Me desperté antes del amanecer, el aire aún fresco entrando por la ventana. Sabía que hoy sería otro día agotador, pero no me importaba. Desde que entré en la universidad para estudiar Finanzas, he trabajado medio tiempo en la empresa de mi papá. Cada mañana, me lleno de determinación porque lo que más deseo es ser como él algún día. No solo quiero aprender, sino que quiero estar a la altura de sus expectativas y, sobre todo, ser su apoyo en el futuro.Me vestí rápidamente con mi traje de trabajo; aunque solo era una becaria, me gustaba verme profesional. Tenía el cabello recogido en una coleta baja, lo que me daba un aire más serio. Tomé mi bolso, y sin hacer mucho ruido para no despertar a nadie, salí de la casa.Al llegar a la empresa, sentí el ambiente familiar de siempre: el sonido de los teléfonos, las conversaciones rápidas entre los empleados, y el aroma a café que llenaba el aire. Siempre me daba una extraña sensación de pertenencia, como si este fuera mi lugar, donde realmen
Han sido dos días intensos, agotadores. Omar no dejaba de ser insoportable conmigo. Desde su llegada, parecía empeñado en hacerme la vida imposible, y lo peor era que no podía entender por qué me trataba de esa manera. Cada vez que cruzábamos palabras, sus comentarios eran fríos y despectivos, y a menudo parecía disfrutar al señalar cualquier pequeño error que cometiera.Lo que más le molestaba, sin duda, era que no cumplía con las ocho horas diarias de trabajo. Yo, por supuesto, siempre había trabajado medio tiempo porque iba a la universidad. Era algo que mi padre había aprobado desde el principio, y aunque me dedicaba por completo en mis horas en la empresa, Omar parecía no verlo de la misma forma.Martín y yo estábamos sentados en mi pequeña oficina, una de las tantas que se encontraban en el piso de finanzas. Era un espacio modesto, con un escritorio cubierto de papeles, mi laptop y algunas plantas que había traído para darle vida al lugar. Estábamos en nuestro descanso, y aunque
Cuando llegué a la oficina, estaba completamente furiosa. La forma en que Omar había tratado a Martín seguía dando vueltas en mi cabeza, haciéndome hervir de rabia. Sin embargo, sabía que debía enfocarme en mi trabajo. No podía dejar que él viera cuánto me afectaba.Apenas crucé la puerta, escuché su voz resonar con esa frialdad característica.—Al fin la princesa se dignó a venir —dijo, sin molestarse en levantar la vista de su escritorio, mientras tocaba su reloj de manera deliberada—. El horario de almuerzo terminó hace cinco minutos.Me detuve por un segundo, intentando calmarme antes de hablar, pero la ira me quemaba la garganta.—Estaba en mi descanso —repliqué, mi voz más afilada de lo que pretendía.Omar levantó la mirada lentamente, con una expresión entre aburrida y molesta, y se apoyó en el respaldo de su silla, cruzando los brazos.—Ah, claro. Siempre tan diligente. Aunque, curiosamente, parece que tu "trabajo" siempre coincide con charlas y risas con ese tal Córdoba —dijo
Estaba completamente molesta cuando decidí salir temprano de la oficina. Omar me había sacado de quicio con su actitud arrogante y manipuladora, y sentía que necesitaba alejarme antes de explotar. Al llegar a casa, esperaba encontrar un poco de tranquilidad, pero en cuanto abrí la puerta, algo me hizo detenerme. Se escuchaban gemidos desde el fondo de la casa. Fruncí el ceño, el corazón latiendo más rápido por la curiosidad y el desconcierto. Me dejé guiar por los ruidos, cada paso hacia el pasillo que conducía a las habitaciones me llenaba de una sensación de inquietud. Los gemidos se hacían más fuertes conforme me acercaba a la habitación de Elena. Algo no estaba bien. Cuando empujé ligeramente la puerta de su habitación, me quedé petrificada. Ahí estaba mi hermana, completamente entregada, haciendo el amor apasionadamente. Pero lo que realmente me dejó helada fue el hombre que estaba con ella. No era Omar. El hombre que la acompañaba era el chófer. Un hombre robusto, de asp
Cuando logré deshacerme de Elena, me subí al caballo detrás de Emily. Era completamente loca al subirse a un caballo e irse sin conocer el lugar, pero no podía evitar sentirme atraído por su audacia.No tardé en llegar al río, y no dejé de mirarla mientras nadaba. Era completamente hermosa; su piel bronceada brillaba al sol, su cabello dorado se pegaba a su espalda, y sus ojos color cielo claro reflejaban la luz de una manera hipnotizante. Cada vez que el agua caía por su espalda, me encontraba atrapado en la visión de su figura, especialmente cuando el movimiento acentuaba sus curvas.No podía apartar la mirada de su trasero mientras el agua lo acariciaba, creando un espectáculo que era difícil de ignorar. La forma en que se movía, ligera y despreocupada, me hizo olvidar momentáneamente las preocupaciones que siempre me seguían. Cuando el caballo hizo un mal movimiento y se escuchó el ruido, Emily salió del río, su mirada alerta y curiosa.—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz resonan
No pude dormir en toda la noche, atormentada por los besos que me robó Omar. No podía dejar de pensar en él: su aliento, sus labios, la forma en que su mirada penetraba en mí. Era el prometido de mi hermana, y eso lo hacía aún más incorrecto, pero el deseo que despertó en mí era innegable. A primera hora, me dirigí a desayunar con Livia y Elena. Opté por un vestido corto, uno que destacaba mis curvas y que, a pesar de todo, me hacía sentir poderosa. Sin embargo, al entrar en la cocina, noté la mirada de desaprobación de Livia, mi madrastra. —Emily, ¿realmente tienes que llevar eso? —dijo, su tono lleno de desdén. —Es solo un vestido, Livia —respondí, intentando mantener la calma, pero mi voz traicionó un poco mi frustración. —Podrías mostrar un poco más de respeto por ti misma —replicó ella, cruzando los brazos con una expresión severa. Pero Livia no se dejó convencer. Su mirada seguía fija en mí, como si esperara que me pusiera algo más conservador. Sin embargo, en ese mome
Emily Estaba muy confundida. Omar me había tocado como nunca nadie lo había hecho, y lo más inquietante era que yo lo había permitido. No podía olvidar que él era mi cuñado, lo cual hacía todo aún más extraño, casi surrealista. Mis pensamientos eran un torbellino de emociones contradictorias: la culpa, el deseo, la prohibición. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había dejado que cruzáramos esa línea? Las horas pasaron con una lentitud exasperante. Cada segundo parecía eterno mientras trataba de enfocarme en mi trabajo, pero su presencia en mi mente era constante. Finalmente, al caer la tarde, decidí salir de mi oficina. Casi de manera automática, me dirigí hacia su despacho, como si una fuerza invisible me empujara hacia él. No sabía qué iba a decirle, pero sentía la necesidad de enfrentarlo, de aclarar lo que había sucedido entre nosotros. Sin embargo, antes de llegar, sentí una mano firme detenerme del brazo. Me giré rápidamente y me encontré con Martín, su mirada reflejaba
Cuando llegué a casa, me sorprendió ver a mi padre sentado en el sofá, hojeando un libro. Su presencia siempre me brindaba una especie de calma, así que me acerqué y lo saludé con un abrazo, dejando escapar un pequeño suspiro. —¿Por qué tienes esa carita? —preguntó con esa sonrisa paternal que tanto conocía—. ¿Hay problemas con Martín? Me mordí el labio, sin saber muy bien cómo empezar. Me dejé caer junto a él en el sofá, sintiendo el peso de la conversación que acababa de tener con Martín aún sobre mis hombros. —Pues... Martín me dijo que está enamorado de mí —solté finalmente, mirándolo de reojo. Para mi sorpresa, él soltó una carcajada fuerte, esa que siempre me hacía sentir pequeña cuando me preocupaba de más por algo. —Mi amor, es evidente que pasa eso. Siempre supe que Martín sentía algo por ti. Pensé que tú le correspondías —dijo, aún sonriendo como si lo que acababa de decir fuera lo más natural del mundo. Fruncí el ceño, algo confusa. —¿Tú lo sabías? —le pregunté, medi