En el elegante Hotel: The Crystal Palace, Hannah se despojó de sus problemas y de todo lo que la perturbaba, como la relación hostil con su cruel esposo. Se entregó a la pasión ardiente en los brazos de Lucas, un hombre seductor que la envolvió en el bar para llevarla a la cama. Hannah olvidó por completo a su amiga y, en ese momento, estaba disfrutando de una noche erótica con el apuesto y encantador Lucas. ¡Madre mía!
El deseo iba y venía, y el sexo resultó ser embriagador y profundo con Lucas. Sentía lo que nunca había sentido con su marido en los cinco años que llevaba casada. Hannah se entregó a la pasión, olvidándose de todo lo demás. Su cuerpo ardía de deseo y cada caricia de Lucas la hacía sentir más viva que nunca. Ella gritaba su nombre, envolviéndose en sus brazos fuertes y seguros.
El sexo fue intenso y apasionado, con ambos amantes perdidos en el momento. La habitación se llenó de gemidos y susurros, testigos de la pasión que ardía entre ellos. Hannah se sorprendió a sí misma con la intensidad de sus sentimientos, pero no pudo detenerse. Ella necesitaba más y Lucas estaba más que dispuesto a darle lo que quería.
Las horas pasaron volando y, cuando los primeros rayos de sol los encontraron aún entrelazados en la cama, con los cuerpos sudorosos y saciados, Hannah supo que lo que había hecho no estaba bien, pero en ese momento no pudo evitar sentirse libre y llena de vida.
El deseo y la lujuria la habían consumido y, en ese momento, sentía que había descubierto una parte de sí misma que nunca antes había experimentado.
*****
Mientras el agua caliente caía sobre su piel, Hannah se dejó llevar por los ardientes recuerdos de la noche anterior. Cada gota parecía avivar el fuego que aún ardía en su interior y una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.
«¿Quién diría que un simple desconocido podría hacerme sentir así?», pensó, sintiendo cómo su cuerpo respondía a la memoria de las caricias de Lucas.
En ese momento, se miró en el espejo empañado y se dio cuenta de que aún era una mujer joven y hermosa, llena de vida y deseo.
«No soy un trapo viejo», se dijo a sí misma, mientras el vapor la envolvía como un abrazo cálido.
«Soy una profesional inteligente, capaz de sentir pasión y deseo. ¿Por qué debería conformarme con menos?».
La imagen de su esposo, distante y frío, se desvaneció en su mente, reemplazada por la intensidad de la conexión que había experimentado con Lucas. «Soy una mujer encantadora», murmuró, sintiendo cómo la confianza comenzaba a florecer en su interior. Con cada movimiento, cada gota de agua que caía, Hannah se sentía más viva, más deseosa y más decidida a no dejar que nadie la hiciera sentir menos de lo que era. La vida era demasiado corta para vivirla en la sombra de alguien más.
Entretanto, Hannah se movía por la cocina, el aroma del café recién hecho impregnaba el aire, pero su paz se vio interrumpida por la entrada de su marido. Con una sonrisa burlona, él se acercó, brillándole los ojos con una mezcla de desprecio y diversión.
—¿Qué noticias me traes, Hannah? ¿Ya estás embarazada? —preguntó con ironía.
Sus palabras fueron como una daga que le atravesó el alma. Hannah sintió cómo la rabia y la indignación se acumulaban en su pecho. Se giró lentamente para enfrentarlo con una mirada desafiante.
—Aún no, pero ahora que lo mencionas, preferiría encontrar un mejor padre —replicó, con la voz firme y decidida, dejando caer la ironía como un peso sobre él.
La sonrisa de su marido se desvaneció y en su lugar apareció una expresión de sorpresa y enfado.
—¿Qué estás insinuando? —demandó, acercándose un paso, como si intentara intimidarla.
—Insinuando lo que es obvio —respondió Hannah, cruzando los brazos sobre su pecho. —Estoy cansada de tus malos tratos, de tu desprecio. Ya no soy la mujer que te tolera en silencio.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —se burló él, intentando recuperar el control de la situación.
—Voy a hacer lo que siempre debí hacer: elegirme a mí misma —dijo Hannah, sintiendo cómo crecía la confianza en su interior. —No necesito tu aprobación ni tu desprecio. Estoy lista para encontrar mi propio camino, lejos de ti.
La tensión en la cocina se podía cortar con un cuchillo. Su marido, atónito, no sabía cómo responder. Hannah sintió una mezcla de liberación y reto, sabiendo que había cruzado una línea que no podría borrarse.
—Así que... —continuó ella, desafiándolo. — ¿Vas a seguir con tus juegos, o vas a reconocer que ya no tengo miedo de enfrentarme a ti?
El silencio se hizo pesado entre ellos y Hannah supo que había encendido una chispa que no podría apagarse fácilmente.
Hannah respiró hondo, sintiendo cómo la audacia se apoderaba de cada fibra de su ser. Con la mirada fija en Fabio, su voz resonó en la cocina como un eco de su nueva resolución.
—Quiero el divorcio —declaró, llena de valor.
Fabio palideció, sus ojos se abrieron como platos, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Era un hombre narcisista, acostumbrado a tener el control, y la idea de que Hannah pudiera liberarse de él lo llenó de furia.
—¿Divorcio? —repitió con la voz temblorosa entre la incredulidad y la rabia. — ¿Estás loca? ¿Cómo se lo vas a decir a tu padre? ¡Sería un escándalo!
Hannah sintió una oleada de satisfacción al ver su reacción. Se acercó un paso más, desafiándolo con la mirada.
—¿Y qué importa lo que digan los demás? —respondió con firmeza. — He vivido demasiado tiempo en la sombra de tus mentiras y tu egoísmo. Ya no me importa la apariencia. Quiero mi vida de vuelta.
Fabio soltó una risa burlona, intentando recuperar su autoridad.
—¿Y quién te crees para pensar que puedes dejarme? Eres una mujer sin valor, y lo sabes. No encontrarás a nadie mejor que yo —dijo con un tono lleno de desprecio.
Hannah sintió cómo la rabia se transformaba en poder. Se acercó aún más, pero con firmeza:
—No necesito a nadie que me valore menos de lo que merezco. He sido tu prisionera demasiado tiempo y ya no tengo miedo de buscar mi libertad.
Fabio, furioso, dio un paso hacia ella, intentando intimidarla.
—No te atrevas a hacer esto, Hannah. Te arrepentirás. No puedes sobrevivir sin mí.
—¿Sobrevivir sin ti? —replicó ella con una sonrisa desafiante. —He estado sobreviviendo a tu lado y eso es lo que me ha hecho más fuerte. Esta vez, soy yo quien elige.
El silencio se instaló entre ellos, pesado y tenso. Fabio, incapaz de aceptar su derrota, la miró con una mezcla de furia y miedo. Hannah sintió que había cruzado una inmensa barrera y, aunque el camino hacia la libertad sería difícil, sabía que ya no había vuelta atrás. Divorciarse de Fabio era un hecho.
Tiempo después…Hannah se quedó paralizada, con el eco de las palabras de su compañero zumbándole en la mente. No podía creer lo que acababa de escuchar.—¿Embarazada? ¿Estás seguro?El doctor asintió con una expresión seria, pero comprensiva.—Sí, Hannah. La prueba es clara. Tienes pocas semanas, pero es un hecho.Hannah sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Su mente se llenó de pensamientos caóticos. ¿Cómo podía ser eso posible?«No... no puede ser», pensó, llevándose una mano al estómago, como si pudiera contener la noticia. «Justo ahora, cuando estaba lista para liberarme de mi marido...».El doctor la miró con empatía.—Entiendo que esto es un shock. Pero debes pensar en lo que quieres hacer. Tienes opciones.Hannah cerró los ojos, tratando de encontrar claridad en medio de la tormenta emocional. La imagen de Fabio apareció en su mente, su risa burlona, su desprecio.—¿Qué haré? —preguntó, abriendo los ojos y mirando al doctor. —No puedo traer un hijo a este mundo co
Días después, Hannah se enfrentó a los resultados que cambiarían su vida para siempre. Al leer la palabra «estéril» junto al nombre de Fabio, un frío helado recorrió su cuerpo. La realidad se desmoronó a su alrededor y un sollozo profundo emergió de su pecho. Las lágrimas comenzaron a caer, una tras otra, como un torrente incontrolable. Se sentía atrapada entre la culpa y la tristeza, como si un peso insoportable la aplastara.«¿Cómo he podido hacer esto?», pensó, destrozada por la traición que sentía hacia su esposo. Era una mujer buena y honesta, y ahora se enfrentaba a las consecuencias de sus decisiones. La imagen de Fabio, con su sonrisa socarrona y su amor a medias, la perseguía. Había buscado respuestas, pero nunca imaginó que la verdad la llevaría a este abismo de dolor.La culpa la atravesaba como un puñal y cada lágrima que caía era un aviso de su deslealtad.«¿Qué he hecho?», se preguntó, sintiendo que había traicionado no solo a su marido, sino también a sí misma. En ese m
Hannah cerró los ojos por un instante, dejando que la calidez de la idea la envolviera. Imaginó las risas de su niño corriendo por la casa y la dulzura de un abrazo que la hiciera sentir completa. En su mente, los miedos se desvanecían como sombras al amanecer y en su corazón florecía una esperanza renovada. Se vio a sí misma en un parque, empujando un columpio, mientras el sol iluminaba el rostro risueño de su hijo. Esa visión, tan viva y evidente, la llenó de una intrepidez que nunca había sentido. Era un sueño que, aunque estaba rodeado de incertidumbres, la invitaba a dar el salto y a abrazar la vida con todo lo que conllevaba. En ese instante, ser madre no era solo un deseo, era una promesa de amor incondicional y de aventuras por venir.De pronto sonó el timbre, se miró con extrañeza y fue a abrir. Sabía que no era Ruby y que tampoco llegaría tan pronto. Cuando vio quién era, Hannah se mantuvo firme; el corazón le palpitaba con fuerza mientras su padre cruzaba la puerta.—¿Qué t
Horas después, Hannah se sentía abrumada por la visita de su padre y los malestares propios del embarazo comenzaban a pasarle factura a su cuerpo y su mente. Sin embargo, la llegada de su amiga Ruby supuso un rayo de esperanza para su día. Ruby, siempre optimista y llena de energía, se sentó a su lado con una sonrisa radiante.—Vamos a buscar esos hospitales y a explorar las oportunidades de empleo que nos esperan, amiga —dijo, animando a Hannah a levantarse del sofá.Al salir de casa, Ruby la miró con curiosidad y le preguntó:— ¿Y qué hay de Lucas, el famoso desconocido que te embarazó? ¿Tienes algún plan para encontrarlo? —Hannah, aún consternada, suspiró y respondió:—Lo único que sé es su nombre. No tengo ni idea de cómo encontrarlo. Ruby soltó una ligera risa, intentando aliviar la tensión.—Bueno, Lucas hay muchos en la ciudad. Buscarlo sería como intentar encontrar una aguja en un pajar —bromeó, guiñándole un ojo. Hannah no pudo evitar sonreír ante el ingenio de su amiga.****
Los meses habían transcurrido rápidamente y el vientre de Hannah crecía desmesuradamente, anunciando la inminente llegada de su bebé, al que había decidido llamar Justin. La emoción la envolvía: un nuevo capítulo de su vida estaba a punto de comenzar, y con cada patada del pequeño, sentía que su corazón se llenaba de esperanza. Sin embargo, la sombra de su pasado la acechaba; no había tenido noticias de su padre ni de su esposo, quien se negaba obstinadamente a concederle el divorcio. A pesar de la incertidumbre, Hannah había encontrado refugio en Florida, lejos de las perturbaciones que la rodearon una vez. Junto a su amiga Ruby, que trabajaba como enfermera en el servicio de urgencias del hospital donde Hannah trabajaba como internista, había creado un espacio seguro para ella y su futuro hijo. Pero, en el fondo, Hannah sabía que la calma solo sería temporal. Las decisiones que había tomado la habían alejado de su vida anterior, pero también la habían dejado con un vacío que solo el
Hannah se acomodó en el sofá y sintió el suave peso de su bebé dormido en sus brazos. A pesar de la ligera molestia que aún sentía, la alegría de tener a su pequeño en casa la llenaba de felicidad. En ese momento, Ruby entró por la puerta con una sonrisa radiante.—¡Hannah! —exclamó Ruby, dejando caer su bolso en el suelo. —No vas a creer lo que me pasó hoy en el hospital. Conocí a un paciente que se enamoró de mí.Hannah soltó una risita, con los ojos brillantes de curiosidad.—¿En serio? ¿Y qué le dijiste? —preguntó, disfrutando de la chispa en la voz de su amiga.Ruby se dejó caer en el sillón, con una expresión de dramatismo.—Le dije que estaba flirteando con el amor de su vida, pero que no podía hacer nada porque tengo que concentrarme en mi carrera. ¡Pero no podía dejar de reírme!Hannah se rió a carcajadas, sintiendo que la conversación la llenaba de energía.—¡Eres imposible! Pero, ¿quién puede resistirse a ti? —dijo, mientras acariciaba la cabeza de su bebé. —Solo asegúrate
Fabio, cegado por la intrepidez de recuperar a Hannah, confrontó a su suegro, Elías, en su oficina. La repentina hostilidad de Elías hacia su causa lo desconcertó por completo. A pesar de haber sido el artífice de su matrimonio, Elías se negaba rotundamente a apoyarlo. Con un tono desafiante, Fabio exigió una explicación, pero Elías se limitó a revelar que Hannah lo tenía bajo su control, sin entrar en más detalles. La soberbia de Elías al exigir el divorcio y acusar a Fabio de no amar a Hannah, solo sirvió para avivar la ira y la confusión del joven.—¡Elías! Necesito que me expliques por qué has cambiado tanto de la noche a la mañana. ¿Cómo puedes negarte a ayudarme a recuperar a Hannah? ¡Fuiste tú quien nos casó!—Las cosas cambian, Fabio. Hannah tiene las ideas claras ahora y yo la apoyo en su decisión —enfatizó Elías con autoritarismo.—¡Pero no me estás dando ninguna explicación! ¿Qué tiene Hannah sobre ti? ¿Por qué te comportas así?—No te incumbe. Lo único que debes saber es q
Lucas entró en su apartamento con el corazón pesado por la noticia que había recibido. Se dirigió a la señora de la limpieza, que estaba limpiando el salón.—Elena, por favor, prepare mi maleta. Tengo que viajar durante un buen tiempo. Me mudaré a Florida y quiero que mantenga todo en orden mientras estoy fuera.La señora de la limpieza asintió sin mostrar emoción alguna.—Sí, señor. Haré lo que usted dice.Mientras ella se dirigía a su habitación para preparar la maleta, el teléfono de Lucas comenzó a sonar. Era su padre, Samuel Smith.—Hola, papá. ¿Cómo estás?—Estoy bien, hijo. ¿Y tú?Lucas suspiró, sabiendo que no podía ocultar la verdad.—No tan bien. Me han despedido del hospital porque soy un mujeriego.Su padre soltó una carcajada, y Lucas pudo imaginar su sonrisa maliciosa al otro lado de la línea.—¡Ah, mi hijo! Siempre tan popular con las damas. Pero no te preocupes, todo saldrá bien.—No es algo divertido, papá. Me están enviando a Florida. No sé si podré adaptarme allí.—