Axel salió de la villa como un huracán, con los puños apretados y la rabia bullendo en su interior. El aire fresco de la tarde no lograba calmar el incendio en su pecho. Cada paso que daba resonaba con fuerza en el pavimento, como si con ello intentara aplastar las emociones que lo consumían.“¿De dónde demonios salieron esas malditas fotografías?”, pensó, mientras se subía al auto y cerraba la puerta de un golpe.Apretó el volante con fuerza, sus nudillos tornándose blancos.La imagen de Alicia lanzándole las fotos, llena de furia y dolor, no dejaba de repetirse en su mente. Cada mirada herida que le había dirigido era un dardo envenenado que se incrustaba más profundamente en él.Una parte de él estaba enfurecida porque Alicia había dudado de él tan fácilmente, cuando jamás le había sido infiel, pero no podía ignorar la voz de su conciencia, que le susurraba implacable. “¿Cómo iba a confiar en ti cuando durante años te has comportado como un completo idiota? Te ha visto con sus prop
Stella no pudo dormir esa noche, estaba inquieta, no podía evitar que las imágenes de Alicia en el hospital, pálida y vulnerable, estas se repetían una y otra vez en su mente.Recordó cómo, a pesar del peligro inminente, Alicia la había salvado e intervino sin dudar, enfrentándose al gánster con una valentía que Stella nunca había visto antes. Fue ese día cuando juró que, si alguna vez Alicia necesitaba de ella, no dudaría en protegerla con la misma determinación.Cuando los primeros rayos del sol se filtraron por la ventana, ya había tomado una decisión. Era su turno de devolverle el favor, a cualquier costo.Se levantó con determinación y comenzó a hacer llamadas. Primero, contactó a un viejo amigo que trabajaba en una clínica privada. Después de explicarle la situación, él accedió a recibir a Alicia en un sitio especial para continuar su tratamiento, designando a una enfermera y a un médico para cuidar a Alicia. Lejos del escándalo y el estrés.Luego, llamó a su abogado de confianz
Cuando finalmente reaccionó, su voz salió como un gruñido bajo y peligroso.—¿Una orden de restricción? ¿Quién demonios se atrevió a hacer eso?El doctor mantuvo su compostura profesional, aunque se podía notar cierta tensión en su postura. —Lo siento, señor Thorne, pero no puedo darle más detalles. La orden es clara y nosotros estamos obligados a respetarla.Axel sintió que la furia lo consumía. Sin pensarlo, agarró al doctor por las solapas de su bata.—¡Es mi esposa! ¡Lleva a mi hijo! ¡No pueden alejarla de mí!El gesto del doctor reflejaba una mezcla de sorpresa y miedo, mientras dos guardias de seguridad se acercaban rápidamente. Separaron a Axel del médico con firmeza. El Dr. Ramírez, visiblemente sacudido, dio un paso atrás.—Señor Thorne, si no se calma, tendré que llamar a la policía.Axel respiró hondo, tratando de controlar su ira. Sabía que perder los estribos no lo ayudaría. Con un esfuerzo supremo, logró calmarse lo suficiente para hablar con voz controlada.—Doctor. Ne
El sonido del motor disminuyó gradualmente hasta extinguirse, dejando tras de sí un silencio roto solo por el trinar de los pájaros y el murmullo de un arroyo cercano. La cabaña estaba rodeada de naturaleza, un paraíso oculto donde el tiempo parecía transcurrir más lento. Piscinas termales se veían en la distancia, su vapor elevándose perezosamente hacia el cielo, mientras los jardines perfectamente cuidados invitaban a la serenidad.El lugar parecía sacado de un sueño, un refugio donde las preocupaciones del mundo quedaban atrás.Guillermo ayudó a Alicia a bajar del auto, atento a cada movimiento que pudiera causarle incomodidad. Stella los observaba desde la puerta, su rostro reflejando una mezcla de determinación y preocupación. Alicia, sin embargo, no pronunció una sola palabra. Durante todo el trayecto había permanecido en silencio, sus pensamientos, un torbellino que no podía detener.“Estará Axel preocupado por nosotros… o quizás no,” pensó mientras acariciaba inconscientement
La llegada de Lola fue recibida con sonrisas y un aire más ligero en la cabaña. Alicia, al verla entrar con su energía habitual, sintió que la tensión que la había acompañado desde su llegada al refugio comenzaba a disiparse. Lola siempre había tenido ese efecto sobre ella: transformaba la pesadez en algo llevadero con sus bromas y su actitud despreocupada.Mientras las amigas se instalaban, Guillermo y Stella intercambiaron una mirada cómplice. Era el momento perfecto para explorar los alrededores y dejar que Alicia y Lola tuvieran su espacio. —Bueno, chicas, las dejamos para que se pongan al día.Stella, con una sonrisa traviesa, sugirió dar un paseo por el bosque. Guillermo aceptó sin dudarlo, aunque no se lo admitiera a sí mismo, la idea de pasar tiempo a solas con Stella le resultaba cada vez más atractiva.El sendero se extendía entre altos árboles que formaban un dosel natural, dejando que solo algunos rayos de sol se filtraran entre las hojas. El aire fresco estaba impregna
Guillermo deslizó una mano bajo la blusa de Stella, acariciando su piel suave como si fuera un lienzo que merecía ser explorado con devoción. Ella arqueó la espalda, ansiando más contacto. Sus respiraciones se volvieron erráticas, atrapadas en el torbellino de una pasión desbordante.De repente, un ruido en los arbustos cercanos los sobresaltó. Se separaron abruptamente, con los corazones acelerados. Un ciervo salió de entre la vegetación, los miró por un momento con indiferencia y luego se alejó tranquilamente, como si fuera el dueño del lugar.Stella soltó una risa nerviosa, acomodándose la ropa mientras el rubor cubría sus mejillas. Guillermo se pasó una mano por el cabello, visiblemente frustrado por la interrupción, pero también divertido.—Quizás... quizás deberíamos volver —sugirió Stella, aunque una parte de ella no quería que este momento terminara.Guillermo la miró fijamente, sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que la dejó sin aliento.—¿Y si no quiero? ¿Si deseo
El sol apenas asomaba entre las nubes cuando Stella despertó en brazos de Guillermo. Su rostro irradiaba tranquilidad, pero su mente era un torbellino de pensamientos.Mientras él seguía dormido, su pecho subía y bajaba con un ritmo constante, tan diferente del caos interno que ella experimentaba. Decidió que debía hablar con él; no quería ser lastimada.—Guillermo —susurró mientras acariciaba su rostro con suavidad.Sus ojos se abrieron lentamente, y una sonrisa apareció en su rostro, mientras inclinaba un poco la cabeza para besarla.—Buenos días, mi cielo —respondió él, atrayéndola hacia sí.Ella se incorporó en el piso, con una expresión seria que él notó de inmediato.—Guillermo, tenemos que hablar.Él frunció el ceño, sentándose. El tono de Stella era distinto, cargado de algo que no lograba descifrar.—Quería decirte —comenzó a decir, mientras se estrujaba una mano con otra—, que por ahora... no quiero que hagamos pública nuestra relación —declaró finalmente, con un hilo de voz
Su tiempo en la delegación había sido un recordatorio amargo de lo bajo que Axel había caído en su intento desesperado por contactar con Alicia. El cansancio se reflejaba en sus hombros caídos mientras se sentaba en la fría celda. A pesar del aislamiento y la humillación, su mente no dejaba de repetir la misma pregunta: “¿Cómo pude permitir que las cosas llegaran hasta este punto?”El eco de pasos en el pasillo interrumpió sus pensamientos. Una figura conocida se acercaba con rapidez. Miranda, impecablemente vestida como siempre, llevaba una expresión que oscilaba entre la preocupación fingida y la satisfacción mal disimulada.—Axel, vine tan pronto como me enteré. No puedo creer que estén en esta situación y que tu esposa te haya tratado de esa manera. ¿Cuál es el amor, que dice tenerte? —interrogó Miranda, colocando una mano en la reja como si fuera la protagonista de una escena trágica.Axel levantó la vista con frialdad.—No te permito hablar de Alicia y no debiste molestarte, no