Me besó por más de un minuto, minuto en el que yo no pude reaccionar debido a la repentina impresión. Solo podía sentir el pasto bajo los dedos y los ocasionales rayos del sol rozando nuestros rostros. Su mano se sentía cálida contra mi mejilla, y sus labios eran dulces y amables. Cuando al fin recobré la razón, me alejé de él poniéndome roja. Miré a mi amigo con ojos redondos, incrédulos y arrepentidos. —Alan, perdón, pero yo no... —Déjame probártelo —me interrumpió vehementemente—. Déjame probarte que puede haber algo entre nosotros. Miré su suplicante semblante, su amable mirada azul, y no pude oponerme. En realidad, si me hubiese dicho todo eso un día antes, le habría dado un rotundo no. Pero, ¿por qué me negaría? Volteé el rostro y miré hacia la mansión detrás de nosotros, enorme, majestuosa, una fortaleza. No había esperado que el señor Riva me correspondiera, pero tampoco había anticipado un frio y humillante rechazo de su parte. ¿Iba a deshacerse de mí cono ese homb
—¿Isabela? —articulé con esfuerzo, pálida como un papel. Lila me sonrió. —Él le pidió venir. Llegó aquí hace media hora y se encerró con él. ¿Qué crees que esté sucediendo entre ellos? No sabes cómo me gustaría saberlo. Volví a mirar hacia el pasillo tras ella, mientras sentía como el sufrimiento se asentaba dentro de mí. —¿Por qué... no vas y averiguas que será de ti ahora? —aconsejo en mi oído. Miré a Alan de reojo, él parecía muy confundido, pues no sabía que era lo que Lila me susurraba. ¿Debería ir? —Creo que es mejor anticipar tu final que enfrentarlo sin aviso, ¿no piensa lo mismo, señorita Campbell? —añadió con malicia—. Bueno, yo preferiría saber que ha sido mi fin y hacer mis maletas con dignidad. Inhalé profundo. Y tuve que darle la razón a Lila, sí todo se había acabado para mí, debía saberlo. Dejando atrás mis temores, avancé por el pasillo. —¡Dulce, ¿a dónde vas?! —preguntó Alan a mis espaldas. Le respondí sin girarme. —Espérame aquí. No me sigas. P
Cuando Lila se marchó, yo bajé del segundo piso y fui en busca de Alan, lo encontré discutiendo con Anne en un rincón del salón, alejados de la fiesta. Pero al verme acercarme, él no dudo en dejarla para aproximarse a mí. —¿Está todo bien? ¿Lila no te hizo algo? Me limpió los ojos aun húmedos, mirándome preocupado. Anne también se acercó. —Parece que Lila te dijo quién está con el señor Riva —dijo tapando su trasparente vestido bajo un chal negro—. Y creo que ya lo viste con tus propios ojos. Isabela es una zorra, pero la ama, ya deberías saberlo. La miré sin poder esconder mi dolor, y a ella por fin se le ablandó la mirada. Le pasó un brazo por los hombros a Alan con gesto despreocupado. —No sufras demasiado. ¿Por qué llorarías mientras ellos se la pasan bien? No seas tan estúpida. Besó a su hermano en la mejilla una vez antes de dar media vuelta y marcharse. Se perdió entre la gente en menos de un segundo. Durante un momento, Alan y yo permanecimos de pie frente al otro,
z aparentemente tranquila, mientras abría su camisa de golpe, rompiendo los hilos de los botones—. No me sorprende, eres una hábil mentirosa, una embaucadora astuta... Me agité bajo su cuerpo, intentando quitármelo de encima. —Si eso es lo que cree de mí, entonces suélteme y libéreme de su m*****a mansión. Permítame irme... En un instante se inclinó y me sujetó del rostro con sus dedos. Jadeé, obligada a ver esa mirada fría y dominante. —¿Dejarte libre? Seguro deseas irte con él, fugarte a su lado como si fueses... Apreté los labios y le devolví una mirada igual a la suya. —Yo no soy como usted —lo corté, antes que me ofendiera más—. Yo lo amo, se lo dije y eso no ha cambiado. Aun con esto, aun con usted sobrepasándose y tratándome de ser una cualquiera, yo lo amo... Su expresión se relajó solo un poco. Pero no lo suficiente. —Pero yo no soy como usted, yo no amo a alguien y voy por la vida acostándome con... Esbozó una media sonrisa. —¿Me amas? ¿Sigues con eso? Qué
Exhalé notando la sangre arder bajo mi piel caliente, haciendo hervir mis emociones, deseando alcanzar el clímax junto a él. Sentía sus cabellos acariciar la cara interna de mis sensibles muslos, mientras sus labios jugaban con mi clítoris, explorando, haciéndome estremecer. Tiró de él suavemente con los labios, chupándolo intensamente antes de liberarme y raptar sobre mí, hasta colocarse sus caderas entre mis piernas y sus ojos alcanzaron los míos. Suspiré apartándole los cabellos negros de la cara. —Ven conmigo —murmuró acariciando mis senos, amasándolos con sutileza. Apreté los labios, con el cuerpo tensó y el corazón agitándose veloz en mi pecho. —Ir... ¿a dónde? Sonrió y se meció sobre mí, hasta que pude sentir el contorno de su largo miembro presionar mi entrepierna. Gemí entre labios. —Déjame... mostrarte que puede ofrecer Odisea —dijo, ronco de deseo, balanceándose sobre mí con habilidad, provocándome—. Permíteme llevarte a una de las habitaciones... ¿Las habitaciones
Al día siguiente, despertamos juntos en su habitación. Me dio un largo beso de buenos días, antes de hacerme salir de la cama y llevarme a la bañera. La llenó de agua caliente y después me hizo sentarme dentro de ella, entre de espaldas contra su pecho. Y mientras una de sus manos amasaba mis senos, con la otra me pasó una esponja por el cuerpo. Recorrió con ellas mis piernas, hacia mi entrepierna... Inhalé dándome la vuelta y besándolo con pasión. Un cuarto de hora después, desde la comodidad de las sábanas, lo vi vestirse, arreglarse y sonreírme. Y después de cubrirme con una bata negra de terciopelo, lo acompañé abajo. En la puerta de la mansión, me dio un largo beso de despedida. —Vuelvo esta noche, te llevaré a cenar, ¿de acuerdo? Sonreí contra sus labios, abrazándome a él. —Estaré esperando. Me devolvió la sonrisa, antes de besarme en la mejilla con ternura. Luego se alejó y, acompañado de su chofer, dejó la mansión. Yo me mantuve allí, quieta y sonriendo, hasta que desapa
¿Lo qué había dicho era cierto? ¿Todo ya estaba predestinado? ¿Ya estaba dicho que él le creería a ella cuando le dijera que ese bebé era suyo, y que me odiaría a mí cuando supiera de quien era hija? Hundí la cabeza en las rodillas y enterré los dedos de los pies en el fresco césped del jardín. Permanecí en esa posición hasta que noté una mano acariciar mi espalda. Cuando alcé la vista, vi que se trataba de Alan. Enrojecí y deseé salir corriendo lejos de él, pues desde esa noche en Odisea y la golpiza que el señor Riva le había dado por mi culpa, me había propuesto evitarlo. —Lo siendo —le dije cuando se sentó a mi lado—. Por mi culpa el señor Riva te golpeó y te echó de la mansión por varios días. Lo siento. Él expiró, luego negó. —No importa, en verdad. Yo sabía lo que podría pasar si me descubría contigo. No es para nada culpa tuya. Yo conocía el riesgo, y aun así me atreví a desear estar contigo. Eso solo me hizo sentir más culpable. —Perdón por... no haberme aferrado a ti
—Debiste decírmelo. No me habría importado dejarlo todo por ti. No solo me sentí destrozada y humillada, también demasiado avergonzada como para seguir presenciado esa escena de reconciliación. Así que en silenció tanteé la cerradura de la puerta detrás de mí. Giré la perilla, ansiosa por salir corriendo de allí. Pero cuando los goznes de la puerta rechinaron al abrirse, el señor Riva al fin volteó a verme. —No se te ocurra irte —me advirtió alejando la mano del rostro de Isabela—. No te traje hasta aquí para que te fueras. Entre lágrimas retenidas y dolor, le sostuve la mirada como pude. Y con las manos detrás de mí, apreté la perrilla, con la puerta ya entreabierta. —¿Qué clase de hombre es usted, señor? —inquirí en un fino hilo de voz—. ¿Le complace verme sufrir, mientras me obliga a presenciar su reconciliación con la mujer que siempre amó? Por una vez, piense en mí como humana. Isabela sonrió levemente, disfrutando verme rota, verme perder ante ella. Pero el señor Riva fru