Capítulo II. La noche de bodas.

Elena.

- "¿Estas nerviosa?"- me preguntó el mientras suba conmigo en brazos hacia la habitación.

Habían pocas cosas en las que los novios insistieron durante la preparación de nuestras bodas sólo dejaron claro, que la noche de bodas, junto a la luna de miel, era cosa de ellos, y todo estaba bajo un estricto secretismos, así que me sorprendí cuando para pasar mi primera noche de casada, tuviéramos que volar a Barcelona en el jet privado, durante todo el vuelo, ambos, como si hubiéramos mantenido un acuerdo tácito, nos mantuvimos apartados, pero una vez que pisamos tierra, mi marido me tomo en sus brazos, y no me soltó, parecía que tenía miedo que me echara a correr.

No iba a hacerlo, deseaba más que nadie que esta noche pasara, desde la primera vez que ese hombre me tuvo en sus brazos, en el ascensor, o desde la primera vez que ese hombre me beso, en el restaurante, cuando Arianna, les dijo, para ofenderlos, que nosotras éramos las que perdíamos, porque no teníamos con quien comparar su nivel de habilidades amatorias, supe que no era que tuviera que comparar, es que no deseaba que ningún hombre que no fuera él, me tocara, o me besara, jamás.

Era extraño, ya que las tres parejas, éramos totalmente opuestos, los unos con los otros. De nosotras tres, yo era la más fría, competitiva, la más seria, la empresaria, siempre estaba de muro de contención para las locuras de Miriam, y lo desbordes emocionales de Arianna.

Por alguna razón que yo no comprendo, las tres terminamos con parejas que son todo lo opuesto a nosotras, Arianna termino con el más serio, obsesivo, competitivo, nada emotivo y dominante de los herederos Powell, Miriam el mayor espíritu libre y desinhibido que he conocido, terminó con el heredero, más dominado, con más reglas y más control de los tres, y yo finalmente terminé enamorándome, del ser más impredecible, menos competitivo, y más descontrolado de ellos.

Pero ninguna de la tres pudo evitar enamorarse de ellos, era como cuando te das cuenta de que te falta algo, y a sus lado todo es perfecto. Yo me siento más libre a su lado, más intrépida, más decidida, me gusta la mujer que soy cuando estoy en sus brazos, como ahora, así que definitivamente para su pregunta sólo había una respuesta.

- "No playboy, contigo nunca estoy nerviosa, y si lo estoy es por lo mucho que estas tardando en desnudarme y hacerme tuya."- le dije, un relámpago de deseo cruzo sus mirada y me besó como siempre lo hacía, como todo un experto, ese hombre tiene la habilidad, de desconectarme de la realidad tan sólo con besarme, y en el mundo que él me transporta, sólo estamos los dos.

Al entrar en la habitación, pensé que me llevaría derecho a la cama, para definitivamente cerrar el círculo, pero no fue así, me dejo en medio del salón. Yo lo miré extrañada, pero el sólo miró hacia un lado de la habitación, donde había una gran chimenea encendida, yo dirigí mi mirada hacia allí, y un gemido de sorpresa escapó de mis labios.

Como buen seductor lo había preparado todo a la perfección, una perfecta escena romántica, donde no faltaba de nada, grandes alfombras mullidas de pelo blanco y negro, cojines, una gran manta tipo edredón para cubrirnos, una hielera con varias botellas de vino, fresas, bombones y miles de pétalos esparcidos por todo la alfombra formando nuestros nombres, y varios corazones.

Como no podía fallar, Michael siempre había sido el de las grandes ideas, cuando nos enfadamos, me inundó con más de una espectacular demostración de disculpa, que fue desde enviarme un millón de flores, hasta montar una cabalgata en medio de mi calle, pidiéndome perdón. Así que para nuestra noche de bodas no esperaba menos.

- "Sabe señor Powell, que ya me ha seducido hace tiempo, pero me alegro de que no pierda la costumbre de sorprenderme."- le dije acercándome a él y comenzando a soltarle la pajarita del esmoquin.

- "¿Por qué iba a perderla?, aunque no lo sepas, preciosa, adoro como brillan tus ojos cuando consigo, sorprenderte, se hacen más grandes y tu respiración se altera, saber que soy yo quien provoca eso, aumenta, ya por si enorme, ego masculino."- me dijo mientas sentía como a mis espalda, después de pegarme a él, sus habilidosas manos comenzaban a soltar los mil botones del dichoso vestido. Mientras besaba mi hombro descubierto.

Sentí como el aire no entraba en mis pulmones, y si lo hacía, estaba tan poco tiempo dentro, que la sensación de no llegarme oxigeno se hizo patente.

- "¡Eh preciosa, respira!, pretendo hacerte gemir durante toda la noche, pero si te me desmayas, sin apenas tocarte, por falta de oxígeno, te perderás, no, mejor dicho, nos perderemos nuestra noche de bodas."- me dijo y cogí aire para expulsarlo lentamente, mientras mi cuerpo no dejaba de temblar por las caricias que recibía.

Pronto estuve ante él, tan sólo con el conjunto de mi ropa interior, que consistía, en un sujetador sin asillas, de encaje blanco, un ligero a la cadera con sus tiras elásticas extendidas a lo largo de mis muslos, enganchadas a unas medias blancas semitransparentes, completando el conjunto una tanga blanca de encaje, a juego con el pecaminoso sujetador, que más que sujetar lo que hacía era exponer y ofrecer mis senos, para que mi marido se deleitase con ellos.

El gruñido, casi animal que salió de Michael, me hizo sentir sensual, y deseable, y no pude evitar sonreír de manera picara.

- "Definitivamente en una noche no me dará tiempo, señora Powell"- me dijo atrayéndome a él.

- "¿Qué quiere decir, señor Powell?"- le dije mientras yo emprendía mi labor autoimpuesta, y sacrificada, de desnudar a ese espécimen de dios griego, creado, para llevar a la mujeres a la perdición. Y yo, como ellas, ya estaba perdida desde la primera vez que puse los ojos en él.

- "Que voy a tardar toda una vida en rendir culto, como se merece, a tu cuerpo, preciosa, y creo que me va a faltar tiempo."- sin más me besó. Mientas yo dejaba caer su camisa y acariciaba ese cuerpo tan bien esculpido.

Pronto me vi tumbada entre la alfombra esponjosa, mientras el fuego hacia juego de luces y sombras en nuestros cuerpos. En ningún momento dejó de besarme mientras sus manos recorrían mis curvas sin detenerse en ningún lugar concreto. Cuando sus labios se prendieron en mi cuello, un gemido que no identifique como mío, salió despedido de mis labios.

Por otro lado, mis manos tenían voluntad propia, y habían decidido que la piel y los músculos de la espalda de mi hombre, era el mejor lugar donde querían estar, se dedicaban a dibujar el contorno de los músculos de su espalda, que se movían bajo mis palmas.

Pronto, sus manos se dirigieron a mi senos, y el gemir de placer se convirtió en mi modo de vida.

- "Tranquila preciosa, esto sólo está empezando, pronto se pondrá mejor."- me dijo al oído el muy tentador.

- "¿Mejor? ¿Esto se puede poner mejor? Pues como esto mejore tengo un problema, voy a llegar tarde a trabajar todos los días, por la falta de sueño, y no porque me lo pida el playboy, sino porque yo se lo voy a exigir yo"- me dije a misma, mientras un gemido, que quise controlar se transformó en un pequeño grito de placer cuando sus labios, cambiaron su puesto con sus dedos, en mis senos, mientras sus dedos descendían por mi abdomen, hasta mi centro de placer.

- "¡Por dios me estas volviendo loca!"- gemí, cuando sus habilidosos dedos, encontraron lo que buscaban entre mis pliegues y con, una suave y contante movimiento lo estimularon.

Sinceramente nada te prepara para el placer, nada. Sentía que ni cuerpo ya no me obedecía, temblaba y gemía, mientras olas de placer me inundaban. Clavé mis uñas en su espalda, sin darme cuenta, pero él no se quejó, al contrario, aceleró las caricias, haciendo que mi espalda se arqueara de placer, mientras mi cuerpo se tensaba.

Pensaba que esto no podía mejorar, cuando el descendió con su boca por mi abdomen, en dirección hasta donde sus manos obraban su magia, y se unió al concierto.

Como experto director de orquesta, mi marido, arrancaba de mis labios, toda una gama de sonidos, mientras yo, una incontrolada mujer, dejaba que me arrastrara, hasta donde este hombre, quisiera llevarme, me daba igual donde fuera, como si era el mismo infierno, yo lo seguiría, sin protestar y con una sonrisa.

El primer orgasmo de mi vida llegó aquí, de esta manera, y la explosión que creo dentro de mí, me hizo temblar entera, mis últimos gemidos se los bebió Michael con su labios, y cuando comencé a regresar a realidad, le oí decir.

- "Es el momento preciosa, si no estas preparada, podemos seguir ..."- no lo deje terminar.

- "Llevo preparada desde que me tomates en tus brazos la primera vez y creo que ya hemos esperado demasiado, o me tomas tú, o te tomo yo, pero, deja de dudar, por favor, lo quiero todo contigo."- le dije agarrándolo de ambos lados de la cara y mirándolo a los ojos.

El me besó y profundizo el beso, estaba tan imbuida de esas sensaciones, que ni me di cuenta de que se colocaba entre mis piernas, hasta que lo sentí entrar, poco a poco. Y finamente tras pararse un segundo, se impulsó en mi interior, mientras un dolor agudo me travesó.

Por un segundo, mi cuerpo se tensó, y una lágrima rodo por mi mejilla, sin querer mordí el labio a mi marido, y el sabor de la sangre nos llegó a ambos, pero él no dejo de besarme, y de hablarme, para que me relajara.

- "Tranquila preciosa, sólo es momentáneo, me detendré hasta que te adaptes a mí, todo estará bien enseguida."- lo miré y sonreí, cuando el dolor pasó.

- "Lo sé. Sólo podías ser tú, ¿lo sabias? sólo podías ser tú, ahora señor Powell, termina de hacerme tuya, y hazme olvidar el dolor."- él me miró, y sin dudarlo me dijo.

- "Te amo Elena Powell, nunca lo dudes."- sin más comenzó a moverse en mi interior, y el mundo se transformó en sensaciones, mi cuerpo, soportó el embate de los golpes de placer que anulaban mi conciencia, mientras mis gemidos eran bebidos, unos por uno, por mi amado, mi cuerpo entendió quién mandaba sobre él, y se adaptó a sus movimientos participando de cada una de la caricias, besos, y finalmente mi mundo explotó, mientras Michael me acompañaba en el final.

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