MI MATRIMONIO FORZADO CON EL MAFIOSO ( PEQUEÑAS ALIANZAS)
MI MATRIMONIO FORZADO CON EL MAFIOSO ( PEQUEÑAS ALIANZAS)
Por: Paulina W
PROLOGO.

PRÓLOGO

PRISIÓN DE MÁXIMA SEGURIDAD

El sótano oscuro y húmedo de la prisión vibraba con la energía de una brutal competencia. Los gritos de los reos resonaban en la jaula de peleas clandestina, donde el sudor y la sangre se mezclaban en el aire cargado de violencia. Luces parpadeantes apenas iluminaban las caras distorsionadas por la excitación de los espectadores.

En el centro de la jaula, el reo 201 se erguía como una sombra de muerte, un hombre de cabello rubio y ojos grises que destellaban como cuchillas. La furia hervía en su interior, una fuerza imparable que lo impulsaba a moverse con la precisión letal de un depredador. Cuando su oponente lanzó el primer golpe, 201 lo esquivó con agilidad felina y contraatacó sin piedad. Su puño se hundió en el estómago del otro hombre, arrancándole un grito de dolor mientras se doblaba en dos.

―¡Vamos, 201! ¡Acaba con él! ―rugió un reo, sus palabras alimentando la furia en el pecho de Artem Vasiliev.

Los demás prisioneros aullaron en aprobación, sus voces unidas en un canto de violencia. Para Artem, cada golpe no era solo una táctica en la pelea, sino un recordatorio de lo que había perdido, de lo que le habían arrebatado. Atravesó la jaula, tomando a su oponente con una fuerza sobrehumana, lanzándolo contra las barras de metal. El sonido del impacto fue un eco que resonó en su alma, un espejo de su propio deseo de destrucción.

—¡Eso es! ¡Dale más! —vociferó otro reo, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y admiración.

Artem avanzó, su mirada fría y calculadora. No había piedad en sus movimientos, solo una determinación despiadada. Su oponente, tambaleándose, intentó recuperarse, pero Artem ya estaba sobre él, descargando una serie de puñetazos rápidos y precisos. El rostro del hombre se transformó en una máscara de sangre y sufrimiento, hasta que finalmente cayó inmóvil al suelo.

—¡Sí! ¡Acábalo! —los gritos de los reos eran ensordecedores, pero Artem ya no los escuchaba.

En su mente, todo lo que veía era el rostro de su padre, Mijaíl Vasiliev, y el recuerdo imborrable de la última vez que había sentido alguna chispa de felicidad. Fue cuando su esposa, radiante y sonriente, le había dado la noticia que cambiaría su vida.

"Artem, vamos a ser padres."

Su voz había sido suave, llena de una esperanza que Artem apenas podía comprender en ese momento. La sorpresa en sus ojos había dado paso a una felicidad profunda, una felicidad que ahora le parecía una burla cruel. Recordaba el brillo en los ojos de ella, la manera en que su mano se había posado en su vientre, protegiendo la vida que crecía en su interior. Esa misma vida que le fue arrancada de las manos antes de que siquiera pudiera sostener a su hijo.

La furia latente que lo había consumido desde entonces ahora alimentaba cada golpe, cada movimiento. Artem se levantó, su respiración era pesada, pero su mirada permanecía fija en el rostro ensangrentado de su oponente. No había satisfacción en la victoria, solo un vacío, un abismo de ira que nunca se llenaría.

—¡201! ¡201! ¡201! —coreaban los reos, celebrando a su campeón.

Artem no les prestó atención. Su mirada recorrió el sótano, sin encontrar nada que pudiera aplacar la tormenta en su interior. El sonido de los gritos y vítores se desvaneció en un segundo plano, mientras Artem intentaba sofocar el odio que lo carcomía desde dentro. Sabía que ningún número de peleas, ninguna cantidad de sangre derramada, podría devolverle lo que había perdido.

—Buena pelea, 201 —dijo un guardia con una sonrisa burlona, interrumpiendo sus pensamientos.

Artem lo miró con una frialdad que hizo retroceder al guardia por un instante.

—Es hora de irnos —agregó el guardia—. Tienes una visita.

Las cejas de Artem se fruncieron. La sorpresa se mezcló con una desconfianza que se reflejaba en sus ojos grises. No recibía visitas. No había permitido que nadie lo viera en este estado, roto y hambriento de venganza.

—Quien sea, dile que se vaya —gruñó, su voz cargada de amenaza.

El guardia chasqueó la lengua, impaciente.

—No será así esta vez, 201. Este es importante... muy importante desde que le concedieron una visita con total privacidad. Así que vamos, ya casi termina mi turno y quiero ir a casa con mis hijos.

Artem estuvo a punto de negarse, de despedazar al guardia allí mismo. Pero algo en esas últimas palabras, “quiero ir a casa con mis hijos”, lo detuvo. Un eco de lo que alguna vez había sido su propio sueño, ahora hecho añicos. Con un suspiro que parecía venir de lo más profundo de su ser, Artem dio un paso adelante.

—Mi visita tendrá que esperar —dijo mientras caminaba—. Primero quiero quitarme toda esta sangre.

El guardia asintió, agradecido de que Artem no causara problemas. Mientras se dirigían hacia los oscuros pasillos de la prisión, la mente de Artem no dejaba de girar en torno a la idea de quién podría ser esa visita tan “importante”. Pero por ahora, su prioridad era limpiar la sangre de su cuerpo, aunque sabía que ninguna cantidad de agua podría borrar la mancha de la venganza que había anidado en su corazón.

Una hora después, Artem entró en la oficina del director de la cárcel, sus pasos resonando en el vasto silencio del lugar. La puerta se abrió lentamente, revelando a un hombre de cabello gris que se puso de pie con la ayuda de un bastón, el león forjado en oro brillando en la parte superior.

—Vaya, te has tomado tu tiempo, Artem —dijo el hombre, su tono sarcástico, con una sonrisa torcida en su rostro.

Artem no respondió. Se acercó lentamente, su mirada fija y peligrosa. Sus ojos grises, fríos como el acero, escudriñaron al hombre frente a él.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó, su voz dura como una sentencia de muerte.

El hombre se inclinó hacia adelante, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y súplica.

—He venido a hacerte una propuesta. Y espero que la aceptes.

El silencio que siguió era casi tangible, la tensión en la habitación era como una cuerda a punto de romperse. Artem resopló con amargura, una risa seca y sin humor escapó de sus labios.

—¿Qué te hace pensar que voy a aceptar?

El hombre se acercó un poco más, su voz bajando hasta un susurro cargado de promesas.

—Porque ella será tu boleto de salida de esta prisión, Artem. Pero no solo eso... también será el pasaje directo a tu venganza.

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