Capítulo 2. Ella te ama.

FABIO

Desde el momento en que vi llegar a Patrick al desfile, supe que las cosas no iban a terminar bien. Astrid lleva semanas debatiéndose entre aceptar o rechazar la oferta de trabajo que le han hecho los directivos de una cadena prestigiosa de joyería, y todo por su relación con Patrick. Sinceramente, me arrepiento de habérselo mencionado y haberle sugerido que aceptara. La relación con Patrick no ha estado bien en los últimos meses, sobre todo por sus constantes viajes de trabajo. Antes de venir a Brasil, estuvimos dos semanas en Milán, y antes de eso, Astrid estuvo en Inglaterra y Grecia. Su nombre es reconocido en el mundo de la moda, y me siento orgulloso de ser parte de todo esto. Pero también me siento culpable al verla fingir que todo marcha bien.

—Con sinceridad, ¿cuánta posibilidad existe de que la señorita Gringer acepte ser el rostro de nuestra marca? —pregunta Nelson Dos Santos, el principal accionista de Joalheria Imperial.

Aparto la mirada del hombre y la dirijo hacia las puertas de vidrio del balcón. Astrid y Patrick llevan bastante tiempo conversando.

—Tendremos que esperar a que sea Astrid quien nos responda esa interrogante, señor Dos Santos, aún tenemos tiempo —respondo, viendo cómo Patrick regresa al salón, entrega la copa a uno de los meseros y abandona la estancia.

Espero lo que parece una eternidad y, al no ver salir a Astrid, me disculpo con Nelson, le entrego la copa al mesero que viene en mi dirección y lucho por no correr. Mis pasos son lentos, me detengo al escuchar los sollozos que provienen de afuera.

Mis manos se cierran en puños. Estoy seguro de que la relación entre ellos se ha ido a la m****a, y de nuevo la culpa me golpea. ¿Qué tan egoísta puedo ser? Cuando acepté reunirme con los directivos de Imperial, lo hice pensando únicamente en la carrera de Astrid, en la oportunidad que se le abría. No pensé en cómo eso podía afectar su relación.

Ahora me doy cuenta de que, sin querer, he propiciado una ruptura amorosa.

—Astrid —susurro.

Su mano se mueve sobre su mejilla, imagino que trata de borrar las lágrimas, pero el temblor de sus hombros la delata. Quiero acercarme, abrazarla y consolarla, pero me contengo por mi propio bien.

No sé exactamente en qué momento empecé a tener sentimientos por ella, pero temo que fue mucho antes de que tuviera una relación con Patrick. Conocí a Astrid primero, desde que llegó a la agencia de mi familia. En ese entonces, salía con Ray, un tipo nefasto que no supo apreciarla y encima se dio el lujo de maltratarla.

Muevo la cabeza para apartar esos pensamientos y doy un paso hacia ella.

—¿Cómo estás? —La pregunta suena estúpida, desde luego que no debe sentirse bien.

—No puedo quejarme, pudo ser peor —murmura sin mirarme.

—Patrick…

—Nos hemos tomado un tiempo, Fabio —su voz casi se quiebra, pero se serena antes de que el sollozo salga de sus labios—. Ambos estuvimos de acuerdo, así que…

—Quizá deberías olvidarte de la propuesta, Astrid. Volvamos a Nueva York y arregla las cosas con Patrick —le sugiero, interrumpiendo sus palabras, sintiendo un vacío en el pecho. Me duele su dolor.

—No, ya hemos llegado muy lejos y, personalmente, he hecho esperar a los directivos por una respuesta. Estoy lista, puedes decirles que he aceptado quedarme en Brasil los próximos meses y que seré el rostro oficial de su marca —responde, girándose hacia mí, mostrando una sonrisa que no ilumina sus ojos.

—¿Estás segura de que es lo que quieres? —le pregunto. Sus ojos rojos son la evidencia de que ha llorado.

—Sí, he trabajado todos estos años para esto, Fabio, y gracias a ti hoy puedo cumplir este sueño.

Un nudo se aprieta en mi garganta; me siento como un condenado caminando hacia la horca. Ella no es feliz, pero no dará un paso atrás por su profesionalismo.

—Astrid…

Su mano se posa sobre mi brazo y le da un ligero apretón, dando por finalizada la conversación.

—¿Puedes hablar con el señor Dos Santos y manifestarle mi decisión? —pregunta con voz suave.

—Por supuesto.

—Gracias, y por favor discúlpame con él, me iré a mi habitación.

—Astrid…

—Es un simple dolor de cabeza, supongo que las emociones y el cansancio me están pasando factura —responde, cortando lo que iba a decirle. No insisto y la veo alejarse, perdiéndose entre el mar de cuerpos que se mueven de un lado a otro en el gran salón.

Cuando mis ojos la pierden de vista, tomo una copa y busco al señor Dos Santos para informarle la decisión de Astrid. Sin embargo, no resulta tan rápido como me hubiese gustado, pues lo encuentro enfrascado en una amena conversación con mi tío Cristiano y otros hombres de negocios. Por lo que, logro transmitirle el mensaje casi una hora después.

Con la preocupación por Astrid, me despido y camino hacia el hotel, lo que no esperaba era encontrarme con Patrick, sentado a la orilla de la playa.

Consciente de que el tema de su relación no es asunto mío, me obligo a continuar mi camino hasta llegar al hotel con la intención de buscar a Astrid y asegurarme de que esté bien.

—¿Fabio?

Me detengo a medio pasillo cuando escucho la voz de Nicole llamarme. Me giro para encontrarme con su rostro preocupado.

—Sí.

—¿Sabes si pasó algo entre Astrid y Patrick? —pregunta, y la tensión se adueña de mi cuerpo—. Se fue de la fiesta sin despedirse, me preocupa.

—Tendremos que esperar hasta mañana para saber. Quizá Patrick resintió el cansancio del viaje y se retiró antes —le explico, sabiendo que es una mentira.

—Es posible —medita, y dándome un beso en la mejilla, se aleja.

Suspiro, consciente de lo tarde que es, y me dirijo a mi habitación, esperando encontrarme con Astrid al día siguiente.

Sin embargo, Astrid no da señales de vida. He llamado a su habitación tantas veces que he perdido la cuenta. Incluso le he llamado al móvil, pero no responde. La preocupación se apodera de mi corazón, y la culpa vuelve a instalarse en mi pecho, creciendo a pasos agigantados.

No puedo evitar esa sensación que me ahoga. Saber que sufre me hace sentir impotente. Daría la vida misma para evitarle cualquier dolor. Derrotado y casi desesperado, me dirijo al ascensor, encontrándome con Patrick.

—La dejaste —le reclamo sin derecho.

—¿De qué hablas? —pregunta, evidentemente confundido. Nuestras miradas se cruzan, las ojeras bajo sus ojos son profundas, pero no puedo frenar mi lengua; la preocupación por Astrid me consume.

—De Astrid. No puedo creer que prefieras terminar la relación antes que apoyarla —continúo reclamando.

Patrick frunce el ceño, irritado.

—¿Eso es lo que te ha dicho? —cuestiona, dando un paso en mi dirección.

—¡No! —exclamo con más énfasis del necesario, llamando la atención de algunos huéspedes y empleados—. No hizo falta que dijera nada. La encontré llorando en el balcón donde la dejaste sola.

—Si no tienes idea de lo que ha sucedido, es mejor que no opines, Fabio —me sugiere con un tono cansado.

—Dijo que terminaron de mutuo acuerdo, pero…

—Si eso es lo que te ha dicho, es porque así son las cosas, Fabio. Además, esto no te afecta a ti ni a tu agencia —señala—. Al contrario, nuestra ruptura convierte a Astrid en una mujer libre. A partir de ahora, está a tu completa disposición.

Doy un paso atrás al escucharlo.

—Es su carrera, ella quiere esto.

—Lo sé. Sé muy bien lo mucho que Astrid ha trabajado y lo que ama su profesión. La he apoyado durante los últimos dos años. Jamás he sido un obstáculo en su carrera, y no pienso serlo ahora.

—Ella te ama.

—Le estás brindando una gran oportunidad, Fabio. Sigue haciéndolo. Sigue siendo el impulso que necesita. Cuídala ahora que yo no puedo hacerlo. No la dejes sola, porque esta ruptura nos hiere a los dos.

No es la respuesta que esperaba de Patrick. Tampoco imaginé que confiaría en mí para cuidar de Astrid. ¿Sospechaba de mis sentimientos? Desde el fondo de mi corazón, espero que no. Eso no solo me dejaría como un mal amigo ante sus ojos, sino también como un mal pariente.

No volví a ver a Patrick, pero Nicole mencionó que se marchó a Nueva York esa misma mañana, dejando a Astrid sumida en el dolor.

Darle tiempo a Astrid fue lo más difícil que tuve que hacer. Pospuse la reunión con los directivos de Imperial durante siete días consecutivos, mintiendo sobre su estado de salud. Eso no habla muy bien de mí, pero no había nada más que hacer.

Al octavo día, finalmente nos reunimos con Nelson, Teodoro y Emanuel para firmar el contrato y hacer oficial el vínculo de Astrid por los siguientes doce meses con Joalheria Imperial.

Tras finalizar los aspectos legales, los hermanos Dos Santos nos invitan a comer. Me disculpo un momento y me acerco a Astrid, quien observa la ciudad en silencio, perdida en sus pensamientos.

—Nos han invitado a comer. ¿Quieres ir o prefieres que me disculpe en tu nombre? —le pregunto en tono bajo, viendo que los hermanos conversan entre sí.

—No hay necesidad de seguir excusándome, Fabio. La vida tiene que seguir —responde, esbozando una ligera sonrisa que no llega a sus ojos.

—No tienes que obligarte, Astrid.

Su mano descansa sobre mi brazo, el calor se extiende por mi piel. Astrid es tan ajena a todo lo que me provoca.

—Es parte del trabajo, Fabio. Vamos —responde. Apartando su mano, camina en dirección a los hermanos para unirse a ellos. Sin embargo, no llega a su destino. Ella se desvanece ante mis ojos.

—¡Astrid!

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