Capítulo 5. Déjame ir

FABIO

Camino con paso ligero hasta llegar al estacionamiento del café, me detengo abruptamente cuando me doy cuenta de mi reacción. Le doy un golpe al capó con furia.

¿Qué es lo que estoy haciendo?

La pregunta me carcome el corazón, actué de manera imprudente y poco racional con Astrid. Ella no tiene idea de mis sentimientos, tampoco es una bruja que pueda leerme los pensamientos.

Todos estos años me he asegurado de que no tenga la más mínima sospecha de que me he enamorado de ella.

¿Quiero que se recupere y olvide a Patrick?

¡Por supuesto! Nada me haría más feliz que verla sonreír de nuevo. Odio la máscara que se coloca cada vez que está a mi alrededor y más odio tener que fingir que le creo.

Meso mis cabellos con frustración, recargo el cuerpo contra el vehículo y respiro profundo. Debatiéndome entre volver al café o esperar a que Astrid venga al estacionamiento.

El timbre del móvil interrumpe mis pensamientos, lo saco del bolsillo y respiro de nuevo. Es mi madre.

“¡Fabio!”

Aparto el móvil de mi oreja por unos breves segundos antes de responder.

—Hola, mamá, ¿cómo has estado?

“Echándote de menos, entiendo que tengas mucho trabajo, pero no puedes olvidarte de tu madre”

—No me he olvidado de ti, mamá. Te llamo todos los días —replico, metiendo la mano en el bolsillo, viendo en dirección del café, esperando ver llegar a Astrid.

El silencio llena la línea telefónica por varios segundos, escucho la voz de mi padre al fondo, pero no logro entender lo que dice. Luego mi madre suspira y se aclara la voz.

“Kiara va a casarse con Harrison dentro de poco, ¿vendrás?”

—No he recibido invitación por parte de la familia de los novios, mamá.

“Kate nos ha invitado, somos más que amigos. Somos una familia, no puedes perderte un evento tan importante como este, Fabio.”

—Mamá…

“Tu padre sigue molesto por tu decisión de quedarte en Brasil, no puedes dejar todo el trabajo a las chicas, menos ahora que Alessandra y Marcelo parecen estar en una relación.”

—No quiero discutir sobre esto por teléfono, mamá. No voy a dejar a Astrid sola —insisto, no es la primera vez que tocamos el tema y sé muy bien que tampoco será la última.

El claxon de un auto me distrae y me giro para saber lo que sucede, afortunadamente es solo un pequeño perro que se ha cruzado la calle, pero que ha salido ileso.

“Astrid no es una niña, Fabio, no puedes cuidar de ella eternamente.”

—Astrid sigue siendo parte de la agencia, mamá, es mi responsabilidad cuidar de ella, además, la ruptura con Patrick no le ha sentado bien.

“¿A caso estás enamorándote de ella?”

Bingo, ha dado en el clavo, excepto porque no me estoy enamorando, he estado enamorado de Astrid desde hace tanto tiempo, pero no creo que a mi madre le haga mucha gracia saber que estoy perdido por la exnovia de Patrick.

—Me da pena su situación, mamá, Astrid no tiene a nadie más… Es mi deber estar con ella.

Un jadeo me hace girar de inmediato, los ojos de Astrid están cristalizados y lamento de inmediato mis palabras.

Astrid está tan frágil que puede malinterpretarlo todo, lo peor, es que lo he dicho exactamente como quiero que mi madre lo escuche.

—Astrid… —susurro al verla retroceder, sus lágrimas caen por sus mejillas y un vacío se me abre en el pecho.

“¿Fabio?”

—Tengo que colgar, mamá. Te llamaré luego —cierro la llamada sin darle tiempo a mi madre de responder y voy detrás de Astrid.

El corazón me martilla dentro del pecho y mi pulso se acelera. Son palabras sencillas que tiene el poder de matar a cualquiera.

—¡Espera, Astrid! —grito, tomándola del brazo para frenar su carrera.

—Déjame ir, Fabio —murmura.

—No, primero deja que te explique —le pido, viéndola a los ojos. Queriéndole decir sin palabras lo que realmente pasa dentro de mí.

—¿Explicarme qué? —pregunta con la voz cortada.

—Lo que dije…

—No quiero escucharte, Fabio, no deseo saber que todo lo que sientes por mí es lástima. Creí que éramos amigos, yo… ¡Aah! ¡Solo sientes responsabilidad por mí, por ser una de tus modelos! —exclama. Los hombros le tiemblan y todo lo que deseo es abrazarla y confesarle mi amor y que la lástima no es ninguno de ellos.

—Astrid…

—Vuelve a Nueva York, Fabio —me interrumpe, apartándose de mí—. Cuando termine el contrato con Imperial yo también volveré —agrega, caminando con pasos titubeantes hacia su coche.

—¡Espera!

—Tengo que reunirme en el set con los fotógrafos, te veo luego —dice como despedida, pone el auto en marcha y se aleja, dejándome una sensación de vacío absoluto.

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

Esas son las únicas palabras que puedo pronunciar por los siguientes días. Astrid ya no se reúne conmigo en el desayuno, sale muy temprano y aunque intento encontrarla, ella se me adelanta.

No puedo culparla de sentirse herida, esas no eran las palabras que esperaba que escuchara de mis labios. De haber tenido una idea de que iba a escucharme mientras hablaba con mi madre, habría admitido lo que en verdad siento.

—¿Fabio?

Levanto la cabeza para encontrarme con la mirada seria de mi tío. Llevo trabajando para Cristiano las últimas semanas como asesor. Tiene un desfile en tres meses y ha estado volviéndose loco.

—Lamento la demora —musita tras el silencio que se instala entre los dos.

—No te preocupes, acabo de llegar —no es ninguna mentira. Estuve vigilando el apartamento de Astrid hasta tarde, pero de nuevo, ella se marchó antes de que el sol se alzara.

—Voy a asistir a una sesión de fotos esta tarde, ¿te gustaría acompañarme?

—¿Sesión de fotos?

—Sí, la agencia Aquarela Models me ha invitado al set.

—¿Vas a contratar sus servicios? —le pregunto, evidentemente confundido. Glamourdacy ha sido la agencia que ha cubierto todos los eventos de la Casa de Modas Rio Glamour, por años.

Cristiano carraspea.

—Sí, quiero darle la oportunidad de sobresalir a nuestras modelos nacionales, Fabio. Sé muy bien que hemos estado trabajando durante años con Glamourdacy, pero…

—No tienes que explicarlo, tío. Imagino que no renovaste el contrato con nuestra agencia.

La vergüenza se manifiesta en su rostro.

—No, no lo hice. Hablé con tus padres al respecto y llegamos a un acuerdo —pronuncia.

Tengo la sospecha de que mi madre ha metido las manos en todo esto, gracias al acuerdo que teníamos con Rio Glamour, venimos a Brasil constantemente y fue gracias a esos desfiles que Astrid y yo continuamos en el país.

Mi padre debe sentirse muy furioso para llegar a este punto, pero cuando intento retomar la palabra. La puerta se abre, interrumpiendo lo que estoy por decir.

—Señor Rodrigues, la señorita Livia, lo espera en la sala de juntas —le informa Rafaela, disculpándose con la mirada por la interrupción.

—Dile que estaré enseguida con ella, ¿hiciste la reservación? —pregunta, poniéndose de pie, dando por concluida nuestra conversación.

—Sí, señor Rodrigues, tal como me lo ha indicado —responde, hace una ligera inclinación y se retira.

—¿Estás saliendo con Livia? —le pregunto. La curiosidad me gana, conozco a la modelo gracias a que compartió la pasarela con Astrid y otra modelo prometedora, de quien no recuerdo el nombre, pero ambas de Aquarela Models.

—Estamos conociéndonos —responde y sin más sale de la oficina.

Esto me hace dudar si es mi madre quien ayudó a que Cristiano no renovara con nuestra agencia o los amoríos de mi tío con Livia.

Con resignación, me levanto del sillón y salgo de la habitación, topándome con Rafaela en la puerta.

—¿Se va? —pregunta. Rafaela luce nerviosa, por lo que, frunzo el ceño. Ella se coloca de manera torpe las gafas sobre el puente de la nariz antes de que nuestros ojos vuelvan a encontrarse.

—¿Estás bien? —cuestiono, evadiendo su pregunta. Me llama la atención su nerviosismo y preocupación.

—Sí.

—Estás hecha un manojo de nervios, mujer, cualquiera diría que has visto un fantasma —bromeo, pero Rafaela se encoge.

—Fue casi lo mismo, la señorita Livia me provoca pánico —susurra y sin más se aparta de mi camino y entra a la oficina de Cristiano.

No tengo tiempo de perseguirla, pero me deja mucho en que pensar. Me retiro de la oficina y le envío un rápido mensaje a mi tío, disculpándome por no poder acompañarlo. No creo que necesite estar presente en sus negociaciones, cuando es un hecho que lo hará con o sin mi consejo.

Cuando dejo el edificio, me dirijo a la Bahía Santos, a dos horas de la ciudad, necesito canalizar mis emociones y poner en orden mis sentimientos en cuánto a Astrid. Puedo amarla con todo el corazón, pero debo priorizar su recuperación. Aún le duele la ruptura de su relación, sin embargo, en el fondo, creo que siente culpa por no darse cuenta a tiempo de su embarazo y, sobre todo, por haberlo perdido.

Me pierdo en los muchos pensamientos que envuelven mi viaje que no siento las dos horas de camino. Cuando llego a la Bahía, voy directo a la zona privada, dejo el auto y me quito los zapatos.

La arena caliente me hace dar pequeños saltos, hasta llegar a la orilla, mi vista se pierde por un breve momento en la inmensidad del mar, en el sol que brilla imponente sobre las aguas que se mueven en una suave danza.

La tranquilidad me embarga por otros breves segundos hasta que un grito me distrae.

—¡Señorita! —hay pánico en la voz del hombre, giro la cabeza y me encuentro con una hermosa cabellera rubia que camina mar adentro. Mi corazón se acelera y corro como si el mismo diablo me pisara los talones.

—¡Astrid! —grito con desesperación mientras una enorme ola se alza y la cubre por completo.

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