Capítulo 3. No esperaba tu llamada

Astrid

Un ligero e incómodo dolor me hace abrir los ojos. Parpadeo varias veces, tratando de acostumbrarme a la fuerte luz de la habitación. Con agobio, me doy cuenta de que no estoy en la oficina ni en el hotel. Intento mover mi brazo para levantarme de la cama, pero el dolor me detiene al percatarme de la intravenosa colocada en él.

Mi corazón se acelera ante la ola de incertidumbre y preocupación que me embarga. El último recuerdo claro que tengo es estar en la oficina de Imperial. ¿Cómo he llegado aquí? ¿Qué ha pasado desde entonces? Las preguntas giran en mi mente mientras intento recordar.

Comienzo a tirar de los recuerdos, tratando de hallar una explicación. ¿Me he desmayado? ¿Tuvimos un accidente cuando íbamos al restaurante? Mis dedos tiemblan al tocar la intravenosa, como si necesitara confirmar que esto no es un mal sueño.

El crujido de la puerta me saca de mis pensamientos. Mi mirada se dirige hacia ella y veo a Fabio entrar lentamente. Su rostro está cubierto de preocupación, pero al verme despierta, sus ojos se suavizan y esboza una leve sonrisa que intenta transmitir tranquilidad, aunque sé que hay más detrás de su expresión.

Un vacío se abre en la boca de mi estómago, pero me las arreglo para devolverle la sonrisa.

—Astrid, estás despierta —dice con su habitual tono cálido, aunque noto un temblor en su voz.

Preocupación.

—¿Qué… qué pasó? —pregunto, tratando de esconder el miedo en mi tono. Tras la ruptura con Patrick, ninguno de los últimos días ha sido bueno.

Fabio se acerca a la cama, toma una silla cercana y se sienta a mi lado. Sus ojos me estudian por un largo momento, haciendo que el silencio se vuelva incómodo.

—Fabio, por favor —le pido, moviéndome un poco, provocando que un nuevo dolor me atraviese la cintura. ¿Me habré golpeado al caer? Es una posibilidad, pero no es mi mayor preocupación ahora. Quiero, necesito saber lo que sucedió.

—Te desmayaste en la oficina —empieza a explicar; su tono es bajo y suave—. El señor Dos Santos llamó a una ambulancia para traerte al hospital.

Guardo silencio, pensando en la gran responsabilidad que he dejado sobre los hombros de Fabio. No debe ser nada fácil ir justificando mis ausencias y ahora, esto.

—El médico dice que tu cuerpo ha estado bajo mucho estrés, Astrid. Necesitas descansar.

Fabio guarda silencio, toma mi mano. Hay vacilación en su voz y un poco de... ¿pena?

—¿Qué más te ha dicho el doctor? —le pregunto cuando el silencio se extiende. Sus dedos acarician el dorso de mi mano, temblando ligeramente—. ¿Qué tan malo es?

—No sé cómo decirte esto, Astrid —murmura.

Fabio no es un hombre que se vaya por las ramas, por lo que debe estar sucediendo algo realmente terrible.

—Solo dímelo —le pido, aunque en el fondo siento que no estoy preparada para escucharlo.

Fabio toma mi mano con delicadeza, como si temiese que fuera a romperme. Sus dedos fuertes acarician mi dorso con distracción.

—Has perdido al bebé que esperabas, Astrid.

El mundo se detiene en ese preciso instante. Un nudo se forma en mi garganta mientras las lágrimas caen por mis mejillas. He estado tan concentrada en el trabajo, en mis lamentaciones por la separación con Patrick, que no fui capaz de darme cuenta de mi estado.

La culpa me oprime el pecho.

—Lo siento mucho, Astrid —susurra, apretando mi mano con fuerza.

—Ha sido culpa mía —murmuro, más para mí que para él.

—Eso es mentira…

—¡Debí darme cuenta, Fabio! —exploto en medio de mi llanto. La garganta me duele por la opresión que siento mientras el aire empieza a faltarme.

—Respira, Astrid, por favor —lo escucho decir, pero soy arrastrada por un halo de oscuridad del que no deseo regresar…

Sin embargo, soy privada de ese deseo. Cuando vuelvo a abrir los ojos, veo a Fabio hablar con el doctor a una distancia prudente, por lo que no logro escuchar la conversación.

—Astrid.

Fabio se apresura a mi lado cuando se da cuenta de que he despertado. Me toma de la mano y siento que todo empieza de nuevo.

—Tranquila, todo estará bien —murmura, pero todo es una mentira. Nada está ni estará bien.

—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme aquí? —pregunto, luchando contra el deseo de echarme a llorar.

—Es mejor que te quedes el tiempo que el médico ha recomendado —responde con una ternura que me desarma—. Voy a cuidarte.

Las lágrimas que he estado conteniendo finalmente caen. Me rompo como una muñeca de papel y los sollozos se intensifican. Fabio no me consuela con palabras vacías, porque no hay nada que pueda consolarme.

—Llora todo lo que tengas que llorar, Astrid —pronuncia, abrazándome. Me aferro a su cuerpo con todas mis fuerzas—. No estás sola.

—Gracias —susurro con la voz quebrada. Estoy rota de una manera que jamás imaginé. Ni siquiera cuando fui maltratada por Ray me sentí tan vacía como ahora…

Los siguientes días fueron un nubarrón. Luego de tener el alta médica, Fabio me llevó al apartamento que había alquilado en el centro de la ciudad para los dos. Afortunadamente, Nicole había regresado a Nueva York sin saber lo que había sucedido tras mi desmayo.

No quería que nadie más supiera de la pérdida de mi bebé. Era un duelo que deseo vivir sola.

—Quizá deberías llamar a Pat —sugiere Fabio, dos semanas después, mientras desayunamos en la terraza. La vista de São Paulo es espectacular, pero no disfruto de ella. Mis días son tan grises como la tarde en la que perdí a mi hijo.

—¿Para qué?

Fabio se aclara la garganta, deja el cubierto a un lado y me mira con intensidad.

—También era su hijo, Astrid, tiene derecho a saber lo que sucedió.

—No deseo que se sienta obligado a venir, Fabio.

—No creo que Patrick esté en condiciones de viajar, sufrió un accidente de auto hace unas semanas.

El cubierto cae de mi mano. El sonido es estrepitoso, pero no me inmuto. La noticia me deja fría.

—¿Cómo?

—No sé los detalles, lo vi en las noticias y luego llamé a Alessandra para saber si la nota era real.

Un nudo sube a mi garganta. No puedo evitar preocuparme por Patrick, aunque nuestros caminos se hayan separado. Sigue siendo el hombre que amo.

—Voy a reunirme con el señor Nelson, trataré de retrasar la sesión de fotos tanto como sea posible —dice, poniéndose de pie con intención de dejar la terraza.

—Espera, Fabio —le pido.

—¿Quieres romper el contrato? La multa es una suma considerable, pero nada que no podamos cubrir, Astrid. Si es tu deseo dejar Brasil y tomarte unas largas vacaciones, estaré contigo y te apoyaré.

Fabio me parece demasiado perfecto para ser real. Aun así, agradezco tenerlo a mi lado, siendo mi apoyo en este momento tan difícil.

—Agradezco tu interés y tu intención, pero no puedo seguir escapando. Retomaré mi trabajo, estoy lista —le aseguro.

Fabio vacila, y es entendible, pero no responde. Se despide con un beso en la mejilla y se marcha.

Con paso lento, camino a la pequeña sala que hay en el exterior. Me siento y veo por un largo rato el teléfono, debatiéndome entre llamar a Patrick o dejar las cosas como están; sin embargo, termino armándome de valor y marco su número.

El timbre suena varias veces y estoy a punto de colgar cuando escucho su voz al otro lado de la línea.

“Aló.”

—Pat —susurro, sabiendo que es él. Mi corazón se estremece, mis manos sudan y tiemblan.

“Hola, Astrid, no esperaba tu llamada.”

Sus palabras son como una daga enterrándose en mi pecho. Si no esperaba una llamada, es simplemente porque ya pertenezco al baúl de sus recuerdos.

—Me he enterado de tu accidente. Quise llamarte de inmediato, pero estuve hasta hoy en una sesión de fotos —miento—. ¿Cómo estás?

“Estoy bien, gracias por llamar, Astrid.”

Su tono frío me congela el pecho.

—¿Estás molesto? —le pregunto. No puedo evitarlo. Debí colgar apenas noté su molestia, pero en el fondo, quizá espero armarme de valor para contarle sobre nuestro bebé.

“No, no tengo motivos para estar molesto contigo. Somos amigos.”

—¿Amigos? —pronuncio luego de un largo silencio.

“Astrid...”

—¿De verdad me has olvidado, Patrick? —pregunto, mordiéndome la lengua mientras la razón me pide terminar la llamada y olvidarme de él para siempre.

“Lo nuestro no tenía futuro. Nuestras metas eran distintas y el amor no fue suficiente para que uno de los dos renunciara a sus sueños. No es ningún reproche, pero nos acostumbramos a vernos de manera ocasional, tratando de compensar los meses en unas pocas horas que no fueron suficientes.”

Un nuevo dolor me atraviesa el pecho. Las palabras me hieren tanto que tengo que morderme el interior de las mejillas para controlar los sollozos que me suben por la garganta.

—Me haces sentir culpable, Patrick —me obligo a responder mientras mi corazón sigue rompiéndose en miles de pedazos.

“No ha sido mi intención, pero Kiara tiene razón. Si te he dejado marchar, no ha sido para estancarme en el dolor. Te deseo todo lo mejor del mundo, Astrid. De verdad, espero que la vida te compense por cada lágrima que derramaste en el pasado por culpa de Ray.”

Recordarme al miserable de mi ex es un golpe bajo, algo que realmente no esperaba de Patrick.

“Y si lo hiciste alguna vez por mi causa, espero que sepas perdonarme.”

—Patrick...

“En el amor no siempre se gana. Adiós, Astrid.”

La llamada termina, así como toda esperanza de poder contarle a Patrick que existió brevemente un lazo precioso entre los dos.

—Adiós, Pat... —le murmuro a la nada.

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