Capítulo 41. Entregados.

Guillermo deslizó una mano bajo la blusa de Stella, acariciando su piel suave como si fuera un lienzo que merecía ser explorado con devoción. Ella arqueó la espalda, ansiando más contacto. Sus respiraciones se volvieron erráticas, atrapadas en el torbellino de una pasión desbordante.

De repente, un ruido en los arbustos cercanos los sobresaltó. Se separaron abruptamente, con los corazones acelerados. Un ciervo salió de entre la vegetación, los miró por un momento con indiferencia y luego se alejó tranquilamente, como si fuera el dueño del lugar.

Stella soltó una risa nerviosa, acomodándose la ropa mientras el rubor cubría sus mejillas. Guillermo se pasó una mano por el cabello, visiblemente frustrado por la interrupción, pero también divertido.

—Quizás... quizás deberíamos volver —sugirió Stella, aunque una parte de ella no quería que este momento terminara.

Guillermo la miró fijamente, sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que la dejó sin aliento.

—¿Y si no quiero? ¿Si deseo
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