PEQUEÑA MENTIRA

¿Lo adivinaría? ¿Desentrañaría mis ebrias palabras y llegaría a mi mansión exigiendo ver a su hijo?

Nerviosa como nunca, mecí a mi bebé sobre mis piernas. Lo miré abrir sus rosados labios y bostezar, mirando con sus grises ojos todos los colores y texturas de la habitación; todo era nuevo para él, un descubrimiento a cada minuto.

—Las empleadas comienzan a cuchichear sobre el origen del bebé —comentó a mis espaldas, erizándome la piel—. Han creado rumores, preguntándose de quién es el hijo oculto de Madame Campbell.

Mantuve los ojos en mi hijo, incluso cuando Gustave se acercó y posó una mano en mi hombro. Sabía que debería sentirme horrible, culpable por haberle sido infiel la misma noche de habernos comprometido. Pero esa era exactamente mi vergüenza: no sentirme culpable.

—Y por supuesto, las críticas, les gusta hablar sobre la clase de mujer que debes ser, como para haber dado a luz a un hijo, siendo una dama de alta clase soltera.

Contuve el aliento, observando los ojos de
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