GRACIAS POR LEER Y SEGUIR MI SEÑOR. En febrero la tercera y última parte de COMPLÁCEME Y DESTRÚYEME: Condéname y Adórame.
Cuando Lila se marchó, yo bajé del segundo piso y fui en busca de Alan, lo encontré discutiendo con Anne en un rincón del salón, alejados de la fiesta. Pero al verme acercarme, él no dudo en dejarla para aproximarse a mí. —¿Está todo bien? ¿Lila no te hizo algo? Me limpió los ojos aun húmedos, mirándome preocupado. Anne también se acercó. —Parece que Lila te dijo quién está con el señor Riva —dijo tapando su trasparente vestido bajo un chal negro—. Y creo que ya lo viste con tus propios ojos. Isabela es una zorra, pero la ama, ya deberías saberlo. La miré sin poder esconder mi dolor, y a ella por fin se le ablandó la mirada. Le pasó un brazo por los hombros a Alan con gesto despreocupado. —No sufras demasiado. ¿Por qué llorarías mientras ellos se la pasan bien? No seas tan estúpida. Besó a su hermano en la mejilla una vez antes de dar media vuelta y marcharse. Se perdió entre la gente en menos de un segundo. Durante un momento, Alan y yo permanecimos de pie frente al otro,
z aparentemente tranquila, mientras abría su camisa de golpe, rompiendo los hilos de los botones—. No me sorprende, eres una hábil mentirosa, una embaucadora astuta... Me agité bajo su cuerpo, intentando quitármelo de encima. —Si eso es lo que cree de mí, entonces suélteme y libéreme de su m*****a mansión. Permítame irme... En un instante se inclinó y me sujetó del rostro con sus dedos. Jadeé, obligada a ver esa mirada fría y dominante. —¿Dejarte libre? Seguro deseas irte con él, fugarte a su lado como si fueses... Apreté los labios y le devolví una mirada igual a la suya. —Yo no soy como usted —lo corté, antes que me ofendiera más—. Yo lo amo, se lo dije y eso no ha cambiado. Aun con esto, aun con usted sobrepasándose y tratándome de ser una cualquiera, yo lo amo... Su expresión se relajó solo un poco. Pero no lo suficiente. —Pero yo no soy como usted, yo no amo a alguien y voy por la vida acostándome con... Esbozó una media sonrisa. —¿Me amas? ¿Sigues con eso? Qué
Exhalé notando la sangre arder bajo mi piel caliente, haciendo hervir mis emociones, deseando alcanzar el clímax junto a él. Sentía sus cabellos acariciar la cara interna de mis sensibles muslos, mientras sus labios jugaban con mi clítoris, explorando, haciéndome estremecer. Tiró de él suavemente con los labios, chupándolo intensamente antes de liberarme y raptar sobre mí, hasta colocarse sus caderas entre mis piernas y sus ojos alcanzaron los míos. Suspiré apartándole los cabellos negros de la cara. —Ven conmigo —murmuró acariciando mis senos, amasándolos con sutileza. Apreté los labios, con el cuerpo tensó y el corazón agitándose veloz en mi pecho. —Ir... ¿a dónde? Sonrió y se meció sobre mí, hasta que pude sentir el contorno de su largo miembro presionar mi entrepierna. Gemí entre labios. —Déjame... mostrarte que puede ofrecer Odisea —dijo, ronco de deseo, balanceándose sobre mí con habilidad, provocándome—. Permíteme llevarte a una de las habitaciones... ¿Las habitaciones
Al día siguiente, despertamos juntos en su habitación. Me dio un largo beso de buenos días, antes de hacerme salir de la cama y llevarme a la bañera. La llenó de agua caliente y después me hizo sentarme dentro de ella, entre de espaldas contra su pecho. Y mientras una de sus manos amasaba mis senos, con la otra me pasó una esponja por el cuerpo. Recorrió con ellas mis piernas, hacia mi entrepierna... Inhalé dándome la vuelta y besándolo con pasión. Un cuarto de hora después, desde la comodidad de las sábanas, lo vi vestirse, arreglarse y sonreírme. Y después de cubrirme con una bata negra de terciopelo, lo acompañé abajo. En la puerta de la mansión, me dio un largo beso de despedida. —Vuelvo esta noche, te llevaré a cenar, ¿de acuerdo? Sonreí contra sus labios, abrazándome a él. —Estaré esperando. Me devolvió la sonrisa, antes de besarme en la mejilla con ternura. Luego se alejó y, acompañado de su chofer, dejó la mansión. Yo me mantuve allí, quieta y sonriendo, hasta que desapa
¿Lo qué había dicho era cierto? ¿Todo ya estaba predestinado? ¿Ya estaba dicho que él le creería a ella cuando le dijera que ese bebé era suyo, y que me odiaría a mí cuando supiera de quien era hija? Hundí la cabeza en las rodillas y enterré los dedos de los pies en el fresco césped del jardín. Permanecí en esa posición hasta que noté una mano acariciar mi espalda. Cuando alcé la vista, vi que se trataba de Alan. Enrojecí y deseé salir corriendo lejos de él, pues desde esa noche en Odisea y la golpiza que el señor Riva le había dado por mi culpa, me había propuesto evitarlo. —Lo siendo —le dije cuando se sentó a mi lado—. Por mi culpa el señor Riva te golpeó y te echó de la mansión por varios días. Lo siento. Él expiró, luego negó. —No importa, en verdad. Yo sabía lo que podría pasar si me descubría contigo. No es para nada culpa tuya. Yo conocía el riesgo, y aun así me atreví a desear estar contigo. Eso solo me hizo sentir más culpable. —Perdón por... no haberme aferrado a ti
—Debiste decírmelo. No me habría importado dejarlo todo por ti. No solo me sentí destrozada y humillada, también demasiado avergonzada como para seguir presenciado esa escena de reconciliación. Así que en silenció tanteé la cerradura de la puerta detrás de mí. Giré la perilla, ansiosa por salir corriendo de allí. Pero cuando los goznes de la puerta rechinaron al abrirse, el señor Riva al fin volteó a verme. —No se te ocurra irte —me advirtió alejando la mano del rostro de Isabela—. No te traje hasta aquí para que te fueras. Entre lágrimas retenidas y dolor, le sostuve la mirada como pude. Y con las manos detrás de mí, apreté la perrilla, con la puerta ya entreabierta. —¿Qué clase de hombre es usted, señor? —inquirí en un fino hilo de voz—. ¿Le complace verme sufrir, mientras me obliga a presenciar su reconciliación con la mujer que siempre amó? Por una vez, piense en mí como humana. Isabela sonrió levemente, disfrutando verme rota, verme perder ante ella. Pero el señor Riva fru
—Y no creas que no te considero humana, de hecho, he aprendido a pensar primero en ti antes que en nadie más —me dijo quitando mi mano de la perrilla. Contuve en aliento, analizando su expresión tranquila y sus palabras. Aun no podía creer que le estuviese dando la espalda a la mujer que había amado por más de 15 años y, más que nada, elegirme a mí. —Mi señor... —¡No lo llames así, zorra barata! —exclamó Isabela, levantándose del suelo y limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Él no es nada tuyo, basura. Basura, así solía llamarte el viejo Fabián, ¿verdad? Te va muy bien. Ella comenzó a acercarse, pero el señor Riva se interpuso entre ambas. Me colocó en su espalda, a resguardo. —Basta, Isabela —le dijo con frialdad, obligándola a detenerse a un metro de nosotros—. Te advertí que no volvieras a dirigirte a ella... —¿Crees que yo soy la única mentirosa en esta habitación, cariño? —soltó una risita dolida, mirando al hombre a quién aun amaba—. Esta zorra del burdel
Sonreí cuando recitó sus votos matrimoniales: —Me caso contigo, y entrelazó mi vida con la tuya, mi suerte con tu suerte, mis fracasos con los tuyos. Con estas palabras, te tomo por esposa, Dulce Valle, y mi corazón pasa a ser completamente exclusivo de ti. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas de felicidad, observándolo besar el anillo en mi dedo. —Te amo, Dulce, mi Dulce —musitó mirándome con absoluta devoción y amor, derritiendo mi corazón. Y sin dejar de mirar sus ojos, fue mi turno de tomar su mano. Coloqué en su dedo anular la argolla de matrimonio, mientras recitaba: —Usted, Rafael Riva, es la sombra que me protege, y la luz que me ilumina cuando parezco estar sola. Quiero caminar a su lado toda mi vida, aferrarme a usted en los momentos de tristeza, reír con usted todas las mañanas, y apretar su mano cuando el tiempo se termine. Nos sonreímos. Él me miró conmovido, con los ojos brillantes. Y mientras el oficiante sellaba nuestra unión, yo me alcé de puntillas y lo