PRÓLOGO
PRISIÓN DE MÁXIMA SEGURIDAD
El sótano oscuro y húmedo de la prisión vibraba con la energía de una brutal competencia. Los gritos de los reos resonaban en la jaula de peleas clandestina, donde el sudor y la sangre se mezclaban en el aire cargado de violencia. Luces parpadeantes apenas iluminaban las caras distorsionadas por la excitación de los espectadores.
En el centro de la jaula, el reo 201 se erguía como una sombra de muerte, un hombre de cabello rubio y ojos grises que destellaban como cuchillas. La furia hervía en su interior, una fuerza imparable que lo impulsaba a moverse con la precisión letal de un depredador. Cuando su oponente lanzó el primer golpe, 201 lo esquivó con agilidad felina y contraatacó sin piedad. Su puño se hundió en el estómago del otro hombre, arrancándole un grito de dolor mientras se doblaba en dos.
―¡Vamos, 201! ¡Acaba con él! ―rugió un reo, sus palabras alimentando la furia en el pecho de Artem Vasiliev.
Los demás prisioneros aullaron en aprobación, sus voces unidas en un canto de violencia. Para Artem, cada golpe no era solo una táctica en la pelea, sino un recordatorio de lo que había perdido, de lo que le habían arrebatado. Atravesó la jaula, tomando a su oponente con una fuerza sobrehumana, lanzándolo contra las barras de metal. El sonido del impacto fue un eco que resonó en su alma, un espejo de su propio deseo de destrucción.
—¡Eso es! ¡Dale más! —vociferó otro reo, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y admiración.
Artem avanzó, su mirada fría y calculadora. No había piedad en sus movimientos, solo una determinación despiadada. Su oponente, tambaleándose, intentó recuperarse, pero Artem ya estaba sobre él, descargando una serie de puñetazos rápidos y precisos. El rostro del hombre se transformó en una máscara de sangre y sufrimiento, hasta que finalmente cayó inmóvil al suelo.
—¡Sí! ¡Acábalo! —los gritos de los reos eran ensordecedores, pero Artem ya no los escuchaba.
En su mente, todo lo que veía era el rostro de su padre, Mijaíl Vasiliev, y el recuerdo imborrable de la última vez que había sentido alguna chispa de felicidad. Fue cuando su esposa, radiante y sonriente, le había dado la noticia que cambiaría su vida.
"Artem, vamos a ser padres."
Su voz había sido suave, llena de una esperanza que Artem apenas podía comprender en ese momento. La sorpresa en sus ojos había dado paso a una felicidad profunda, una felicidad que ahora le parecía una burla cruel. Recordaba el brillo en los ojos de ella, la manera en que su mano se había posado en su vientre, protegiendo la vida que crecía en su interior. Esa misma vida que le fue arrancada de las manos antes de que siquiera pudiera sostener a su hijo.
La furia latente que lo había consumido desde entonces ahora alimentaba cada golpe, cada movimiento. Artem se levantó, su respiración era pesada, pero su mirada permanecía fija en el rostro ensangrentado de su oponente. No había satisfacción en la victoria, solo un vacío, un abismo de ira que nunca se llenaría.
—¡201! ¡201! ¡201! —coreaban los reos, celebrando a su campeón.
Artem no les prestó atención. Su mirada recorrió el sótano, sin encontrar nada que pudiera aplacar la tormenta en su interior. El sonido de los gritos y vítores se desvaneció en un segundo plano, mientras Artem intentaba sofocar el odio que lo carcomía desde dentro. Sabía que ningún número de peleas, ninguna cantidad de sangre derramada, podría devolverle lo que había perdido.
—Buena pelea, 201 —dijo un guardia con una sonrisa burlona, interrumpiendo sus pensamientos.
Artem lo miró con una frialdad que hizo retroceder al guardia por un instante.
—Es hora de irnos —agregó el guardia—. Tienes una visita.
Las cejas de Artem se fruncieron. La sorpresa se mezcló con una desconfianza que se reflejaba en sus ojos grises. No recibía visitas. No había permitido que nadie lo viera en este estado, roto y hambriento de venganza.
—Quien sea, dile que se vaya —gruñó, su voz cargada de amenaza.
El guardia chasqueó la lengua, impaciente.
—No será así esta vez, 201. Este es importante... muy importante desde que le concedieron una visita con total privacidad. Así que vamos, ya casi termina mi turno y quiero ir a casa con mis hijos.
Artem estuvo a punto de negarse, de despedazar al guardia allí mismo. Pero algo en esas últimas palabras, “quiero ir a casa con mis hijos”, lo detuvo. Un eco de lo que alguna vez había sido su propio sueño, ahora hecho añicos. Con un suspiro que parecía venir de lo más profundo de su ser, Artem dio un paso adelante.
—Mi visita tendrá que esperar —dijo mientras caminaba—. Primero quiero quitarme toda esta sangre.
El guardia asintió, agradecido de que Artem no causara problemas. Mientras se dirigían hacia los oscuros pasillos de la prisión, la mente de Artem no dejaba de girar en torno a la idea de quién podría ser esa visita tan “importante”. Pero por ahora, su prioridad era limpiar la sangre de su cuerpo, aunque sabía que ninguna cantidad de agua podría borrar la mancha de la venganza que había anidado en su corazón.
Una hora después, Artem entró en la oficina del director de la cárcel, sus pasos resonando en el vasto silencio del lugar. La puerta se abrió lentamente, revelando a un hombre de cabello gris que se puso de pie con la ayuda de un bastón, el león forjado en oro brillando en la parte superior.
—Vaya, te has tomado tu tiempo, Artem —dijo el hombre, su tono sarcástico, con una sonrisa torcida en su rostro.
Artem no respondió. Se acercó lentamente, su mirada fija y peligrosa. Sus ojos grises, fríos como el acero, escudriñaron al hombre frente a él.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó, su voz dura como una sentencia de muerte.
El hombre se inclinó hacia adelante, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y súplica.
—He venido a hacerte una propuesta. Y espero que la aceptes.
El silencio que siguió era casi tangible, la tensión en la habitación era como una cuerda a punto de romperse. Artem resopló con amargura, una risa seca y sin humor escapó de sus labios.
—¿Qué te hace pensar que voy a aceptar?
El hombre se acercó un poco más, su voz bajando hasta un susurro cargado de promesas.
—Porque ella será tu boleto de salida de esta prisión, Artem. Pero no solo eso... también será el pasaje directo a tu venganza.
CAPÍTULO 1: UNA PROPUESTAArtem observó a Vittorio Moretti con una mezcla de desdén y cautela. Los Moretti eran una de las familias más poderosas de Italia, su influencia extendiéndose desde Sicilia hasta Nueva York. Sin embargo, la sola idea de tratar con un italiano le revolvía el estómago. Sus pensamientos lo llevaron inevitablemente a Santino D' Luca, y la desconfianza en sus ojos se profundizó.—Supongamos que estoy de humor para escuchar tu propuesta, Vittorio. Así que date prisa. Me estoy aburriendo.Artem no se molestó en sentarse. En lugar de eso, giró para fijar su mirada en un antiguo retrato, su mente alejada de la presencia del anciano. Pero Vittorio, apoyándose en su bastón, se puso de pie con esfuerzo, con el rostro marcado por el paso de los años y la culpa que lo corroía por dentro.—Me estoy muriendo, Artem... —empezó, pero la risa seca de Artem lo interrumpió.—¿Y qué tiene eso que ver conmigo? —preguntó con una frialdad que cortaba—. ¿Quieres que te diga que lo sie
CAPÍTULO 2: UNA VISITA INESPERADA.En la mansión Antonov, el ambiente era festivo y alegre. El jardín estaba decorado con globos de color rosa y mesas adornadas con flores. La familia y los amigos se reunían para celebrar el bautizo de Milenka, la hija de Alexei y Tatiana. La música suave llenaba el aire mientras los invitados charlaban y reían.―No puedo esperar a ver cómo te las arreglas con la fila de pretendientes que tendrá Milenka cuando crezca ―dijo Santino, dándole una palmada en la espalda―. Con esos ojos y esa sonrisa, seguro que va a romper más de un corazón.Alexei, con su hija en brazos, miró a su amigo. Su expresión era fría y calculada, pero había un destello de diversión en sus ojos.―Te aseguro que cualquier chico que se acerque a mi hija tendrá que pasar primero por mi pistola ―respondió, con voz calmada pero amenazante. Y créeme, no es conocida por ser particularmente amable con los que tratan de quitarme lo que es mío.Santino soltó una carcajada, sin dejarse intim
CAPITULO 3: ELLA ES UNA MONJA.—¿O sea, que estás heredando una organización? —preguntó Alexei, aún procesando la situación.—Sí y no. Verás, ¿recuerdas a Vittorio Moretti? —respondió Artem.Alexei asintió.—Lo recuerdo, está metido en el negocio de armas y casinos.—Bueno, acaba de morir —dijo Artem con calma.Esa fue la segunda vez que Alexei se atragantó. Y Artem continuó, sin inmutarse.—Y dejó todo a nombre de su hija, su única hija.—¿Vittorio tuvo una hija?—Sí. Por lo que investigué, debe tener unos 20 años. Según Vittorio, la llevó a un convento a los 17. Tenía que casarse con Víctor Rossi, pero, tras romper el compromiso, la escondió allí.Alexei no dijo nada y procesó la información. Sus ojos se estrecharon de repente.―¿Estamos hablando del Víctor Rossi de la costa sur?―¿Sabes quién es?―No lo conozco, pero dicen que prefiere a chicas de 18. Y según los rumores, ninguna ha salido viva de su casa.Artem asintió mientras apretaba sus manos.―Bueno, entonces no mintió.Alexe
CAPÍTULO 4: TU PADRE HA MUERTO.Liana sonreía con dulzura mientras limpiaba la herida del pequeño José, aunque por dentro su corazón pesaba con los recuerdos de su propia infancia.—Tal vez deberías portarte mejor y dejar de hacer travesuras. Si sigues así, no van a querer adoptarte, José —dijo, esforzándose por mantener su voz ligera.El niño desvió la mirada hacia la ventana, su pequeño rostro endurecido por una amargura que Liana conocía demasiado bien.—No me importa si no me adoptan. No quiero tener papás; solo quiero crecer y poder hacer lo que quiera.Liana dejó la gasa a un lado y suavemente giró su rostro hacia ella, obligándolo a mirarla a los ojos. En esos momentos, se preguntaba si alguien la había mirado así cuando tenía la edad de José, cuando aún anhelaba el calor de un hogar que nunca llegó.—Sabes que eso no es cierto —respondió con suavidad—. Lo dices para protegerte, pero en el fondo, como cualquier niño de diez años, quieres tener una familia.José frunció el ceño,
CAPÍTULO 5: LE PERTENEZCO A DIOS.La sonrisa de Liana se desvaneció en un instante. El mundo a su alrededor pareció desmoronarse, como si el suelo se abriera bajo sus pies, tragándola en un abismo de desesperación. Su corazón, que hacía apenas unos segundos latía con la dulce expectativa de una noticia alentadora, ahora estaba roto, aplastado por el peso del dolor. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero con un esfuerzo casi sobrehumano, logró mantener la compostura, aferrándose a la frágil coraza de control que había construido con los años.—¿Cómo...? —balbuceó, incapaz de completar la pregunta que se ahogaba en su garganta.El abogado suspiró, pero su voz carecía de verdadera empatía.—Tu padre falleció hace una semana. He venido a informarte personalmente y a entregarte algunas cosas que él dejó para ti.El dolor se apoderó de Liana, su cuerpo se debilitó, y se dejó caer pesadamente en una silla. La madre superiora, testigo silenciosa de su sufrimiento, se acercó y
CAPÍTULO 6: VAS A CASARTE CONMIGO.Dos días después, Artem se encontraba frente a un edificio de más de doscientos años.—Pase —dijo la monja.Artem hizo un esfuerzo por mantener la calma. Siguió a la mujer por los pasillos del convento; las imágenes religiosas parecían juzgarlo. Finalmente, la monja lo dejó delante de una oficina donde la madre superiora lo esperaba.—Usted está aquí para ver a Sor Liana, ¿verdad? —preguntó la madre superiora, observándolo con atención.—Así es, madre —respondió Artem, sintiéndose fuera de lugar. Estaba en la casa de Dios, pero en su espalda llevaba una Glock 17 cargada.—Ya es la segunda persona que viene a verla —dijo la madre superiora, poniéndose de pie—. Está por tomar los votos en unos días. Espero que su visita no la ponga otra vez nerviosa. Acaba de perder a su padre.Artem no prestó atención a lo último. Lo único que resonaba en su mente era que alguien había venido a ver antes que él.—Perdón, madre, ¿dijo que vino alguien? —preguntó, trata
CAPÍTULO 7: EL OBJETIVO ES ELLA.—¿Perdón? —Liana aún estaba en shock y, por un momento, pensó que había escuchado mal.—Sí —afirmó Artem con naturalidad—. Un matrimonio es muy beneficioso para ambos.Contrario a lo que él esperaba, Liana negó con la cabeza y retrocedió.—Mi padre… ¿él dijo que debía casarme con usted?—Sí —respondió Artem dando un paso hacia ella, por alguna razón le incomodaba que huyera de él—. Incluso fue él quien me propuso el trato cuando estaba en la cárcel.—¿La cárcel? ― Liana abrió los ojos, atónita. ―Además, ¡¿eres un exconvicto?!Artem rodó los ojos y bufó.—Oh, claro, porque tú puedes juzgarme. Tu padre también tenía negocios sucios.Ella hizo una mueca y no dudó en replicar.—Yo estuve alejada de los negocios de mi padre por muchos años. No es justo que me incluya en su mundo. Y tampoco es justo que tenga que casarme. ―Sus labios se apretaron de impotencia. ― Solo porque él lo decida, aun estando muerto. Además, ya vino aquí su abogado. Él me dio la cart
CAPÍTULO 8: TU ÚNICA SALIDA. ―¡¿Qué está pasando?! Él se colocó frente a ella, protegiéndola y buscando cualquier señal de peligro. —¡Señor, estamos bajo ataque! —gritó uno de sus hombres mientras corría hacia ellos con el arma desenfundada—¡Vienen del lado este! —¡Protejan el perímetro! —ordenó él, mientras sacaba su propia arma y la cargaba con rapidez—¡No dejen que se acerquen a Liana! Los disparos llenaron el aire y las monjas corrieron, asustadas y lanzando gritos. Artem no soltó a Liana ni un segundo. —¡Tranquila! No dejaré que te pase nada —dijo, tomándola de la mano y guiándola hacia una salida trasera. Artem estaba seguro de quiénes habían llegado venían por ella. En medio del caos, los disparos resonaban con fuerza alrededor. Los hombres de Víctor se enfrentaban ferozmente a los de Artem. Mientras que él intentaba guiar a Liana a través del tumulto. —¡Vamos! —insistió, las balas zumbando cerca de ellos. Pero de repente, Liana se soltó de su agarre y retroc