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Capítulo 5. La resonancia del temor.

Hannah cerró los ojos por un instante, dejando que la calidez de la idea la envolviera. Imaginó las risas de su niño corriendo por la casa y la dulzura de un abrazo que la hiciera sentir completa. En su mente, los miedos se desvanecían como sombras al amanecer y en su corazón florecía una esperanza renovada. Se vio a sí misma en un parque, empujando un columpio, mientras el sol iluminaba el rostro risueño de su hijo. Esa visión, tan viva y evidente, la llenó de una intrepidez que nunca había sentido. Era un sueño que, aunque estaba rodeado de incertidumbres, la invitaba a dar el salto y a abrazar la vida con todo lo que conllevaba. En ese instante, ser madre no era solo un deseo, era una promesa de amor incondicional y de aventuras por venir.

De pronto sonó el timbre, se miró con extrañeza y fue a abrir. Sabía que no era Ruby y que tampoco llegaría tan pronto. Cuando vio quién era, Hannah se mantuvo firme; el corazón le palpitaba con fuerza mientras su padre cruzaba la puerta.

—¿Qué te crees, Hannah? ¿Qué puedes simplemente huir de tus responsabilidades? —Elías Thompson la miraba con desprecio.

—Responsabilidades, papá, ¿cómo las que me enseñaste? ¿Las que me hicieron vivir un infierno con Fabio? —replicó Hannah, con la voz temblándole, pero decidida. —No voy a permitir que me sigas dictando cómo vivir mi vida.

Elías se acercó con el rostro enrojecido por la ira.

—¡Eres una deshonra! ¡Abandonaste tu hogar por un capricho! ¿Y ahora qué? ¿De qué vas a vivir sin tu marido? ¡Te comportas como una perdida!

—¡No soy una niña! He pasado años sufriendo por tus decisiones y las de Fabio. No voy a dejar que tu machismo me defina. He tomado una decisión y no voy a dar marcha atrás. Quiero el divorcio y lo haré sin tu aprobación.

—¡Te estás equivocando, Hannah! No sabes lo que dices. Te vas a arrepentir de esto —gritó Elías, con la voz llena de furia.

—Quizás, pero al menos tendré la oportunidad de intentarlo. No voy a vivir más en el miedo que tú y Fabio me impusieron. Esta vez lo haré a mi manera —Hannah sintió cómo la rabia y la determinación se entrelazaban en su pecho.

Elías se quedó en silencio, con la mirada dura, pero Hannah pudo ver un destello de duda.

—Te vienes conmigo ahora mismo —dijo finalmente, aunque su tono era más una amenaza que una promesa.

—No me iré, papá. Esta vez no necesito tu ayuda. Estoy lista para enfrentar lo que venga, y no me detendré por ti —concluyó Hannah, sintiendo que, por primera vez, tenía el control de su vida.

Elías, con la furia desbordando de su ser, levantó la mano y le dio una cachetada a Hannah, quien sintió el ardor en el labio. La rabia en sus ojos se intensificó cuando él se soltó el cinturón, listo para golpearla de nuevo.

—¡Eres una desgraciada, Hannah! ¡No te atrevas a desafiarme! —gritó Elías, lleno de ira. Estaba listo para azotarla con su cinturón.

—¡Detente! ¡No te atrevas a tocarme otra vez! ¿Acaso no recuerdas cómo tratabas a mamá? ¡Yo lo vi todo! ¡Vi cómo la golpeabas, cómo la humillabas! Pensaste que no estaba allí, pero siempre estuve presente, sufriendo en silencio.

Elías se detuvo en seco y soltó el cinturón de golpe a medio camino. La mirada de su hija lo atravesó como un rayo y, por un momento, la furia se desvaneció, dejando solo un atisbo de duda.

—No… no puedes hablarme así —murmuró con la voz temblorosa.

—¿Por qué no? ¿Porque soy tu hija? ¡Ya no te tengo miedo, papá! Y si me tocas, no dudaré en contarle a todos cómo te hiciste rico lavando activos y arruinando vidas. No me dejaré intimidar más —dijo Hannah con la voz firme y clara.

Elías, sintiendo el peso de sus propias acciones, se quedó en silencio. La rabia que lo había consumido se esfumó y, en su lugar apareció una sombra de vulnerabilidad en su rostro.

—No… no te atreverás, Hannah. Gracias a mí viviste con lujos y comodidades… —murmuró, y su voz se quebró.

—No sabes de lo que ahora soy capaz, papá. Y ahora estoy aquí, enfrentándome a ti. No soy la niña a la que solías controlar. He tomado una decisión y no voy a dar marcha atrás. Si quieres que esto termine, tendrás que ayudarme a deshacerme de Fabio —dijo Hannah, sintiendo que, por primera vez, tenía el poder en sus manos.

Elías la miró con la altivez que siempre lo había caracterizado, con su expresión fría y distante.

—Hannah, ¿realmente crees que puedes deshacerte de tu marido? —preguntó Elías con incredulidad en la voz.

—Solo quiero vivir en paz, papá, y tú puedes lograrlo. No necesito su control ni su desprecio —respondió Hannah, sintiendo cómo la tensión se disipaba lentamente.

La frase resonó en el aire como un golpe, y aunque su voz era firme, en el fondo, una sombra de duda se asomaba a sus ojos. La indiferencia que intentaba proyectar no podía ocultar el eco de un pasado compartido, un vínculo que, aunque roto, aún dejaba cicatrices.

Elías la miró por última vez; su rostro era una máscara de desdén.

—Entonces yo me encargaré de que te deje en paz.

—Te lo agradecería, papá.

—No te he visto —dijo con desgana, bajando la guardia por un instante. —Desde ahora, seremos dos desconocidos. Adiós, Hannah —reafirmó antes de salir del apartamento, como un alma en pena, dejando tras de sí un silencio abrumador.

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