—¡Fabio, no puedo seguir así! Quiero un hijo, y necesito que consideres la inseminación artificial. No soy yo la que tiene el problema.
—¿Y qué te hace pensar que yo tengo que hacer algo? Eres tú la que no puede quedarse embarazada. ¡Eres la única culpable de esta situación!
—¡Eso no es cierto! Ni siquiera intentas entenderme. Posiblemente seas estéril y ahora me echas la culpa de todo.
—¡Yo estéril, no me hagas reír! ¿Qué quieres que haga? ¿Qué me haga cargo de tus caprichos?
—No son caprichos, son deseos. Estoy desesperada por ser madre, pero tú solo te preocupas por tu ego.
—¿Desesperada? ¿Y qué has hecho para cambiarlo? Solo hablas y hablas, pero no haces nada.
—¡Porque no tengo a nadie que me apoye! Solo quiero que me escuches y me entiendas. Vamos para hacerte la revisión médica, y contemplar la fertilidad artificial.
—Escuchar es lo último que quiero hacer. Eres una doctora, ¿por qué no puedes arreglar esto tú sola?
—No puedo hacerlo sola y no debería tener que hacerlo. Necesito un compañero, no un enemigo.
Fabio salió de la casa con una furia contenida, como un alma que lleva el diablo, dejando tras de sí un eco de palabras hirientes que resonaban en la mente de Hannah. La confusión y el dolor se entrelazaban en su pecho, como una serpiente que se muerde la cola, recordándole los cinco años de un calvario que parecía no tener fin. Cada día era una carga, una cruz que llevaba a cuestas, y, aunque su corazón clamaba por libertad, había un obstáculo formidable: su padre, el poderoso Elías Thompson. Él, con su egoísmo y machismo, había convertido el matrimonio de su hija en una prisión dorada, donde las apariencias eran más importantes que la felicidad. Elías veía el sufrimiento de Hannah como algo natural, un legado que había heredado de su propia madre, a quien había sometido a un tormento similar. En su mente, el divorcio era un escándalo que debía evitarse a toda costa y, así, Hannah se encontraba atrapada en un ciclo de dolor, deseando con desesperación romper las cadenas que la mantenían unida a un hombre que no la amaba y a un padre que no la entendía. ¿Podría encontrar la fuerza para luchar por su libertad o seguiría siendo una prisionera de su propia vida?
*****
Hannah empujó la puerta del bar y el sonido del bullicio y la música la envolvió como un abrazo cálido. La tenue luz iluminaba las caras sonrientes de los clientes, pero ella solo sentía un nudo en el estómago. Se sentó en la barra y pidió un gin tonic, mientras su mente divagaba entre los recuerdos de risas compartidas con Ruby y las sombras de las traiciones de Fabio. «¿Por qué siempre tiene que ser así?», murmuró para sí, mientras sentía cómo las lágrimas amenazaban con brotar. Justo en ese momento, su teléfono vibró. Era Ruby.
—¡Hannah! —exclamó su amiga al otro lado de la línea. —Lo siento, pero me retrasé. ¿Puedes esperar un poco más?
Hannah frunció el ceño, con la frustración burbujeando en su interior.
—No sé si podré, Ruby. Necesito hablar, y no sé si tengo fuerzas para hacerlo sola.
—Lo siento, de verdad. Pero, ¿por qué no te tomas algo y te relajas un poco? Te prometo que llegaré pronto.
—Está bien —respondió Hannah, tratando de ocultar su decepción. —Solo espero que no tarde mucho.
Colgó y miró su bebida, cuyo hielo tintineaba como un eco de su desasosiego. «Quizás un trago más me ayude a olvidar», pensó, mientras levantaba el vaso y brindaba con su reflejo en el espejo detrás de la barra. «Por ti, Fabio, y por el amor que se me escapa entre los dedos».
Hannah estaba sumida en sus pensamientos cuando, de repente, un hombre alto y apuesto se acercó a ella. Su piel morena brillaba bajo la tenue luz del bar y su sonrisa era tan cautivadora que hizo que Hannah se sintiera un poco más viva.
—¿Te importa si me uno a ti? —preguntó él, con un aire de picardía en su mirada. —No puedo dejar que una belleza como tú esté sola en un lugar así.
Hannah levantó la vista, intentando mantener su distancia emocional.
—No estoy buscando compañía, gracias —respondió, aunque su voz sonó menos firme de lo que esperaba.
—Vamos, solo un trago. Prometo que no soy un tipo raro, solo un amante de las buenas conversaciones —insistió, acercándose un poco más, y su tono juguetón desafiaba su resistencia.
Ella dudó, sintiendo una chispa de curiosidad.
—¿Y qué te hace pensar que tengo ganas de hablar contigo?
—Porque, a pesar de la tristeza que hay en tus ojos, hay una luz que me dice que tienes historias que contar. Y yo, por mi parte, tengo un par de chistes que podrían hacerte reír —dijo, guiñándole un ojo.
Hannah no pudo evitar sonreír ante su descaro.
—Está bien, un trago. Pero solo uno —accedió, sintiendo que tal vez un poco de diversión no le haría daño.
—Perfecto —dijo él, levantando la mano para llamar al camarero. —Un gin tonic para la dama y para mí, un whisky. Por cierto, soy Lucas. ¿Y tú?
—Hannah —respondió, sintiendo que la conversación comenzaba a despejar un poco la tormenta que tenía en su interior.
—Hannah... un nombre tan hermoso como su dueña. ¿Qué te trae a este bar? ¿Un corazón roto o simplemente la necesidad de un buen trago? —preguntó, con una sonrisa que prometía más que solo palabras.
—Ambas cosas, creo —admitió, sintiendo que la tensión comenzaba a desvanecerse.
—Entonces, brindemos por los corazones rotos y las nuevas amistades —propuso Lucas, levantando su vaso.
Hannah chocó su vaso con el de él, sintiendo que, tal vez, esa noche no sería tan solitaria después de todo.
En el elegante Hotel: The Crystal Palace, Hannah se despojó de sus problemas y de todo lo que la perturbaba, como la relación hostil con su cruel esposo. Se entregó a la pasión ardiente en los brazos de Lucas, un hombre seductor que la envolvió en el bar para llevarla a la cama. Hannah olvidó por completo a su amiga y, en ese momento, estaba disfrutando de una noche erótica con el apuesto y encantador Lucas. ¡Madre mía!El deseo iba y venía, y el sexo resultó ser embriagador y profundo con Lucas. Sentía lo que nunca había sentido con su marido en los cinco años que llevaba casada. Hannah se entregó a la pasión, olvidándose de todo lo demás. Su cuerpo ardía de deseo y cada caricia de Lucas la hacía sentir más viva que nunca. Ella gritaba su nombre, envolviéndose en sus brazos fuertes y seguros.El sexo fue intenso y apasionado, con ambos amantes perdidos en el momento. La habitación se llenó de gemidos y susurros, testigos de la pasión que ardía entre ellos. Hannah se sorprendió a sí m
Tiempo después…Hannah se quedó paralizada, con el eco de las palabras de su compañero zumbándole en la mente. No podía creer lo que acababa de escuchar.—¿Embarazada? ¿Estás seguro?El doctor asintió con una expresión seria, pero comprensiva.—Sí, Hannah. La prueba es clara. Tienes pocas semanas, pero es un hecho.Hannah sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Su mente se llenó de pensamientos caóticos. ¿Cómo podía ser eso posible?«No... no puede ser», pensó, llevándose una mano al estómago, como si pudiera contener la noticia. «Justo ahora, cuando estaba lista para liberarme de mi marido...».El doctor la miró con empatía.—Entiendo que esto es un shock. Pero debes pensar en lo que quieres hacer. Tienes opciones.Hannah cerró los ojos, tratando de encontrar claridad en medio de la tormenta emocional. La imagen de Fabio apareció en su mente, su risa burlona, su desprecio.—¿Qué haré? —preguntó, abriendo los ojos y mirando al doctor. —No puedo traer un hijo a este mundo co
Días después, Hannah se enfrentó a los resultados que cambiarían su vida para siempre. Al leer la palabra «estéril» junto al nombre de Fabio, un frío helado recorrió su cuerpo. La realidad se desmoronó a su alrededor y un sollozo profundo emergió de su pecho. Las lágrimas comenzaron a caer, una tras otra, como un torrente incontrolable. Se sentía atrapada entre la culpa y la tristeza, como si un peso insoportable la aplastara.«¿Cómo he podido hacer esto?», pensó, destrozada por la traición que sentía hacia su esposo. Era una mujer buena y honesta, y ahora se enfrentaba a las consecuencias de sus decisiones. La imagen de Fabio, con su sonrisa socarrona y su amor a medias, la perseguía. Había buscado respuestas, pero nunca imaginó que la verdad la llevaría a este abismo de dolor.La culpa la atravesaba como un puñal y cada lágrima que caía era un aviso de su deslealtad.«¿Qué he hecho?», se preguntó, sintiendo que había traicionado no solo a su marido, sino también a sí misma. En ese m
Hannah cerró los ojos por un instante, dejando que la calidez de la idea la envolviera. Imaginó las risas de su niño corriendo por la casa y la dulzura de un abrazo que la hiciera sentir completa. En su mente, los miedos se desvanecían como sombras al amanecer y en su corazón florecía una esperanza renovada. Se vio a sí misma en un parque, empujando un columpio, mientras el sol iluminaba el rostro risueño de su hijo. Esa visión, tan viva y evidente, la llenó de una intrepidez que nunca había sentido. Era un sueño que, aunque estaba rodeado de incertidumbres, la invitaba a dar el salto y a abrazar la vida con todo lo que conllevaba. En ese instante, ser madre no era solo un deseo, era una promesa de amor incondicional y de aventuras por venir.De pronto sonó el timbre, se miró con extrañeza y fue a abrir. Sabía que no era Ruby y que tampoco llegaría tan pronto. Cuando vio quién era, Hannah se mantuvo firme; el corazón le palpitaba con fuerza mientras su padre cruzaba la puerta.—¿Qué t
Horas después, Hannah se sentía abrumada por la visita de su padre y los malestares propios del embarazo comenzaban a pasarle factura a su cuerpo y su mente. Sin embargo, la llegada de su amiga Ruby supuso un rayo de esperanza para su día. Ruby, siempre optimista y llena de energía, se sentó a su lado con una sonrisa radiante.—Vamos a buscar esos hospitales y a explorar las oportunidades de empleo que nos esperan, amiga —dijo, animando a Hannah a levantarse del sofá.Al salir de casa, Ruby la miró con curiosidad y le preguntó:— ¿Y qué hay de Lucas, el famoso desconocido que te embarazó? ¿Tienes algún plan para encontrarlo? —Hannah, aún consternada, suspiró y respondió:—Lo único que sé es su nombre. No tengo ni idea de cómo encontrarlo. Ruby soltó una ligera risa, intentando aliviar la tensión.—Bueno, Lucas hay muchos en la ciudad. Buscarlo sería como intentar encontrar una aguja en un pajar —bromeó, guiñándole un ojo. Hannah no pudo evitar sonreír ante el ingenio de su amiga.****