Axel dio otro paso hacia ella, su sombra alargándose bajo la luz tenue de la habitación y aunque sus palabras le impactaron. No quiso creerle.—Tú… ¿Me amas? —Alicia rio con ironía, pero su voz se quebró en el último segundo—. No me hagas reír, Axel. Los hombres como tú no aman. Poseen, controlan, manipulan… pero no aman.Axel sintió que algo se rompía dentro de él con esas palabras, estaba haciendo su mayor esfuerzo, nunca se había confesado en su vida, era de poco demostrar emociones, pero lo estaba haciendo por ella, porque no deseaba perderla.—¿Eso es lo que piensas de mí? —su voz era grave, contenida, pero con un filo de dolor—. Que no te amo.Alicia lo miró con ojos llenos de rabia y decepción.—Demuéstrame que me amaste, Axel. Dime cuándo… dime cómo.El silencio cayó como una losa. Axel cerró los ojos por un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Pero no las había. Él no era un hombre de discursos románticos, nunca lo había sido. Así que solo dijo la verd
El sonido de la puerta cerrándose resonó en la habitación como un eco dentro del pecho de Alicia. El clic del pestillo sonó a sentencia, a un adiós que Axel no había pronunciado, pero que se colaba entre las grietas de su corazón hecho añicos. Se quedó inmóvil, los dedos enterrándose en el tejido de su vestido hasta que los nudillos palidecieron. La seda, fría y resbaladiza bajo sus manos, le recordó la distancia que Axel había tejido entre ellos durante años: elegante, impenetrable, y tan frágil como una tela que podía rasgarse con un solo gesto."Voy a destruir a Miranda. Y cuando lo haga… voy a demostrarte que nunca debiste dudar de mi amor por ti."Sus palabras la perseguían, cada sílaba un latigazo que le quemaba las entrañas. “¿Amor?”, pensó, mordiendo el interior de su mejilla hasta sentir el sabor metálico de la sangre. ¿Cómo llamar amor a tres años de silencios en habitaciones vacías, a cumpleaños y aniversarios olvidados, a noches en las que él prefería un sofá en su despac
Un murmullo de asombro recorrió la sala, ahogando incluso el zumbido de los focos. Los flashes de las cámaras se dispararon frenéticamente, iluminando el perfil de Axel como si fuera una estatua tallada en hielo. Alicia, sentada en primera fila, sintió cada destello como un pinchazo en la piel. Las palabras de él resonaban en sus oídos, pero era su cuerpo el que traicionaba su calma: las uñas clavándose en las palmas, el pulso acelerado bajo las mangas del vestido, la garganta cerrada como si el aire se hubiera vuelto veneno. —Tenemos grabaciones —continuó Axel, deslizando un USB sobre la mesa con dedos que jamás titubeaban— donde Miranda Sullivan manipula documentos en mi oficina. Y no solo eso: contrató a persona para alterar correos, fotografías y fabricar pruebas de una infidelidad que nunca existió. Y filtrando información a la prensa.Alicia escuchaba atentamente cada palabra, su rostro impasible, aunque por dentro sentía una mezcla de emociones. Alicia contuvo la respiración
La limusina circulaba por las lluviosas calles de la ciudad mientras Axel y Alicia permanecían sentados en un tenso silencio. Ninguno de los dos se miraba, ensimismados en sus propios pensamientos sobre los dramáticos acontecimientos que acababan de producirse.Alicia miraba por la ventanilla, con la mano apoyada sobre el vientre de embarazada. Aún estaba asimilando la declaración pública de amor y compromiso de Axel con su familia. Una parte de ella quería creerle, pero los años de distancia emocional la hacían recelar.Axel miraba a su mujer, deseando desesperadamente cogerle la mano, pero respetando el espacio que había entre ellos. Sabía que tenía un largo camino por delante para recuperar su confianza.Cuando se acercaban a su casa, Alicia rompió por fin el silencio. —Lo que dije fue en serio, Axel. Un día a la vez. Es todo lo que puedo ofrecerte ahora.Él asintió solemnemente. —Lo comprendo. Y haré lo que haga falta, el tiempo que haga falta.El motor de la limusina se apagó s
La tensión en la fundación era palpable, un choque de egos que resonaba en cada esquina. Axel, con la chaqueta de seda negra arrugada en los hombros, observaba a Mario como un tigre al acecho. Las luces del salón reflejaban el brillo frío de sus ojos azules, clavados en el rival que se atrevía a sonreírle. —Axel, todos somos un poco fans de Alicia, ¿no crees? —Mario sostuvo la mirada de Axel, los dedos jugueteando con un bolígrafo de oro. Axel apretó la mandíbula hasta que los músculos saltaron bajo la piel. El aroma a café amargo llenaba la sala, pero nada podía disipar el sabor metálico de su rabia. —Voy a ayudar con la organización —declaró, deslizando una mano posesiva sobre el respaldo de la silla de Alicia. Ella alzó la vista, el ceño fruncido dibujando una sombra entre sus ojos. —Axel, no creo que…—Insisto —Cortó él, la voz, un rugido contenido. Mario soltó una risa suave, como el rumor de un arroyo burlón. —Perfecto. Más manos trabajando. Los días siguientes fueron un
El café estaba adornado con cuadros vibrantes y esculturas pequeñas que reflejaban el alma de la exposición.El aroma a café recién molido y óleo fresco flotaba en el aire del pequeño local “La Taza Dorada”.Stella ajustó el último cuadro en la pared, un lienzo abstracto de tonos rojos y dorados que capturaba la furia y la pasión de un verano en llamas. Rafael, de pie a su lado, observaba con una sonrisa de orgullo. —Nunca debiste dejar de pintar —dijo él, pasando un dedo por el borde del marco—. Eres… grandiosa. Stella bajó la mirada, ocultando el rubor que le subía por las mejillas. Rafael había sido su preparador de arte en la secundaria. Él estaba adelantado un par de años a ella, pero como la conocía desde pequeña, siempre la animaba a que siguiera pintando, asegurándole que ella tenía un talento innato.Al ver llegar a los invitados, Stella comenzó a moverse entre los asistentes, con una expresión de cautela oculta tras una sonrisa cordial. Rafael, con su entusiasmo natural, l
Alicia miró a Axel con indignación ante su tono autoritario.—¿Qué no admite discusión? ¿Quién te crees que eres para decidir por mí? — espetó, colocando los brazos en su cintura. Axel suspiró, pasándose una mano por el cabello en señal de frustración. —Lo siento, no quise que sonara así —se disculpó —. Pero estoy preocupado por ti y por los bebés. Quien sea que esté detrás de estas amenazas podría hacerte daño.Alicia sintió que su determinación flaqueaba un poco al ver la genuina preocupación en los ojos de Axel. Aun así, se mantuvo firme.—Aprecio que te preocupes, puedo cuidarme sola. No necesito que me protejas.—Por favor, Alicia —insistió Axel, acercándose un paso más. — Hazlo por los niños. En mi casa estarás más segura, con guardaespaldas las 24 horas. Solo hasta que descubramos quién está detrás de esto.Alicia se negó; sin embargo, una hora más tarde estaba llegando a la villa de Axel.Él cerró la puerta con un golpe seco y se giró hacia Alicia, quien lo miraba con eviden
Alicia rodó los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios.—Eres incorregible.—Solo contigo —respondió él, guiñándole un ojo.Otro trueno resonó, cercano, esta vez. Alicia se tensó instintivamente. Axel, notando su reacción, se sentó a su lado en el sofá.—Ven aquí —dijo suavemente, extendiendo su brazo.Alicia dudó por un momento, debatiéndose entre su orgullo y el deseo de sentirse protegida. Finalmente, cedió y se acurrucó contra él.Axel la envolvió en sus brazos, su calor reconfortante contrastando con el frío de la tormenta afuera. Alicia cerró los ojos, permitiéndose por un instante disfrutar de la sensación.—Esto no cambia nada —murmuró contra su pecho.—Lo sé —respondió Axel, acariciando suavemente su espalda—. Pero es un comienzo.Sin embargo, alzó su mentón, la vio por unos segundos y besó sus labios con suavidad. Alicia sintió una descarga recorrer su cuerpo, pero no se apartó. En cambio, cerró los ojos y dejó que sus labios se fundieran