Alessandro Del Valle Estaba en una reunión crucial con mi padre y Andrés, tratando de mantener el enfoque en los temas empresariales a pesar de la tensión en la sala. La presencia de Andrés me molestaba, pero, desgraciadamente, era mi hermano y mi hijo lo quería como a un tío, lo que complicaba aún más la situación.Noté que Andrés tenía una expresión de pánico, su rostro palidecía y su mirada estaba llena de preocupación. No pude evitar la pregunta que surgió de mi frustración.—¿Qué mierda te pasa? —le pregunté con dureza, aunque la verdad, no me importaba mucho lo que le ocurriera—. ¿Qué demonios está pasando?Mi padre, que estaba al tanto de la situación, intervino de inmediato con una mezcla de sorpresa y desaprobación.—Hijo, Alex tiene razón, te ves muy mal —dijo mi padre, su voz cargada de desdén—. ¿Qué está pasando?Andrés, con un nudo en la garganta, finalmente reveló su angustia.—Livia está embarazada. Me lo acaba de decir...Una risa irónica y sin control escapó de mis l
Cuando abrí los ojos, el miedo me invadió de inmediato. Me encontraba en una cama que no reconocía, en un lugar completamente desconocido. Mi corazón latía con fuerza, y la sensación de terror me paralizaba. No sabía dónde estaba ni cuánto tiempo había pasado. Traté de moverme, pero el pánico me mantenía inmóvil. De pronto, escuché unos pasos que se acercaban, y mi estómago se revolvió al ver a Matt entrar en la habitación. Su sonrisa retorcida me heló la sangre. No podía creer que me hubiera secuestrado, que hubiera ido tan lejos este miserable. —Mi amor, al fin despiertas —dijo con una voz suave, casi burlona, que me hizo estremecer. El miedo dio paso al desespero. Tenía que escapar, tenía que volver a casa, a Alex, a Omar. No podía quedarme ahí. —Matt... —mi voz temblaba mientras trataba de contener el pánico—, déjame ir, te lo suplico. Pero sabía que suplicar no serviría de nada. Matt no era del tipo que mostraba compasión. La habitación parecía cerrarse a mi alrededor, mient
Siento mi estómago hinchado y los movimientos suaves de mi bebé dentro de mí, un recordatorio constante de la pesadilla en la que estoy atrapada. Han sido meses interminables, llenos de angustia y miedo. Matt está completamente loco. No es el hombre que alguna vez conocí, si es que alguna vez lo fue. Me ha obligado a mudarme de casa varias veces, siempre bajo la vigilancia constante de sus hombres, que me custodian como si fuera una prisionera. No tengo un momento de paz, me siento asfixiada, cada día más atrapada en esta vida que no elegí. Su control es absoluto. No puedo ni siquiera respirar sin sentir el peso de sus amenazas. Si no hago lo que él quiere, promete lastimar a Omar, mi hijo, o a Alex, el hombre que amo. Cada vez que pienso en ellos, el miedo se intensifica y me paraliza. Sé que Matt es capaz de cualquier cosa. Estoy al borde del abismo, y lo peor de todo es que con cada día que pasa, el nacimiento de este bebé se acerca, y eso solo lo hará más cruel. Si ya me control
El asco me invadía mientras sentía a Matt devorar mi cuello, su aliento caliente y pesado rozando mi piel. Cada vez que su boca se apretaba contra mí, el repudio me recorría como un veneno. Trataba de desconectar, de cerrar los ojos y bloquear el dolor, pero era inútil. El peso de su cuerpo sobre el mío me hacía sentir atrapada, como si no hubiera escapatoria. Entraba en mí una y otra vez, sus jadeos ásperos en mi oído, mientras sus manos se aferraban con fuerza a mis caderas, forzando cada movimiento. Sentía sus dedos clavándose en mi piel, obligándome a seguir su ritmo implacable. Quise gritar, empujarlo, detenerlo, pero sabía que cualquier resistencia solo le daría más poder sobre mí. Su dominio era total, y yo solo podía aguantar, deseando que el tormento terminara pronto. El dolor físico se mezclaba con el asco, convirtiendo cada segundo en una tortura. Sentía cómo su respiración agitada llenaba el cuarto, cada jadeo retumbando en mis oídos como un recordatorio de su control ab
Estaba tranquilamente con mi abultado vientre, sosteniendo a mi bebé entre mis brazos mientras jugábamos en el jardín, cuando de repente escuché varios disparos. Mi corazón se aceleró, y supe al instante que algo terrible estaba ocurriendo. Observé cómo varios hombres llegaban junto con Alessandro, todos armados. Sin pensarlo, coloqué a la bebé en una silla cercana y me dirigí hacia las escaleras. Allí, lo vi: Alex estaba apuntando con un arma a Matt, y sin darle tiempo a reaccionar, le disparó en el pecho. Matt cayó al suelo, malherido. Alex, sin perder un segundo, corrió hacia mí y me envolvió en sus brazos con fuerza. —Amor, ya estás bien, los dos están bien —me susurró mientras yo rompía en llanto, incapaz de contener las emociones. Matt, aún en su locura, gritaba desde el suelo mientras nos miraba con odio. —¡Que no la toque, ella es mi esposa! —bramaba con la voz rota por el dolor y la rabia. Alex, enfurecido, me abrazó más fuerte y, antes de soltarme, miró a Matt con
El frío del gel sobre mi abdomen me hizo estremecer levemente, pero fue un pequeño precio a pagar por lo que estaba a punto de ver. El sonido del latido constante llenaba la sala, resonando como una pequeña melodía de esperanza. Alex estaba junto a mí, su mirada fija en la pantalla donde aparecía nuestra bebé en blanco y negro, moviéndose con delicadeza dentro de mí. El doctor pasó suavemente el transductor sobre mi vientre, y por un momento todo lo demás quedó en silencio. Alex apretó mi mano, su piel estaba más fría de lo normal, y podía sentir la tensión en su cuerpo. Desde que había sido secuestrada, no había visto a Alex tan nervioso como hoy. —Mira, ahí está —dijo el doctor con una sonrisa suave, señalando la pantalla—. Esa es su cabeza, y aquí están sus brazos. Alex exhaló profundamente, como si hubiera estado conteniendo la respiración durante todo el tiempo. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras observaba los movimientos suaves y tranquilos de nuestra bebé. —Está.
Finalmente nos habíamos instalado en la ciudad. El aire fresco y el bullicio de una nueva vida nos rodeaban mientras observaba a Alex desde la ventana. Se encontraba en plena búsqueda de edificios, concentrado en darle vida a su nueva compañía, creando algo desde cero, como siempre había soñado. Con nuestra pequeña bebé en mis brazos, una niña rubia como yo, pero con los ojos azules tan característicos de su padre, me sentía plena. Tanto ella como Omar habían heredado su físico, esas facciones fuertes y los rasgos que recordaban tanto a Alex. Mientras la mecía suavemente, mi mente volaba a cómo habíamos llegado hasta aquí, después de tantos altibajos. —¿Qué te parece la casa a las princesas? —la profunda voz de Alex me sacó de mis pensamientos. Se acercó con esa sonrisa que siempre lograba calmarme, dejando un beso suave en mis labios y luego en la frente de nuestra hija. —Es perfecta —murmuré, sonriendo mientras observaba cómo él la miraba con ternura. —Perfecta es mi princ
Emily Mi vida en el orfanato era una sombra de lo que es ahora. Las monjas nunca mostraron una pizca de compasión, y los otros niños... bueno, ellos se encargaban de hacerme saber que no pertenecía ahí. Recuerdo que me obligaban a sentarme en el suelo, mientras las demás niñas reían y jugaban entre ellas. Cualquier pequeño error, una palabra mal pronunciada, y me golpeaban o, peor, me cortaban el cabello. Me arrebataron la única parte de mí que me hacía sentir segura: mi largo cabello. Entonces, apareció él, Andrés Coleman, mi papá. Fue como si de repente alguien hubiera abierto una ventana en esa oscuridad interminable y permitiera entrar un rayo de luz. La primera vez que me abrazó, sentí algo que jamás había experimentado: seguridad. Me sacó de ese infierno, me dio un hogar, me trató como su hija. Pero no todo fue tan sencillo. Livia, su esposa, y Elena, su hija, nunca me aceptaron. Para Livia, soy una carga, alguien que le quitó la atención de su esposo. Y Elena... he intentado