Hannah cerró los ojos por un instante, dejando que la calidez de la idea la envolviera. Imaginó las risas de su niño corriendo por la casa y la dulzura de un abrazo que la hiciera sentir completa. En su mente, los miedos se desvanecían como sombras al amanecer y en su corazón florecía una esperanza renovada. Se vio a sí misma en un parque, empujando un columpio, mientras el sol iluminaba el rostro risueño de su hijo. Esa visión, tan viva y evidente, la llenó de una intrepidez que nunca había sentido. Era un sueño que, aunque estaba rodeado de incertidumbres, la invitaba a dar el salto y a abrazar la vida con todo lo que conllevaba. En ese instante, ser madre no era solo un deseo, era una promesa de amor incondicional y de aventuras por venir.
De pronto sonó el timbre, se miró con extrañeza y fue a abrir. Sabía que no era Ruby y que tampoco llegaría tan pronto. Cuando vio quién era, Hannah se mantuvo firme; el corazón le palpitaba con fuerza mientras su padre cruzaba la puerta.
—¿Qué te crees, Hannah? ¿Qué puedes simplemente huir de tus responsabilidades? —Elías Thompson la miraba con desprecio.
—Responsabilidades, papá, ¿cómo las que me enseñaste? ¿Las que me hicieron vivir un infierno con Fabio? —replicó Hannah, con la voz temblándole, pero decidida. —No voy a permitir que me sigas dictando cómo vivir mi vida.
Elías se acercó con el rostro enrojecido por la ira.
—¡Eres una deshonra! ¡Abandonaste tu hogar por un capricho! ¿Y ahora qué? ¿De qué vas a vivir sin tu marido? ¡Te comportas como una perdida!
—¡No soy una niña! He pasado años sufriendo por tus decisiones y las de Fabio. No voy a dejar que tu machismo me defina. He tomado una decisión y no voy a dar marcha atrás. Quiero el divorcio y lo haré sin tu aprobación.
—¡Te estás equivocando, Hannah! No sabes lo que dices. Te vas a arrepentir de esto —gritó Elías, con la voz llena de furia.
—Quizás, pero al menos tendré la oportunidad de intentarlo. No voy a vivir más en el miedo que tú y Fabio me impusieron. Esta vez lo haré a mi manera —Hannah sintió cómo la rabia y la determinación se entrelazaban en su pecho.
Elías se quedó en silencio, con la mirada dura, pero Hannah pudo ver un destello de duda.
—Te vienes conmigo ahora mismo —dijo finalmente, aunque su tono era más una amenaza que una promesa.
—No me iré, papá. Esta vez no necesito tu ayuda. Estoy lista para enfrentar lo que venga, y no me detendré por ti —concluyó Hannah, sintiendo que, por primera vez, tenía el control de su vida.
Elías, con la furia desbordando de su ser, levantó la mano y le dio una cachetada a Hannah, quien sintió el ardor en el labio. La rabia en sus ojos se intensificó cuando él se soltó el cinturón, listo para golpearla de nuevo.
—¡Eres una desgraciada, Hannah! ¡No te atrevas a desafiarme! —gritó Elías, lleno de ira. Estaba listo para azotarla con su cinturón.
—¡Detente! ¡No te atrevas a tocarme otra vez! ¿Acaso no recuerdas cómo tratabas a mamá? ¡Yo lo vi todo! ¡Vi cómo la golpeabas, cómo la humillabas! Pensaste que no estaba allí, pero siempre estuve presente, sufriendo en silencio.
Elías se detuvo en seco y soltó el cinturón de golpe a medio camino. La mirada de su hija lo atravesó como un rayo y, por un momento, la furia se desvaneció, dejando solo un atisbo de duda.
—No… no puedes hablarme así —murmuró con la voz temblorosa.
—¿Por qué no? ¿Porque soy tu hija? ¡Ya no te tengo miedo, papá! Y si me tocas, no dudaré en contarle a todos cómo te hiciste rico lavando activos y arruinando vidas. No me dejaré intimidar más —dijo Hannah con la voz firme y clara.
Elías, sintiendo el peso de sus propias acciones, se quedó en silencio. La rabia que lo había consumido se esfumó y, en su lugar apareció una sombra de vulnerabilidad en su rostro.
—No… no te atreverás, Hannah. Gracias a mí viviste con lujos y comodidades… —murmuró, y su voz se quebró.
—No sabes de lo que ahora soy capaz, papá. Y ahora estoy aquí, enfrentándome a ti. No soy la niña a la que solías controlar. He tomado una decisión y no voy a dar marcha atrás. Si quieres que esto termine, tendrás que ayudarme a deshacerme de Fabio —dijo Hannah, sintiendo que, por primera vez, tenía el poder en sus manos.
Elías la miró con la altivez que siempre lo había caracterizado, con su expresión fría y distante.
—Hannah, ¿realmente crees que puedes deshacerte de tu marido? —preguntó Elías con incredulidad en la voz.
—Solo quiero vivir en paz, papá, y tú puedes lograrlo. No necesito su control ni su desprecio —respondió Hannah, sintiendo cómo la tensión se disipaba lentamente.
La frase resonó en el aire como un golpe, y aunque su voz era firme, en el fondo, una sombra de duda se asomaba a sus ojos. La indiferencia que intentaba proyectar no podía ocultar el eco de un pasado compartido, un vínculo que, aunque roto, aún dejaba cicatrices.
Elías la miró por última vez; su rostro era una máscara de desdén.
—Entonces yo me encargaré de que te deje en paz.
—Te lo agradecería, papá.
—No te he visto —dijo con desgana, bajando la guardia por un instante. —Desde ahora, seremos dos desconocidos. Adiós, Hannah —reafirmó antes de salir del apartamento, como un alma en pena, dejando tras de sí un silencio abrumador.
Horas después, Hannah se sentía abrumada por la visita de su padre y los malestares propios del embarazo comenzaban a pasarle factura a su cuerpo y su mente. Sin embargo, la llegada de su amiga Ruby supuso un rayo de esperanza para su día. Ruby, siempre optimista y llena de energía, se sentó a su lado con una sonrisa radiante.—Vamos a buscar esos hospitales y a explorar las oportunidades de empleo que nos esperan, amiga —dijo, animando a Hannah a levantarse del sofá.Al salir de casa, Ruby la miró con curiosidad y le preguntó:— ¿Y qué hay de Lucas, el famoso desconocido que te embarazó? ¿Tienes algún plan para encontrarlo? —Hannah, aún consternada, suspiró y respondió:—Lo único que sé es su nombre. No tengo ni idea de cómo encontrarlo. Ruby soltó una ligera risa, intentando aliviar la tensión.—Bueno, Lucas hay muchos en la ciudad. Buscarlo sería como intentar encontrar una aguja en un pajar —bromeó, guiñándole un ojo. Hannah no pudo evitar sonreír ante el ingenio de su amiga.****
Los meses habían transcurrido rápidamente y el vientre de Hannah crecía desmesuradamente, anunciando la inminente llegada de su bebé, al que había decidido llamar Justin. La emoción la envolvía: un nuevo capítulo de su vida estaba a punto de comenzar, y con cada patada del pequeño, sentía que su corazón se llenaba de esperanza. Sin embargo, la sombra de su pasado la acechaba; no había tenido noticias de su padre ni de su esposo, quien se negaba obstinadamente a concederle el divorcio. A pesar de la incertidumbre, Hannah había encontrado refugio en Florida, lejos de las perturbaciones que la rodearon una vez. Junto a su amiga Ruby, que trabajaba como enfermera en el servicio de urgencias del hospital donde Hannah trabajaba como internista, había creado un espacio seguro para ella y su futuro hijo. Pero, en el fondo, Hannah sabía que la calma solo sería temporal. Las decisiones que había tomado la habían alejado de su vida anterior, pero también la habían dejado con un vacío que solo el
Hannah se acomodó en el sofá y sintió el suave peso de su bebé dormido en sus brazos. A pesar de la ligera molestia que aún sentía, la alegría de tener a su pequeño en casa la llenaba de felicidad. En ese momento, Ruby entró por la puerta con una sonrisa radiante.—¡Hannah! —exclamó Ruby, dejando caer su bolso en el suelo. —No vas a creer lo que me pasó hoy en el hospital. Conocí a un paciente que se enamoró de mí.Hannah soltó una risita, con los ojos brillantes de curiosidad.—¿En serio? ¿Y qué le dijiste? —preguntó, disfrutando de la chispa en la voz de su amiga.Ruby se dejó caer en el sillón, con una expresión de dramatismo.—Le dije que estaba flirteando con el amor de su vida, pero que no podía hacer nada porque tengo que concentrarme en mi carrera. ¡Pero no podía dejar de reírme!Hannah se rió a carcajadas, sintiendo que la conversación la llenaba de energía.—¡Eres imposible! Pero, ¿quién puede resistirse a ti? —dijo, mientras acariciaba la cabeza de su bebé. —Solo asegúrate
Fabio, cegado por la intrepidez de recuperar a Hannah, confrontó a su suegro, Elías, en su oficina. La repentina hostilidad de Elías hacia su causa lo desconcertó por completo. A pesar de haber sido el artífice de su matrimonio, Elías se negaba rotundamente a apoyarlo. Con un tono desafiante, Fabio exigió una explicación, pero Elías se limitó a revelar que Hannah lo tenía bajo su control, sin entrar en más detalles. La soberbia de Elías al exigir el divorcio y acusar a Fabio de no amar a Hannah, solo sirvió para avivar la ira y la confusión del joven.—¡Elías! Necesito que me expliques por qué has cambiado tanto de la noche a la mañana. ¿Cómo puedes negarte a ayudarme a recuperar a Hannah? ¡Fuiste tú quien nos casó!—Las cosas cambian, Fabio. Hannah tiene las ideas claras ahora y yo la apoyo en su decisión —enfatizó Elías con autoritarismo.—¡Pero no me estás dando ninguna explicación! ¿Qué tiene Hannah sobre ti? ¿Por qué te comportas así?—No te incumbe. Lo único que debes saber es q
Lucas entró en su apartamento con el corazón pesado por la noticia que había recibido. Se dirigió a la señora de la limpieza, que estaba limpiando el salón.—Elena, por favor, prepare mi maleta. Tengo que viajar durante un buen tiempo. Me mudaré a Florida y quiero que mantenga todo en orden mientras estoy fuera.La señora de la limpieza asintió sin mostrar emoción alguna.—Sí, señor. Haré lo que usted dice.Mientras ella se dirigía a su habitación para preparar la maleta, el teléfono de Lucas comenzó a sonar. Era su padre, Samuel Smith.—Hola, papá. ¿Cómo estás?—Estoy bien, hijo. ¿Y tú?Lucas suspiró, sabiendo que no podía ocultar la verdad.—No tan bien. Me han despedido del hospital porque soy un mujeriego.Su padre soltó una carcajada, y Lucas pudo imaginar su sonrisa maliciosa al otro lado de la línea.—¡Ah, mi hijo! Siempre tan popular con las damas. Pero no te preocupes, todo saldrá bien.—No es algo divertido, papá. Me están enviando a Florida. No sé si podré adaptarme allí.—
Fabio se encontraba tendido en la cama, con el cuerpo agotado y la mente envuelta en un torbellino de frustración y rabia. La habitación, decorada con los ecos de sus conquistas pasadas, parecía burlarse de él mientras maldecía en silencio. La imagen de Hannah, siempre un paso por delante, lo atormentaba. Su padre, un obstáculo formidable, la protegía como un león a su presa, y eso lo llenaba de coraje. Cada pensamiento que cruzaba su mente era un veneno que lo consumía: ¿cómo había llegado a ese punto? Se sentía atrapado en una red de sus propias decisiones, incapaz de liberarse de las corrientes de su impotencia. La desesperación lo envolvía y en su pecho ardía un fuego oscuro, un deseo de venganza que lo empujaba a actuar, aunque no supiera cómo. La lucha interna lo desgastaba y, cada segundo que pasaba en esa cama, era un recordatorio de su fracaso. ¿Podría alguna vez recuperar el control de su vida o estaba destinado a ser un prisionero de sus propios y horribles pensamientos?Gi
Tiempo después, Hannah abrió los ojos lentamente y sintió el frío del suelo en la espalda. A su lado, Lucas estaba en vilo, con una expresión que mezclaba preocupación y confusión. Ella se incorporó con esfuerzo, sacudiendo su bata como si intentara deshacerse de una pelusa imaginaria que la rodeaba. Era un gesto nervioso que delataba su estado emocional.—¿Qué... qué pasó? —murmuró, intentando recuperar la compostura mientras su mirada se encontraba con la de Lucas. Él la observaba intensamente, como si cada segundo que pasaba aumentara la tensión entre ellos.—¿Por qué Gabriel te llama Camila? ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién eres tú realmente? —Lucas fue directo: su voz era firme, pero temblorosa, como si cada palabra fuera un paso hacia un terreno inestable.Hannah sintió que su corazón latía con fuerza. Las preguntas la golpeaban como olas, y se sintió atrapada en un remolino de emociones.—Yo… soy Hannah —logró decir al fin, pero su voz sonó casi como un susurro. —Gabriel me prese
—¡Fabio, no puedo seguir así! Quiero un hijo, y necesito que consideres la inseminación artificial. No soy yo la que tiene el problema.—¿Y qué te hace pensar que yo tengo que hacer algo? Eres tú la que no puede quedarse embarazada. ¡Eres la única culpable de esta situación!—¡Eso no es cierto! Ni siquiera intentas entenderme. Posiblemente seas estéril y ahora me echas la culpa de todo.—¡Yo estéril, no me hagas reír! ¿Qué quieres que haga? ¿Qué me haga cargo de tus caprichos?—No son caprichos, son deseos. Estoy desesperada por ser madre, pero tú solo te preocupas por tu ego.—¿Desesperada? ¿Y qué has hecho para cambiarlo? Solo hablas y hablas, pero no haces nada.—¡Porque no tengo a nadie que me apoye! Solo quiero que me escuches y me entiendas. Vamos para hacerte la revisión médica, y contemplar la fertilidad artificial.—Escuchar es lo último que quiero hacer. Eres una doctora, ¿por qué no puedes arreglar esto tú sola?—No puedo hacerlo sola y no debería tener que hacerlo. Necesit