Hizo salir a todos de la sala, incluso corrió a Kary. Y cuando la empleada salió y cerró las puertas tras ella, Anne vino hacía mí con decisión y me tomó de la mandíbula. Sujetándome con fuerza, me sostuvo la mirada, la mía estaba llena de preocupación, y la suya, llena de rabia. —Conque eres la hija de un popular político —dijo con furia a un palmo de mi rostro—. Veo porque Lila te veía como una amenaza. Ahora entiendo porque me erizabas la piel solo con tu presencia. Curvó una esquina de la boca, mirándome con otros ojos. —Eres la famosa hija muerta del señor Campbell. No respondí y ella me enterró sus largas uñas en la piel. —Y ahora eres, ¿qué? —se mofó sosteniéndome la mirada—. ¿La novia, prometida, pareja del señor Riva? Pareces saber bien lo qué haces, ¿no es así, zorra adinerada? Con algo de enfado alejé su mano de mí y retrocedí varios pasos, dando traspiés. —¿Te molesta tanto saber quién soy? —inquirí—. ¿O es acaso por el anuncio del señor Riva? Anne negó y arrojó s
Cuando Anne se fue, rápidamente Kary se dio cuenta y entró a la sala. Me miró con preocupación. —Te dijo algo hiriente, ¿verdad? Me dejé caer sobre un sillón, mirando las joyas esparcidas por toda la sala. Probablemente, si hubiese continuado siendo hija de mi padre, no me sentiría exactamente como un objeto al que deseas embellecer. ¿Acaso el señor Riva me compraba todo eso porque quería hacerme ver igual que Isabela? —No la escuches, Dulce —me consoló Kary sentándose a mi lado—. Está celosa porque el señor te prefirió a ti. No le gustó dejar la mansión. ¿Anne celosa de mí? Lo dudé, ella misma me lo había dicho: había ido allí para lastimarme, así como yo había lastimado a su hermano. Y había funcionado. Sin responderle a Kary, me puse de pie y también salí de la sala. Con una sensación asfixiante en el pecho, salí de la mansión y me dirigí a los jardines. Pero cuando apenas había dado unos cuantos pasos, su voz me detuvo en seco. —¿Vas a buscarlo? Volteé la vista j
“... Permítame complacerlo, mi señor. Ese es mi trabajo, por eso estoy aquí. Por ese motivo soy suya...” Me arrepentía de haberle dicho tal cosa. “... ¿Quieres complacerme en verdad? Había preguntado él, dándome la oportunidad de retráctame...” Pero yo no lo había hecho. Cerré los ojos y me maldecí por mi respuesta: “... Quiero hacerlo. Haré lo que deseé, mi señor...” Eché la cabeza atrás y enterré los dedos en su cabello negro, al tiempo que apoyaba los pies sobre sus hombros. Él sonrió, lo sentí. Sentí sus labios curvarse a un palmo de mi clítoris, su respiración me hizo estremecer. Y cuando sopló suavemente, contuve un gemido y cerré los ojos. —Qué imagen tan excitante. ¿Hacer eso era común para él? Para mí era algo totalmente nuevo y escandaloso para el siglo, pero increíblemente placentero. ¿Todo eso existía en la intimidad entre pareja? ¿Detrás de un caballero distinguido y una hermosa dama de clase, sucedía ese tipo de cosas? —Mi... señor... —jadeé y me aferré
Permanecí un momento en las escaleras, procesando las palabras, las expresiones de Susan, y su despedida. Me llevé una mano al pecho, hasta sentir el diamante de mi madre en la gargantilla. En el fondo, más allá de mi subconsciente, siempre lo había sabido. Sabía que mi padre me rechazaría, que no deseaba que yo volviera de la muerte, pues solo lo atormentaría como un fantasma. A sus ojos, yo era una terrible alma que lo atormentaba desde el más allá todos los días, y de la que no deseaba saber nada. Y nunca se había arrepentido, nunca le había pesado en lo más mínimo venderme. Eso es lo que más me dolió reconocer: la indiferencia y crueldad de mi padre para con su propia hija. Apreté la gargantilla con los ojos empañados de lágrimas. ¿Cómo es que de niña lo había amado tanto? ¿Cómo es que había esperado otra cosa de él? ¡Qué estúpido de mi parte! Él realmente deseaba que yo estuviera muerta. Pero, ¿Susan? La había amenazado: “... Me dijo que dejará Odisea y la ciudad cuant
—¿“No debí presentarme”? —inquirí con todo el valor que había en mí, negándome a permitirle que me intimidara—. Tal vez, pero después de la manera en que amenazaste a Susan... —Fue una advertencia, que tú también debiste tomar. Pero, ¿qué podría esperar de ti luego de ver la zorra en que te has convertido? Palidecí de rabia, pero no fui capaz de defenderme. En realidad, me dolió escucharlo hablar así de mí; como sí terminar como prostituta hubiese sido mi elección, cuando él mismo me había empujado sin piedad a esa vida... Donde él único que se había apiadado de mí, habían sido el señor Riva y Alan. Mi padre se me acercó, y con tiento tocó la gargantilla de mi madre en mi cuello. Al verla esbozó una media sonrisa nada afectuosa, solo prepotente y seca. —3 millones de euros invertidos en esto... Y para nada, mejor dicho, para nadie que valga la pena. Volvió a verme a los ojos, y yo me estremecí por dentro. —En realidad, cuando me enteré de la muerte de Fabián y de una de su
Apenas volví a la mansión, los hombres que custodiaban las rejas corrieron a mi encuentro. —¡Avisa al señor que la chica ha vuelto! —ordenó uno. Tras la orden, otro de ellos corrió hacia la mansión, atravesando los árboles y jardines. —Has violado la orden del jefe y has escapado. ¿Por qué? —exigió saber uno de ellos, tomándome del brazo y tirando de mí como si fuese alguna criminal. Luego de reunirme con mi padre, estuve vagando por la ciudad, procesando el dolor y la despedida definitiva como padre e hija. Y gracias a ellos, había olvidado que el señor Riva me había prohibido siquiera respirar el aire fuera de la mansión. Sin embargo, le había desobedecido, por impulso había dejado su territorio y parecía que todos estaban pagando por mis acciones. Él iba a matarme, lo supe al ver como una decena de hombres armados me miraban con resentimiento. —No me escapé, solo necesitaba salir... El tipo que me sujetaba tiró de mí en dirección al interior de la propiedad, hacia donde se
—¡Dime qué idiota se atrevió a golpearte! ¿Podría decirle qué había sido mi padre, el esposo de la mujer que tanto amaba? No, no podía ser así de imprudente. Él me odiaría a mí también. Con rapidez limpié la sangre de mi labio. No era la primera vez que alguien me golpeaba, el señor Fabian solía hacerlo muy seguido. —Tropecé... —¡No mientas, ni se te ocurra hacerlo! Di un paso atrás y sacudí la cabeza. Si no podía engañarlo, solo podía evadirlo. —No... importa —dije, sintiendo escocer la herida. El señor Riva se aproximó y colocó el pulgar en mi labio lastimado. Su dedo estaba frio, y fue un alivio. Exhalé bajando la mirada. —Mi señor, no pregunte... porque no le diré nada —le dije con un hilillo frágil de voz—. Aunque me obligue o castigue, no hablaré. Solo frente a él fui capaz de recordar con dolor y tristeza todo lo que mi padre me había dicho. Me había rechazado despiadadamente, incluso había prometido matarme. Sentí tales ganas de llorar que me dolió la garganta. Cer
¿Había sido un error decirle que me había enamorado? Si, si lo había sido. Lo confirmé al día siguiente cuando desperté y bajé a desayunar, solo para escuchar el desenlace del día anterior. —Se marchó esta mañana —me informó Kary, poniendo un plato de fruta picada frente a mí—. Pidió un coche y se marchó de la mansión. No dijo cuando volvería. Miré mi plato fijamente, intentando tragar el dolor que se estaba acumulando en mi pecho. ¿Se había marchado por mi culpa? Sin duda. ¿Por qué simplemente no me había rechazado y ya? Me hacía sentir miserable, como si lo que yo sentía por él fuese algo muy malo o vergonzoso. —Él... ¿dijo algo sobre mí? —le pregunté con una última gota de esperanza. Kary pareció ver a través de mí, ya que se sentó a mi lado mientras negaba. —El señor, de hecho, ordenó que dejaran de vigilarte. Dijo que, si deseabas salir, lo hicieras. Alcé la mirada y la clavé en Kary. Ni siquiera la bofetada de mi padre había calado tanto en mí. —¿Lo dices...? ¿L