La llegada de Lola fue recibida con sonrisas y un aire más ligero en la cabaña. Alicia, al verla entrar con su energía habitual, sintió que la tensión que la había acompañado desde su llegada al refugio comenzaba a disiparse. Lola siempre había tenido ese efecto sobre ella: transformaba la pesadez en algo llevadero con sus bromas y su actitud despreocupada.Mientras las amigas se instalaban, Guillermo y Stella intercambiaron una mirada cómplice. Era el momento perfecto para explorar los alrededores y dejar que Alicia y Lola tuvieran su espacio. —Bueno, chicas, las dejamos para que se pongan al día.Stella, con una sonrisa traviesa, sugirió dar un paseo por el bosque. Guillermo aceptó sin dudarlo, aunque no se lo admitiera a sí mismo, la idea de pasar tiempo a solas con Stella le resultaba cada vez más atractiva.El sendero se extendía entre altos árboles que formaban un dosel natural, dejando que solo algunos rayos de sol se filtraran entre las hojas. El aire fresco estaba impregna
Guillermo deslizó una mano bajo la blusa de Stella, acariciando su piel suave como si fuera un lienzo que merecía ser explorado con devoción. Ella arqueó la espalda, ansiando más contacto. Sus respiraciones se volvieron erráticas, atrapadas en el torbellino de una pasión desbordante.De repente, un ruido en los arbustos cercanos los sobresaltó. Se separaron abruptamente, con los corazones acelerados. Un ciervo salió de entre la vegetación, los miró por un momento con indiferencia y luego se alejó tranquilamente, como si fuera el dueño del lugar.Stella soltó una risa nerviosa, acomodándose la ropa mientras el rubor cubría sus mejillas. Guillermo se pasó una mano por el cabello, visiblemente frustrado por la interrupción, pero también divertido.—Quizás... quizás deberíamos volver —sugirió Stella, aunque una parte de ella no quería que este momento terminara.Guillermo la miró fijamente, sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que la dejó sin aliento.—¿Y si no quiero? ¿Si deseo
El sol apenas asomaba entre las nubes cuando Stella despertó en brazos de Guillermo. Su rostro irradiaba tranquilidad, pero su mente era un torbellino de pensamientos.Mientras él seguía dormido, su pecho subía y bajaba con un ritmo constante, tan diferente del caos interno que ella experimentaba. Decidió que debía hablar con él; no quería ser lastimada.—Guillermo —susurró mientras acariciaba su rostro con suavidad.Sus ojos se abrieron lentamente, y una sonrisa apareció en su rostro, mientras inclinaba un poco la cabeza para besarla.—Buenos días, mi cielo —respondió él, atrayéndola hacia sí.Ella se incorporó en el piso, con una expresión seria que él notó de inmediato.—Guillermo, tenemos que hablar.Él frunció el ceño, sentándose. El tono de Stella era distinto, cargado de algo que no lograba descifrar.—Quería decirte —comenzó a decir, mientras se estrujaba una mano con otra—, que por ahora... no quiero que hagamos pública nuestra relación —declaró finalmente, con un hilo de voz
Su tiempo en la delegación había sido un recordatorio amargo de lo bajo que Axel había caído en su intento desesperado por contactar con Alicia. El cansancio se reflejaba en sus hombros caídos mientras se sentaba en la fría celda. A pesar del aislamiento y la humillación, su mente no dejaba de repetir la misma pregunta: “¿Cómo pude permitir que las cosas llegaran hasta este punto?”El eco de pasos en el pasillo interrumpió sus pensamientos. Una figura conocida se acercaba con rapidez. Miranda, impecablemente vestida como siempre, llevaba una expresión que oscilaba entre la preocupación fingida y la satisfacción mal disimulada.—Axel, vine tan pronto como me enteré. No puedo creer que estén en esta situación y que tu esposa te haya tratado de esa manera. ¿Cuál es el amor, que dice tenerte? —interrogó Miranda, colocando una mano en la reja como si fuera la protagonista de una escena trágica.Axel levantó la vista con frialdad.—No te permito hablar de Alicia y no debiste molestarte, no
El sonido de los pasos de Axel resonaron en el suelo de madera de su despacho. Una tensión palpable llenaba el aire mientras revisaba los titulares en su computadora, incrédulo ante las noticias que llenaban las redes sociales. Fotografías de él apoyándose en Miranda, supuestamente “vulnerable” y en “una escena íntima”, habían generado un escándalo. Pero lo peor eran las “citas” de la carta que él había escrito con tanto cuidado para Alicia, ahora manipulada y atribuida a Miranda. Su corazón martillaba en su pecho mientras los titulares le gritaban traición y deslealtad.—¡¿Cómo demonios pasó esto?! —gruñó entre dientes, cerrando el portátil con furia.Axel respiró hondo y llamó a su asistente.—Necesito que localices al mensajero que envió mi carta a Alicia. Tráelo a mi oficina de inmediato. Algo salió mal, y quiero respuestas.El asistente asintió rápidamente y salió del despacho. Mientras tanto, Axel se dejó caer en su sillón, pasando las manos por su rostro en un intento de calma
Alicia estaba sentada en el salón, con su laptop abierta sobre la mesa. Lupita había salido junto con sus padres a hacer unas compras, ella, debido a su reposo, no podía acompañarlos, por lo cual estaba sola en la cabaña. El silencio del lugar, normalmente tranquilizador, ahora se sentía abrumador. Su mente volvía una y otra vez a las palabras de Lupita: "Tal vez deberías pensar en empezar de nuevo". Alicia sabía que tenía razón. No podía seguir esperando que Axel cambiara. Necesitaba hacer algo por sí misma, para olvidarlo y dejarlo en el pasado.Con un suspiro, abrió una nueva pestaña en el navegador y buscó aplicaciones de citas. Dudó por un momento antes de descargar una. El proceso de registro fue rápido, aunque cada paso le hacía cuestionarse si realmente estaba lista para esto. Eligió una foto discreta, escribió una breve descripción de sí misma y cerró la aplicación tan pronto como terminó. La idea de conocer a alguien nuevo era aterradora, pero también le daba un atisbo de
El reloj marcaba las diez de la mañana cuando Axel se encontraba en su despacho revisando documentos. El sonido firme de la puerta al abrirse lo sacó de su concentración. Allí estaba su asistente, que se veía visiblemente preocupado.—¿Qué ocurre Donovan? —preguntó al verlo alterado, porque si algo tenía el hombre es unos nervios de acero.Pero antes de poder hablar, un hombre vestido impecablemente con un maletín en mano, se paró detrás de él.—Señor Thorne, soy el abogado de la señora Alicia Thorne —anunció, manteniendo su voz neutral, pero con un matiz de determinación—. Estoy aquí para presentarle los papeles de divorcio.Axel levantó una ceja, apoyándose en el respaldo de su silla de cuero negro.—Déjalo entrar —ordenó.El abogado abrió su maletín, extrajo unos documentos y se los tendió. Axel comenzó a leerlos en silencio. A medida que pasaba las páginas, su mandíbula se tensaba, sus ojos se oscurecían y un aire gélido parecía llenar la habitación.Finalmente, Axel soltó una car
La brisa del refugio era cálida esa mañana, acariciando los árboles con un murmullo que acompasaba la serenidad del lugar. Alicia estaba sentada en la terraza de la cabaña, con una libreta en las manos. Había pasado la noche planeando un proyecto, por primera vez en mucho tiempo, la hacía sentir viva. Sus ideas fluían con naturalidad, como si cada palabra que escribía fuera un paso hacia la tranquilidad que tanto anhelaba.Mientras tanto, en la ciudad, Axel Thorne se encontraba en su despacho, con una expresión oscura que no lograba disimular. Sobre la mesa había un informe detallado: la salida de Alicia con Iván, acompañada de fotografías que mostraban a ambos caminando juntos por los jardines del refugio. La tensión en su mandíbula era evidente mientras repasaba las imágenes una y otra vez.—Samuel —llamó con un tono que helaba la habitación.Su asistente entró de inmediato, percibiendo el aire cargado de emociones contenidas.—Señor Thorne, ¿en qué puedo ayudarle?Axel no apartó