Alianzas Peligrosas

Isabella no pudo evitar sentir un escalofrío mientras caminaba por el pasillo largo y apenas iluminado del ala norte de la mansión Varela. La noche había caído hacía horas, y la atmósfera dentro de la casa era pesada, casi opresiva. Luciana le había enviado un mensaje críptico, citándola en un lugar que normalmente estaba vacío. Isabella sabía que no podía ignorar la llamada, no después de los eventos del día anterior, cuando Álvaro había expresado su creciente sospecha sobre una traición dentro de la mansión.

Al llegar al final del pasillo, Isabella abrió una puerta de madera que daba a una pequeña sala que rara vez se usaba. Allí estaba Luciana, de pie junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad del jardín. La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando solo un lado de su rostro, lo que le daba un aire más sombrío del habitual.

—Isabella —dijo Luciana, sin apartar la vista de la ventana—. Gracias por venir.

Isabella cerró la puerta detrás de ella, su corazón latiendo con fuerza mientras se acercaba a su prima. Algo en el tono de Luciana le decía que lo que estaba a punto de escuchar cambiaría el rumbo de todo lo que habían estado planeando.

—¿Qué está pasando, Luciana? Álvaro sospecha... las cosas se están volviendo peligrosas —dijo Isabella, sin poder ocultar la preocupación en su voz.

Luciana finalmente se giró para mirarla, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y preocupación.

—Lo sé, y por eso tenemos que ser más cautelosas que nunca —respondió—. Pero también hay una oportunidad que no podemos dejar pasar. He conseguido el apoyo de alguien más... alguien que podría ser clave para conseguir lo que necesitamos.

Isabella frunció el ceño, sus pensamientos girando rápidamente. La idea de involucrar a alguien más en sus planes era riesgosa, especialmente si ya estaban bajo sospecha. Pero el brillo de seguridad en los ojos de Luciana la convenció de que esta nueva alianza era algo que valía la pena considerar.

—¿Quién es? —preguntó Isabella, con el tono lleno de cautela.

Luciana se acercó más a Isabella y bajó la voz, como si incluso las paredes pudieran escuchar sus palabras.

—Ignacio Villarreal. Él también tiene cuentas pendientes con los Arriaga, y está dispuesto a ayudarnos. Quiere verlos caer tanto como nosotros.

Isabella sintió cómo el aire se le escapaba por un segundo. Ignacio Villarreal era conocido por ser un hombre peligroso, alguien que operaba en los márgenes de la ley y que tenía tanto poder como Álvaro. Asociarse con él podía darles una ventaja importante, pero también podría ponerlas en una situación aún más comprometida.

—Luciana, Ignacio es... impredecible. ¿Cómo sabemos que podemos confiar en él? —inquirió Isabella, sus pensamientos invadidos por la imagen de lo que podía suceder si Ignacio decidía traicionarlas.

Luciana suspiró y puso una mano en el hombro de Isabella.

—No tenemos garantías, Isabella. Pero si queremos romper las cadenas que nos atan a esta vida, necesitamos aliados fuertes. Ignacio quiere que los Arriaga pierdan poder, y eso nos beneficia. Él tiene recursos que nosotros no, y está dispuesto a utilizarlos para debilitarlos.

Isabella cerró los ojos por un momento, intentando asimilar la situación. Sabía que no podían seguir adelante sin correr riesgos, y hasta ahora, cada paso que había dado la había llevado más cerca de su objetivo. Pero esto era diferente. Involucrar a Ignacio Villarreal significaba entrar en un terreno aún más peligroso, donde cualquier error podría costarles la vida.

—¿Qué espera a cambio? —preguntó Isabella finalmente, abriendo los ojos y mirando a Luciana con seriedad.

Luciana vaciló un momento antes de responder.

—Quiere una alianza con nosotros, un pacto de apoyo mutuo. Él nos ayuda ahora, y en el futuro, si lo necesita, nosotras lo ayudaremos a él. Es un trato de conveniencia, pero uno que nos da una oportunidad real de tomar el control.

Isabella asintió lentamente, su mente evaluando cada posibilidad. Sabía que no había una respuesta fácil, que cualquier decisión que tomara tendría sus propias consecuencias. Pero también sabía que estaba cansada de vivir una vida en la que otros decidían por ella. Y si esto le daba la oportunidad de cambiar su destino, entonces tal vez era un riesgo que valía la pena correr.

—De acuerdo —dijo finalmente, su voz firme—. Haremos lo que sea necesario. Pero tenemos que ser cuidadosas, Luciana. No podemos permitirnos ningún error.

Luciana sonrió, un brillo de satisfacción en sus ojos.

—No te preocupes, Isabella. Todo está bajo control. Esta es nuestra oportunidad, y no la desaprovecharemos.

Isabella asintió, aunque una parte de ella aún sentía el miedo y la incertidumbre creciendo en su interior. Sabía que el camino que habían elegido no sería fácil, y que cada paso las llevaría más lejos de cualquier seguridad que alguna vez hubieran tenido. Pero también sabía que no podía detenerse ahora. Estaba decidida a luchar, y si eso significaba forjar alianzas peligrosas, entonces así sería.

Antes de que se marcharan, Luciana le entregó a Isabella un pequeño papel doblado.

—Aquí está la información para contactar a Ignacio. Habla con él cuando te sientas lista. Esto es solo el comienzo, Isabella, y estamos a punto de cambiarlo todo.

Isabella tomó el papel y lo guardó en el bolsillo de su vestido, asintiendo con determinación. Sabía que ya no había vuelta atrás. Las decisiones que estaba tomando no solo afectarían su vida, sino también el futuro de todos los que estaban involucrados. Y aunque el miedo seguía presente, también lo estaba la posibilidad de una libertad que antes solo había podido imaginar.

Esa noche, mientras regresaba a su habitación, Isabella se dio cuenta de que, por primera vez, sentía que estaba luchando por algo real. No solo por su propia libertad, sino por la oportunidad de romper el ciclo de poder y opresión que había controlado su vida durante tanto tiempo. Estaba dispuesta a llegar hasta el final, sin importar cuán oscuro se volviera el camino.

El viento soplaba con fuerza esa noche mientras Isabella caminaba hacia el lugar donde Ignacio Villarreal la había citado. Un almacén abandonado al otro lado de la ciudad, un lugar tan discreto como peligroso. Mientras se acercaba, Isabella se preguntaba si estaba haciendo lo correcto. Todo dentro de ella le advertía que Ignacio era un hombre que no se regía por las mismas reglas que la mayoría, que las lealtades para él eran solo una moneda de cambio. Pero aún así, sabía que no podía dar marcha atrás.

Cuando llegó al almacén, una puerta de metal oxidada estaba entreabierta. Isabella la empujó, entrando en la penumbra. Solo la luz de la luna, que se filtraba por algunas ventanas rotas, iluminaba el vasto espacio. El eco de sus pasos resonó en el lugar hasta que una voz firme la detuvo.

—Adelante, Isabella. No temas —dijo Ignacio desde las sombras, su silueta emergiendo de la oscuridad.

Isabella tragó saliva y se acercó. Ignacio era un hombre alto, con una presencia imponente. Su porte seguro y la mirada intensa hacían que cualquiera pudiera dudar en desafiarlo. Vestido de negro, parecía una extensión de la noche misma.

—Me alegra ver que has venido —dijo Ignacio, esbozando una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Esto me dice que estás dispuesta a tomar riesgos, y me gusta la gente que está dispuesta a arriesgarlo todo.

Isabella lo observó con detenimiento antes de asentir. —Estoy aquí porque necesitamos tu ayuda. Luciana me habló de lo que quieres... y de lo que ofreces.

Ignacio asintó lentamente, cruzando los brazos sobre su pecho. —Correcto. Ambos tenemos algo que ganar. Los Arriaga son un obstáculo tanto para ti como para mí. Tú quieres libertad, y yo quiero quitarles el poder que han acumulado durante años. Si colaboramos, podemos lograr ambos objetivos.

Isabella lo miró fijamente. Sabía que Ignacio no era alguien en quien se pudiera confiar ciegamente, pero también sabía que no tenía muchas opciones. Necesitaba ese apoyo, esa fuerza externa que pudiera inclinar la balanza en su favor.

—¿Qué esperas de nosotras? —preguntó finalmente, su voz segura a pesar del miedo que la invadía.

Ignacio la observó por un momento antes de acercarse más a ella, su expresión grave. —Lo que espero, Isabella, es información. Tú estás cerca de Álvaro, y él confía en ti lo suficiente como para mantenerte cerca. Quiero saber qué planes tiene, qué movimientos va a hacer. Necesito tener ventaja sobre él.

Isabella sintió un nudo en el estómago. Espiar a Álvaro, infiltrarse más profundamente en su vida y manipular la información era un riesgo enorme. Si la descubrían, todo acabaría para ella, y no de una manera sencilla. Pero también sabía que ese era el precio de su libertad, que no había otro camino.

—Lo haré —respondía con firmeza, aunque una parte de ella temblaba ante la magnitud de lo que estaba aceptando—. Pero quiero asegurarme de que, si las cosas se complican, no seré abandonada. Luciana y yo debemos tener garantías.

Ignacio sonrió, esta vez con un destello de algo que podía ser consideración. —Claro, Isabella. No tengo intención de abandonarlas. Si cumplimos nuestra parte del trato, todos saldremos beneficiados. Pero debo advertirte... en este juego no hay segundas oportunidades. Una vez que comenzamos, no hay vuelta atrás.

Isabella asintió. Lo sabía desde el momento en que decidió ir esa noche. No había marcha atrás, no después de todo lo que había arriesgado hasta ahora. La vida que conocía se había convertido en una serie de apuestas arriesgadas, y esta era una más.

—Entiendo —dijo ella—. Estoy lista.

Ignacio le tendió la mano, y después de una breve pausa, Isabella la estrechó. Ese apretón de manos sellaba el pacto entre ellos, una alianza peligrosa que prometía cambiarlo todo. Mientras sus manos se separaban, Ignacio la miró con seriedad.

—Nos veremos pronto. Luciana y yo mantendremos el contacto. Confío en que harás lo correcto, Isabella. No me defraudes.

Isabella asintó una vez más antes de darse la vuelta y salir del almacén. El aire frío de la noche la golpeó de inmediato, y cerró los ojos por un momento, intentando calmarse. Lo había hecho. Había aceptado aliarse con Ignacio Villarreal, y ahora, más que nunca, estaba atrapada en un juego en el que cada movimiento podía ser el último.

Mientras caminaba de regreso a la mansión Varela, Isabella pensó en Álvaro. Se preguntó cuánto tiempo podría mantener la fachada, cuánto podría ocultar lo que estaba haciendo. Cada vez que lo miraba, sentía la culpa morderle el alma, pero también sentía la determinación de no permitir que él, ni nadie más, siguiera controlando su vida.

La noche se alargaba ante ella, llena de incertidumbres y decisiones peligrosas. Pero una cosa era segura: Isabella estaba lista para luchar. Y aunque los riesgos eran enormes, la esperanza de una vida diferente, libre de las cadenas que la ataban, era suficiente para impulsarla hacia adelante, sin importar cuán oscura se volviera la senda.

Durante los días que siguieron a su encuentro con Ignacio Villarreal, Isabella se vio obligada a asumir una nueva faceta de su vida, una que la llevó a moverse entre dos mundos completamente opuestos. Por un lado, seguía cumpliendo con sus responsabilidades como esposa de Álvaro Arriaga, presentándose a los eventos familiares, manteniendo las apariencias y asegurándose de que no hubiera razones para levantar sospechas. Por otro lado, cada vez más profundamente, se introducía en el lado más oscuro de esta alianza peligrosa con Ignacio.

La primera prueba llegó antes de lo que esperaba. Álvaro había organizado una cena para algunos socios importantes, y la presión de actuar como la esposa perfecta se intensificaba a medida que el día se acercaba. Sabía que Ignacio quería información sobre aquellos que asistieran, quería saber quiénes podrían representar una amenaza para sus planes. Isabella tuvo que aprender a esconder su inquietud tras una sonrisa impecable, mientras se movía entre los invitados, riendo en los momentos correctos y asentando con seguridad cada vez que alguien le dirigía la palabra.

La noche de la cena, Isabella se vistió con un vestido largo color carmesí, cuidadosamente escogido por las estilistas de la familia Arriaga. Mientras se observaba en el espejo, trató de convencerse de que todo aquello valía la pena. La mujer que veía reflejada no parecía la misma que había sido apenas unas semanas antes. Ahora había frialdad en su mirada, una determinación oculta tras cada gesto calculado.

Cuando bajó al salón principal, donde ya se encontraban algunos de los invitados, vio a Álvaro de pie junto a uno de sus socios, riendo ante algún comentario. Al verla, su mirada se suavizó por un breve instante, y le hizo un gesto para que se acercara. Isabella caminó hacia él, cada paso calculado, cada sonrisa cuidadosamente ensayada.

—Estás radiante —dijo Álvaro cuando ella llegó a su lado, sus dedos rozando los de ella por un momento antes de que Isabella retirara la mano sutilmente.

—Gracias —respondió ella, esbozando una sonrisa perfecta. Sentía su piel arder bajo el contacto de Álvaro, no por amor ni por deseo, sino por la culpa que la carcomía cada vez más. Sabía que él confiaba en ella, y esa confianza era justo lo que estaba traicionando.

A lo largo de la noche, Isabella se movió entre los invitados, conversando aquí y allá, captando retazos de información que podrían ser útiles para Ignacio. Le tomó más de lo que esperaba mantener su compostura, especialmente cuando Álvaro la observaba con esa sonrisa orgullosa, como si realmente creyera que su matrimonio era algo más que una fachada. Sentía la presión constante de actuar con naturalidad, de no dejar que su ansiedad aflorara. Cada palabra, cada gesto tenía que ser exacto, para que nadie pudiera sospechar sus verdaderas intenciones.

Finalmente, llegó un momento en que pudo apartarse de la multitud y dirigirse a una de las habitaciones contiguas al salón. Allí, sacó de su bolso un pequeño dispositivo de grabación que Ignacio le había dado. Con manos temblorosas, lo colocó detrás de una estantería que daba al salón, asegurándose de que nadie la viera. El dispositivo estaba ahí para captar cualquier conversación relevante, cualquier detalle que pudiera ser útil para Ignacio. Isabella sabía que si alguien la descubría, no habría explicaciones que pudieran salvarla.

Cuando regresó al salón, su sonrisa volvió a su lugar, y retomó su papel al lado de Álvaro. Sentía el corazón latirle con fuerza, pero no podía permitirse flaquear. Álvaro le puso una mano en la cintura, atrayéndola hacia él mientras presentaba a Isabella a uno de sus socios más influyentes, el Sr. Romano, un hombre mayor con una mirada astuta y llena de curiosidad.

—Es un placer finalmente conocer a la esposa de Álvaro —dijo el Sr. Romano, tomando la mano de Isabella y besándola suavemente—. He escuchado mucho sobre usted.

—Todo bueno, espero —respondió Isabella, sonriendo con la misma gracia con la que había aprendido a disimular sus pensamientos.

—Por supuesto, querida —respondió el hombre, aunque había algo en su mirada que le hizo pensar que él no era tan fácil de engañar. Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero se mantuvo firme.

Cuando la cena finalmente terminó, Isabella se sintió aliviada. Había superado la primera prueba sin que nadie sospechara nada. Álvaro la tomó de la mano mientras se despedían de los invitados, y aunque su toque era firme, Isabella sintió que había una barrera invisible entre ellos. Una barrera hecha de secretos y mentiras que ella misma había construido.

Esa noche, cuando se quedó sola en su habitación, Isabella pensó en lo que estaba haciendo. Sabía que el camino que había elegido estaba lleno de riesgos, pero también sabía que no podía detenerse. Cada día que pasaba, se adentraba más y más en una vida de engaños, y aunque a veces el miedo la paralizaba, la esperanza de liberarse de las cadenas que la ataban la empujaba hacia adelante.

Miró su reflejo en el espejo, viendo en sus propios ojos el peso de las decisiones que había tomado. Estaba viviendo una doble vida, y aunque sabía que el riesgo era enorme, también sabía que era la única forma de lograr lo que deseaba. Isabella estaba decidida a seguir adelante, sin importar cuán difícil fuera. Y aunque el precio fuera alto, estaba dispuesta a pagarlo, porque la libertad valía cada sacrificio.

Los días siguientes a la cena transcurrieron con una aparente normalidad, pero Isabella sentía que algo había cambiado. Álvaro había comenzado a observarla de una manera diferente, más atento a cada uno de sus movimientos, y cada vez que ella entraba a una habitación, podía sentir sus ojos sobre ella, como si buscara algo que no podía ver. Isabella sabía que las sospechas estaban empezando a arraigarse, y eso la hacía sentir como si caminara sobre una cuerda floja que se volvía más delgada con cada paso.

Una tarde, mientras Isabella estaba en la biblioteca revisando unos documentos, Álvaro entró sin anunciarse, con su expresión imperturbable. Él se acercó y se apoyó en la mesa, observándola en silencio durante unos segundos antes de hablar.

—Últimamente estás muy ocupada, Isabella. Me pregunto en qué has estado trabajando —dijo Álvaro, su voz suave, pero cargada de un trasfondo que ella no podía ignorar.

Isabella levantó la mirada y le ofreció una sonrisa tranquila, aunque podía sentir cómo sus manos temblaban ligeramente al sostener los papeles.

—He estado tratando de entender mejor los negocios de la familia, Álvaro. Si voy a ser parte de todo esto, quiero ser útil —respondió, esforzándose por mantener la calma en su voz.

Álvaro asintió lentamente, sus ojos fijos en los de ella, como si intentara desentrañar cada uno de sus pensamientos.

—Eso suena... admirable —respondió, inclinándose un poco más cerca—. Pero espero que recuerdes que no todos los aspectos de mis negocios son seguros para ti. A veces, es mejor mantenerse al margen de ciertos asuntos.

La tensión en la habitación era palpable. Isabella se obligó a sostener su mirada, sin desviar los ojos ni un instante. Sabía que cualquier muestra de duda o inseguridad podría confirmarle a Álvaro que había algo más de lo que aparentaba. Respiró hondo antes de responder.

—Lo sé, Álvaro. No estoy buscando problemas. Solo quiero ser un apoyo para ti —dijo, intentando que cada palabra sonara auténtica.

Álvaro se enderezó y sonrió, aunque había algo frío en esa sonrisa que la inquietó.

—Me alegra escuchar eso, Isabella. Porque nada me gustaría más que confiar plenamente en mi esposa —dijo, y después de una breve pausa, añadió—. La confianza es la base de todo, ¿no es así?

Isabella asintió, sintiendo cómo la ansiedad se arremolinaba en su pecho. Cuando Álvaro finalmente salió de la biblioteca, ella dejó escapar el aire que había estado conteniendo, sus manos finalmente dejando caer los documentos sobre la mesa. Sabía que no podía seguir así por mucho tiempo. Álvaro era inteligente, y si continuaba sintiendo que algo estaba mal, eventualmente descubriría lo que ella estaba haciendo.

Esa misma noche, Isabella se reunió con Luciana en un rincón apartado del jardín de la mansión. Luciana podía ver el nerviosismo en los ojos de Isabella y frunció el ceño.

—¿Qué ha pasado? Pareces tensa —dijo, tomando la mano de Isabella con preocupación.

—Álvaro... creo que empieza a sospechar. Me hizo preguntas hoy, y su tono... hay algo en su mirada, como si estuviera esperando que yo cometiera un error —respondió Isabella, su voz quebrándose por un instante.

Luciana apretó la mano de Isabella, tratando de transmitirle seguridad.

—Tienes que mantener la calma. Álvaro puede ser astuto, pero no tiene pruebas. Solo asegúrate de no cometer errores, y todo estará bien. Ignacio también está impaciente por obtener más información, pero primero tenemos que asegurarnos de que no hay peligro para ti.

Isabella asintió, agradeciendo la presencia de Luciana. Sabía que no estaba sola, pero también sabía que, al final del día, era ella quien tenía que enfrentarse a Álvaro y mantener la fachada. Cada día que pasaba se volvía más difícil, y el peso de las mentiras comenzaba a aplastarla. Pero no podía rendirse, no cuando había llegado tan lejos.

Miró hacia la mansión, viendo las luces encendidas en las ventanas y pensando en Álvaro. Sabía que su esposo era un hombre poderoso, alguien que no se detenía ante nada para proteger lo que consideraba suyo. Y ella, de alguna manera, era parte de eso. Tenía que ser más cuidadosa que nunca, o todo lo que había construido podría desmoronarse en un instante.

Cuando volvió a su habitación esa noche, Isabella se quedó mirando el techo, sus pensamientos dando vueltas una y otra vez. Sabía que las sospechas de Álvaro eran un peligro real, pero también sabía que no podía detenerse ahora. Cada mentira, cada riesgo, era un paso más hacia la libertad que tanto anhelaba. Y aunque el miedo seguía presente, también lo estaba la determinación. Iba a encontrar la manera de salir de aquella jaula, sin importar lo que tuviera que hacer para lograrlo.

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