Los días se habían vuelto un ciclo interminable de secretos y tensión. Isabella sentía que el aire en la mansión se volvía más denso con cada minuto que pasaba. Las sospechas de Álvaro estaban creciendo, y su presencia se había vuelto casi asfixiante. Parecía estar siempre cerca, observando, esperando cualquier señal que pudiera delatarla. Pero Isabella no podía darse el lujo de cometer errores; aún tenía una misión que cumplir, y cada día la empujaba más al límite.
Una tarde, mientras Isabella estaba en el jardín, disfrutando de un momento de relativa calma, Álvaro apareció detrás de ella. Su sombra se proyectó sobre la hierba, haciéndola sobresaltar levemente. Él se acercó sin decir palabra, con una expresión que mezclaba seriedad y algo más, algo que Isabella no podía descifrar del todo.
—Necesito hablar contigo —dijo Álvaro, con un tono que no daba lugar a evasivas.
Isabella asintió, intentando que su corazón no se reflejara en su voz.
—Claro, ¿de qué se trata? —respondió mientras se volvía para enfrentarlo.
Álvaro la miró fijamente durante un instante, como si estuviera sopesando sus próximas palabras.
—Sé que has sentido que las cosas han estado tensas últimamente —empezó, su voz más suave de lo que Isabella esperaba—. Y también sé que, probablemente, te preguntas por qué estoy siendo tan insistente. Pero hay algo que quiero ofrecerte, algo que quizás cambie todo esto.
Isabella parpadeó, sorprendida por el giro inesperado de la conversación. Álvaro dio un paso más cerca, acortando la distancia entre ellos.
—Quiero proponerte un trato —continuó—. Un trato que no tiene nada que ver con nuestras familias, ni con los negocios, ni con todo lo que se espera de nosotros. Quiero que intentemos algo diferente, que intentemos ser honestos el uno con el otro, al menos una vez.
La sinceridad en la voz de Álvaro dejó a Isabella desconcertada. Sabía que él era capaz de manipular y de mentir para obtener lo que deseaba, pero algo en su tono, en su mirada, la hizo dudar. Por un momento, vio una vulnerabilidad en él que nunca antes había percibido.
—¿Honestos? —preguntó Isabella, su voz llena de incredulidad—. Álvaro, ¿qué es exactamente lo que quieres de mí?
Álvaro suspiró, pasando una mano por su cabello como si estuviera lidiando con una frustración interna.
—Quiero entenderte, Isabella. Quiero saber quién eres realmente, más allá de las apariencias y de este matrimonio forzado. Estoy cansado de las mentiras, de los juegos. Quiero que, aunque sea por una vez, me digas lo que realmente piensas.
Isabella sintió que el aire se volvía más pesado a su alrededor. La propuesta de Álvaro la dejaba sin palabras, y no podía evitar sentir que aquello era una trampa, una forma de hacerla bajar la guardia para luego atacarla. Pero al mismo tiempo, algo en sus palabras resonaba dentro de ella, una parte que anhelaba que todo aquel juego de poder terminara, que deseaba, aunque solo fuera por un momento, ser libre de toda aquella presión.
—¿Y si lo hago? —preguntó finalmente, su voz casi un susurro—. ¿Y si soy honesta contigo, Álvaro? ¿Qué cambiará?
Él la miró con intensidad, sus ojos oscuros buscando respuestas en los de ella.
—Cambiará todo —respondió, su voz apenas quebrándose—. Porque, aunque no lo creas, yo también estoy atrapado en esto. Y si tú y yo logramos confiar el uno en el otro, tal vez podamos encontrar una forma de salir adelante, juntos.
Isabella sintió un nudo formarse en su garganta. Sabía que no podía confiar ciegamente en Álvaro, pero también sabía que, si había alguna posibilidad de hacer que todo aquello cambiara, debía arriesgarse. Quizás había una pequeña chispa de verdad en sus palabras, y quizás, solo quizás, podría encontrar una salida a la vida que estaba llevando.
—Está bien —dijo finalmente, su voz firme aunque sus emociones estaban en conflicto—. Intentémoslo. Pero Álvaro, también tienes que ser honesto conmigo. Nada de medias verdades ni juegos.
Álvaro sonrió, una sonrisa genuina que la tomó por sorpresa.
—Es un trato, Isabella. No más mentiras. No más juegos.
Y así, con esa simple promesa, Isabella supo que algo había cambiado entre ellos. No sabía si sería suficiente para transformar la relación que habían construido sobre mentiras y desconfianza, pero al menos era un comienzo. Un comienzo que podría llevarla por un camino diferente, tal vez uno en el que no tuviera que vivir siempre mirando por encima del hombro.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Isabella no pudo evitar sentir una mezcla de esperanza y temor. Las palabras de Álvaro resonaban en su mente, y aunque sabía que el camino hacia la redención sería complicado, también sabía que tenía que intentarlo. Si había una mínima posibilidad de liberarse de las cadenas que la ataban, la tomaría, sin importar el precio. Porque, después de todo, la libertad era lo único que realmente deseaba, y estaba dispuesta a luchar por ella, incluso si eso significaba enfrentarse a sus propios miedos y a las sombras de su pasado.
La promesa que habían hecho el uno al otro se convirtió en un lazo invisible que los mantuvo unidos en los días siguientes. Isabella y Álvaro comenzaban a bajar lentamente las barreras que habían levantado entre ellos, y aunque el proceso era complicado y lleno de dudas, también estaba sembrado de momentos de autenticidad que nunca antes habían compartido. Isabella sabía que la confianza no se construía de la noche a la mañana, pero cada pequeño paso que daban era un ladrillo más en el muro que estaban reconstruyendo.
Una noche, cuando la casa estaba en completo silencio y las luces se habían apagado, Álvaro tocó a la puerta de la habitación de Isabella. Ella, que ya se había acostado, se incorporó, sorprendida por la visita inesperada. Abrió la puerta lentamente, encontrándose con la figura de Álvaro, que la miraba con una expresión serena y al mismo tiempo ansiosa.
—¿Podemos hablar? —preguntó, su voz apenas un susurro para no romper la calma de la noche.
Isabella asintió y lo dejó pasar, cerrando la puerta tras él. Álvaro se sentó en una silla junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad del jardín. Isabella se acomodó en el borde de la cama, esperando a que él hablara. Había algo diferente en su manera de comportarse, algo más vulnerable que ella nunca había visto.
—Hay algo que necesito decirte —comenzó Álvaro, con la mirada perdida en la ventana—. Algo que llevo demasiado tiempo guardando, y creo que si vamos a ser honestos, es justo que lo sepas.
Isabella sintió un nudo formarse en su estómago, pero asintió, instándolo a continuar. Sabía que cualquier cosa que Álvaro estuviera a punto de confesar podía cambiarlo todo, para bien o para mal.
—Desde el principio, este matrimonio fue una estrategia —dijo finalmente, volviendo su mirada hacia ella—. Mi familia necesitaba el poder que el apellido Varela podía ofrecerles, y yo acepté el trato. Nunca fue algo personal, nunca fue por ti. Pero con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar. Me di cuenta de que... empezó a importarme más de lo que pensaba. Empezaste a importarme tú.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras de Álvaro resonaban con una mezcla de sinceridad y dolor. Era la primera vez que admitía algo tan vulnerable, algo que lo mostraba no solo como el hombre poderoso que siempre había sido, sino como alguien que también tenía miedos y dudas.
—Álvaro... —susurró Isabella, sin saber cómo continuar. No esperaba una confesión tan honesta, y el impacto de sus palabras la dejó sin aliento.
Él la miró directamente a los ojos, sus facciones suavizadas por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana.
—No te estoy pidiendo que me perdones por todo lo que he hecho, Isabella. Sé que te he lastimado, sé que este matrimonio nunca fue lo que debió ser. Pero si hay algo que quiero cambiar, es eso. Quiero que dejemos de ser enemigos, que dejemos de luchar el uno contra el otro. Y si no podemos ser felices, al menos quiero que tengamos paz.
Isabella sintió sus ojos llenarse de lágrimas, pero parpadeó rápidamente para contenerlas. Las palabras de Álvaro eran todo lo que alguna vez había querido escuchar, pero al mismo tiempo, eran una carga pesada de emociones encontradas. Sabía que había algo de verdad en ellas, pero también estaba la realidad de las mentiras y los secretos que ella misma guardaba.
—Yo... no sé si puedo prometerte algo, Álvaro —dijo finalmente, su voz temblorosa—. Hay tanto que nos separa, tantas cosas que no sabemos el uno del otro. Pero quiero intentarlo. Quiero intentar ser honesta y encontrar esa paz que dices. Estoy cansada de vivir así.
Álvaro asintió, una leve sonrisa asomando en sus labios. Era una sonrisa triste, pero también llena de determinación.
—Eso es suficiente para mí, Isabella. No podemos cambiar el pasado, pero podemos intentar construir algo diferente. Y, si me dejas, quiero ser parte de eso.
Isabella asintió, sintiendo cómo la tensión en su pecho se aflojaba un poco. No sabía si podían cambiar realmente, no sabía si las heridas que ambos se habían hecho podían sanar. Pero quería intentarlo, quería dejar de vivir con miedo y desconfianza. Y aunque el camino que tenían por delante fuera incierto, al menos estaban dispuestos a caminarlo juntos.
Esa noche, Álvaro se quedó un rato más, conversando con Isabella sobre cosas que nunca antes se habían atrevido a decirse. Compartieron historias, miedos, y pequeños fragmentos de quienes eran realmente, más allá de las apariencias y las expectativas de sus familias. Por primera vez, Isabella sintió que podía ver al hombre detrás del nombre, y aunque el temor seguía ahí, también había una esperanza nueva, un deseo de creer que, tal vez, podían encontrar la redención juntos.
Los días siguientes parecieron llenarse de una calma tensa, como el aire antes de una tormenta. Isabella y Álvaro seguían avanzando lentamente hacia esa conexión que tanto deseaban, pero la sombra de sus secretos todavía estaba presente. Fue en una tarde tranquila, mientras Isabella revisaba algunos papeles en el salón, cuando un sobre inesperado llegó a la mansión, dirigido a ella. Clara le entregó el sobre con una expresión confusa, sin saber de dónde provenía.
Isabella tomó el sobre y se dirigió a una habitación apartada antes de abrirlo. Al deslizar el papel entre sus dedos, su corazón comenzó a latir con fuerza. Dentro del sobre había una nota anónima, con letras recortadas de periódicos que le dieron un aire amenazante. El mensaje era claro:
"Sabemos lo que estás haciendo. Deja de jugar con fuego, o ambos saldrán quemados."
Isabella sintió que el suelo se abría bajo sus pies. El temor que había logrado mantener a raya durante tanto tiempo se desbordó de golpe, llenándola de una sensación de impotencia. ¿Quién podría haber enviado esa nota? ¿Era Ignacio, queriendo recordarle los riesgos? ¿O era alguien más que ya sospechaba de sus movimientos?
Las manos de Isabella temblaban mientras doblaba la nota y la escondía en su bolsillo. No podía dejar que Álvaro la viera así, no podía mostrar debilidad justo ahora, cuando ambos estaban intentando construir algo. Pero sabía que el peligro era real, que alguien estaba observándolos, y que esa frágil esperanza que había comenzado a surgir entre ellos podría desmoronarse en cualquier momento.
Más tarde, esa noche, Álvaro notó la tensión en Isabella. Se acercó a ella mientras estaban en la biblioteca, buscando sus ojos.
—¿Estás bien? Pareces preocupada —preguntó, su voz llena de preocupación sincera.
Isabella lo miró, tratando de sonreír, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
—Solo estoy cansada. Ha sido un día largo —respondió, desviando la mirada hacia los libros que los rodeaban.
Álvaro no parecía convencido, pero no presionó más. Isabella sabía que no podía decirle la verdad, que cualquier revelación podría ponerlos en más peligro. Ahora, más que nunca, tenía que proteger no solo su propia vida, sino también la de Álvaro. La amenaza que colgaba sobre ellos era real, y el camino hacia la redención acababa de volverse aún más complicado y oscuro.
La mañana siguiente trajo consigo un cambio en la atmósfera de la mansión. Isabella podía sentir cómo la tensión crecía a su alrededor, como si la nota que había recibido hubiera materializado una nube de incertidumbre que pesaba sobre cada rincón de la casa. Estaba de pie junto a la ventana de su habitación, mirando hacia los jardines cuando Clara entró, su expresión aún más preocupada que el día anterior.
—Señorita Isabella, hay algo que debe ver —dijo Clara, su voz apenas un susurro.
Isabella la miró con el ceño fruncido, asintiendo antes de seguirla hacia uno de los salones apartados de la mansión. Allí, sobre una mesa, había otro sobre. Este no estaba dirigido a ella, sino a Álvaro, y parecía haber sido abierto ya. Clara le entregó el sobre, y sin decir palabra, Isabella tomó el contenido en sus manos.
El mensaje, escrito con el mismo estilo anónimo, la hizo contener el aliento:
"Tienes aliados equivocados. Están jugando un juego que no podrán ganar. Renuncia antes de que sea demasiado tarde."
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Esta vez, la amenaza no estaba dirigida solo a ella, sino también a Álvaro. Ahora era evidente que ambos estaban en peligro, y la naturaleza del mensaje insinuaba que los observadores no solo eran conscientes de las actividades de Isabella, sino también de sus intentos de acercarse a Álvaro. Era como si alguien supiera exactamente qué estaban intentando hacer, como si cualquier paso hacia la redención fuera un riesgo que alguien estaba dispuesto a aplastar.
Clara la miró con ojos llenos de temor, pero también con un brillo de determinación.
—No podemos quedarnos quietas, señorita. Si ellos saben, debemos hacer algo antes de que Álvaro lo descubra. Podría ser peor si él lo ve primero —dijo, su voz más firme que de costumbre.
Isabella asintió, el corazón golpeándole el pecho. Sabía que Clara tenía razón. Álvaro estaba intentando ser honesto, pero si llegaba a leer esas palabras, la confianza que con tanto esfuerzo estaban construyendo se desmoronaría. Tenía que protegerlo, incluso si eso significaba mentirle por última vez.
—Lo quemaremos. Nadie debe verlo —dijo Isabella con resolución, llevándose el mensaje hacia la chimenea. Clara asintió y permaneció a su lado mientras el papel ardía, las letras convirtiéndose en cenizas y volviéndose parte del aire pesado que las rodeaba.
Sin embargo, Isabella sabía que destruir la nota no significaba que el peligro había desaparecido. El enemigo estaba allí, invisible y vigilante. A medida que las cenizas se elevaban en la chimenea, Isabella sintió que la fragilidad de la alianza que había comenzado a construir con Álvaro se hacía más evidente. Estaban juntos en esto, pero también estaban más vulnerables que nunca.
Más tarde ese día, mientras caminaban por el jardín, Álvaro le tomó la mano, un gesto que la sorprendió por su espontaneidad. Él la miró con una sonrisa suave, pero sus ojos mostraban algo más, algo que Isabella reconoció como preocupación.
—He estado pensando en nosotros, en lo que queremos hacer —dijo él, su voz casi un susurro, como si quisiera proteger aquellas palabras de cualquier oído indiscreto—. Sé que no será fácil, pero quiero que sepas que estoy dispuesto a luchar por ti, por nosotros.
Isabella lo miró, sintiendo una mezcla de emoción y dolor. Quería creerle, quería que todo lo que decían pudiera ser cierto, pero las palabras de la nota seguían resonando en su mente. Sabía que lo que enfrentaban iba mucho más allá de ellos, y que cualquier esperanza de redención estaba manchada por las amenazas que los rodeaban.
—Yo también quiero luchar, Álvaro —respondió finalmente, apretando su mano—. Pero necesitamos ser cuidadosos. No sabemos quién podría estar vigilándonos.
Álvaro la miró con seriedad y asintió. Parecía entender el peso de sus palabras, aunque no conocía el verdadero motivo detrás de ellas. La amenaza era real, y aunque Isabella no podía decirle todo, sabía que tenía que protegerlo. No podía permitir que la sombra que los acechaba destruyera lo que estaban construyendo.
A medida que caminaban juntos, Isabella se dio cuenta de que, aunque la oscuridad parecía más cerca que nunca, aún había una chispa de esperanza. La lucha que enfrentaban era más complicada de lo que había imaginado, pero, a pesar del miedo y las amenazas, Isabella estaba decidida a seguir adelante. La redención, aunque fuera incierta, era un objetivo por el que valía la pena arriesgarlo todo, incluso su propia seguridad. Y mientras Álvaro estuviera dispuesto a luchar a su lado, ella no se daría por vencida.
Los días que siguieron a la quema de la segunda nota fueron un verdadero ejercicio de autocontrol para Isabella. Cada momento compartido con Álvaro se sentía como una prueba constante, un intento de aferrarse a la calma mientras el peligro acechaba en las sombras. Los paseos por los jardines, las cenas que solían estar llenas de silencio cómodo y miradas robadas, ahora se habían vuelto más tensos. Isabella sabía que cada palabra debía ser cuidadosa, cada gesto medido, para evitar que las sospechas de Álvaro volvieran a surgir.Una noche, después de una cena especialmente silenciosa, Álvaro se retiró a su estudio, y Isabella se quedó en la biblioteca, tratando de encontrar algo que la distrajera de sus pensamientos. Pero nada podía aliviar la sensación de que algo estaba a punto de romperse. Sentía el peligro casi tangible, como si el enemigo estuviera esperando en el umbral, preparado para atacar en cualquier momento.Cuando Clara entró apresuradamente, Isabella supo que algo había su
Cualquier otra persona podría pensar que una boda en el jardín principal de la mansión Arriaga era la definición de un sueño hecho realidad. Pero para Isabella, ese lugar sólo representaba la culminación de todas sus pesadillas. La boda no sería más que una puesta en escena llena de falsas sonrisas y máscaras cuidadosamente colocadas, donde la verdad era un invitado inesperado y oculto entre los arbustos perfectamente podados.Isabella levantó la barbilla con aire de desprecio, observando las luces que colgaban del techo, parpadeando con una falsa inocencia. Las luces del montaje no podían ocultar la oscuridad del acuerdo en el que se había visto atrapada, arreglado sin su consentimiento por su propio padre. Todo era un teatro donde el amor, ese ideal que tanto había anhelado en sus años de adolescencia, se había escapado.Los Arriaga y los Varela habían sido rivales durante generaciones. La solución de unir a ambas familias bajo un mismo nombre no era fruto de la magia de un flechazo
La noche cayó como un manto sobre la mansión Varela, cubriendo las sombras de las paredes antiguas y llenando de silencio los pasillos. Isabella, después de un día interminable, se refugió en la terraza de su habitación, donde el viento fresco y la oscuridad le ofrecían una tregua de los pensamientos que la acosaban sin descanso. Había algo liberador en la inmensidad del cielo nocturno, en la distancia de las estrellas que parecían tan ajenas a su realidad.El sonido de un golpe ligero en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Isabella se giró, y tras un momento de duda, se acercó a abrir. Al hacerlo, se encontró cara a cara con Clara, una de las pocas personas en la casa a las que podía considerar cercanas. Clara había sido la sirvienta de confianza de la familia Varela desde que Isabella era una niña, y ahora, aunque la relación entre ambas era distinta, la joven seguía apreciando la compañía de Clara más de lo que le gustaba admitir.—Señorita Isabella —dijo Clara, en voz baja, c
Isabella no pudo evitar sentir un escalofrío mientras caminaba por el pasillo largo y apenas iluminado del ala norte de la mansión Varela. La noche había caído hacía horas, y la atmósfera dentro de la casa era pesada, casi opresiva. Luciana le había enviado un mensaje críptico, citándola en un lugar que normalmente estaba vacío. Isabella sabía que no podía ignorar la llamada, no después de los eventos del día anterior, cuando Álvaro había expresado su creciente sospecha sobre una traición dentro de la mansión.Al llegar al final del pasillo, Isabella abrió una puerta de madera que daba a una pequeña sala que rara vez se usaba. Allí estaba Luciana, de pie junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad del jardín. La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando solo un lado de su rostro, lo que le daba un aire más sombrío del habitual.—Isabella —dijo Luciana, sin apartar la vista de la ventana—. Gracias por venir.Isabella cerró la puerta detrás de ella, su corazón latiendo con fu