia Varela desde que Isabella era una niña, y ahora, aunque la relación entre ambas era distinta, la joven seguía apreciando la compañía de Clara más de lo que le gustaba admitir.—Señorita Isabella —dijo Clara, en voz baja, c
Isabella no pudo evitar sentir un escalofrío mientras caminaba por el pasillo largo y apenas iluminado del ala norte de la mansión Varela. La noche había caído hacía horas, y la atmósfera dentro de la casa era pesada, casi opresiva. Luciana le había enviado un mensaje críptico, citándola en un lugar que normalmente estaba vacío. Isabella sabía que no podía ignorar la llamada, no después de los eventos del día anterior, cuando Álvaro había expresado su creciente sospecha sobre una traición dentro de la mansión.Al llegar al final del pasillo, Isabella abrió una puerta de madera que daba a una pequeña sala que rara vez se usaba. Allí estaba Luciana, de pie junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad del jardín. La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando solo un lado de su rostro, lo que le daba un aire más sombrío del habitual.—Isabella —dijo Luciana, sin apartar la vista de la ventana—. Gracias por venir.Isabella cerró la puerta detrás de ella, su corazón latiendo con fu
Los días se habían vuelto un ciclo interminable de secretos y tensión. Isabella sentía que el aire en la mansión se volvía más denso con cada minuto que pasaba. Las sospechas de Álvaro estaban creciendo, y su presencia se había vuelto casi asfixiante. Parecía estar siempre cerca, observando, esperando cualquier señal que pudiera delatarla. Pero Isabella no podía darse el lujo de cometer errores; aún tenía una misión que cumplir, y cada día la empujaba más al límite.Una tarde, mientras Isabella estaba en el jardín, disfrutando de un momento de relativa calma, Álvaro apareció detrás de ella. Su sombra se proyectó sobre la hierba, haciéndola sobresaltar levemente. Él se acercó sin decir palabra, con una expresión que mezclaba seriedad y algo más, algo que Isabella no podía descifrar del todo.—Necesito hablar contigo —dijo Álvaro, con un tono que no daba lugar a evasivas.Isabella asintió, intentando que su corazón no se reflejara en su voz.—Claro, ¿de qué se trata? —respondió mientras