Capítulo 4. Tengo una invitación

Astrid

El tiempo vuela cuando no te das más que un momento para respirar. Los últimos tres meses han sido un nubarrón. Entre sesiones de fotos, algunas presentaciones y eventos sociales que me mantienen ocupada para no pensar, sobre todo cuando el abismo acaricia la superficie, amenazando con tirar los muros que he construido alrededor de mi mente y corazón.

A este punto, no sé si estoy consumiendo el trabajo o si él me consume a mí. Odio tener estos momentos de reflexión mientras espero por Fabio, quien, aprovechando el flexible horario de hoy, me ha invitado a comer, pero… está llegando tarde.

Con algo de frustración, tomo el celular y reviso las fotos que me han enviado de la última sesión, son perfectas por donde las vea. El reflejo del poder y el glamour, mas por dentro me siento como una vasija vacía.

La notificación de una nueva actualización de uno de los diarios más importantes de Nueva York interrumpe mis pensamientos. Abro la página más por aburrimiento que por curiosidad, pero me arrepiento tan pronto como veo la foto de Patrick besando a otra mujer. El fotógrafo no le ha enfocado bien el rostro, pero tengo una idea de quien puede ser.

Salgo de la web y dejo el móvil sobre la mesa, de donde no debí cogerlo.

—¿Estás bien?

Levanto la mirada para encontrarme con los ojos claros de Fabio, la preocupación en ellos hace que me duela el corazón. Lo último que deseo es saber que siente lástima por mi situación. Sus dedos se cierran sobre mi mano, dándome un ligero apretón.

—¿Lo has visto? —le pregunto. Su semblante lo dice todo y, aun así, quiero escucharlo.

—Sí.

Fabio aparta la mano cuando el mesero se acerca a nuestra mesa. Ordenamos rápidamente, volviendo a quedar solos.

—Astrid…

Él se interrumpe, la preocupación en sus ojos me provoca una sensación de culpa en el pecho. Todos estos meses han sido muy difíciles para mí, pero, sobre todo, para Fabio. Más que un jefe, ha sido un verdadero amigo. El hombre que ha intentado frenar mi ritmo de vida para cuidar de mi salud física y mental.

—Estoy bien, Fabio. Me alegra saber que Patrick ha podido continuar con su vida.

Frunce el ceño, evidentemente no me cree ni media palabra, pero no puedo aferrarme a algo que ya no existe.

—Pero tú estás enamorada de él —musita.

Es un golpe bajo, sin embargo, me obligo a sonreírle.

—Patrick fue muy importante en mi vida, me dio la oportunidad de volver a ser yo misma. Me hizo confiar de nuevo en el amor; sin embargo, nuestras vidas iban a tomar rumbos distintos en algún momento.

No puedo negar esa verdad, ni siquiera el bebé hubiese cambiado el destino que la vida nos tenía preparado. Por lo que, es mejor que Patrick nunca se entere de que alguna vez existió.

¿Para qué decirle? No es mi deseo convertirme en una mujer resentida y no tengo la menor intención de hacerle daño. Con el sufrimiento de uno basta.

—¿Está segura? —pregunta con duda.

Asiento sin dudarlo, coloco mi mano sobre la suya y le doy un apretón. Realmente deseo expresarle mi profundo agradecimiento por todo el apoyo que me ha brindado, por toda la paciencia que me ha tenido en momentos que ni yo me soportaba; sin embargo, no encuentro las palabras adecuadas para expresarme.

—No tienes nada de qué preocuparte, Fabio. Estoy bien y la vida sigue —miento.

—No me pidas que no me preocupe por ti, Astrid, no solo eres una de mis mejores modelos, sino también una buena amiga.

Le sonrío con profundo y sincero agradecimiento.

—No sabes lo agradecida que estoy contigo, Fabio, te has quedado en Brasil por mi culpa y siempre has estado pendiente de mí.

No son todas las palabras que quiero expresarle, pero son las que me nacen de lo más profundo de mi corazón.

—Es un placer poder estar a tu lado, Astrid. Sabes que cuentas conmigo, ¿verdad?

Asiento y le sonrío.

—Y tú conmigo, Fabio. Después de Patrick, solo he podido confiar en otro hombre y ese eres tú. A tu lado me siento segura.

Fabio me devuelve la sonrisa, pero también aparta la mano de mi toque. Algo en mi interior se mueve ante el rechazo; pero es entendible, solo somos amigos y seguramente él no desea nada más que eso.

Es inconcebible que me vea como algo más, después de todo, fue testigo de los años de relación con Patrick y más aún, cuando es el único que sabe que perdí un bebé.

No, Fabio se merece algo mejor que una mujer rota.

—¿Te pasa algo? —pregunto para no dejarle ver mi incomodidad ante su rechazo.

—No, pero el mesero está de regreso —responde, señalando al hombre que se aproxima a nuestra mesa con las órdenes.

Cuando el mesero se retira, siento la mirada fija de Fabio sobre mí, no me pregunta nada, ni me hace comentario alguno; pero sé que no le ha pasado desapercibido la cantidad de comida que he pedido. Me siento famélica.

Luego de la cena, volvemos al edificio donde vivimos. No compartimos apartamento desde hace dos meses, considerando que ambos necesitamos un poco de privacidad, por lo que nos despedimos en el pasillo.

Apenas las puertas se cierran a mi espalda, siento el peso del mundo caer sobre mis hombros, lanzo el bolso al sofá y busco un vaso de agua en la pequeña cocina que, pocas veces suelo utilizar.

Me siento en el sillón y tomo las pastillas que se han convertido en mi compañía desde hace varias semanas. No puedo darme el lujo de quebrarme.

Me recuesto en el sofá, cierro los ojos, dejando que el silencio del apartamento se apodere del tiempo y del espacio. La soledad que se ha vuelto tan familiar, pero indeseada, se cuela en cada rincón, abrazándome como una vieja amiga.

No soy tan fuerte como pienso, los días en los que más sonrío son los mismos en los que me derrumbo por dentro. Es una lucha constante que temo perder en cualquier momento.

Mis pensamientos vuelven a Patrick. La imagen de él besando a otra mujer no es lo que me lastima. Lo que realmente me carcome el alma es el hecho de que él haya podido seguir adelante mientras yo nado en un mar de dolor.

No puedo evitar ese horrible pensamiento, atrapada entre la imagen pública que debo mantener y los fragmentos de la persona que ya no reconozco. Las sesiones de fotos, los eventos y apariciones públicas son la máscara perfecta. Nadie quiere ver a una modelo que se esté desmoronando. Esperan belleza, gracia y éxito.

Y, mientras ellos admiran la imagen perfecta, yo estoy contando las horas para el siguiente analgésico. No importa cuantas pastillas tome, el vacío sigue ahí, más profundo con cada día que pasa…

Cuando vuelvo a abrir los ojos, la tenue luz del amanecer se cuela por las cortinas mal corridas, el cuerpo me duele al quedarme en el sillón. Me levanto cuando veo la hora en el móvil y me doy prisa para reunirme con Fabio para desayunar. Es un ritual que no puedo saltarme, por lo que corro a la ducha.

Una hora más tarde y con las ojeras cuidadosamente cubiertas por el maquillaje, salgo de casa para encontrarme con Fabio, recargado a la pared.

—¿Dormiste bien? —pregunta, como todos los días.

—Maravillosamente bien —miento.

Hay cierta duda en su mirada, pero finalmente asiente, me ofrece su brazo y caminamos al ascensor.

La elección de la mañana es un café bastante bohemio en el centro de la ciudad de São Paulo, donde compartimos el desayuno en completo silencio.

—¿Cómo está tu agenda para el día de hoy? —pregunta de repente.

Dejo el cubierto a un lado y bebo un sorbo de té, me aclaro la garganta antes de responder.

—Tengo una sesión de fotos por la mañana en el set y luego, por la tarde, algunas fotografías que necesitan ser tomadas a las orillas de la playa —respondo, vuelvo la atención a mi plato, pero el apetito se me ha ido por completo. Las náuseas suben por mi garganta, pero me obligo a reprimirlas.

—Te estás excediendo, Astrid —regaña, viéndome fijamente. Mi cuerpo tiembla.

—Sé que me paso la mayor parte del tiempo en los sets y en reuniones, Fabio, si no es de esta manera, los ocho meses que nos quedan de contrato serán más exigentes —respondo—. Solo trato de recuperar las semanas que se perdieron por mi causa.

Fabio se aclara la garganta.

—Hablaré con Nelson para solicitarle un descanso de fin de semana, tal vez un viaje a una isla te sirva para aliviar el estrés.

Niego con un movimiento de cabeza y suspiro.

—He aceptado acompañar al señor Dos Santos al baile benéfico que ofrece la Joyería, ¿no te lo ha comentado?

El rostro de Fabio cambia drásticamente, la calidez abandona sus ojos, se limpia la comisura de los labios con la servilleta, llama al mesero y le pide la cuenta.

¿Son ideas mías o se ha molestado?

—¿Fabio? —cuestiono cuando se pone de pie con clara intención de dejar la mesa. ¿Qué es lo que le sucede?

—Tengo una invitación, Astrid —responde, viendo mi mano que se aferra a su brazo. Nos quedamos quietos como estatuas en la puerta, bloqueando la entrada del café.

—¿Vendrás?

—Esperaba ir contigo —responde, se aparta de mi toque y se marcha, dejándome totalmente confundida…

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