Secuestro

Esmeralda

Desperté en una habitación de clínica, con la luz suave de la mañana filtrándose a través de las cortinas. La cama era incómoda y el olor a desinfectante llenaba el aire. A mi lado, Alex estaba sentado en una silla, su rostro pálido y la expresión de preocupación marcada en sus rasgos. Lo último que recordaba era el desmayo repentino en la oficina, y ahora sentía un dolor punzante en la cabeza.

—¿Qué me pasó, amor? —murmuré, mi voz sonando débil y rasposa—. Me duele la cabeza.

Alex me miró con ojos llenos de ansiedad y se inclinó hacia mí. Tomó mi mano entre las suyas, buscando consolarme con su contacto cálido.

—Te desmayaste en la oficina —explicó con voz temblorosa—. Los médicos están revisándote. No sabes cuánto me asustaste. Dijeron que fue un mareo severo, pero están haciendo todos los exámenes necesarios. ¿Te duele mucho la cabeza?

Sus palabras me tranquilizaron un poco, aunque el dolor seguía presente y me sentía desorientada. Ver a Alex tan preocupado me hizo
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