Un mes después del juicio, vendí la residencia de mi padre en el bullicioso Londres y me fui al extranjero. Casi un año después, volví a la mansión victoriana donde había crecido de niña.
Con nostalgia y sujetando una pequeña canasta con una mano, recorrí las amplias habitaciones antiguas, las salas enormes y espaciosas, los jardines clásicos bien cortados. Un año fuera del país me había servido para superar el desprecio de mi padre y dar vuelta de página.
—Bienvenida a casa, Madame Campbell —me saludó una mujer mayor, vestida con un traje de servicio. Observó la canasta con curiosidad, pero no dijo nada al respecto, y yo se lo agradecí.
Escucharla llamarme Madame se sintió extraño. Pues por mucho tiempo, estuve lejos de ser una señorita, muy lejos... Hasta que un hombre me encontró y se enamoró de mí.
Sacudí la cabeza y exhalé hondo, sentándome sobre un costoso sillón rojo de terciopelo. Miré lo que había dentro de la canasta, sonriendo con alivio. El pasado ya no importaba, yo al fin estaba en casa, después de 8 años, al fin volvía al lugar al que realmente pertenecía. Iba a empezar una nueva vida.
—Por cierto, hay alguien que desea verla —agregó la mujer, mirándome como todo mundo: con curiosidad y morbo. Para todos, yo había regresado de la muerte, era un atractivo y tentador fantasma—. Es un caballero.
Apreté los labios y algo dentro de mí se tensó. ¿Un caballero? Solo podía pensar en alguien. Apresuradamente le entregué la canasta. La mujer miró el interior y sus labios se abrieron con sorpresa.
—Madame, esto es...
Coloqué mi mano sobre la suya.
—Ve arriba. Y sobre la canasta, guarda el secreto.
Luego me giré y, dirigiéndome a otra chica, dije:
—A nuestro invitado dile... Dile que entre.
La mujer se dio la vuelta, y yo esperé expectante en la sala, con el corazón encogido. ¿Era posible que ese caballero fuese...?
Un minuto más tarde, un joven de traje, cabellos castaños y ojos claros entró a la habitación. Aunque no era quien yo esperaba, de todos modos, salté del sillón y corrí a su encuentro.
—¡Gustave!
Él me recibió con los brazos abiertos y una amplia sonrisa llena de felicidad. Nos abrazamos con fuerza, riendo de nostalgia, recordándonos.
—No puedo creer que seas tú, que estés aquí —dije casi llorando en su hombro.
Él me palmeó la espalda, apretándome contra sí.
—Leí la noticia de tu regreso en los periódicos y vine de inmediato. Me tomó una semana cruzar el país en tren, pero... valió la pena. Necesitaba estar contigo, Dulce.
Cerré los ojos, aferrándome a él como en el pasado.
—No podía creer que estuvieses viva, debía comprobarlo, verte de nuevo... Abrazarte.
Gustave y yo solíamos ser muy cercanos de niños, más que eso, éramos como hermanos. Claro, antes de que mi madre enfermara y muriera de sífilis, antes de que sus padres regresaran a Paris, su país natal...
Éramos cercanos, antes de que mi padre se deshiciera de mí y me diera por muerta.
—No sabes lo mucho que lloré tu... muerte. Te eché de menos, mi Caramel.
Me reí un poco contra su hombro, así solía llamarme de niños. Caramelo significa Caramel en francés.
—Yo... también pensé mucho en ti, Gus —admití, nostálgica.
Después de mucho tiempo, todo parecía volver a ser como antes, como siempre debió ser.
—Te extrañé como no tienes idea —le dije, alejándome un poco para ver su rostro de adulto—. Has cambiado mucho.
A diferencia de cuando tenía 8 años, ahora era muy alto, delgado y con un rostro envidiable. Su cabello se había vuelto más oscuro y sus ojos más claros, otoñales y dulces. Era muy guapo, más que antes.
—Y tú te ves hermosa, Caramel —dijo inclinándose hacia mí, acariciándome el rubio cabello largo, rozando mis mejillas con un dedo—. Eres más atractiva que nunca. Ahora entiendo el gran tumulto que ocasionaste al aparecer de nuevo. Has provocado un enorme revuelo en la ciudad.
Su mirada centelleó con entusiasmo.
—Ahora entiendo esa historia de fantasía que se relata entre damas y caballeros de nuestra clase, respecto a la misteriosa señorita Campbell.
Suspiré y parte de mi emoción se tornó difusa.
—¿Sobre mí? ¿Qué... clase de historia? —inquirí con las manos en su cuello.
Él se aproximó más, hasta que me vi reflejada en sus castaños ojos, unos ojos de autentico color caramelo.
—Historias de fantasía, terror y romance.
Temí preguntar.
—¿Puedo escuchar esa historia?
Él entrecerró los ojos, inyectándole misterio a su relato.
—“El secreto del señor Campbell es que entregó su hija al diablo a cambio de una fortuna mayor”.
Inhalé hondo, abriendo bien los ojos. Esa historia yo la había escuchado tiempo atrás, había sido creada por una prostituta de burdel de nombre Lila; una mujer atractiva, retorcida y vengativa.
Ella había creado esa historia para mí, para dejar entrever quién era yo tras mi cuidadosa fachada, algo a lo que me había aferrado en aparentar.
— “…De niña, él la intercambió a un demonio e inventó el cuento de la sífilis, para después llegar a la alcandía y hacer una fortuna”.
Al escucharlo, se me heló la sangre.
—“Se habla de que la niña no murió, sino que volvió a la vida sin un nombre, solo bajo la protección de un demonio más poderoso que el anterior, cuya identidad nadie conoce”.
Con creciente alarma, miré los ojos de Gustave, serios y curiosos. Estaba metido de lleno en la cruda historia que relataba. Sentí los vellos de mis brazos erizarse conforme él narraba:
—“Se dice que ella fue rescatada del infierno por ese demonio, y que él no la devoró, pues quedó cautivado por su helada mirada oscura, salpicada de brillantes estrellas azules”
Con tiento, apoyó un dedo en mi mentón, y su voz se volvió más profunda, más misteriosa. Yo contuve el aliento, cautivada por su apasionada historia.
— “Se cuenta que la niña volvió de la muerte y delató a su padre, para después vivir feliz al lado de su protector, el despiadado demonio misterioso que le dio una identidad”.
Cuando concluyó, se mordió el labio, mirando mi reacción muda. Pero poco a poco comenzó a sonreír, incapaz de contener su diversión.
—Como ves, es un cuento entretenido, pero solo eso. No te asustes, solo es un cuento de romance gótico que entretiene a las damas durante las fiestas.
Bajé la mirada al suelo, pálida como un papel. Si, era solo una historia gótica y ya. Aunque, tenía su dosis de realidad.
—No te inquietes demasiado —me consoló Gustave, abrazándome otra vez—. Esa absurda historia se ha vuelto tan popular porque no has salido de esta casa luego de tu regreso a Londres. Nadie te ha visto, por ello crean intriga y drama.
Gustave tenía razón. Iba a cumplirse casi una semana desde mi regreso a Londres, pero hasta el momento la idea de mostrarme en público me aterraba, me inquietaba el qué dirán, las miradas, las reacciones...
Sin embargo, de continuar así, ¿qué se diría de mí más adelante? ¿Qué tipo de historias me harían protagonizar?
Esa inquietud fue lo que una noche me impulsó a aceptar una de las tantas invitaciones que se acumulaban en mi buzón. De la mano de Gustave, asistí a la primera; se trataba de una lujosa cena en una mansión cerca de la costa.
Antes de reunirnos con el resto de los invitados, me detuve y apreté su mano, miré el tranquilo mar y la gran mansión cerca. Gustave pareció notar mi ansiedad, ya que se volvió hacía mí con una tranquilizadora sonrisa.
—Estás preciosa, como nadie más —musitó acomodándome el chal negro sobre los blancos hombros—. Y me tienes a mí, ahora yo estaré para ti. No hay de qué angustiarse.
Con su suave mirada en la mía, tomó mi mano y depositó un amable beso en el dorso. Ese gesto mitigó un poco mis nervios.
—Gracias por estar aquí, Gus.
Cuando se irguió, delineó mis labios rojos con suavidad.
—Gracias a ti, Caramel, por recordarme y por permitirme acompañarte.
En las oscuras ventanillas del coche, miré mi reflejo para ganar confianza; Gus tenía razón, yo lucia bonita. El largo vestido de pedrería dorada contrastaba con mi piel, pero hacia juego con mi cabello rubio peinado en suaves ondas.
Y descansando sobre mi clavícula, la gargantilla de diamantes de mi madre. La acaricié con las yemas de los dedos, luego tomé el brazo que me ofrecía y entramos a la fiesta. Los primeros en recibirnos fueron nuestros anfitriones.
Al vernos llegar, la pareja no pudo ocultar su sorpresa. Aunque inmediatamente se acercaron a nosotros entre sonrisas.
—¡Madame Campbell, qué gran honor nos hace al asistir! —dijo la mujer.
Le sonreí con cortesía, sin saber siquiera su nombre. Pero afortunadamente, Gustave les devolvió el saludo por mí.
—Muchas gracias por la invitación, señora Samuel. Y enhorabuena por el ascenso, senador Samuel.
El hombre junto a la mujer sonrió y estrecho nuestras manos con entusiasmo. Cuando entramos a la mansión, Gustave me llevó hasta la abarrotada sala, donde la suave música clásica convergía con las conversaciones.
Conversaciones que cesaron momentáneamente al verme. Algunas mujeres estrecharon la mirada y susurraron con recelo mi nombre en voz baja; mientras algunos hombres me miraban de pies a cabeza, impresionados y llenos de curiosidad.
Apreté el brazo de Gustave, al tiempo que enrojecía. Y me di cuenta de que no estaba lista para estar allí, entre tantas personas que me creían parte de un cuento gótico sobre demonios.
—Gustave, perdón, pero no puedo quedarme.
Sin embargo, cuando me di la vuelta para salir de allí e irme, me topé de frente con el mismísimo demonio de ese cuento. Se trataba de un hombre alto y de apariencia fuerte, vestido de traje negro bajo un blanco abrigo de piel.
Al alzar la vista, mis ojos negros, salpicados de un intenso azul, se toparon con una mirada oscura y abrasiva, totalmente profunda.
Por una milésima de segundo, mi corazón frenó todos sus latidos, sumiéndome en una media muerte. Solo permitiéndome observar embelesada al apuesto hombre frente a mí.
Sobre un atrayente rosto varonil y aterradoramente serio, crecía un negro cabello lacio, recogido en una media cola de caballo. Y bajo ese cabello, unas espesas cejas oscuras se fruncieron al verme. Después apareció la sorpresa, cercana a la conmoción.
Al igual que yo, sus labios se entreabrieron y su piel se tornó pálida.
Si, el cuento era parcialmente real, especialmente la parte donde se relataba al demonio protector. Pero ¿qué había ocurrido después entre ellos?
“...Se habla de que la niña no murió, sino que volvió a la vida sin un nombre, solo bajo la protección de un demonio más poderoso que el anterior, cuya identidad nadie conoce...” Contuve el aliento, mirando esos ojos negros, amenazadores, cruelmente serios. La historia era parcialmente real; un demonio poderoso había matado al primero, rescatando a la niña, y le había dado una vida. Pero ¿acaso ese demonio la había seguido por medio país? ¿Con que fin se presentaba frente a ella? —¿Dulce? —la voz de Gustave se oyó lejana, en lo profundo de un túnel. Y yo no reaccioné—. ¿Qué ocurre, Dulce? Pero, después de rescatarla en la historia. ¿Qué pasó con ella? “...Se dice que ella fue rescatada del infierno por ese demonio, y que él no la devoró, pues quedó cautivado por su helada mirada oscura, salpicada de brillantes estrellas azules...” Sí, él había quedado cautivado por ella; por sus ojos y carácter. Pero la historia se equivocaba en una importante parte: el demonio sí la
—No... No es verdad —repliqué observando su contenida mirada—. Al saber quién era yo realmente, usted se enfadó y ni siquiera me permitió explicarle. Así que yo no me casé. Ese matrimonio no vale nada para mí. Vi como mis palabras le calaban hondo. Cómo conforme las asimilaba, el dolor se reflejaba en sus ojos negros y profundos. Solo entonces me soltó y se alejó un paso de mí. —Por mucho tiempo me engañaste sobre quién eras en realidad, sobre quién era tu padre. ¿Qué otra reacción esperabas de mí luego de una mentira así? Apreté los puños y abrí los labios, pero no fui capaz de decir nada. Él tenía razón, yo lo había engañado, y no había sido sincera hasta el último momento. —Y aunque yo me enfadé y sentí traicionado por la mujer que amaba, aunque ahora no te guste la idea, tú y yo estamos casados. Su mirada atrapó la mía bajo un haló oscuro y peligroso, tan amenazante que me congeló la sangre. —Eres mi esposa, Dulce Campbell, eso dice la ley. Y yo al fin fui plenament
—¿Compromiso? —se jactó el señor Riva, observando a Gustave con incrédulo desdén—. Qué gran tontería. Esa mujer a tu lado, tu supuesta “prometida”, es en realidad mi... —¡Deténgase! —lo interrumpí, antes de que le revelará a Gustave nuestra verdadera relación—. Por favor, no diga nada. Se lo ruego. Mi esposo me lanzó una mirada incomprensiva, con un trasfondo de creciente molestia. Los ojos de Gustave también cayeron sobre mí con curiosidad. Pero sin decir nada más, yo tomé la mano de Gustave, al tiempo que me dirigía a mi esposo. —Hablemos en otro momento, señor Riva. Lo que debamos aclarar, que no sea esta noche. Por favor. Dicho esto, tiré de Gustave a interior del auto, y yo entré con él sin mirar atrás. Mirándome de reojo, se puso en marcha fuera de esa mansión. Por el espejo retrovisor, vi la figura del señor Riva hacerse más y más pequeña conforme nosotros nos alejábamos. Muy en mi interior, me sentí feliz por volver a verlo, y deseé que sucediera de nuevo. Quizás por
Esa noche, tuve un peculiar sueño, o más bien, un vivo recuerdo del día de mi boda: “... Sonreí cuando recitó sus votos matrimoniales: —Me caso contigo, y entrelazó mi vida con la tuya, mi suerte con tu suerte, mis fracasos con los tuyos. Con estas palabras, te tomo por esposa, Dulce Valle, y mi corazón pasa a ser completamente exclusivo de ti. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas de felicidad, observándolo besar el anillo en mi dedo. —Te amo, Dulce, mi Dulce... —musitó mirándome con absoluta devoción y amor, derritiendo mi corazón. Y sin dejar de mirar sus ojos, fue mi turno de tomar su mano. Coloqué en su dedo anular la argolla de matrimonio, mientras recitaba: —Usted, Rafael Riva, es la sombra que me protege, y la luz que me ilumina cuando parezco estar sola. Quiero caminar a su lado toda mi vida, aferrarme a usted en los momentos de tristeza, reír con usted todas las mañanas, y apretar su mano cuando el tiempo se termine. Nos sonreímos. Él me miró conmovido, c
Caí sobre el sillón, con él encima. Pero ni aun así dejé de besarlo, y él tampoco se apartó. Todos los deseos de un año, estaban saliendo a flote por fin. Como un desesperado, acarició mi cintura, subiendo por mis costillas, tomando mis senos entre sus palmas. Mi espalda se arqueó cuando llevó sus labios a mi cuello, pegando su cuerpo al mío hasta que fuimos plenamente conscientes de cada parte del otro. Mi esposo respiró agitadamente contra mi piel, explorando mi cuerpo con las manos, mientras mis dedos se aferraban a los oscuros cabellos de su nuca. Lo abracé con las piernas, y la tela de mi vestido resbaló hasta dejar mis muslos al desnudo. Gimió en mi oído, restregándose contra mí, llevando una gran mano a mis piernas. El deseo hizo que mi temperatura corporal fuera en ascenso, y que mi corazón se volviera errático. Incluso a través de la tela de su camisa, pude sentir el mismo efecto en él; su pecho ardía, y su corazón golpeaba mi palma. —¿Lo ves? Eres mía, y no solo ante
Me llevé los dedos a los labios rojos, sintiendo la fina tela de satín de los guantes. Con la otra mano, toqué la gargantilla de diamantes que había pertenecido a mi madre. Me estaba preparando para salir a cenar con algunas mujeres, esposas de importantes banqueros. Me encontraría con Gustave en la cena, y él me diría si estaba dispuesto a guardar mi secreto. Ese día que me descubrió con mi bebé, se fue molesto y confundido, diciendo que tenía tanto en qué pensar. ¿Podría mi amigo delatarme? ¿Qué pensaba de mí ahora que sabía sobre mi hijo? ¿Adivinaría que su padre era el señor Riva? No lo sabía, pero me moría por averiguarlo. Así que, cuando terminé de arreglarme el cabello en definidas ondas doradas y coloqué sobre él un elegante tocado blanco con plumas y redecilla fina, me volví hacia Kary. Ella me ajustó los finos tirantes de mi rojo vestido, antes de sonreír, aunque con nerviosismo. —Suerte, señorita Campbell. Le sonreí también, luego me acerqué a la cuna donde dormía
Me sujetó del rostro, antes de besarme con desbordante pasión. Suspiré en sus labios, y fue inevitable que mis brazos rodearan su cuello. Le devolví el beso sin pensarlo, solo reaccionando a su tacto, como siempre. —Dilo, ¿me amas aun? —insistió tirando sutilmente de mi labio inferior—. ¿O te casaras con ese chico como amenazaste? Me pegué a él, sintiendo los irregulares ladrillos del muro a mis espaldas. Lo amaba, claro que sí. Él era mi esposo, el hombre que me había salvado de una vida miserable, el padre de mi bebé. Sin embargo... Había tantas cosas rotas entre nosotros: entre ellas, la confianza y los secretos. —Dilo, Dulce. No puedes mantenerme al filo para siempre. Jugueteé con su lengua, acariciándola con la punta de la mía, mientras mi cuerpo se arqueaba contra el suyo. Deseé decirle que lo amaba, aún más que antes, pero sí lo hacía, ¿qué pasaría después? —Acepta que aún me amas, y vuelve a casa conmigo. Si aceptaba amarlo, ¿todo volvería a ser como antes? ¿Él o
Esa noche, el señor Riva me llevó a casa. Incluso se despidió de mí con un beso. Y yo no pude evitar sentir que todo estaba yendo a la mar de bien, y que quizás pronto volveríamos a vivir como un matrimonio. —Piénsalo, Dulce —susurró besándome—. Podemos solucionar nuestros problemas en casa, como pareja, no aquí como un par de extraños. Apretó mi espalda con su palma. —Yo... aun te amo. A pesar de todo, aun haces arder mi pecho por ti. Sigo amándote. Miré sus ojos, mientras mis labios se detenían sobre los suyos. Desde el incio, había querido oir eso, palpar cada palabra. Fue inevitable sonreir. —Creí que nunca lo volvería a ver, y que pronto me olvidaría. Pero, me hace tan feliz ver que no fue así. Yo tambien sigo amandote, Rafael, como nunca, como antes, como siempre... Ampliando mi sonrisa y sintiendome rebosante de felicidad, acaricié su definida mandíbula con los dedos. —Y prometo pensarlo. Solo... dame tiempo —le pedí, alejándole de mí. Él me sonrió una última vez, an