Evan permaneció sentado en el borde de la cama, con la mirada clavada en la puerta que Hayley acababa de cerrar tras de sí. El silencio de la habitación lo envolvía, pero no era suficiente para acallar el torbellino de pensamientos que lo asediaban. Había algo que no podía negar; su esposa, aquella mujer con la que apenas había intercambiado más que palabras necesarias, comenzaba a importarle más de lo que estaba dispuesto a admitir.Se recostó ligeramente hacia atrás, apoyando las manos en la cama y soltando un suspiro pesado. Era consciente de que aquel matrimonio no era más que un acuerdo, una unión sin amor concebida únicamente para asegurar su posición como heredero y cumplir con las expectativas de su familia. Y, sin embargo, desde que Hayley había llegado a su vida, todo parecía diferente. La casa, antes tan silenciosa y vacía, ahora tenía un aire distinto, como si su mera presencia hubiera llenado un vacío que él no había sabido que existía.Evan no era un hombre acostumbrado
Los días habían transcurrido con rapidez, y Hayley, cada vez más inmersa en sus responsabilidades dentro de la editorial, comenzaba a destacar notablemente. Nathan, su jefe, había observado con detenimiento su esfuerzo y desempeño, además de identificar en ella un potencial que no estaba dispuesto a ignorar. Consciente de su talento, decidió darle la oportunidad que creía que merecía.Aquella mañana, mientras contemplaba la ciudad desde el enorme ventanal de su oficina, Nathan meditó sobre las posibilidades que ofrecía la obra de Hayley. El borrador que ella le había enviado recientemente tenía algo especial, algo que podía ser un éxito rotundo para la empresa. Con esa convicción en mente, apartó la mirada del paisaje urbano y volvió a fijarla en la pantalla de su portátil, donde el documento permanecía abierto. La decisión era clara. Sin titubear, tomó el teléfono y pidió a su asistente, Emily, que le dijera a Hayley que se reuniera con él de inmediato.La castaña, al recibir el mens
Horas más tarde y tras un largo día de trabajo, Hayley se dirigía hacia la estación de transporte público. La brisa nocturna acariciaba suavemente su rostro mientras esperaba el autobús que la llevaría a casa. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho. Un automóvil se detuvo junto a ella, el ronroneo del motor interrumpiendo el silencio de la calle. La ventanilla del vehículo descendió lentamente, revelando a Jared, su compañero de trabajo, quien la observaba con una sonrisa ladeada y un brillo divertido en sus ojos grises.—Parece que el destino insiste en que coincidamos de nuevo —dijo Jared con un tono juguetón.Hayley lo miró, notando una vez más lo atractivo que era. Su piel bronceada contrastaba con el cabello castaño oscuro que caía ligeramente desordenado sobre su frente. Sus rasgos faciales bien definidos le conferían una apariencia madura, aunque apenas tenía veintisiete años. Jared sabía el efecto que causaba en las personas, y ese gesto seguro y coqueto era prueba de ello.—A
Hayley había despertado temprano, con la intención de disfrutar del día libre que tenía por delante. Sin embargo, lejos de sentirse aliviada por no tener que ir a la editorial, una sensación de melancolía se apoderaba de ella. Amaba pasar tiempo en aquel lugar. Allí se sentía plena, cómoda, como si estuviera exactamente donde siempre había deseado estar. Su trabajo como escritora no solo le proporcionaba satisfacción, sino que le brindaba una profunda sensación de propósito.El pensamiento de que su novela sería publicada en tan solo unos meses la hacía sentir ansiosa y emocionada. Aún no se había atrevido a contarle a Evan, aunque había tenido múltiples oportunidades. La verdad era que había elegido guardar esa gran noticia para sí misma, quizás porque su relación con él últimamente se había vuelto más distante, fría. Vivían bajo el mismo techo, pero parecían dos extraños que evitaban cruzarse. Ella no sabía si era coincidencia o algo más deliberado, pero el hecho era que apenas comp
Hayley abrió los ojos con sorpresa, pero no dijo nada de inmediato. En cambio, apretó la mano de Kenia con más fuerza, animándola a continuar. Sabía que necesitaba desahogarse.—¿Cómo te enteraste? —preguntó finalmente, tratando de no sonar invasiva, aunque sentía una punzada de rabia e impotencia por lo que estaba escuchando.—Hace una semana comencé a sentirme mareada… y descubrí que estoy embarazada —admitió Kenia con un hilo de voz, haciendo una pausa para contener las lágrimas—. Quería darle la noticia a Alex, pero justo ese día recibió un mensaje mientras se estaba bañando. Tomé su móvil para ver quién le escribía, y… vi el nombre de ella en la pantalla. No reconocí el contacto, pero lo que decía el mensaje no dejaba dudas.Hayley sintió un nudo formarse en su garganta. No podía imaginar lo devastador que debía ser para Kenia enfrentarse a una traición así, especialmente en un momento que debería haber sido de felicidad.—¿Has hablado con él? ¿Le has dicho que lo sabes? —pregunt
Eleonor se había sentido complacida al recibir a su nuera en casa. A pesar de no conocerla profundamente, aquella joven le resultaba agradable. Había algo en su actitud que le transmitía la impresión de ser una buena persona, una mujer sin dobles intenciones hacia su hijo. Las circunstancias que los habían llevado al matrimonio no eran precisamente ideales, pero Eleonor había observado con atención ciertos detalles que hablaban bien de ella. Por ejemplo, Evan le había contado que la joven se negaba rotundamente a depender de su fortuna. De hecho, había optado por trabajar en una editorial para mantenerse independiente, algo que, sin duda, hablaba de su carácter.Ese gesto de esfuerzo e independencia tranquilizaba a Eleonor. Aunque no podía asegurarlo con certeza, todo indicaba que la castaña no estaba interesada en el dinero de los Bourousis. O al menos, eso quería creer.Evan y su padre, Stephen, habían tenido que ausentarse para atender una llamada importante de un cliente, lo que l
Hayley sostenía la carta con dedos temblorosos, recorriendo por enésima vez cada palabra escrita con una caligrafía apresurada. La hoja, arrancada de un cuaderno con evidente descuido, era el único rastro tangible que su hermana había dejado tras su precipitada partida. Nada en el mensaje daba indicios de que Hanna hubiese escapado con Alexander Hughes, pero Hayley sabía que era una omisión deliberada. Su hermana había querido mantenerla al margen, ocultándole sus verdaderos motivos.Sin embargo, una frase en particular que había pasado desapercibida en sus primeras lecturas ahora parecía brillar con una intensidad distinta."Pero tengo mis razones, y si lo he hecho es para protegernos."¿Protegerlas? ¿De qué? ¿Qué razones podrían justificar el caos que Hanna había provocado? Hayley trató de encontrar lógica en esas palabras, pero solo logró sentirse más frustrada. Parecía que su hermana trataba de aliviar su propia culpa, como si escribir aquello fuese suficiente para justificar el a
Hayley observaba el rostro de su hermana con atención, buscando desesperadamente algún indicio que delatara lo que había estado haciendo todo este tiempo. Sin embargo, no encontró más que una expresión de incredulidad en sus facciones, como si esta se burlara en silencio de su insistencia. Antes de que pudiera decir algo más, Hanna la tomó firmemente del brazo y, con un gesto decidido, la arrastró hacia el interior del vestíbulo del edificio. La rubia echó un vistazo rápido a ambos lados de la calle, como asegurándose de que nadie las observaba. Luego, casi sin decir palabra, se dirigió al ascensor y presionó el botón para llamarlo. Cuando las puertas se abrieron, ambas entraron, y Hanna pulsó el número tres. Durante el breve trayecto, el silencio entre ellas fue tan pesado que parecía llenar todo el espacio. —¿A dónde me llevas? —indagó Hayley finalmente, su tono lleno de desconfianza. No entendía qué pretendía su hermana con aquel arrebato.Hanna la miró de reojo, su expresión per