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Capítulo 3 ¿Está interesado en ella?

Narra Damián.

Sé que yo mismo me podía preparar mi café como siempre lo hago, sólo que quiero que esa… mi “asistente” se cansé de todo esto y decida renunciar por voluntad propia, en verdad que su imagen es un insulto a mis ojos. ¿Qué no le gusta arreglarse, aunque sea un poco?

—¿Cómo te va con la nueva? —Entran Frank y Carlo con cara de idiotas burlándose de mí.

—Eres un desgraciado, Frank. —Digo de pésimo humor.

—Sabes que es la indicada para tu asistente, y hasta te enamores de ella. —Dice entre risas y estallo en su contra.

—Vete al diabl0. —Lo golpeo haciéndolo caer al suelo y Carlo en seguida lo ayuda a levantarse.

—Sabes muy bien que no busco esposa, y menos me casaría con espanto como ese de allá afuera. Por mi fuera la habría rechazado, pero insististe mucho y no sabes cómo me arrepiento de ello. —Y es la verdad.

—Eres un amargado. —Sale de mi oficina junto con Carlo. Me siento en el sofá y halo mi cabello con frustración.

—¡Maldición! —Tocan a la puerta e ignoro de quien se pueda tratar, tampoco digo que entren porque quiero estar solo.

Insisten en tocar, me levanto y camino hacia la puerta, la abro y es el espanto de mi “asistente”.

—¡¿Qué quieres?! —Digo aun molesto y veo que se asusta y se queda como piedra ahí parada.

—Se… sr, tiene una comida con la señorita Amelia Cooper. —Dice con voz temblorosa. La ignoro y salgo de ahí antes de que me desquite con alguien más.

Apenas tiene unas horas y no la soporto.

—Cariño. —Se acerca Amelia a mí y me deja un cálido beso en la mejilla.

—Hola, Amelia. —Sigo aun intranquilo por la situación con Frank, se supone que es mi amigo y, sin embargo, parece más mi enemigo.  

—¿Qué te pasa? Te veo muy mal. —Amelia es mi mejor amiga desde la universidad, aunque más de Marce que mía, incluso fuimos novios, pero apareció Mariana y me cautivó el corazón.

—Problemas con el trabajo. —Miento, no quiero preocuparla con esas tonterías.

—¿De qué tipo? —Es muy curiosa.

—Mi nueva asistente, ja, si la vieras, te asustarías. —Sólo de recordarlo me recorre un escalofrío por la espalda.

—¿Tan mal está? —Me mira con curiosidad.

—¿Mal? Es poco comparándola con una mujer normal. —Digo con ironía.

—¡Dios! ¿Qué tienes en contra de tu asistente? —Veo que se molesta conmigo.

—No es nada agraciada por decirlo así, he escuchado rumores que sólo un loco la contrataría, y ese loco fue Frank, es inteligente, no lo niego, pero… —Me interrumpe.

—Eso no significa que debas hacerla menos, todos tienen el derecho de trabajar. —¡Vaya que si se molestó!

—Cuando la veas cambiaras de opinión. —Digo y prefiero cambiar de tema.

Al menos después del tema de mi asistente, me la pasé muy bien en su compañía. Voy de regreso a la empresa y en cuanto llego, veo a mi asistente con los ojos rojos ¿Habrá llorado? Hasta eso tengo que soportar.

—Srita. Carter, a mi oficina. —reacciona con un ligero brinco y me sigue.

—Dígame. —Su voz se escucha apagada.

—Acaso ¿usted estaba llorando? —No sé por qué le pregunto, no es de mi interés.

—Disculpe si le molesta, prometo que no volverá a suceder. —Se disculpa, evitando mirarme.

—Eso espero, sus problemas personales sepárelos del trabajo. Ahora, quiero que me diga cómo está mi agenda para más tarde. —Digo y ella rápido la abre y busca.

—A las 7 pm tiene una cena con el señor Anderson. —ese idiota.

—Bien. Póngase un poco más presentable, me va a acompañar. —Digo y me mira con sorpresa.

—¡¿Yo?! — es desesperante.

—Si, usted. —La voy a hacer sufrir, no debió aceptar este trabajo. Prefiero a una más guapa e inteligente, sé que ella lo es, pero no lo primero.

Parpadea varias veces, hasta que reacciona.

—Está bien. —Sale de la oficina y voy al bar por un vodka. Sólo pensar que estará en mi auto.

El tiempo pasó rápido y voy saliendo de mi oficina, ella ya está esperándome, al menos se peinó, parecía un nido de aves. ¿Qué va a pensar la gente? Que no es una empresa, sino un hospital de salud mental.

—Vamos. —Digo y ella asiente.

Estar a su lado en el ascensor es sofocante.

Estaba por comentarle algo, cando su móvil suena y enseguida lo responde.

—Mi pequeña. ¿Qué pasa? —¡¿Tiene una hija?! Y yo creyendo que era virgen, que nadie se fijaría en ella, al parecer está casada.

—Descuida, pronto estaré ahí. Adiós, amor. —Cuelga y evita mirarme como siempre.

—No sabía que era casada. —¿Por qué me importa?

—No lo estoy. —Dice y no sé por que me siento aliviado.

—Pensé, como tiene una hija. —sigue sin ser de mi incumbencia.

—Así es. Pero soy madre soltera. —Dice aun sin mirarme.

Durante todo el camino al restaurante, nadie dijo una palabra más, lo cual agradezco y mucho.

Entramos al lugar y Anderson ya estaba esperándonos.

—Pero que bella dama te acompaña. —Es broma ¿verdad? O está ciego o sólo lo dice para no hacerla sentir mal. Toma su mano y deposita un beso en ella, la miro y se ve incómoda.

—¿Cómo se llama, linda dama? —Dice y la mira con ¿Interés?

—Dalia, sr. Anderson. —Dice y quita su mano con discreción.

—Dime, Robert. — es un descarado.

—Tomemos asiento, venimos por negocios y no a que cortejes a mi asistente. —Digo con evidente enojo.

Cuando estábamos hablando sobre un proyecto en la bahía, notaba que de vez en cuando la miraba y le sonreía, y eso me molestaba, y mucho.

¿Por qué te molestas? Si lo que quieres es que se vaya de la empresa a como dé lugar.

—Bueno, entonces no hay problemas. —Dice y firma el contrato y hago lo mismo.

—Nos retiramos. —Digo y él toma de la mano a la srita. Carter.

—No creo que ella quiera irse. —Dice y ella se pone nerviosa.

—Lo siento, mi hija me está esperando. — Veo que se sorprende, pero sonríe nuevamente.

—Entiendo. Si cambia de opinión, le dejo mi número. —Le da una tarjeta y ella la toma de su mano.

Acaso ¿está interesado en ella? ¡¿En serio?!

—La llevo a su casa. —¿Por qué debo ser cortes con ella?

—Descuide, no es necesario, tomaré un taxi. —pasa por mi lado sin mirarme.

—Es tarde, y no puede andar sola. —Digo y me ignora, así que tomo tu mano y la atraigo cerca de mí ¿Qué me pasa? No la quiero ni cerca de mí.

—No. — Está muy nerviosa. Se suelta y sale corriendo y antes de que la alcance, aborda el taxi.

Miro mi reloj y falta una hora y media para el espectáculo de Isis, mi diosa. Nunca me lo pierdo y hoy… no será la excepción.

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